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vida y milagros del venerable abad benito PDF

134 Pages·2012·1.17 MB·Spanish
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VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO 2 Advertencia preliminar En las páginas que siguen se presenta el texto completo del Libro II de los Diálogos, de san Gregorio Magno. Y el comentario que compusiera en su momento el llorado P. Adalbert de Vogüé, osb. La versión castellana de la obra del papa Gregorio es la recientemente publicada por Ediciones ECUAM. Mientras que el comentario fue traducido por la Madre Isabel Guiroy, osb. Por mi parte, me he limitado a agregar sólo aquellas secciones que faltaban en las páginas de Cuadernos Monásticos. Para ello he echado mano del estupendo libro escrito por el P. de Vogüé: Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982 (Vie monastique, 14). De esta forma, al tiempo que celebramos a nuestro Padre san Benito, también damos gracias al Señor por la monumental obra del P. de Vogüé. Enrique Contreras, osb 3 Introducción del P. de Vogüé1 Con ocasión del “año de san Benito” se nos pidió entregar al boletín Écoute una decena de artículos presentando la vida del santo. Tal es el origen de la presente obra. Su fondo primitivo consiste en diez artículos aparecidos en la revista Écoute entre el 1º de enero de 1980 y el 15 de febrero de 19812. El número de las entregas y el formato de los artículos del boletín (de diez a quince páginas) determinaron la forma de estos primeros ensayos y le impusieron un límite. Entregando cada vez un trozo de la biografía gregoriana, seguido de un breve comentario, no era posible recorrer la obra completamente. Elegimos por tanto diez episodios que nos parecían de particular importancia para comprender la Vida de Benito3: los que describen la subida del santo hacia la perfección a través de una serie de pruebas (caps. 1-3 y 8), su lucha con Satanás (8-11) y las primeras manifestaciones de su carisma profético (12-15), finalmente, el paso de sus milagros de poder a sus visiones, preludio de su muerte gloriosa y su irradiación desde el más allá (33-38). Este recorrido limitado dejaba de lado cuatro milagros realizados en Subiaco y otros diecinueve del período casinense (caps. 4-7 y 15-32). Cuando estuvo terminada la serie de artículos, se consideró la posibilidad de reunirlos en un volumen, y pareció bueno colmar las lagunas cubriendo por completo el Segundo Libro de los Diálogos. Realizado en los meses siguientes, este trabajo generó seis secciones nuevas, de las mismas dimensiones y estilo que las primeras. A pesar de un propósito constante, que aseguraba la homogeneidad funcional del conjunto, una cierta desviación se produjo en el curso de la redacción. Al inicio, teníamos la preocupación dominante de ser simples, accesibles a todo lector del boletín, sin caer en la aridez y el tecnicismo habitual de nuestros comentarios. Pronto, sin embargo, al trote, regresó el andar natural. El estudio del texto sacó a la luz rasgos de estructura sutiles, su comparación con las fuentes y los paralelos puso de relieve relaciones complejas, y estas observaciones minuciosas penetraron poco a poco en nuestro comentario, haciéndolo ciertamente más minucioso, pero también menos vivaz y fácil de leer. ¿Hay que lamentarse? En todo caso, el lector puede creernos: estos pequeños artículos de aspecto no científico son el fruto de un trabajo considerable. Sin aproximarse al trabajo que realizamos sobre la Regla de san Benito, el esfuerzo hecho aquí para explicar su Vida es de la misma naturaleza, y el método apenas menos exigente. Se trata, a la vez, de comprender la organización interna y de confrontarla con sus antecedentes y sus modelos. De éstos, el principal es la Biblia -volveremos sobre ello-, pero hay que tener en cuenta a cada momento una tradición de hagiografía monástica cuyo punto de partida y la obra más importante es, en Occidente, la Vida de san Martín de Sulpicio Severo, completada por sus Cartas y sus Diálogos. Ya la Introducción y las notas de nuestra reciente edición4 ofrecían un gran número de 1 Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982, pp. 9-16 (Vie monastique, 14). 2 Écoute, ns. 258-267. 3 La selección privilegiaba las etapas de la ascensión (período de Subiaco) y las articulaciones de la biografía, a costa de los grupos de milagros. Sobre la distribución de éstos (Diálogos [= Dial.] II,4-7: los cuatro milagros de Subiaco; 12-22: doce milagros de profecía; 23-33: doce milagros de poder), ver nuestra edición (nota siguiente), Introduction, pp. 57-60. Un análisis un poco diferente ha sido propuesto por P. Catry, L’humilité, signe de la présence de l’Esprit- Saint: Benoît et Grégoire, en Collectanea Cisterciensia 42 (1980), pp. 306-309, que cuenta sólo once milagros de profecía (12-21), correspondientes a los once primeros milagros (1-11), y hace de la visita a Terracina el primero de los doce milagros de poder (22-32). Explicaremos en el comentario los motivos que nos hacen preferir otra división. 4 Grégoire le Grand. Dialogues, t. I, Introduction par A. de Vogüé, Paris 1978 (Sources chrétiennes, 251); tomos II y III, texte et notes para A. de Vogüé, traduction para P. Antin, Paris 1979 y 1980 (Sources chrétiennes, 260 y 263). 4 referencias a esas fuentes paralelas de los Diálogos de Gregorio. Suponiendo conocida dicha documentación publicada hace poco, no la reproducimos aquí de manera completa y sistemática. Pero aún volviendo a utilizar, con o sin referencias detalladas, ese material preexistente, hemos hecho, en el presente comentario, cantidad de nuevas comparaciones, de modo que este opúsculo delgado de apariencia señala de hecho un progreso notable en relación a los volúmenes de Sources chrétiennes. Comparar: tal es el motor (ressort) muy simple de nuestro método explicativo. Relacionado con otro pasaje de la misma Vida o con alguna otra obra parecida, el texto de Gregorio se aclara por comparación. En el seno mismo de la Vida de Benito, el episodio estudiado desvela entonces su sentido y su función propios. Por contraste con la Vida de algún otro héroe, se ve aparecer la fisonomía particular de nuestro santo y la manera original de su biógrafo. En estas comparaciones siempre sugestivas, los casos más interesantes son evidentemente aquellos en los que el término de la comparación puede ser considerado como una verdadera fuente. Se asiste entonces, de alguna manera, a la elaboración del texto gregoriano5. Pero cuando la dependencia literaria de Gregorio parece dudosa, o poco probable, la comparación no es menos iluminadora. Además de los rasgos específicos de la Vida de Benito, de los que hablaremos en seguida, la comparación pone en evidencia la solidaridad de esta obra con toda una literatura, y la analogía de su imagen del santo con las otras grandes figuras de la hagiografía patrística Tocamos aquí un punto delicado, sobre el cual nuestra edición de los Diálogos provocó entre los monjes reacciones de sentido diverso. Algunos han creído asistir a una desmitificación radical de la obra entera, y especialmente de la Vida de Benito: al desvelar tantos modelos conscientes o inconscientes, que pueblan el espíritu de Gregorio, ¿no somos llevados a considerar los Diálogos como una pura ficción? Otros ha expresado su temor -y hasta su indignación- de ver esta antigua Vida del santo y sus semejantes aparecer como “una escuela de error, una oficina de fraude e impostura”6. En primer término, ¿se trata de una desmitificación? De ninguna manera, sino de comprensión. A nuestro entender -lo hemos dicho en otro lugar7-, todo milagro no es ipso facto un dato mítico. Tenemos por cierto que se produce en la estela de los amigos de Dios, y nos parece muy probable a priori que se haya producido más de uno en la existencia de Benito. Pero entonces, ¿cómo explicar la similitud constante, y con frecuencia turbadora, de los relatos de Gregorio con los milagros de la Escritura santa o de la hagiografía anterior? Tengamos en cuenta, en primer término, la condición humana, que hace renacer sin cesar las mismas situaciones, las mismas necesidades, los mismos infortunios. En segundo lugar, santos y narradores cristianos están todos inmersos en el medio espiritual impregnado por la Biblia. Ésta inspira al taumaturgo mismo sus esperanzas, sus oraciones, sus gestos. A su vez, los discípulos y los admiradores están siempre dispuestos a reconocer esos modelos bíblicos en su héroe, incluso a descubrir algunos nuevos en los que aquél ni siquiera pensó y que influencian sus relatos. En fin, el hagiógrafo aporta su parte, espontánea o calculada, para darle color bíblico al acontecimiento. Y el mismo proceso de estilización se desarrolla a partir de los modelos de la tradición hagiográfica. 5 Este caso privilegiado de texto - fuente ejerce sobre todo comentarista una cierta atracción. A veces es cómodo describir en términos de dependencia literaria una relación que sólo es de simple analogía. Esperamos que este procedimiento de exposición no engañará a nadie; los casos de dependencia cierta están suficientemente indicados cuando se presentan. 6 Así Pl. Murray, The Miracles of St. Benedict. May we doubt them?, en Hallel 9 (1981), pp. 46-52 (ver p. 51), citando a J. H. Newman, Essays on Biblical and Ecclesiastical Miracles, sexta edición, 1886, p. 227. 7 Ver nuestra Introduction (Sources chrétiennes 251), pp. 138-139. 5 ¿Esto quiere decir que todo relato de los Diálogos se remonta a un prodigio auténtico de Benito, más o menos estilizado del modo que acabamos de describir? Hay casos -y son bastante numerosos- en que la reproducción de un modelo es tan precisa y acabada, que el lector es casi como obligado a pensar en una fabricación completa del episodio conforme a ese antecedente literario. Tal creación puede proceder de una tradición oral, difundida por los informantes de Gregorio, que atribuyen a Benito los grandes hechos de otro personaje. Pero no hay que excluir, a mi parecer, que Gregorio mismo haya forjado totalmente ciertos relatos. Esta suposición no es una injuria al gran papa. A través de los cuatro libros de los Diálogos, Gregorio se preocupa por citar testimonios precisos para la mayor parte de los hechos, pero sólo los designa de una forma vaga, lo cual le deja un cierto margen de invención. Al principio del Libro Segundo se refiere globalmente a cuatro discípulos de Benito, sin mencionar luego, habitualmente, a un informador determinado para cada hecho. Esta referencia sumaria le deja aún más libre que en otra parte para introducir en el relato composiciones de su cosecha, si lo juzga conveniente. Más que gritar por el fraude y la impostura conviene, nos parece, apreciar la creatividad literaria y el talento pedagógico de este pastor preocupado por edificar a su pueblo. Que Gregorio haya conscientemente adornado o incluso inventado totalmente un episodio, esta sospecha en nada disminuye, confesémoslo sin ambages, la estima y la confianza que nos inspira. Cuando creemos encontrarle en alguna acción (literaria)8, consideramos con respeto sus propósitos como un lenguaje que exige ser comprendido. Felices los que son capaces de imaginar así esas hermosas historias impresionantes para comunicar un mensaje espiritual. En la base del estado del espíritu moderno que encuentra esas constataciones “turbadoras”, está, ciertamente, el estricto concepto de veracidad legado al Occidente cristiano por Agustín, todavía limitado, entre los anglo sajones, por siglos de polémica protestante contra los principios considerados laxistas del catolicismo en esta materia. Sin embargo, el hombre contemporáneo se parece principalmente a los niños de todos los tiempos a quienes se les cuenta una bella historia y preguntan: “¿Es verdadera?”. Con la diferencia que el niño está habitualmente ávido por ser confirmado y creer, mientras que todo lo maravilloso suscita en nosotros, actualmente, una desconfianza casi invencible. Pero en el fondo nuestra reacción es la misma: necesitamos lo “verdadero”, es decir, lo real, tan crudamente como sea posible, sin otra meditación que la del sentido. Ahora bien, Gregorio nos conduce a otro universo, nos invita a otras percepciones. Al positivismo infantil que reclama “la verdad histórica”, hay que sustituirla con la búsqueda del sentido de los relatos. Cuando se leen los Diálogos, la pregunta correcta no es: “¿Es verdad?”, sino: “Qué es lo que quiere decir?”. Centrando así la atención sobre el significado de los relatos, iluminados por la comparación con sus semejantes, se podrá leer a Gregorio de manera provechosa y distendida, sin preocuparse por separar hechos y ficción. Se puede tener por seguro que estos dos hilos se cruzan sin cesar en el tejido maravilloso de la Vida de Benito, pero sus recorridos y sus interferencias habitualmente se nos escapan. Cuando se constata la solidez de los datos esenciales de esta biografía, garantizada por serias referencias topográficas y cronológicas, cuando además se reconoce la existencia de un fondo, sin duda muy amplio pero imposible de abarcar, de auténticos milagros relatados por una media docena de narradores, sólo queda olvidar ese “turbador” problema de historicidad y hacerse todo oídos para escuchar lo que Gregorio quiere decirnos. 8 Literalmente: “cuando creemos encontrarle con las manos en la masa” (quand nous croyons le prendre sur le fait). 6 Este mensaje del Segundo Libro de los Diálogos no es el que esperamos hoy en día de una biografía, de la Vida de un santo. La historia por sí misma le importa poco a Gregorio. Si bien reproduce las grandes líneas del curriculum vitae de Benito, el detalle de sus hechos y gestos, su obra de fundador y de abad, su fisonomía humana y espiritual, no le interesan. Lo que cuenta para Gregorio no es la figura particular y efímera de ese individuo, sino el tipo permanente de este hombre de Dios que se realiza en él. Lo interesante, en Benito, es que, lejos de especificar y diferenciar -“Amen al que jamás verán dos veces”-, por el contrario lo asimila a la imagen del santo delineada por la Biblia y la hagiografía. De esta existencia que se desarrolla en Italia en el siglo VI, el autor de los Diálogos retiene y pone en evidencia los rasgos que lo asemejan a Moisés, David y los profetas, los Apóstoles, los mártires, los confesores. Cristo mismo será evocado, no sólo en su vida terrenal, en la que se muestra como el más grande los taumaturgos, sino también en su persona divina y en su misterio glorioso, plenitud y fuente invisible de todos los carismas de los santos. Es en relación a los grandes hombres de Dios de los dos Testamentos, y en definitiva a Cristo en persona, que Benito será descrito y situado en el Segundo Libro de los Diálogos. El hombre de Dios no es sólo un alma poseída por el amor divino. Es también una existencia en la que se manifiestan la presencia y la acción del Todopoderoso, obrando por medio de los milagros. El interés de Gregorio por éstos corresponde, sin duda, al gusto de su siglo y a una curiosidad vivamente sentida en su entorno. Pero él se apoya ante todo en su cultura bíblica y en su fe. Es a la Biblia que el biógrafo de Benito debe, junto con su imagen del santo, su amor a los milagros que hacen los santos. Nada alegra tanto su alma como representar a Dios presente y obrante en su tiempo, al igual que en los más hermosos momentos de la historia de la Iglesia y en las más grandes horas de la historia de la salvación. Si su Vida de Benito es una cadena de prodigios - hay más de cuarenta-, es porque la gesta bíblica de Moisés y Josué, Elías y Eliseo, Pedro y Pablo, para no decir nada de la de Jesús según los cuatro evangelios, también estaba sembrada de milagros. Si ellos ocupan, en esta biografía, un lugar que nos parece demasiado importante, los milagros sin embargo no lo son todo, ni siquiera, a los ojos de Gregorio, lo principal. Al final del Primer Libro de los Diálogos, justo antes de comenzar el relato sobre Benito, el hagiógrafo tuvo el cuidado de recordar que los milagros no son más que un signo de la santidad, y esta consiste en una “virtud operante”, en una vida y en buenas obras. De hecho, los milagros de Benito jalonan un itinerario espiritual -una de las tareas principales será ponerlo de relieve etapa por etapa9-, y su figura no es sólo la de un taumaturgo, sino también la de un asceta, pastor y místico. Milagros y santidad. Hoy en día desearíamos saber más sobre ésta, menos sobre aquellos. En el conjunto de los Diálogos, Gregorio nos parece avaro de anotaciones precisas sobre las virtudes de sus héroes. Muy a menudo, para nuestro gusto, se contenta con afirmar que eran buenos y santos, sin decirnos cómo lo fueron10. 9 Sin entrar en detalle, notemos solamente que el primer período de la vida de Benito, aquel que describe su ascenso hacia la perfección, se termina con el milagro moral de la caridad contra un enemigo (8,4-7). En seguida, Benito despliega sus dones extraordinarios. Esta ubicación de la caridad al término de la purificación ascética, en los umbrales de la irradiación carismática, hace pensar en la doctrina de Evagrio Póntico y sus epígonos, sobre todo Casiano. Bajo la influencia de éste, la Regla (= RB) benedictina culmina la escalera de la humildad con una descripción de la caridad (RB 7,67-70), cuyo lugar literario y función doctrinal no carecen de analogía con aquellas del episodio de los Diálogos que acabamos de evocar. Como la Vida de Benito, la Regla del santo se compone de dos partes desiguales, la primera más breve que la segunda, y ese trozo sobre la caridad se encuentra justamente en la unión de las dos partes. 10 Según lo señala S. Boesch Gajano, La proposta agiografica dei “Dialogi” di Gregorio Magno, en Studi Medievali 7 Igualmente, la santidad es más bien delineada que descrita, y sus virtudes son objeto más de enunciados que de análisis. Pero allí como en el resto de los Diálogos, la santidad puesta en evidencia por los milagros es ante todo presencia de Dios en el hombre, unión del hombre con Dios, algo inefable que se constata y queda inexpresado. El detalle de las obras y de las virtudes importa menos que esta misteriosa “adhesión al Señor”11 de la que habla Gregorio varias veces respecto de Benito. Ser con Cristo “un solo Espíritu”, este es el centro secreto de todo el obrar maravilloso del santo, y es hacia centro místico que Gregorio dirige la aspiración de su lector al igual que la suya. Si los milagros manifiestan esto y lo hacen desear, desempeñan su rol de edificación espiritual, sin que haya necesidad de extenderse sobre los ejemplos, las buenas acciones y las virtudes morales del héroe. Acabamos de hacer alusión a muchos de los excursus, largos o breves, diseminados por el Segundo Libro de los Diálogos. Estas disertaciones exegéticas y espirituales, algunas de las cuales son de gran belleza, tratan principalmente el tema de los poderes del santo. No se desarrollan al margen de la serie de milagros, sino que por el contrario a menudo apuntan a desentrañar la significación religiosa, o sea propiamente cristiana, de todos esos hechos maravillosos. Relacionar los prodigios de Benito con su fuente trascendente, es decir, con Cristo y el Espíritu, hacer desear “el amor espiritual”, de los que son el efecto y el signo, tal es el designio que conduce a Gregorio a desgranar ese rosario de reflexiones discontinuas. Acciones maravillosas de Benito semejantes a las de los taumaturgos bíblicos, etapas de su camino espiritual, reflexiones de su biógrafo sobre unas y otras, he aquí los grandes componentes del Libro Segundo de los Diálogos que serán el objeto de nuestros comentarios. Lo que se trata de poner de relieve, no es lo que nos gustaría encontrar en esta Vida y que no se encuentra -la psicología, la sociología, la historia-, sino lo que le interesa a Gregorio y en lo que nos ha querido interesar. Debemos salir de nosotros mismos, renunciar a nuestras curiosidades espontáneas para casarnos con aquellas de otra época. Pero el enriquecimiento va a la par del exilio. Buscando comprender lo que fascina a Gregorio, salimos del muro de nuestra prisión de espíritus modernos. Y bajo una forma tanto más provocadora cuanto que no nos es familiar, volvemos a encontrar en esa antigua Vida de un santo, contada y comentada por otro santo, la sustancia de nuestro cristianismo de ayer, de hoy, de siempre. Para terminar, el autor de estas páginas desea a quien las lea un poco de la alegría que él tuvo al componerlas. Adalbert de Vogüé 21 (1980), p. 637. 11 1 Co 6,17; Dial. II,22,3; 30,2. [Las abreviaturas bíblicas utilizadas son las de la Biblia de Jreusalén]. 8 SAN GREGORIO EL GRANDE: LIBRO SEGUNDO DE LOS DIÁLOGOS VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (480-547)12 Prólogo 1. Hubo un hombre de vida venerable, bendito por gracia y por nombre Benito, que desde su más tierna infancia tuvo la prudencia de un anciano. Adelantándose a su edad por sus costumbres, no entregó su espíritu a ningún placer sensual, sino que en esta tierra en la que por un tiempo hubiera podido gozar libremente, despreció, como ya marchito, el mundo con sus atractivos. Nacido de una familia libre de la región de Nursia, fue enviado a Roma para estudiar las ciencias liberales. Pero al ver que en este estudio muchos se dejaban arrastrar por la pendiente de los vicios, retiró el pie que casi había puesto en el umbral del mundo, temiendo que, al adquirir un poco de su ciencia, también él fuera a caer por completo en un precipicio sin fondo. Abandonó por eso los estudios de las letras y dejó la casa y los bienes de su padre y deseando agradar sólo a Dios, buscó la observancia de una vida santa. Así se retiró, ignorante a sabiendas y sabiamente indocto. 2. No pude averiguar todos los detalles de su vida, pero lo poco que voy a narrar, lo sé por referencia de cuatro de sus discípulos: Constantino, un hombre del todo respetable que le sucedió en el gobierno del monasterio; Valentiniano, que durante muchos años dirigió el monasterio de Letrán; Simplicio, que fue el tercer superior de su comunidad; y Honorato, que aún actualmente gobierna el monasterio en el que había ingresado. Capítulo 1 1. Cuando, después de haber abandonado los estudios de las letras, decidió retirarse al desierto, le siguió sólo su nodriza que lo amaba entrañablemente. Llegaron a un lugar llamado Enfide donde se detuvieron, invitados por la caridad de muchas personas honradas, y se establecieron junto a la iglesia de san Pedro. La nodriza de Benito pidió prestado a las vecinas un tamiz para limpiar trigo; lo dejó incautamente sobre una mesa, y por accidente se cayó y se partió en dos. En cuanto la nodriza volvió y lo encontró así, empezó a llorar desconsoladamente al ver roto el utensilio que había pedido prestado. 2. Pero Benito, joven piadoso y compasivo, viendo a su nodriza anegada en lágrimas, se compadeció de su dolor. Llevó consigo los dos pedazos del tamiz roto y se entregó a la oración con lágrimas. Al levantarse de la oración, encontró a su lado el tamiz tan intacto que hubiera sido imposible notar en él la menor señal de rotura. En seguida consoló cariñosamente a su nodriza y le devolvió entero el tamiz que se había llevado roto. Toda la gente del lugar se enteró del hecho, y fue tan grande su admiración que los habitantes del pueblo colgaron el tamiz en el pórtico de la iglesia, para que todos los presentes y sus descendientes pudieran conocer con cuánta perfección el joven Benito había comenzado su vida religiosa. El tamiz quedó expuesto allí a la vista de todos durante muchos años, y hasta estos tiempos de los Longobardos estuvo colgado sobre la puerta de la iglesia. 12 Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2010, pp. 21 ss. 9 3. Pero Benito prefería sufrir las injurias del mundo a recibir sus alabanzas, y agobiarse de trabajos por Dios antes que envanecerse por los halagos de esta vida. Huyó pues a escondidas de su nodriza y se dirigió hacia la soledad de un lugar desierto. (...) Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb13 Estamos en 593. Gregorio es papa desde hace tres años. Su primera preocupación ha sido pronunciar y publicar cuarenta Homilías sobre los Evangelios de los domingos y las fiestas. Luego, en los momentos libres que le permiten su vasta correspondencia, su mala salud, sus preocupaciones pastorales y políticas -los terribles longobardos no cesan de amenazar Roma-, el antiguo monje ha vuelto a su ocupación favorita: comentar, en el pequeño círculo de sus íntimos, libros enteros de la Biblia. Pero sus amigos no están enteramente satisfechos con esta enseñanza espiritual con una base escriturística. Desean además otra cosa: hermosas historias de milagros parecidas a las que Gregorio ha relatado en algunas de sus Homilías. Para satisfacer este pedido, el papa interrumpe sus comentarios bíblicos y comienza a componer una obra sobre los milagros realizados en Italia en época reciente. En el Primer Libro, acaba de presentar, dialogando con su viejo amigo el diácono Pedro, una docena de santos, autores de uno o varios prodigios. Ahora trata de un personaje de estatura excepcional, al cual dará un relieve extraordinario al consagrarle todo el Libro Segundo: un cierto Benito de Nursia, fundador de monasterios en Subiaco y Montecasino. ¿Por qué tiene Benito esta importancia sin igual a los ojos de Gregorio? Sin duda a raíz de los informes particularmente numerosos que ha recogido acerca de él, pero también, como veremos, porque el antiguo monje convertido en pastor de la Iglesia, envuelve en esa figura de santo monje y de abad lo mejor de su propia experiencia, de su saber espiritual y de sus aspiraciones. El principio de la Vida de Benito que hemos reproducido más arriba, contiene dos relatos de partidas, separados por una lista de testigos. No vamos a detenernos en ella, pero notemos por esta sola vez, su alcance y su valor. Esta lista nos garantiza la historicidad sustancial de la Vida. Benito no es un héroe de leyenda, salido de la imaginación popular o de los sueños religiosos del mismo Gregorio. Los lugares donde vivió, los monasterios que fundó, los superiores que lo sucedieron, todo eso de pública notoriedad, atestigua su existencia y corrobora su biografía. Muchos de los detalles, incluso algunos de los milagros, pueden ser inventados, pero los datos esenciales de su curriculum están firmemente establecidos. * * * “Hubo un varón llamado Benito”. Este comienzo nos trae a la memoria la presentación de Juan Bautista en el Prólogo del Cuarto Evangelio, y también el principio de dos obras del Antiguo Testamento sobre las cuales Gregorio dejó bellos comentarios: el Primer Libro de Samuel y el Libro de Job. Es un hecho significativo. Así como un compositor dibuja al comienzo del pentagrama la clave de sol o la clave de fa que permitirá descifrar su música, Gregorio nos entrega en esta primera fórmula netamente escriturística, la “clave” de su Vida de Benito. Esta deberá ser leída en constante referencia a la Sagrada Escritura, porque está totalmente compuesta, si se puede decir así, en “clave de Biblia”. Esa manera totalmente escriturística de considerar al héroe aparece de golpe en este Prólogo. La única cosa que allí se trata es su salida del mundo 13 Tomado de: Cuadernos Monásticos nº 55 (1980), pp. 408-413. Original en francés, publicado en: Ecoute, ns. 258 y 259. Tradujo: Madre Isabel Guiroy, osb. Monasterio Nuestra Señora del Paraná, Entre Ríos, Argentina. 10 y su entrada al servicio de Dios. Su patria, su familia acomodada, sus estudios literarios en Roma sólo se mencionan para situar ese acto inicial de su conversión monástica. Lo que precedió no tiene interés para Gregorio. Lo único que cuenta es la ruptura con el mundo, el abandono de todo para “agradar sólo a Dios”, la decisión de “buscar el hábito de la vida monástica”. Como sucede con Abraham e Isaías, la Virgen María y los Apóstoles, y con tantos otros personajes de la Historia sagrada, el telón se levanta sobre Benito recién en el instante de su vocación. Gregorio es incluso a este respecto, más radical que la mayoría de los grandes hagiógrafos que lo precedieron. Los biógrafos respectivos nos han conservado algunos rasgos de la infancia de Antonio, Martín, Ambrosio o Cesáreo. Aquí, nada semejante. Solamente nos enteramos de que Benito niño tenía una “cordura de anciano” - expresión que resuena extrañamente en nuestro mundo que busca más bien una nueva juventud cuando envejece-. Por lo demás, esta evocación de un “niño” precozmente anciano (en el lenguaje de la época se es todavía “niño” a los dieciocho años) apunta ya al retiro del mundo que se relata luego. No se trata de los años anteriores que, lo repetimos, a Gregorio no le interesan. Recién al final del Libro, nos enteramos de que Benito tenía una hermana, Escolástica, que había sido consagrada a Dios desde su infancia, signo de una familia profundamente cristiana. Concentremos, por lo tanto, junto con el biógrafo, toda nuestra atención en el gesto de ruptura y de compromiso efectuado por este joven. Él mismo ha realizado su consagración a Dios, por medio de una decisión totalmente personal, contra los designios de sus padres. ¿Podemos hablar de “vocación”? Al comenzar, Gregorio menciona sin duda la “gracia”, con la que el santo fue “bendito” (éste es el sentido de Benedictus, Benito, en latín), pero la continuación del Prólogo no menciona un llamado divino claramente significado y percibido como tal, ni ningún acontecimiento particular. La partida de Benito parece ser más bien el resultado de una deliberación sapiencial, cuyo móvil es una percepción tranquila y aguda de la caducidad del mundo, como la que tienen ciertos seres muy jóvenes, junto a la repulsión que inspira el espectáculo del desorden moral en un alma recta. Los entretenimientos viciosos de sus camaradas revelan a Benito que él ha sido hecho para otra cosa. En lugar de buscar su placer en la carne, él desea agradar a Dios. Por tanto, en este relato, ni vemos a Jesús que camina por el borde del lago y llama a su discípulo, ni escuchamos la voz del Evangelio proclamado en la iglesia durante la liturgia y que un domingo le habló a Antonio al corazón. Y sin embargo, cuando Gregorio dice que Benito “abandonó la casa y los bienes de su padre”, pensamos en los Apóstoles que dejaron sus redes, su barca y a su padre con quien estaban pescando. La antigua aventura vuelve a comenzar, la aventura de Abraham “que sale de su país, de su parentela y de la casa de su padre” por orden del Señor. En cuanto a la admirable fórmula que expresa el significado positivo de este éxodo - “deseando agradar sólo a Dios”- evoca por su parte a dos figuras de las Cartas de san Pablo: la virgen que se preocupa únicamente de agradar al Señor y el soldado de Cristo, liberado de las preocupaciones de este mundo para agradar a aquel que lo ha enrolado14. “Dios solo”: divisa bíblica que resume el gran mandamiento dado a Israel y resplandece en el centro de una de las más bellas doxologías del Nuevo Testamento15. 14 1 Co 7,32; 1 Tm 2,4. Además, cuando “desprecia al mundo con sus flores cual si estuviese marchito”. Benito se asemeja a los mártires celebrados por Gregorio en la Homilía sobre el Evangelio 28,3. Según ese paralelo, probablemente hay aquí una alusión al estado todavía “floreciente” del mundo romano en el tiempo que precedió a los desastres de la Guerra de los Godos y de la invasión longobarda. 15 1 Tm 1,17.

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VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (480-547)12. Prólogo. 1. Hubo un hombre de vida venerable, bendito por gracia y por nombre
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