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V. Discursos Xxxvi Liii PDF

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ELIO ARISTIDES D I S C U R S O S v INTRODUCCIONES, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE JUAN MANUEL CORTÉS COPETE f e EDITORIAL GREDOS BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 262 Asesor para la sección griega: Carlos García Gual. Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por David Hernández de la Fuente. © EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 85, Madrid, 1999. Depósito Legal: M. 22087-1987. ISBN 84-249-1846-0. Obra completa. ISBN 84-249-1994-7. Tomo V. Impreso en España. Printed in Spain. Gráficas Cóndor, S. A. Esteban Terradas, 12. Polígono Industrial. Leganés (Madrid), 1999. XXXVI DISCURSO EGIPCIO INTRODUCCIÓN Los jóvenes retoños de la aristocracia de las ciudades griegas, una vez que habían terminado su ciclo formativo en las escuelas de retórica, solían emprender un viaje a lo largo del Mediterráneo con el que darse a conocer en público, vi­ sitar mundo y estrechar los lazos de solidaridad entre las clases pudientes del Imperio. Este viaje estaba profunda­ mente marcado por la tradición literaria y retórica. No se trataba de descubrir nuevos lugares, sino de visitar aquellos que tenían fama de sorprendentes, exóticos e, incluso, de paradójicos. Entre todos ellos, Egipto ocupaba una posición destacada. Los atractivos que ofrecía el país del Nilo eran numerosos: Alejandría, la segunda ciudad del Imperio, las huellas de un pasado glorioso y misterioso, la grandes cele­ braciones religiosas, y, muy especialmente, el Nilo '. Este río, desde que fue conocido por los griegos ya con Homero, nunca dejó de ser un foco de admiración. No era sólo el tamaño, gigantesco, aún más si se compara con los ridículos cauces griegos, ni que fuera la causa de la maravi­ llosa fertilidad del país. Lo que realmente sorprendía era su 1 J. M. Cortés, Elio Aristides. Un sofista griego en el Imperio Ro­ mano, Madrid, Ed. Clásicas, 1995, págs. 15-37. 10 DISCURSO EGIPCIO régimen inverso de crecidas y estiajes2. El río aumentaba su caudal en verano, cuando el calor era sofocante, y mengua­ ba en invierno, cuando los ríos europeos y asiáticos crecían gracias a las lluvias. El desconocimiento de la longitud del río y de la existencia de los monzones, auténtica causa de la crecida, no importunaron a los griegos que se lanzaron a dar respuesta a este misterioso fenómeno. Las variedad y lo ab­ surdo de muchas de ellas son indicio claro de que nada se­ guro sabían sobre el río. Para Heródoto, el caudal normal del río era el veraniego, produciéndose una decrecida inver­ nal a causa de la inversión de las estaciones. Algunos otros habían pensado en la presencia de nieve o de lluvias en el lejano Sur, pero sus propuestas fueron rechazadas con ener­ gía porque contradecían uno de los principios básicos de la geografía antigua: el constante aumento de la temperatura hacia el Sur, que llegaba a hacer imposible la vida. Éforo defendió la infiltración como causa: en el Nilo habría de re­ unirse, gracias a la calidad de su suelo, toda la humedad de las regiones circundantes. Eutímenes de Marsella creyó que el Nilo estaba conectado con el Océano Atlántico que lo nutría. Diógenes de Apolonia pensó que la solución estaba en que el calor reinante en las fuentes del Nilo debería atraer toda la humedad de las regiones vecinas y provocar la inun­ dación. Es lógico pensar que, ante tantas y tan absurdas explica­ ciones, la cuestión del régimen del río siguiera abierta en el siglo ii d. C. y siguiera atrayendo visitantes y curiosos. Allí llegó el joven Aristides en el año 140 y allí permaneció por dos años, hasta su partida para Roma. Durante este tiempo tuvo ocasión de recorrer varias veces todo Egipto e, incluso, 2 D. Bonneau, La crue du Nil, divinité Égyptienne à travers mille ans d’histoire (332 av.- 641 ap. J. C.), Paris, 1964. INTRODUCCIÓN 11 de adentrarse en Nubia. Esta experiencia personal forma parte fondamental del Discurso Egipcio, que está destinado a re­ batir, una por una, todas las teorías previas sobre la crecida del Nilo, para llegar a la conclusión de que el origen de la misma se encuentra en la divinidad. Pero aquella experiencia egipcia fue relegada en favor de la vida política. Aristides evoluciona intelectualmente ol­ vidando el interés por las cuestiones naturales, que le había inculcado su maestro Heródes Atico, para centrarse en la retórica política que inaugura con el Discurso a Roma. Años más tarde Aristides recuperó sus recuerdos sobre el Nilo para componer el Discurso Egipcio3. C. Behr piensa que la obra fue escrita entre los años 147 y 1494. Pero sus argumentos no son concluyentes. La utilización del término hetaíros, «compañero», que el autor americano cree privati­ vo del periodo de estancia en Pérgamo, no sólo no lo es, si­ no que no se puede hacer sinónimo de therapeutés, «servi­ dor de dios». Por otra parte C. Behr suponía un cierto distanciamiento de Asclepio a raíz de la muerte del ayo Zó­ simo y la búsqueda de refugio en Serapis5, pero se olvida aquí que el dios egipcio siempre estuvo presente, de una u otra forma, en la vida del sofista. Quizás sea mejor retrasar la fecha de composición del Discurso Egipcio hasta la dé­ cada de 170, momento de composición de los Discursos Sa­ 3 A. Boulanger, Aelius Aristide et la sophistique dans la province d’Asie au If siècle de notre ère, Paris, 1923, pág. 162, consideraba que la obra estaba escrita mucho tiempo después del viaje a Egipto, aunque re­ nuncia a dar una fecha. 4 C. Behr, Aelius Aristides and the Sacred Tales, Amsterdam, 1968, pág. 19. 5 C. Behr, «Aristides and the Egyptian Gods. An Unsuccessful Search for Salvation, with a Special Discussion of the Textual Corruption at XLIX 47», Hommages a Maarten Vermaseren, I, Leiden, 1978, págs. 13-24. 12 DISCURSO EGIPCIO grados. La razón está en que Aristides se lamenta de haber perdido muchas de las anotaciones que tomó durante la es­ tancia en Egipto. La misma queja pronuncia cuando escribe los Discursos Sagrados y anuncia que buena parte de su Diario de Sueños está perdido6. Bien podría ser que Aristi­ des, retirado en 170 del mundo, recuperase sus recuerdos de aquella experiencia juvenil. No es posible encuadrar el egipcio dentro de los géneros literarios de la Antigüedad. La forma epistolar de su prólogo es simplemente un recurso retórico usado con frecuencia y bajo el que se oculta la obra. A. Boulanger consideró que el Discurso Egipcio debía ocupar una posición aparte dentro del corpus de Aristides: un tratado pseudocientífico sobre las crecidas del Nilo7. Para B. P. Reardon es, junto a Dis­ cursos Sagrados, la única aportación original del orador mi- sio8. F. Mestre ha sugerido, propuesta de interés, que podría tratarse de un ensayo, definición válida siempre que se ten­ ga en cuenta que este género nunca existió como tal en la Antigüedad9. Estructura de la obra: 1-2: Prefacio. 3-12: Impugnación de la teoría de los vientos etesios. 13-18: Impugnación de la nieve como causa de la crecida. 19-40: Impugnación de las lluvias como causa de la crecida. 41-63: Impugnación de la evaporación como causa de la crecida. 6 Véase la Introducción a Discursos Sagrados (XLVII-LII). 7 A. Boulanger, Aelius Aristide..., pág. 161. 8 B. P. Reardon, Courants littéraires grecs des If et Ht siècles après J. C., Paris, 1971, pág. 126. 9 Una revisión global de la obra, con especial atención a la realidad egipcia, puede leerse en el trabajo de investigación, todavía inédito, de A. de Miguel, Comentario histórico al Aigyptios de Elio Aristides, Sevilla, 1994. INTRODUCCIÓN 13 48-51: Excursión a las cataratas. 55-57: Encuentro con el etíope: Nilo Blanco y Azul. 64-84: Impugnación de la infiltración como causa de la crecida. 85-96: Crítica a la teoría del Océano como fuente del Nilo. 97-99: Crítica a la teoría de la atracción de la humedad cir­ cundante por el calor. 100-103 : Resumen de las teorías refutadas. 104-113: Homero y el Nilo. 114-125: El origen divino del Nilo. La edición de B. Keil10, la única crítica existente, ha ne­ cesitado de algunas correcciones, tanto sugeridas por él mis­ mo como por el traductor al inglés, C. Behr11. Edición de B. Keil Lectura Adoptada άλλ’ t ού πόσον φώ ούδ όσον φδνει, Keil, en aparato καί τφ ρεύματι... καί τφ ρεύματι (υπερέχει), Reiske 12 έν ταϋς παραγραφαΐς... έν ταΐς παραγραφαΐς (ψευ­ δή), Reiske 14 γίγνετοα; ... ώσπερ έξ γίγνεται; ώσπερ (αν εΐ λέ- Όδρύσων γοιμεν δτι σύνισμεν) έξ Όδρύσων, Behr 20 κατέρχεται... τά ύψηλά· κατέρχεται (έκ τών περί) τα ύψηλά·, Behr 10 Β. Keil, Aelii Aristidis Smyrnae quae supersunt omnia, vol. II, orationes XVII-LIII continens, Berlín, 1958 (=1898). 11 C. Behr, P. Aelius Aristides. The Complete Works, vol. II, Ora­ tions XVII-LIII, Leiden, E. J. Brill, 1981. 14 DISCURSO EGIPCIO Edición de B. Keil Lectura Adoptada 62 έφορων f οϋς ού θαυμάζει έφορων (ού διαφέροντα πα­ ρά πάντας) οϋς ού θαυ­ μάζει, Behr 63 ... τφ ρημαχι (έν τούτφ) τφ ρήματι, Behr 87 χερρόνησον ποιεί... χερρόνησον ποιεί (έκ τής Άσίας έξηρτημένην), Keil, en aparato 89 έχον t της γης θαλάττης έχον τής [γής] θαλάττης, Behr 99 ... εχει λόγον (τιν’> εχει λόγον, Behr

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