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Zorra por accidente PDF

416 Pages·2015·1.45 MB·Spanish
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Zorra por accidente Andrea Valenzuela Araya “Zorra por accidente” © 2015, Andrea Valenzuela Araya Publicado originalmente por Andrea Valenzuela Araya. Todos los derechos reservados. Fecha de publicación: Noviembre 30 de 2015 Amazon Digital Services, INC. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra sin previa autorización del autor, ya que se encuentra debidamente inscrita en el Registro de Propiedad Intelectual de la ciudad de Santiago de Chile. Para cada una de mis queridas amigas. Gracias por formar parte de mi vida y dejarme ser parte de las suyas. ¡Las quiero muchísimo! Sinopsis Magdalena era una mujer sencilla, poseía un trabajo estable junto a una vida tranquila hasta que la palabra “Despedida” irrumpió en su existencia haciéndole comprender, de buenas a primeras, que el vil dinero es lo que, lamentablemente, mueve los hilos de este mundo. Debido a ello, y frente a más de alguna situación desesperada, terminará tomando medidas desesperadas recordándose siempre a sí misma que una buena chica conoce cuales son sus límites mientras que una mujer inteligente sabe de sobra que no tiene ninguno. Por lo tanto... ¿qué sucederá cuando accidentalmente, y de la noche a la mañana, su vida cambie en ciento ochenta grados poniendo a prueba su naturaleza, su modo de ver y enfrentarse a los demás y, por sobretodo, a su corazón que tendrá que elegir qué es lo que necesita para seguir latiendo? ¿Podrá esquivar con facilidad cada obstáculo que el destino colocará en su camino? Y lo más importante de todo... ¿Dejará de lado su antigua vida para despertar y abrir los ojos ante una nueva realidad? Porque la necesidad de sobrevivir a los cambios junto a la oferta y demanda laboral poseen cola de zorra, te invito a formar parte de la “Corporación Z”, una comunidad un tanto particular que te abrirá... algo más que sus puertas. “El mundo es redondo, ¿lo sabías? Y cualquier cosa que hoy pueda parecer el fin, tal vez mañana pueda significar tan solo el principio.” Uno Despedida. Estaba total, absoluta e irrevocablemente DES-PE-DI- DA. ¿Podía ser esta situación más maravillosa e increíble de lo que ya lo era? —Léase con tono de ironía, por favor, que no me estoy riendo a carcajadas—. Sí, podía serlo, y así lo sentí en carne propia mientras asimilaba aquella nefasta y única palabra que sobresalía de la maldita carta de despido que tenía entre mis manos y que Benjamín, el lameculos de mi jefe o ex jefe —a estas alturas ya daba igual—, me había entregado personalmente, dedicándome una fingida media sonrisa de aflicción, antes de marcharse a su casa para disfrutar de su placentero fin de semana, el que yo, por razones obvias, no tendría. ¡Cabrón de mierda! Expresé con euforia percibiendo a la par como mi cuerpo temblaba y sudaba a raudales, mi boca se secaba y mis ojos se desorbitaban frente a lo que conmigo iba a suceder. «¿Y ahora qué, Magdalena? ¿Qué pretendes hacer?». Me dije con algo de espanto en un lastimoso sonido que solo yo logré oír dentro de las cuatro paredes de aquella habitación que aún me cobijaba. No paraba de dar vueltas por la sala de mi departamento en completo mutismo con la mirada de mi amiga Silvina, literalmente, pegada a cada uno de los frenéticos movimientos que realizaba mientras cavilaba en unas cuantas cosas a la vez. ¿Cómo iba a pagar la renta mensual y los gastos básicos de ahora en adelante? ¿Cómo iba a sobrevivir a la cantidad de cuentas que debía saldar y todo lo demás que tenía que pagar, pagar y pagar? ¿Qué todo en esta vida se trataba del sucio y vil dinero? Vociferé en voz alta oyendo desde su dulce voz un enfático “Sí” que me detuvo de inmediato. —¿Qué no lo sabías? —Sonrió como solo ella sabía hacerlo, con su particular encanto e ironía que desbordaba a flor de piel. Moví mi cabeza hacia ambos lados analizándola inquisidoramente con la mirada antes de decir: —¿Qué pretendes? ¿Joderme? —Si fuera hombre, bisexual o lesbiana seguro te doy duro contra el muro, preciosa, pero para tu buena suerte aún sigo siendo hetero. ¡Lástima! —Suspiró mientras me otorgaba uno de sus más coquetos guiños. —¡Podrías cerrar la boca, por favor! ¡Así no me estás ayudando! ¡Y se supone que para eso te llamé! —¿Y qué crees que estoy haciendo? No voy a dejar que te arrastres por el suelo como una maldita rata por haber perdido ese trabajo de mierda que te consumía la vida, Magda. ¿Secretaria de Gerencia de un puto cabrón? ¡Por favor, tú no estás hecha para eso, créeme! Cerré mis ojos por un par de segundos reprimiendo mis imperiosas ganas de anudarle su lengua que no paraba de expresar imbecilidades. —Si ya lo olvidaste, te recuerdo que ese trabajo me daba de comer. —Pues te vamos a conseguir otro que te haga comer exquisiteces y te haga lucir muchísimo mejor porque te lo aseguro, ya no te reconozco con ese tipo de prendas que usas de... ¿los años cincuenta? —Una mueca de evidente desagrado delineó la forma de sus labios mientras me observaba mi traje de dos piezas (falda oscura de tubo y chaqueta) que aún llevaba puesto. —¿Qué tiene de malo? Se levantó intespestivamente del sofá haciendo amago de toda su amabilidad al regalarme otra de sus muecas, pero esta vez de asco. —Todo tiene de malo. ¡Mi abuela luce mejor que tú! ¿Qué no te has visto al espejo ultimamente? ¡Solo tienes veintiocho años! Menudo trabajo de mierda te consiguió tu madre con uno de sus... La detuve alzando una de mis manos advirtiéndole así que guardara silencio. Porque lo que mi madre hacía con los hombres que frecuentaba a espaldas de su segundo marido a mí me importaba un reverendo rábano. —No te extralimites. No es necesario que metas a mi madre en este asunto. De hecho, ya me estoy imaginando todo lo que me dirá cuando lo sepa —abrí mis ojos de par en par, depositándolos en el reflejo de los suyos que no cesaban de observarme con esa dulzura característica con la cual me lo decía todo—. ¿Y ahora qué haré, Silvina? Un caluroso abrazo recibí de su parte el cual reflejaba su incondicional apoyo, el que correspondí con profunda y abnegada sinceridad, la misma que nos habíamos entregado la una a la otra desde que decidimos convertirnos en amigas. —Por de pronto, respirar y no ahogarte en un vaso de agua. Si las cosas suceden es por algo, Magda, y te lo aseguro, ese patético trabajo del demonio no era para ti. —Estoy hablando en serio. ¿Qué voy a hacer ahora? —Suspiré, separándome de su conmovedor abrazo. —Respirar, vivir, tranquilizarte y quitarte “eso” que no sé si se le puede llamar “atuendo” porque hoy, tú y yo, nos vamos de fiesta. Todo daba vueltas a mi alrededor mientras subía las escaleras con bastantes copas insertas en mi desgreñado organismo. “No ahogarte en un vaso de agua” me había repetido la muy descarada muchísimas veces y claro, yo la muy obediente y estúpida me había ahogado, pero nada más que en incontables chupitos de tequila los que bebí, unos tras otros, como si fuera agua embotellada, intentando así desprenderme de todo lo que me agobiaba y que aún me costaba asimilar. —Siempre puedes bailar en un club de nudistas, Magda. Me han dicho que pagan de maravillas —repliqué a viva voz, evocando los singulares trabajos de medio tiempo con los cuales Silvina pretendía arreglarme la vida, hasta que detuve mis pasos frente a la puerta de mi hogar al tiempo que sacaba la llave de mi abrigo. No sé cuantas veces luché con la condenada cerradura para que no se moviera de su sitio insertando la llave, diciéndole y hasta suplicándole que se quedara allí, muy quietecita, pero tras un par de fallidos intentos el sonoro repiqueteo de mi móvil consiguió que abortara, por ahora, esa complicadísima misión que me llevó a contestar en cosa de segundos la inesperada llamada. —¿Señorita Magdalena Villablanca? —La desempleada y por ahora patética y algo borracha Magdalena Villablanca querrá decir —le corregí a la masculina voz que se situaba del otro lado—. ¿Con quién más pretende hablar a estas altas horas de la noche? ¿Con el Papa, por ejemplo? Lo lamento, pero no tengo línea directa con el Vaticano. Por lo tanto, si desea hablar con él, se lo aseguro, en este número no lo va a encontrar. —¿Se encuentra bien, señorita? —Perfectamente, pero aún no logro dilucidar por qué todo a mi alrededor no cesa de girar como si estuviera montada en un carrusel con esos lindos caballitos brillantes de colores que... —¡Señorita Villablanca, por favor, la estamos llamando de la Clínica San Juan de Dios! Un solo segundo me bastó para detener el condenado juego mecánico que tenía inserto en la cabeza y palidecer como una blanca hoja de papel. —¿Qué fue lo que dijo? —Chillé fuera de mis cabales. —Que la estamos llamando de la Clínica San Juan de Dios a usted y no al Papa para informarle que su amiga Silvina Montt ha sufrido un accidente. Volé en mi coche con destino hacia la clínica, donde la tenían internada, con el corazón latiéndome a mil por hora, jadeante al respirar, pero totalmente espabilada ante semejante noticia que había recibido de golpe mientras le pedía a Dios mil disculpas por haber mencionado al Papa en la dichosa conversación y le rogaba que cuidara de Silvina, porque si algo llegaba a sucederle estaba segura que solo sería por mi culpa. Teo no contestaba. Su teléfono una y otra vez pasaba mi llamada directo al buzón de voz mientras aceleraba saltándome uno que otro semáforo en rojo. La verdad, poco me importaba mi seguridad cuando la de mi amiga pendía de un hilo.

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