No es extraño pensar más en los muertos que en los vivos.
Tampoco es tan raro seguir amando con locura a alguien que ya no está entre nosotros.
Y, por supuesto, que se puede vivir únicamente de recuerdos.
De hecho, mirar a la muerte a los ojos sin temor hace que nos agarremos con más fuerza a la vida, con la misma naturalidad que una criatura se aferra al cálido pecho de su madre.