SEDUCIR A UN CANALLA SEDUCIR A UN CANALLA © Arlette Geneve, 2013 © Cristal, 2013 Fuencarral, 70, 28004 Madrid (España) Primera edición: noviembre de 2013 IBIC: FRH ISBN: 978-84-15611-06-6 Depósito legal: M-32.654-2013 Fotografía de cubierta: © Latinstock Impreso en España - Printed in Spain Reservados todos los derechos. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización escrita de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447). Prólogo Miró de forma intensa la figura femenina que estaba plantada frente a él. La esbelta silueta se asemejaba a un junco cuando es mecido por la brisa matinal. ¡Era tan hermosa que quitaba el aliento! Recorrió con los ojos el pequeño aunque firme busto, que se agitaba bajo el vestido de muselina azul. Contempló el largo y blanco cuello. El rostro en forma de corazón y el escandaloso pelo rojo que le hacía parecer una diosa salida de las mismas entrañas de la tierra. —No te amo, ¡acéptalo de una vez! — confesó la mujer a gritos. El hombre dio un paso al frente con el rostro demudado por la ira. —No permitiré que te marches. No me humillarás de ese modo —la amenazó lleno de acritud —. He soportado demasiado tus desplantes. Tus histerias... La mujer dio una paso hacia atrás en el mismo momento en que él avanzaba. —¡Me muero! ¡Me asfixio a tu lado! — le reprochó amargamente—. Ya no puedo vivir contigo. Es más, no lo deseo. —Pero, yo te amo con toda mi alma, Claire. No puedes abandonarme. ¡No lo permitiré! — reiteró con voz ronca. Ambos estaban enfrentados. Ninguno apartaba la mirada del otro. La mujer mostraba una actitud tímidamente decidida. El hombre una postura retadora. —Vuelvo a mi tierra, de donde nunca debí marcharme —informó ella. Entonces los recuerdos lo atizaron con una saña desconocida para él y lo sumergieron en una vorágine de sentimientos encontrados: amarga desesperanza y una cólera ardiente que no podría apagar ni el agua de una pila consagrada. —¿Abandonarás a tus hijos? Porque ellos se quedan allí donde esté yo. — Claire pensó en sus tres hijos y agachó la cabeza para contener el llanto—. Piensa en William, en los mellizos Cesar y Liberty. ¿De verdad vas a dejarlos a su suerte? —Te tienen a ti, no necesitan nada más —respondió la mujer en un tono seco. —¿No los amas, Claire? ¿No te desgarra el corazón el solo pensamiento de abandonarlos? ¡Los has alimentado en tus entrañas! Les has dado la vida, ¡por Dios que no puedo comprenderte! Claire suspiró débilmente al percibir el tono desairado de su esposo. Era consciente de la herida tan profunda que le estaba provocando con su decisión, no obstante, era irrevocable. —Estás maldito, Guillermo, y no puedo permitir que me condenes al tormento eterno por tu depravación. Guillermo soltó el aire de forma abrupta y la miró con un dolor tan concentrado, que apretó los puños tratando de controlar el deseo que sentía de herirla para impedirle que siguiera atormentándolo. —¿Qué tratas de decirme? —Las palabras fueron pronunciadas apenas en un susurro. —Que no soporto que me toques. Que me hagas esas cosas obscenas para calmar tu lujuria pecaminosa. ¡Eres un enfermo! Tras escucharla se quedó pasmado, herido de muerte y suspendido en el abismo de la irracionalidad por el estoque recibido justo en el centro del corazón. —¿Me acusas de estar enfermo por desearte? ¿Porque me gusta hacerle el amor a mi esposa? ¿A la madre de mis hijos? ¡Estás loca, mujer! Ella había llegado muy lejos para retractarse ahora, por eso continuó implacable y demoledora en sus acusaciones. —Tu fogosidad me resulta obscena. Me provoca náuseas que me toques y me hagas partícipe de tus juegos lascivos.