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Una modernidad periférica: Buenos Aires, 1920 y 1930 PDF

243 Pages·2003·10.311 MB·Spanish
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Beatriz Sarlo UNA MODERNIDAD PERIFERICA: BUENOS AIRES 1920 Y 1930 Ediciones Nueva Visión Buenos Aires 809.5 Sarlo, Bea,triz SAR Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920-1930 - 1ª ed. - 3ª reimp. -Buenos Aires: Nueva Visión, 2003. 248 p., 23x15 cm- (Cultura y Sociedad) I.S.B.N. 950-602-163-5 l. Título- 1. Crítica literaria En la Tapa: Estación ferroviaria (En la lejanía) Grabado sobre 1inoleum, O, 16 x O, 16 de Félix Eleazar Rodriguez Toda reproducción total o parcial de esta obra por cualquier sistema -ine l u yendo el fotocopiado-que no haya sido expresamente autorizada por el editor constituye una infracción a los derechos del autor y será reprimida con penas de hasta seis años de prisión (art. 62 de la ley 11.723 y art. 172 del Código Penal). © 1988 por Ediciones Nueva Yisión SAIC. Tucumán 3748, (1189) Buenos Aires, República Argentina. Queda hecb.J el depósito que marca la ley 11.723. Impreso en la Argentina 1 Printed in Argen:ina INTRODUCCION Todo libro comienza como deseo de otro libro, como impulso de copia, de robo, de contradicción, como envidia y desmesurada confianza. En mi caso, hubo dos: Fín-de-si(xle Víenna, de Carl Schorske y Al! that is salid melts into air, de Marshall Berman. Se mezclaban, sin duda, con mis obsesiones anteriores más persisten tes: Barthes, Williams o Benjamin, cuyos textos recorro al azar, en esos momentos en que un material se resiste a organizarse, las no tas del día anterior parecen un conjunto de trivialidades, y todas las ideas exhiben la rancia obviedad de una librería de viejo. A ellos vuelvo precisamente cuando no sé adónde ir, cuand-o para decirlo con las palabras con que lo pienso, no se me ocurre nada. Schorske y Berman fueron, primero, libros que leí casi fascinada y sin hacer esfuerzos para romper una relación lisa y homogénea, identificatoria y admirativa. Después, me di cuenta de que me im presionaron precisamente por aquello que los ubicaba fuera de las modas intelectuales (es posible que hoy ya sean, o hayan sido y es tén dejando de ser, libros de moda). Ambos postulaban un cierto sentido de unidad, de relación, incluso de causalidad: frente a la crisis de las perspectivas globales, y sin ninguna inocencia, los dos se proponían la reconstrucción de un mundo de experiencias a tra vés de los textos de la cultura. En este sentido, tanto Schorske co mo Berman me indicaban una salida en un momento en que yo, li teralmente, no sabía para dónde tomar. La insatisfacción frente a mi actividad como crítica, de la que a veces hago responsable a la crítica y a veces a mí misma, había alcanzado un punto que me imponía alguna decisión. Drásticamente, pensaba: dejo la crítica li teraria para salvar mi relación con la literatura. Pero, después de esta resolución, ¿qué? Renunciaba a lo que creía saber, porque ese saber no me interesaba; me veía en la situación de no ser ya una crítica literaria, en sentido estricto, pero entonces, ¿qué era? 7 Volví a los libros que mencioné antes. Tanto Schorske como Berman me impresionaban por la forma desprejuiciada con la que entraban y salían de la literatura, interrogándola con perspicacia pero sin demasiada cortesía. Lectores ejemplares, sabían que en la literatura, como en el arte o en el diseño urbano, podían descubrir se las huellas, y también los pronósticos de las transformaciones sociales. Sabían también que así como la literatura habla de todo, textos no propiamente Jiterarios recurren a los procedimientos ar tísticos para dar una forma a sus figuraciones, a sus historias, a sus juicios sobre el presente o sus proyectos de futuro. Desde esta perspectiva lee Berman el Manifiesto comunista, como proclama de la modernidad literaria y filosófica. También Schorske somete a una lectura crítica, en todos los sentidos, la Interpretación de los sueños de Freud: psicoanálisis en clave sociohistórica. Ambas lec turas pueden ser objeto de debate y, sin embargo, tan diferentes, las dos tienen en común el hecho de que asaltan sus textos por donde menos se piensa, buscando la estética en Marx, la política en Freud. Son lecturas irrespetuosas, que no se ajustan a un reper torio de preguntas ni responden al paradigma de lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer con los textos: los amasan, los desordenan, como decía Barthes: les cortan la palabra. Practican una especie de libre juego rabelaisiano, distinto de un disciplinado amor crítico. El subtítulo del libro de Berman es "La experiencia de la mo dernidad". Schorske también se propone el registro práctico y sim bólico de las transformaciones en los hombres y mujeres que las provocan o las padecen. De algún modo, se produce una restitución del sujeto y también del autor (historiador-ensayista) que incluso, como Berman, utiliza una exasperada primera persona: cuenta la historia de su barrio, el Bronx, tal como la recuerda cuando sus ca sas comienzan a caer bajo la piqueta modernizadora y las autopistas dejan a su paso desiertos de escombros. Para Berman, ser moderno es ante todo una experiencia, la de la "la vida como un torbellino, la de descubrir que el mundo y uno mismo están en un proceso de desintegración perpetua, desorden y angustia, ambigüedad y con tradicción". La reconstrucción de una experiencia ordena (o desor dena) su lectura del arte. En realidad, podría decirse que el presu puesto de Schorske y Berman es que una historia se cuenta con tramas compuestas de escenarios, sujetos, discursos y prácticas. Pe ro, además y fundamentalmente, que hay una historia para ser contada. De allí la heterogeneidad de enfoques que caracteriza a ambos libros, esos saltos que describen elipsis rápidas para detener se enseguida en un detalle que adivinan significativo. Cambian, desprejuiciadamente, de perspectiva y de foco. 8 Me preguntaba, para volver a esa perplejidad disciplinaria de la que salió este libro, cuáles habían sido las líneas con que había venido trabajando en los últimos años. El conjunto es difícil de justificar punto por punto y, sin embargo, estoy convencida de que tiene una coherencia subterránea que, por cierto, yo no produ je. Los nombres que anoté al principio y otros: Barthes, Sartre en muchos de los ensayos de Situaciones y en El idiota de la familia, Benjamín, algunas páginas de Lévi-Strauss junto a otras de Halpe rin Donghi, Antonio Cándido, Hoggart, Williams, Thompson, Ginz burg, Hayden White. Una mezcla, sin duda, tan compuesta como la que, en mi hipótesis de este libro, caracteriza a la cultura argentina. Allí está el campo del saqueo o, como se decía antes, de las "deu das intelectuales". Como sea, se tienen estos u otros libros en la cabeza cuando se empieza a trabajar y, sobre todo, cuando llega el período feliz e in feliz de la escritura. Creo que, fundamentalmente, instigaron la li bertad de interrogación frente a discursos diferentes; sobre la cul tura, la literatura y el arte se puede hablar de muchos-modos, en contra de las disposiciones de una policía epistemológica que ope re en nombre de la estética, el erotismo, el poder del lenguaje y cualquier otra aura moderna o postmoderna. Deliberadamente, entonces, escribí un libro de mezcla sobre una cultura (la urbana de Buenos Aires) también de mezcla. No sé a qué género del discurso pertenece este libro: si responde al régimen de la historia cultural, de la intellectual history, de la historia de los in telectuales o de las ideas. Esto me preocupó poco mientras estaba trabajando; pero, al mismo tiempo, tenía una certeza: usaba algu nas de las estrategias de la crítica literaria, desentendiéndome de sus regulaciones más estrictas: había aprendido a leer de cierto modo y no podía, ni quería olvidarlo. Eso era todo. Quisiera que el libro resultara un conjunto tan poco ortodoxo como mi actitud durante su escritura. Me había propuesto entender de qué modo los intelectuales argentinos, en los años veinte y treinta de este siglo, vivieron los procesos de transformaciones urbanas y, en medio de un espacio moderno como el que ya era Buenos Aires, experimentaron un elenco de sentimientos, ideas, deseos muchas veces contradictorios. Me importaba responder las preguntas que, en este sentido, le hacía a los textos y prácticas culturales; me im portaba tanto como comprobar y demostrar, imaginar razones, re construir aquellas dimensiones de la experiencia frente al cambio cuyas huellas, muchas veces cifradas, enigmáticas o contradictorias aparecen como trazos y recuerdos en los textos de una cultura. 9 AGRADECIMIENTOS Bajo este título convencional, figurall persona<; e instituciones que en verdad me ayudaron, de maneras muy variadas, desde el co mienzo de este trabajo: dentro del CISEA, un espacio donde es posi ble sentirse integrado y diferente, mis compañeros del PEHESA: Leandro Gutiérrez, Juan Carlos Korol, Luis Alberto Romero e Hil da Sabato. El Woodrow Wilson Center, de Washington, me permi tió, durante cuatro meses, dedicarme completa y pacíficamente a mis borradores, con el beneficio suplementario de un contacto co tidiano con Richard Morse, secretario del programa latinoamerica no de ese centro. Como investigadora del CONICET, éste fue mi primer proyecto, cosa que no debe extrañar ya que recién en 1984 muchos de nosotros pudimos entrar a formar parte de ese organis mo. Intelectual y afectivamente siguen siendo imprescindibles mis amigos e interlocÚtores del Club de Cultura Socialista, Punto de Vista y La ciudad futura, entre quienes están Carlos Altamirano, que leyó y criticó algunos capítulos; y Rafael Filippelli, a quien quisiera dedicar, en particular, todo lo que aquí se dice sobre las vanguardias. 11 Capítulo I BUENOS AIRES, CIUDAD MODERNA "Erizada de torres, la ciudad proclama en la altura el vigor de un pueblo. Ya tiene la corona gris de las grandes metrópolis, gris de humo -fundido con gris de nubes-, como Londres, como París, como las gigantescas urbes del mundo; ese humo que se cierne hasta sobre las barriadas aristocráticas, hoy sacudidas también por el dinamismo característico del pueblo por teño." Caras y Caretas, octubre de 1930 Las figuras masculinas y femeninas suman elementos geométricos planos: círculos para las cabezas, rectángulos para los cuerpos y las extremidades. Cuatro arriba, tres abajo, flotan en un espacio abs tracto, donde se distribuyen sin efectos de perspectiva, excepto en lo que concierne a su tamaño. Las siete cabezas tienen un remate distinto: bandas angostas, medias lunas, flechas, óvalos, ondas rígi das que caen hasta el filo de los hombros, insignias. Los cuerpos también exhiben bandas coloreadas y transparentes que los dife rencian, por las formas y los tonos. En el espacio donde navegan, sin apoyarse en ningún plano sólido, en ninguna línea, hay estrellas de David, cruces gamadas, soles partidos por la mitad. Dos de las figuras llevan banderas irreconocibles. En otro espacio marino o interestelar ondula el dragón, entre estrellas de cinco puntas. Sobre su lomo hay transatlánticos, faros iluminados, pescados con banderas, figuras vagamente humanas, cuyas cabezas rematan en insignias: la chilena, la peruana, la brasi leña, la uruguaya, la argentina. Un paisaje urbano ordena sus edificios rectangulares en dos grandes bloques; tres edificios tienen ojos y nariz; de otros cuatro salen banderas no identificables, excepto la que lleva los colores de España. En la parte inferior, un reptil geométrico y metálico, con cuatro pies y cabeza humana, lleva sobre su crá.neo un homúnculo de varias piernas. La cola expele círculos negros hacia un rectángu lo verde, donde apoya una cabeza de mujer. Sobre un paisaje fracturado vuelan las modernas quimeras: hom- 13 bres-aeroplano, con cabezas de pájaro y chimeneas por cuerpo; brazos y patas embutidos en planos transparentes dan impulso a las máquinas humanas, cuyos pies se han transformado en ruedas; de los vientres se proyectan escaleras y anclas; en los cuellos se insertan las hélices. El paisaje urbano está formado por rectángulos superpuestos; algunos tienen un enorme ojo abierto en el ángulo superior; de otros salen veredas o calles, que arrancan de arcos tradicionales de medio punto. Sobre cilindros, dos hombrecitos sentados y, en primer plano, un icono semihumano muestra su cola de dragón o de serpiente. Todas las superficies, perfectamente definidas, están atravesadas por líneas horizontales. Un rostro, mitad hombre, mi tad mujer, se recorta contra el espacio transparente donde flotan grafismos; salen cintas de la parte superior de la cabeza y otras cin tas suben desde la base del cuadro. Hay un rastro de caricatura en las dos medias sonrisas y una cualidad plana evoca al mismo tiem po la pintura de los primitivos y las historietas.1 Xul Solar expone algunos de estos cuadros en Buenos Aires. En 1924, en el Salón Libre; en 1925, en el Salón de los Independien tes; en 1926, en Amigos del Arte, junto con Petorutti y NorahBor ges; en 1929, en Amigos del Arte, nuevamente, esta vez con Berni. Inventó el neocriollo, la panlingua, la escritura pictórica; trajo a Buenos Aires, según Borges y Pellegrini, el expresionismo alemán y Paul Klee; piensa que la astrología puede explicar la jerarquía y el movimiento oculto del mundo. Los órdenes lo obsesionan: modifi car el juego de ajedrez o el tarot, cambiar el diseño de las notas musicales o el de la casa funcional moderna. Como en sus cuadros, Xul señala, identifica, combina, geometriza y mezcla. Siempre vi estos cuadros de Xul como rompecabezas de Buenos Aires. Más que su intención esotérica o su libertad estética, me impresionaron su obsesividad semiótica, su pasión jerárquica y geo metrizante, la exterioridad de su simbolismo. Buenos Aires, en los veinte y los treinta, era el anclaje urbano de estas fantasías astrales y en sus calles, desde el último tercio del siglo XIX también se ha blaba una panlingua, un pidgin cocoliche de puerto inmigratorio. 1 Xul Solar, "Ronda" (1925), "Otro drago" (1927), "Dos mestizos de avión y hombre" (1935), "País duro en noche clara" (1923), "Una pareja" (1924 ), reproducidos en Xul Solar; 1887-1963, París, Musée d'Art Moderne de la Vi lle de París, 1977, prólogo, "Xul Solar, explorateur d'arcanes", por Aldo Pellegrini. Jorge Sarquis une a Xul Solar con el espíritu moderno en arquitec tura que comienza a desplegarse en Buenos Aires en la década del veinte. Véa se: Jorge Sarquis, "El momento de la modernidad; 1920-1945", Buenos Ai res, 1986, mi.rrieo. También es interesante el ensayo de Alfredo Rubione: "Xul Solar: utopía y vanguardia", Punto de Vista, no 29, abril de 1987. 14

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