ebook img

Una Historia Para Neuroticos PDF

100 Pages·0.938 MB·Spanish
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview Una Historia Para Neuroticos

IVÁN ALBENIR UNA HISTORIA PARA NEURÓTICOS Fausto Cruz Padrón Mtro. Alfredo Palacios Espinosa DIRECTORGENERAL Lic. Carlos Gutiérrez Villanueva DIRECTORDEPUBLICACIONES Iván Albenir © FAUSTO CRUZ PADRÓN CUIDADOEDITORIAL UNA HISTORIA PARA NEURÓTICOS • Dirección de Publicaciones DISEÑO • Mónica Trujillo Ley FORMACIÓNELECTRÓNICA • Irma Itzel Avendaño Meneses CORRECCIÓNDEESTILO • Juan Alberto Ruiz Bermúdez Primera edición D.R. © 1984 Segunda edición D.R. © 2007Consejo Estatal para la Cul- tura y las Artes de Chiapas, Boule- vard Ángel Albino Corzo No. 2151, fracc. San Roque, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. C.P. 29040. ISBN: 970-697-206-4 CONSEJO ESTATAL PARA LAS CULTURAS Y LAS ARTES DE CHIAPAS HECHOENMÉXICO 2 0 0 7 CONTENIDO Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 UN DÍA DE FIESTA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 EL ENCUENTRO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26 CALICLES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46 EL SECRETO DE DIANA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69 EL INDICIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87 LOS MERCADERES DE LA FE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112 ERÓTICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134 LA NOCHE DE LOS CUERVOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 160 UNA AURORA SINGULAR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 188 PRÓLOGO Esta magnífica creación de Fausto Cruz Padrón es una no- vela para la juventud. Su escenario se ubica en un cercano pasado, allá por la década en que aparecieron los “rebeldes sin causa” y el término psicodélico rondaba por todas partes. Cuando Bruno Valverde, en la transición de la niñez a la adolescencia, educado en un hogar honrado y provinciano, de costumbres regidas por el reloj de la autoridad paterna, se enfrenta al descubrimiento de que la realidad del mundo no es solamente la que le ha sido enseñada en el seno familiar, sino que hay también otra, diversa y contrastante entre la luz y la sombra, el bien y el mal, esto lo perturba intensamente. Oswaldo, personaje bien definido, autosuficiente, capri- choso e inmoral, lo induce a cometer en contra de su volun- tad sus primeros pecados, que al principio no sabe distinguir en su verdadera naturaleza, y que al final de cuentas supera por la fuerza de la moral aprendida desde su infancia, el mundo se le mueve confuso. Contribuye a aclararle el cami- no la influencia edificante de un personaje misterioso, des- crito entre líneas y más adivinado en el sueño que visto a la luz del día: Iván Albenir. “Una historia para neuróticos” reza el subtítulo de la obra, en la que se advierte, como el autor lo admite con honesti- dad en los capítulos segundo y tercero, la influencia del Pre- mio Nobel alemán Herman Hesse, ceador de Demiány de El lobo estepario. La neurosis, mal de nuestros tiempos, de nuestras socie- dades enfermas por la máquina, el consumo y la pérdida de los valores, es, como sabemos, un desequilibrio del espíritu del que desafortunadamente se da cuenta quien lo padece, 9 Fausto Cruz Padrón Iván Albenir haciendo más intensa su atormentadora presencia. Rubén Los demás personajes, Cosme, Jerónimo, Lucía, Abigail, Darío decía aquello de: “dichoso el árbol que es apenas sen- Landowsky y, sobre todo, Mara, su amor; dan unidad y cohe- sitivo/ y más la piedra dura porque ésa ya no siente/ que no rencia a una realidad viva y desgraciadamente tan frecuente. hay dolor más grande que el dolor de estar vivo/ ni mayor Seres a los que la enfermedad acaba haciendo vivir fuera del pesadumbre que la vida consciente. En cambio la psicosis, mundo. “Sin horas ni días, sin sexos ni edades” como profe- un mal mucho más profundo e incurable, tiene la única vir- tiza el mismo Herman Hesse en su lobo estepario. tud de que el enfermo no se percata de su existencia. Y a próposito, la novela está impregnada de buena poesía, La acción de los hechos que se refieren nace en su pueblo el autor es ante todo un poeta. Van algunos ejemplos: “Perso- natal, se trasladan a la ciudad de San Cristóbal de Las Casas najes entraban y salían de las varias oficinas con movimien- donde Bruno estudia su bachillerato y posteriormente a la tos casi rítmicos y en un silencio de alfombras”. capital del país donde cursa sus estudios de derecho. O este otro: “No deseché la contumaz idea de que Mara El talento y la temprana cultura adquirida por Bruno ba- hubiese estado a mi lado para convivir juntos la compañía de jo los consejos de Iván Albenir, lo llevan a reflexionar acerca las montañas y los ríos, de los caminitos hechos por el mon- de los sucesos que lo desquician, siguiendo el modelo so- taraz o el venado, de las auroras eternas más allá del híbrido crático, descrito en los diálogos de Platón. Nos refiere el verdor de los pastos y las colinas, del lamento noctámbulo coloquio sostenido por Sócrates y Calicles acerca del dere- del grillo o del canto amaneciente del gallo sobre el tejado de cho del más fuerte en detrimento de la paciencia y to- los cobertizos olorosos a lluvia y sol mezclados”. lerancia que mantiene quien se sabe dueño de la razón y la El escritor culpa con acierto a la neurosis de hombres y co- justicia. lectividades de las grandes hecatombes mundiales, de la exis- Esta tendencia del autor se repite en reiteradas ocasiones tencia de Hitler y la bomba de Hiroshima. Como un nuevo a lo largo del relato, llenándolo de análisis y pensamientos Nostradamus preludia las que vendrán todavía, aunque opti- que indudablemente enriquecen el intelecto del lector. Incluso mista a pesar de todo, piensa que la humanidad habrá de sal- la mayéutica socrática que debería interrogar al interlocutor, varse y que un nuevo hombre dará vida a tiempos nuevos de se revierte hacia el autor, quien acaba por interrogarse fre- paz y fraternidad. cuentemente a sí mismo. Como decíamos al principio, el personaje clave de Iván Al- Los personajes son desde luego una mezcla de realidad y benir recorre los pasajes de la narración como un manantial fantasía. Yo en lo personal conocí a Rafael Niño Rincón, quien que corriera subterráneamente, como una ecuación que se fuera mi compañero de primaria en Tuxtla y a quien Cruz Pa- inscribiera en el humo. drón dedica el libro. Era el perfecto ejemplo del talento que Mara es el amor intenso condenado a la desaparición a pe- acaba destruyéndose a sí mismo, cuando El Gran Pájaro Ne- sar de sus deseos. gro de la neurosis (que es el símbolo que el autor utiliza para Y al final, acierto indudable, el autor descubre al regresar ejemplificarla, recordando ecos de Edgar Allan Poe) se pren- a su pueblo natal, por una feliz casualidad al encontrarse de a su existencia. Rafael acabó desintegrándose en un lento con su anciano maestro de dibujo en pasados tiempos juve- y doloroso suicidio lleno de sentimientos negativos, en los niles, que el rostro de Iván Albenir es idéntico al suyo. Que que paradójicamente no creía. la protección que Iván le brindaba era tan sólo la fuerza de 10 11 Fausto Cruz Padrón su propia voluntad inconsciente, que lo hacía vencer todas las adversidades. Pudo por fin, como Sócrates, conocerse a sí mismo. Esto nos recuerda aquella famosa parábola de Mauricio Maeterlinck sobre El Pájaro Azul de la Felicidad, que des- pués de ser buscado inútilmente por todo el mundo, fue hallado finalmente en el seno del propio hogar. ESTAESUNAHISTORIA en la que cada lector encontrará parte de su Novela bien concebida y mejor realizada, que amerita vida. Para lograrla me llevó un buen tiempo de meditación otros y mejores comentarios que el presente. respectodesuspersonajes,unosreales,ficticiosotros.Fácil- mente podrá advertirse cierta influencia de Herman Hesse, ENOCHCANCINOCASAHONDA autor admirable, en el segundo y tercer capítulos de la obra; pero, esto no podía ser de otro modo por cuanto, el episodio, vivido en la niñez por Emilio Sinclair, principal personaje de su “Demián”, no es privativo de dicho autor, sino de todos los que, en nuestra infancia, también lo experimentamos de una u otra manera y porque, al tratar al delicado como escabroso tema de la neurosis, me era preciso conformar a Bruno Val- verde, con algunos elementos psicológicos que atormentaron al propio Emilio Sinclair; elementos que, como se verá, única- mente se vislumbran al principio de la narración, sin tocar más adelante las partes esenciales de ésta. Sirva pues, la presente aportación literaria, para rendir culto a la voluntad, como uno de los más preciados tesoros del hombre y, para aliviar en algo, tu neurosis, lector y aun la del mundo en crisis por ese, a veces, peligroso desajuste espiritual. ELAUTOR 12 13 CAPÍTULO PRIMERO Un día de fiesta CUANDOCONCLUÍLADIARIAtarea de mi clase hogareña de violín, en la que tenía a mi padre como maestro, me despedí de éste y co- rrí presuroso hacia donde sabía me esperaba Albenir. Atravesé el vistoso jardín que adornaba el frente de mi antigua casa pro- vinciana y salí a la calle para reunirme con quien acompaña- ba su soledad bajo la sombra acogedora de la añosa ceiba, en el vecino parquecito de infantes. Mi padre, solista de abolengo durante parte del ya lejano porfiriato, repasaba con antaña devoción algunos fragmentos de sus clásicos predilectos cuyas notas, arrancadas con nitidez a su viejo “estradivario”, dejá- banse oír a través de los sobrios ventanales de nuestro cuarto de estudio, lo que motivó que, antes de cambiar saludo, mi amigo y yo permaneciéramos largo rato silenciosos en aten- ción de aquella música extraña y dominante. Días atrás yo había deseado el regreso de Albenir a la ciu- dad ya que, después de tres meses de no saber nada de él, ahora me había urgido comunicarme con su persona sin lograrlo, en el lapso que debió permanecer al lado de sus fa- miliares, durante esas vacaciones. —¡Eh, Albenir, me alegra verte de nuevo! –Fueron mis pala- bras de júbilo a su bienvenida, posteriores al acallado violín–. ¿Me escuchaste desde el principio? –le pregunté sonriente al estrechar su mano. —Lo haces mejor –me respondió al tiempo de invitarme un lugar en la banquilla de mármol reclinada a la ceiba–, has adelantado en estos últimos meses y, por lo visto, pronto se- rás un estupendo concertista como tu padre. 15 Fausto Cruz Padrón Iván Albenir —¿Lo crees así? –volví a interrogarlo con ánimo de pro- gado a un extremo que, más de una vez, algunos docentes seguir el comentario, muy a sabiendas de lo parco que mi decidieron votar su expulsión con base en motivos similares. amigo se exhibía en conversaciones de esa índole, por cuan- Era evidente que, por una u otra circunstancia, casi todos mis to poco gustaba de los vanos halagos y sí, muy al contrario, condiscípulos tenían algo de hostil y violento, razón por la solía instigarme a que yo desenvolviera mis dones en el te- cual con ninguno de ellos había podido generar una amistad rreno de la música, aconsejándome además la templanza duradera y edificante, ya fuera para obtener mejores notas en suficiente respecto al carácter de mi padre quien, a menu- los cursos o desenvolverme en un ambiente afín a mi tempe- do, me reñía al estilo de un brusco temperamento burgués, ramento y exigencias. cuando no aportaba el máximo empeño a sus enseñanzas. Con sumo interés hacia las cosas de mi amigo, interrum- El reloj de la iglesia cercana marcaba los últimos minutos pí la monotonía del trayecto y le inquirí: para las nueve de la mañana y Ios primeros grados de alta —¿Qué harás cuando hayas terminado el bachillerato? temperatura se dejaban sentir en aquel mes de marzo. La —Me iré a México a graduarme. ¿Y tú, vendrás conmigo? primavera tocaba ya en acecho y los cursos escolares esta- –observó. ban por iniciarse de tal suerte que, como ese día se efectua- —Lo ignoro –le dlje–. Parece que mis padres no están de ría la ceremonia de apertura, pronto emprendimos camino acuerdo en ello, pero haré lo posible por convencerlos. rumbo a la escuela en donde Albenir concluiría sus estudios —¡Apúrate y lo conseguirás!, aunque… dime: ¿acaso no preparatorios y yo, por mi parte, proseguiría los secundarios. te sientes bien al lado de los tuyos? En el espacio de pocos minutos, mis ojos habían escudri- —¡No!, no es eso precisamente –respondí. ñado cautelosos los más sutiles detalles de su persona; su pre- —¡Ah, ya entiendo, el violín otra vez! –me interrumpió sencia era la misma, inalterable e inconfundible pues su fingiendo adivinar. modo de ser sencillamente ordenado hacía de él un joven sin- —Sí, me fastidia la aspereza de su trato. A veces pienso gular y diferente a otros. Yo sabía que muchos de mis com- que no me quiere bien –comenté resignado. pañeros de colegio habían vuelto a la ciudad con el mismo —¡Vamos, no pienses así de quien desea convertirte en un objeto que Albenir; pero, a decir verdad, ningún regreso me virtuoso violinista! –aseguró Albenir, palmeándome la espalda. proporcionaba tanta correlación como el de éste. Quizá Ray —No lo creo así, aunque es probable –alenté encogién- estaría presto a exculparse conmigo, devolviéndome mi libro dome de hombros. de geografía que conservaba consigo dolosamente, para lue- —Además, la revolución pudo haber cambiado su carác- go aburrirme con sus insípidas charlas acerca de los feriales ter –especuló mi amigo. de su pueblo, asiento de sus múltiples fanfarronadas en aque- —¿La revolución?… ¿Qué podría significar en todo esto? llos ambientes libertinos y extravagantes. Gil por su lado, otro –le pregunté con extrañeza. de los viajeros en retorno, me haría la vida imposible enamo- —Me contaste que en ella se fracturó el índice de la ma- riscando a una de mis hermanas e insistiría en brindarme su no derecha, ¿recuerdas? amistad molesta y malversada ya que, en no pocas ocasiones, —Cierto… ya no ejecuta como antes y poco hablan ya de el muy ladino había sido echado fuera de la clase de historia él, pero eso no creo que lo jusifique. No entiendo tu razona- universal por sus inconsecuencias en ella, y éstas habían lle- miento, ¿qué te imaginas? 16 17 Fausto Cruz Padrón Iván Albenir Por contestación Albenir volvió a palmearme la espalda, a saba hacia la literatura y la música. Dichas reacciones eran tiempo de encontrarnos en las inmediaciones del colegio. desde luego contrarias a mi buen humor, pues no me era de —¡Al fin llegamos! –observé–. Lucía debe estarme espe- gracia el chiste venido de mis insufribles compañeros al gra- rando. do de que, a su motivo, había separado mi amistad a mu- —¿Lucía? –interrogó Albenir. chos de éstos. Tal incidente y algunos más me proponían a —Sí, se adelantó desde las ocho, fue invitada a tomar par- menudo abandonar la vida colegial para dedicarme al arte, te enlos actos de hoy. Ya tú sabes. A ella le da por declamar. lo que hubiérase realizado de no ser por el freno implacable —Y en verdad lo hace muy bien –alabó–. ¿Entramos? y el ceño fruncido de mi padre, adversos a esa conjetura. —¡Entramos! –respondí afanoso y al par nos dirigimos al Por los amplios corredores que conducían al salón de ac- patio del edificio escolar. tos, en donde tendría lugar la ceremonia, divisamos a Lucía. El colegio Universal se hallaba a regular distancia de mi Yo frisaba entonces los trece años de edad y ella había cum- casa. Una gran calzada rodeada de árboles y bellas quintas se- plido diez el pasado verano, hecho por el que la familia le ob- paraba los dos extremos. Estaba construido con todos los sequió un viaje a los Estados Unidos, acompañada de una tía adelantos de la época moderna, pero conservaba la disciplina cercana y mi madre. Lucía era una chiquilla encantadora, sus ancestral de los viejos dirigentes. A Albenir le atraía el con- finas facciones revelaban cada vez más el primor femenino, y traste y en repetidas ocasiones me lo había hecho saber, aun- el azul de sus ojos contrastaba con la estructura angelical de su que yo bien poco debí considerarlo para no haberle dado albo rostro. Tales virtudes no eran sólo atributos de su natura- importancia alguna. leza, sino de una estricta y esmerada propensión materna. Aquellos mismos afectos se dejaron sentir en el seno de AI vernos corrió infantil hacia nosotros. una multitud bulliciosa y recíproca en sus menesteres, sobre —¡Casi llegas tarde! –me reclamó cariñosa–, la cere- todo con Albenir por parte de sus condiscípulos, quienes le monia está por dar comienzo. ¿Qué tal, Albenir? –prosiguió, otorgaron la preferencia en el halago y la admiración. volviendo la mirada a éste quien, de inmediato, le urgió la Muchos de ellos le llamaban “el sabio”, en respuesta a su mano amigablemente. despierta inteligencia y a su actitud serena, y meditada res- —Bien, muy bien –le dijo a secas. pecto a los problemas de sus semejantes en los que, tanto —Bruno estaba impaciente por tu llegada. Quería saber tu sus puntos de vista como sus actos, resultaban comúnmente opinión acerca de sus adelantos musicales. ¿No es verdad, acertados. En diversas épocas Albenir había tenido partici- Bruno? pación activa en la política interna del colegio y sus actua- —Sí, así es, ya hemos hablado de eso –farifullé–, ¿estás ciones no fueron menos que encomiables. Sin embargo, lista? –añadí con intención de cambiar el tema. aquel mote no Ilegó a ser nunca substituto de su nombre y —¿A quién declamarás? –terció mi amigo. mi amigo no solía reparar en tales cosas, por cuanto no des- —A Peza– respondió Lucía. conocía la imposibilidad de salir ileso de ellas y, no pocas —Fusiles y muñecas –complementé–, seguramente cono- veces, había reído de buena gana ante las reacciones que yo ces el poema. experimentaba al escuchar mi sobrenombre de “taciturno”, —Sí –acentuó Albenir–, mi madre solía leérmelo de impuesto a mi persona quizá por la abierta afición que acu- niño. Es un tema interesante y aún recuerdo sus versos. 18 19 Fausto Cruz Padrón Iván Albenir La charla fue interrumpida por el acerado tañer de la —Preferiría regresar con ustedes –opinó Lucía–, mis com- campana de recreo anunciando el inicio del ceremonial. pañeras se han ido ya y papá se enojará si me ve Ilegar sola. Una muchedumbre se aglomeró de pronto para ganar la Yo accedí de mal humor. Si algo había que me enfadase escalera al primer piso y tomar asiento. Lucía, Albenir y yo lo- era que mis compañeros me viesen, cuando no lo juzgaba gramos, con apresuramientos, acomodarnos en buen sitio. oportuno, cuidando de mis hermanas y, la razón de ese extra- Aquel inmenso salón de expresivos relieves esculturales, ño, no se fundaba sino en el hecho de que muchos de aque- atractivos platerescos alrededor de puertas y ventanas, a más llos, comúnmente de mayor edad y teniendo por motivación de simbólicas pinturas de carácter histórico o científico, se ha- la facilidad con que me exaltaba en el enojo, acostumbraban llaba repleto de espectadores impacientes. El primer número afrentarme floreando a mis hermanas con silbidos y piropos estuvo a cargo de un grupo orquestal, formado por alumnos intransigentes, poniéndome de mal talante y alejando, cada del plantel, que ejecutó con peculiar maestría música folclóri- vez más, mi inclinación a las diversiones propicias a mi edad ca de la región y algunas melodías en boga. Seguidamente el juvenil. Sentía, frente al embrollo de ese azar, no poder des- director, de aspecto simpático y edad madura declaró, en un envolverme a mis anchas ni encontrar acomodo en ninguna discurso plagado de optimismos filosóficos, inaugurados los parte y veía a los muchachos que, para su fortuna no cuida- cursos para llevarse el juvenil aplauso de la inquieta concu- ban de sus hermanas, con no poca timidez y hondura. rrencia. Así, entre una y otra actuaciones diversas tocó el En consecuencia, ello tendía a provocar en mí explosiones turno a Lucía quien, inmediata a su presentación, se dirigió, de irritados destemples, cuyas receptoras eran mis propias un tanto serena al estrado. Su vestido blanco parecía resaltar bienamadas hermanas, a quienes solía inculpar como promo- su ya declarada belleza y su voz, timbrada y saludable, se toras de mi ridícula situación. “Mi padre me ha convertido en dejó escuchar como un lamento de pájaros, al compás de niñera”, gritaban mis adentros y ese grito, ahogado en el um- una mímica expresiva y conjurante, que la hizo transformar- bral de la palabra, aquel que no se pronuncia, pero que no se en una mensajera más del anhelo humano hacia el hon- por ello deja de ser violento y percutivo, silenciaba de súbito tanar de la vida, en donde apenas puede soportar la carga al surgir en mi, la sensación del cariño profesado a mi hogar de su efímera grandeza y anquilosada miseria. paterno en pago a su protección y solicitud, ante el cual había La actuación de Lucía fue única y el aplauso consecuente que doblegarse como al conjuro de una deidad que llevara en agradecido por ella con una grata reverencia. Poco después la sí misma el símbolo de la bondad y de la salvación. velada llegaba a su término. La imagen de ese hogar, brindador de honestidad y reco- —¡Luciste espléndida, te felicito! –le dijo Albenir cuando gimiento, asaltaba mi mente en forma de un reproche inelu- ya abandonábamos el recinto. dible y me instaba a volver la mirada llena de sumisión hacia —¡Oh, gracias! –repuso–; aunque al principio estuve ner- sus constructores, en tanto que de ellos había libado el verda- viosa. ¿Lo notaron? dero afecto, la indeclinable santidad y el bien único, sentidos —Ni en lo mínimo. Debió ser tu imaginación. Lo hiciste desde mis primeras inquietudes infantiles. Yo sabía todo eso. mejor que otras veces –interrumpí–. ¡Ahora deberás volver- Lo sabía con precisión adulta, como entendía que entre mis te a casa! –añadí autoritario–, nosotros nos quedaremos hermanas y yo había ciertas diferencias aunque nodentro del hasta tarde. marco generoso de las afecciones. Poco tardé en sospechar 20 21

See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.