LA BIBLIOTECA N° 15 | Primavera 2015 ÍNDICE 3 Editorial 7 Palabras previas Contornos de una obra 12 • La vida en borrador. Por Ricardo Piglia 124 • Escritores norteamericanos. Por Ricardo Piglia 152 • Los libros de mi vida. Páginas de una autobiografía futura. Por Ricardo Piglia 170 • Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades). Por Ricardo Piglia 190 • Hacer del margen un lugar. Conversación entre León Rozitchner y Ricardo Piglia. Por Diego Sztulwark Rumores vecinales: el oído de la crítica 220 • En las manos de Borges el corzazón de Arlt (a propósito de Nombre falso). Por Noé Jitrik 228 • Historia y novela, política y policía. Por Juan José Saer 234 • El presente transforma el pasado. Por Tulio Halperín Donghi 246 • La reflexión literaria. Por José Sazbón 264 • Inversión del tópico del Beatus ille en La ciudad ausente. Por Ana María Barrenechea 278 • Las huellas del género. Sobre Blanco nocturno de Ricardo Piglia. Por Adriana Rodríguez Pérsico 288 • Vida de lector. Por Graciela Speranza 298 • Crimen y castigo: las reglas del juego. Notas sobre La ciudad ausente. Por Cristina Iglesia 308 • Piglia y el Unabomber: literatura y política en El camino de Ida. Por Daniel Balderston 320 • El último lector. Por Luis Gusmán 328 • Ricardo Piglia: la ciudad presente y ausente. Por Germán García 340 • Ricardo Piglia: la experiencia literaria. Por Hernán Ronsino 344 • Vicisitudes de un narrador. Por Jorge Consiglio 350 • Del juicio literario de la historia. Por Carlos Bernatek 356 • Piglia y el populismo. De Tokyo a Buenos Aires, un caso de Croce. Por Jorge Lovisolo 368 • Partes de la conjura. Por María Pia López 372 • Ricardo Piglia, la tenue objetividad. Por Horacio González 1 LA BIBLIOTECA N° 15 | Primavera 2015 Las Bibliotecas Nacionales: encrucijadas y destino Las Bibliotecas Nacionales tienen funciones antiguas, provenientes de remotos tiempos de la humanidad, y responsabilidades nuevas, incluso las que todavía no conocemos, que las convierten en instituciones en peligro y a la vez peligrosas. Cada trabajador de una Biblioteca Nacional debe saber que se encuentra en el medio de un choque de tendencias que provienen de un legado mayor, y de sucesivas intervenciones de tecnologías que despiertan justicieros asombros cuando irrumpen, a la espera de envejecer con la próxima irrupción. Una Biblioteca Nacional, por otra parte, es un pequeño Estado y a la vez una de las transfiguraciones de la nación. Nuestra Biblioteca Nacional Mariano Moreno surgió en 1810 y tres años después se proponía fabricar papel, como si hoy cada Biblioteca pudiera disponer de su propia fábrica de software libre, y ser centro de irradiación de tecnologías en vez de ser una pequeña partícula de redes mayores. El peligro que corren las Bibliotecas consiste en ser menos importantes que las redes en las que participan, y crear sistemas de información reticulares que en su conectividad proliferante absorban la potencialidad empírica de las instituciones, contribuyendo a relativizar lo que tienen como misión resguardar, los vestigios impresos, manuscritos e incluso arquitectónicos que están hace siglos a la espera, en su cápsula de tiempo. La impresión de quietud que producen es que sus sistemas de catalogación son herederos de una vieja idea de orden que en sus comienzos no estaba separada de las ya muy desarrolladas tendencias filosóficas. Los primeros sistemas de catalogación tienen vestigios aristotélicos, y luego kantianos. Filósofos renombrados fueron bibliotecarios pues allí se veía también que los modelos clasificatorios afectaban a los libros cuanto a toda materia viviente. Es solamente con el mundo moderno, y lo llamamos moderno precisamente por eso, que se separan las profesiones de su ámbito estamental, pastoral, alquímico o religioso. Se acababa, luego de un proceso de siglos, la vieja vocación del biblio- tecario, que poseía algo de filósofo y algo de taumaturgo, pero la idea más arcaica de todas, la de la sacralidad del libro, era mantenida por infinidad de “sacerdotes bibliotecarios”, que estaban a la mitad de camino entre la Ilustración y la creación de una sociedad de lectores que no vieran este acto como incompatible con la fe religiosa. Nada de esto impidió que las lecturas vivieran como siempre en un ambiente público y a la vez en una circulación clandestina. Las bibliotecas no diferencian entre lecturas aceptables o inaceptables, entre lecturas públicas y lectura secretas, pero no hay ninguna biblioteca que no genere una expectativa última sobre el libro ignorado, secreto o subrepticio. Así como cada libro es portador de su misteriosa aureola, hecha por la anónima serie de los que lo leyeron antes, también existe el libro recóndito cuya existencia se extiende más allá de todo catálogo. Nunca se acierta plenamente respecto a lo que un libro posee siempre, algo más que lo que esperamos y algo escaso respecto a nuestras ilusiones. El fundador de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, luego Biblioteca Nacional que hoy lleva su nombre, difunde una traducción prohibida de Rousseau y al mismo tiempo encarga a dos sacerdotes humanistas la función de primeros bibliotecarios. Son los primeros, quizás, en ser mencionados con ese nombre en Argentina. Uno de ellos, un formidable archivista que reúne todos los papeles vincu- lados a la compleja y sangrienta historia del puerto de Buenos Aires desde el siglo XVII en adelante y se convierte también en el introductor de la vacuna antivariólica. Otro, un fundador de colonias inmigratorias en las afueras de la ciudad de Buenos Aires. Por más que tengamos la documentación suficiente como para conocer el surgimiento de las bibliotecas de la modernidad, no es fácil seguir el largo proceso por el cual de ser Bibliotecas del Imperio o del Rey se convirtieron en bibliotecas públicas y luego en bibliotecas nacionales. Hasta 3 LA BIBLIOTECA N° 15 | Primavera 2015 que hoy, recorriendo un círculo que demoró mucho más que veinte siglos, se presenta el nuevo sentimiento de una biblioteca universal amalgamada por las redes digitales planetarias. Estas por fin suponen estar transitando el máximo nivel de preservación de la cultura, junto al máximo nivel de diseminación, de democratización y de consumación del camino hacia la biblioteca universal digital. Sobre esta gran utopía de conectividad total deben hacerse algunas puntualizaciones políticas, culturales y profesionales. Si bien hay una extendida conciencia de que la digitalización total de todo el patrimonio de imágenes y escrituras de la humanidad es imposible, una rápida geopolítica biblio- tecaria conduce el camino hacia una anexión de la bibliotecología crítica y social por pensamientos sistémicos que poseen muchos más síntomas de cautiverio intelectual que de verdadera y auténtica renovación científica y tecnológica. La conectividad, instrumental delicado y necesario, no es necesa- riamente sinónimo de democracia y se parece muchas veces al modelo bajo el cual fluyen las pulsiones financieras. En esta ardua discusión de la cual depende el futuro de las bibliotecas nacionales para no ser absorbidas por proyectos de privatización de la documentación general pública, hay que reconsi- derar los alcances de las llamadas teorías de la información y las nociones que se postulan desde hace varias décadas como pertenecientes a una sociedad del conocimiento. Ambas suponen un mecanismo universal de reorganización del conocimiento, otorgándole una inmediatez y temporalidad que se rige por la ilusión del tiempo real, que a pesar de tener el atractivo de una gran utopía tecnológica y de una felicidad pedagógica, en muchas de sus formas más despre- venidas afectan a los derechos de ciudadanía, por más que en sus versiones extremas se presenten como promotoras de democratizaciones culturales. Es que los tiempos de la cultura y su relación con la tecnología son reales e irreales a la vez. Es decir, precisan de la ancestral memoria bibliotecaria para ser efectivamente productivos. Hay un camino real para que las grandes coaliciones tecnológicas se conviertan en tesoros culturales y colaboren con su destino liberacionista, no con su obstrucción. Ese delgado hilo se obtiene de la madeja invencional de una nueva ética bibliotecológica. Durante la última década en la Biblioteca Nacional se llevó a cabo un largo proceso de recons- trucción técnica, cultural y laboral, con los alcances implícitos de una revolución democrática biblio- tecológica. Realizaciones que muestran que la idea de Biblioteca, con su antiquísimo nombre que no ha podido ser sustituido por el de “centro de documentación”, busca su sentido de época read- quiriendo el auxilio de toda clase de teorías que, desde siempre, vienen interviniendo en el mundo bibliotecario. La primera de ellas es la teoría de la ciudadanía, que permite concebir las bibliotecas como un servicio a la comunidad de iguales, identificados por la fuerza de una idéntica posesión de saberes. La segunda es la crítica sensata pero incisiva a la teoría de la información, que es la ideología oficial de las grandes empresas de comunicación e industrialización de imágenes, también vinculada a una democracia solo concebida como un índice de conectividad, lo que a todas luces es un concepto insuficiente para definir de un modo activo a la democracia que reclaman nuestros países. No solo como una ciudadanía axiomáticamente anexada a la red, sino al revés, como una predisposición parti- cipativa, iniciática, que luego intervenga con capacidad selectiva y creativa en esas mismas redes. La función y decisiones culturales que animen la expansión de esas redes deben ser motivo de discusiones parlamentarias, culturales, intelectuales y programáticas. Nuestro país es ámbito proliferante de bibliotecas y de algún modo fundado en íntima vecindad con una biblioteca, y de ese espíritu fundador emergen la promoción de ciencias y la adquisición de tecnologías que no olviden su secreto corazón humanístico. Esto equivale a bucear en el océano heterogéneo e histórico de nuestras bibliografías nacionales, construyéndolas con sabiduría crítica, y participar con imaginación política renovada en los debates mundiales, notablemente ahora sobre la máquina conceptual denominada digitalización, como sobre el derecho de autor. Una de las formas de la fusión entre la memoria de las sociedades previas a la revolución industrial y estas sociedades de 4 LA BIBLIOTECA N° 15 | Primavera 2015 las grandes operaciones masivas, tanto bélicas como comunicacionales, es la creación de una nueva juridicidad mundial donde se reformula adecuadamente, entre otros, el derecho de autor. La decidida participación de nuestra Biblioteca en la Biblioteca Digital de Patrimonio Iberoamericano no está exenta de viejos y nuevos debates. Discutir sobre la red es también discutir quiénes y cómo la administran, y cómo realizar la discusión sobre la incorporación de archivos como los del Canal de Panamá o de otras instituciones esenciales de la historia latinoamericana. Si bien esta incorporación también es novedosa e inspi- radora, debe ser acompañada por lo que decidan otras instituciones de nuestro continente. Solo como ejemplos conjeturales, las bibliotecas nacionales podrían ser entes coordinadores de archivos públicos –un metarchivo– que puedan contener archivos ferroviarios y universitarios de todos los países, archivos de la cultura del petróleo (YPF, Petrobrás, PDVSA), archivos culturales y mili- tares, Guerra de la Triple Alianza, y entrelazarse con formidables archivos de la historia latinoame- ricana, como el de Francisco de Miranda, que tanto nos compete, y que en gran parte se halla en la British Library. Esto debe ser acompañado por una gran discusión sobre el idioma castellano y portugués, a través de las grandes variedades con las que son hablados en nuestros países. Asimismo debe retomarse el gran hilo de discusión sobre la profesión bibliotecaria, evitando que se convierta en apéndice de los grandes bancos de datos que crean líneas de trabajo que se promueven con ese nombre, que si bien diseminan la información, la consideran muchas veces un átomo de los mercados de conocimiento que coaccionan la singularidad cultural con el modelo de circulación de los poderes financieros. De este modo, devoran a diario las grandes tradiciones pedagógicas clásicas, a la vez que debilitan la razón popular ciudadana aunque se presentan como aptos para favorecerla. La forma de vida de la democracia y el sustento necesario de la vida en común, que es un mundo de informaciones plurales cuya fuente está en constante problematización, deben ser las palabras previas a cualquier idea que equivocadamente quiera invertir las proporciones. Existen redes tecnológicas y archivos mundiales porque debe existir la democracia viva y creadora, y no al revés, capturados por la creencia de que las formas de vida liberadas existen porque los estilos globalizantes que imperan así nos lo permiten. Un mundo universalizable bajo la paz democrática, que es una paz lúcida y de bibliotecas fructificantes, es mucho más necesario ahora. Ahora, que en muchas partes del mundo suenan tambores de guerra y amplios territorios de la historia compartida se cierran a la circulación de multitudes huérfanas peregrinantes, lo que no nos es un drama ajeno. Nuestro fervor por expandir la información de base tecnológica diversificada es una obligación que debe justificar nuestras organizaciones internacionales, pero no al fuerte costo de aceptar sin crítica alguna los frutos más ácidos de la civilización, como si ellos fueran ya el manjar culminante de nuestras sociedades. Volver a recuperar archivos no solo es trabajar con la acumulación serial de documentos sino con una memoria quebrada y la noción de pérdida cultural, pero salirle preocupada- mente al cruce a una historia que contiene gérmenes de autodestrucción, trabajo que necesita mucha de la ética del rescatista de naufragios, que debemos desarrollar. Es precisa una nueva ética bibliote- caria ante estos problemas. De este modo, nuestras bibliotecas nacionales serán parte más vibrante de la modernidad tecnológica si no se disponen a perder su espíritu iniciático, resumido en la conciencia y autoconciencia de que sostenemos este debate de un modo no diferente a cómo se procedía en la mitológica Biblioteca de Alejandría, huésped del saber y del fuego. Hay una leyenda fundada en pequeños hechos, cada vez que ponemos o retiramos de los anaqueles un libro de y sobre Kant, un libro de y sobre Hegel, un libro de y sobre José Martí, un libro de y sobre Bolívar, un libro de o sobre Borges, un libro de o sobre Neruda, un libro de o sobre Guimarâes Rosa, un libro de o sobre García Márquez, un libro de o sobre Rulfo, Mariátegui, Pessoa o Cervantes. 5 LA BIBLIOTECA N° 15 | Primavera 2015 Libros que han explorado y recreado las fronteras vivas de nuestro idioma. Idioma que sostiene a las bibliotecas nacionales en forma tan explícita como silenciosa, tan callada como vociferante. Esas voces y silencios de distintos grados de audibilidad, piden una forma de la escucha que son la encrucijada y el destino de nuestras bibliotecas nacionales. Horacio González Director de la Biblioteca Nacional 6 LA BIBLIOTECA N° 15 | Primavera 2015 Palabras previas La revista que el lector tiene en sus manos es portadora de una doble condición: ser parte de un linaje, evidente por su nombre e implícito por sus resonancias, que va desde su creación, imaginada por Paul Groussac hasta su recuperación en la segunda época por Jorge Luis Borges. Ese recorrido abarca su estación actual que pretende participar de la experiencia contemporánea sin dejar de abonar el filo polémico que siempre la animó. Su doble condición, ser histórica y actual, da cuenta de un tiempo de “larga duración”, como la historiografía moderna ha considerado aquello que, irreductible a las coyunturas, no dejaba de actuar en ellas traficando estilos, dilemas, proyectos y sensibilidades entre las distintas épocas en las que actúa. Pero a la vez, establece sus diferencias. No solo por el hecho de intervenir en los temas y discusiones del presente, sino porque las anteriores revistas tenían el sesgo fuerte y personal de sus directores. Aquí, en este caso, es la pluralidad la que define su impronta sin por ello desmerecer ni su propuesta ni su perspectiva. La Biblioteca, entonces, se propone abrevar en todas las tradiciones y con todos los lenguajes reales que componen el sustrato cultural del presente. Heredera pudorosa de la invectiva groussaquiana y de las delicadas conjeturas borgeanas, La Biblioteca pretendió desde su primer número de los 15 que lleva esta tercera época, no hacer conce- siones a las lenguas oficiales ni a los memoriales escolarizados; rituales burocráticos de un fatigado ejercicio recordatorio de estados e instituciones. Memoria viva, problemática y ensayística. Bajo ese cruce singular, un conjunto de escritores, noveles y consagrados, académicos y autodidactas de las más variadas procedencias, han poblado sus páginas con la única exigencia de aportar sus puntos de vista con la máxima libertad creativa y con la impronta de una generosa y comprometida gratuidad. De ese modo, implicados con la construcción de una esfera pública y democrática, el vasto y heterogéneo colectivo de personas que acudió a esta cita (algunos escritores que han participado ya no viven, y son nombres que hoy recordamos especialmente con cariño, respeto y nostalgia) no lo hizo en carácter de “representante” de alguna tradición fija e inconmovible, pese a que todas ellas han sido –como lo dijimos– expresadas. Sino que, al participar de este encuentro, cada uno puso algo de sí, de índole del “exceso y la donación”, que ofrendó como reflexión, acertijo y enigma. No siempre se escribe sobre lo que se sabe, o para reafirmar lo que se conoce. Muchas veces se lo hace como una fibra interna del conocimiento, como un afán investigativo o una propensión a la reorganización de lo ya pensado. Cuando todas estas formas de la escritura participan de un proyecto, este sin duda se ve enriquecido, no por aquello de consensual que pueda tener este tiempo, sino por lo desafiante de ir más allá de nosotros mismos y ponernos en juego en la escritura. Vivimos circunstancias en las que el exhibicionismo se afirma como mediatización de marcas y nombres. Lejos de esas evidencias, La Biblioteca ha buscado siempre ser parte de un desafío cada vez más imperioso: reencontrar las palabras y las cosas, aun en su necesaria e inevitable discrepancia, para que las lenguas no circulen como simples valores de cambio de un mercado global sino como parte de un pensamiento encarnado en las prácticas y los dramas de nuestra época. Esta es una revista hecha por trabajadores de la Biblioteca Nacional. Y este hecho demuestra que puede haber una porosidad virtuosa entre el campo cultural y una institución que, lejos de ence- rrarse en sus clichés o sus inventarios celebratorios tipo “house organ”, está abierta a los problemas y sensibilidades del presente. A riesgo de arbitraria, La Biblioteca se sabe partícipe de una genea- logía: la tradición revisteril argentina que ha dado memorables expedientes. La Moda, Proa, Claridad, Sur, Contorno, Pasado y presente, La Rosa Blindada, Martín Fierro, Literal, Cristianismo y revolución, Nuevo Hombre, Poesía Buenos Aires, El Escarabajo de Oro, Tecné, Arturo, Madí y un largo conjunto 7 LA BIBLIOTECA N° 15 | Primavera 2015 de títulos forman, a menudo rivalizando entre sí, el temperamento crítico argentino. Muchas de esas revistas han sido publicadas en forma facsimilar por la editorial de la BN, lo que permitió poner en circulación estas iniciativas editoriales inhallables, y, en muchos casos, completar las colecciones ausentes en los anaqueles de la Biblioteca Nacional. La construcción de una editora pública fue una marca de estos años. Al comienzo, muchos se preguntaron si era correcto que se invirtieran los fondos públicos en emprendimientos de estas carac- terísticas. Una discusión que se ha dado con intensidad. Luego de casi cuatrocientos títulos, pocos dudan de la conveniencia de esta labor. Hay también antecedentes de peso. La historia editorial del país, rica en sellos independientes, obras de traducción y edición popular abona estas perspectivas. Los nombres de Jorge Álvarez –una de las colecciones de Ediciones Biblioteca Nacional lleva su denominación– Alberto Díaz, Arnaldo Orfila Reynal, Boris Spivakow y José Aricó entre otros, nos resuenan como ecos lejanos y a la vez presentes. La posibilidad de editar títulos de buena calidad, al precio de costo, que combinen la tradición ilustrada con la difusión popular, sin establecer fronteras nítidas entre públicos lectores, obra como horizonte y fundamento de nuestro quehacer. Son libros financiados por el estado pero en modo alguno esto los hace rehenes de lenguajes estandarizados o estéticas predeterminadas. La selección de los textos que componen el catálogo, desde los literarios o sociológicos hasta las colecciones de libros infantiles, no está orientada ni por el afán de lucro ni por criterios exteriores al universo de la cultura libresca y sus innovaciones creativas. Pues esta editorial amalgama mundos y sensibilidades. La presencia del estado se combina con la sensibilidad de la crítica ensayística, la curiosidad historiográfica y científica, y fundamentalmente el empuje que viene del mundo de las editoriales independientes –cuando estas no habían sido aún consagradas como objeto de prestigio–, sin el cual esta experiencia de participación en las librerías y ferias, espacio natural de circulación del libro, y la capacidad de interactuar en estos mundos, difícilmente recombinables, podría haber existido. Libros raros y clásicos, ediciones facsimilares, cuentos infantiles, investiga- ciones, narrativa, ensayo y filosofía fueron poblando un catálogo abarcativo y de azarosa clasificación. El trabajo realizado quisiera perseverar más allá de las incertezas del tiempo por venir. Decía Borges en el editorial del número 1 de La Biblioteca que dirigió en su segunda época: ...aspira a no ser indigna de quien la fundó, Paul Groussac, y de los tiempos arduos y valerosos en que ahora le toca vivir. Toda revista, como todo libro, es un diálogo; la suerte del que ahora iniciamos, también depende del lector, ese interlocutor silencioso. Algo de esa intranquilidad nos recorre. Respecto a los legados, al presente, al mundo lector forjado por estos impulsos y a una experiencia histórica que debemos no dar por cancelada, pero a su vez, debemos recrear. Este número de La Biblioteca ha sido consagrado a Ricardo Piglia. Porque en su figura se conjugan el escritor, el crítico y el intelectual humanista receptivo a los ecos de la historia. En él, como en otros tantos nombres de su generación, se resume un ciclo histórico al que convocamos para relanzar una nueva intuición cultural. Rescoldos de un tiempo hecho de lectores y escritores, sujetos enigmáticos e imaginarios de nuestro trabajo obstinado y de una búsqueda incesante. Los editores 8
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