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Una Historia De La Lectura PDF

365 Pages·17.222 MB·Spanish
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v w i siglo veintiuno / aM editores 'V W y i grupo editorial siglo veintiuno siglo xxi editores, méxico siglo xxi editores, argentina CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS GUATEMALA 4824, C1425BUP 04310 MÉXICO, D.F. BUENOS AIRES, ARGENTINA www. sigloxxieditores. com. mx www.sigloxxiedrtores.com.ar salto de página biblioteca nueva anthropos ALMAGRO 38 ALMAGRO 38 c/lepant241 2801 0 MADRID, ESPAÑA 28010 MADRID, ESPAÑA 08013 BARCELONA, ESPAÑA www.saltodepagina.com www.bibliotecaiueva.es www. anthropos-editorial. com Manguel, Alberto Una historia de la lectura.- ia ed.~ Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2014. 384 p.: il.; 23x16 cm.- (Singular) Traducido por Eduardo Hojman // ISBN 978-987-629-371-6 1. Historia de la Lengua. I. Título CDD 409 Título original: A History ofReading, © 1996 © Alberto Manguel c/o Guillermo Schavelzon 8c Asoc., Agencia Literaria <www.schavelzon.com> © 2014, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A. CONTENIDO LA ÚLTIMA PÁGINA La última página................................................................... 17 LECTURAS Leer sombras......................................................................... 41 Los lectores silenciosos....................................................... 55 El libro de la memoria......................................................... 69 Aprender a leer..................................................................... 81 La primera página ausente................................................. 99 Lectura de imágenes............................................................ 109 Leer para otros...................................................................... 123 Las formas del libro............................................................. 139 Lectura privada..................................................................... 163 Metáforas de la lectura........................................................ 177 LOS PODERES DEL LECTOR Principios............................................................................... 191 Ordenadores del universo................................................... 201 Leer el futuro......................................................................... 213 El lector simbólico................................................................ 225 Lectura entre paredes.......................................................... 237 Robar libros........................................................................... 249 El autor como lector............................................................ 259 El traductor como lector..................................................... 273 Lectura prohibida................................................................. 289 El loco de los libros.............................................................. 301 EL ÚLTIMO PLIEGO El último pliego.................................................................... 319 Notas.............................................................................................. 329 índice de nombres y lugares...................................................... 363 Aquel día que juntó nuestras cabezas, El destino forjó un sabio encuentro: Yo pensando en el tiempo que hace fuera, Tú pensando en el tiempo que hace dentro. Aquel día que juntó nuestras cabezas, El destino forjó un sabio encuentro: Yo pensando en el tiempo que hace fuera, Tú pensando en el tiempo que hace dentro. En los siete años que me llevó hacer este libro, he acumulado un buen número de deudas de gratitud. La idea de escribir una his­ toria de la lectura comenzó con el intento de escribir un ensayo; Catherine Yolles sugirió que el tema merecía un libro: le agradez­ co su confianza. Gracias a quienes me han ayudado a darle forma: Louise Dennys, la más amable de las lectoras, cuya amistad me ha sostenido desde los lejanos días de la Guía de lugares imaginarios-, Nan Graham, que apoyó el libro desde el primer momento; Philip Gwyn Jones, que con su aliento me ayudó a superar pasajes difíci­ les. Minuciosamente y con un talento digno de Sherlock Holmes, Gena Gorrell y Beverley Beethan Endersby corrigieron el manus­ crito: a ellas mi agradecimiento. Paul Hodgson diseñó el libro con una atención inteligente. Mis agentes, Jennifer Barclay y Bruce Westwood, mantuvieron a raya a lobos, directores de banco y re­ caudadores de impuestos. Varios amigos me hicieron amables sugerencias: Marina War­ ner, Giovanna Franci, Dee Fagin, Anna Becciú, Greg Gatenby, Carmen Criado, Stan Persky y Simone Vauthier. El profesor Amos Luzatto, el profesor Roch Lecours, el señor Hubert Meyer y el pa­ dre F. A. Black aceptaron con generosidad la tarea de leer y revi­ sar algunos capítulos concretos; los errores que subsistan son todos míos. Sybel Ayse Tuzlac se encargó de algunas de las investigacio­ nes iniciales. Agradezco al personal bibliotecario que encontró pa­ ra mí libros extraños y respondió con infinita paciencia a mis pre­ guntas poco académicas en la Metro Toronto Reference Library, la Robarts Library, la Thomas Fisher Rare Book Library —todas de Toronto—, a Bob Foley y el personal de la biblioteca del Banff Centre for the Arts, la Bibliothéque Humaniste de Sélestat, la Bi- bliothéque Nationale de París, la Bibliothéque Historique de la Ville de París, la American Library de París, la Bibliothéque de FUniversité de Estrasburgo, la Bibliothéque Municipale de Colmar, la Huntington Library de Pasadena, California, la Biblioteca Am- brosiana de Milán, la London Library y la Biblioteca Nazionale Marciana de Venecia. También quiero dar las gracias al Maclean Hunter Arts Journalism Programme y al Banff Centre for the Arts, así como a la librería Pages de Calgary, donde algunos fragmentos de este libro se leyeron por primera vez. Me habría sido imposible terminar este libro sin la ayuda eco­ nómica del Ontario Arts Council y el Cañada Council, así como la de la George Woodcock Foundation. En memoria de Jonathan Warner, cuyo apoyo y consejo echo mucho de menos. Leer tiene una historia. Robert Darnton, The Kiss of Lamourette, 1990 Porque el deseo de leer, como todos los otros deseos que distraen nuestras almas infelices, puede ser analizado. Virginia Woolf, “SirThomas Browne”, 1923 Pero, ¿quién será el amo? ¿El escritor o el lector? Denis Diderot, Jacques le Fataliste et son maítre, 1796 PRÓLOGO El destino de todo libro es misterioso, sobre todo para su autor. Una de las inesperadas revelaciones que me deparó la publicación de Una historia de la lectura fue el descubrimiento de una comu­ nidad mundial de lectores quienes, individualmente y en circuns­ tancias muy distintas de las mías, tuvieron mis mismas experien­ cias y compartieron conmigo idénticos ritos iniciáticos, iguales epifanías y persecuciones. La verdad es que nuestro poder, como lectores, es universal, y es universalmente temido, porque se sabe que la lectura puede, en el mejor de los casos, convertir a dóciles ciudadanos en seres racionales, capaces de oponerse a la injusti­ cia, a la miseria, al abuso de quienes nos gobiernan. Cuando estos seres se rebelan, nuestras sociedades los llaman locos o neuróti­ cos (como a Don Quijote o a Madame Bovary), brujos o misán­ tropos, subversivos o intelectuales, ya que este último término ha adquirido hoy en día la calidad de un insulto. Escasos siglos después de la invención de la escritura, hace al menos 6.000 años, en un olvidado lugar de Mesopotamia (como cuento en las páginas siguientes), los pocos conocedores del arte de descifrar palabras fueron conocidos como escribas, no como lectores, quizá para dar menos énfasis al mayor de sus poderes, el de acceder a los archivos de la memoria humana y rescatar del pa­ sado la voz de nuestra experiencia. Desde siempre, el poder del lector ha suscitado toda clase de temores: temor al arte mágico de resucitar en la página un mensaje del pasado; temor al espacio se­ creto creado entre un lector y su libro, y de los pensamientos allí engendrados; temor al lector individual que puede, a partir de un texto, redefinir el universo y rebelarse contra sus injusticias. De es­ tos milagros somos capaces, nosotros los lectores, y estos milagros podrán quizá rescatarnos de la abyección y la estupidez a las que parecemos condenados. Sin embargo, la fácil banalidad nos tienta. Para disuadirnos de leer, inventamos estrategias de distracción: transformándonos en bulímicos consumidores para quienes sólo la novedad, nunca la memoria del pasado, cuenta; quitando prestigio al acto intelectual y recompensando la acción trivial y la ambición económica; reem­ plazando las nociones de valor ético y estético por valores pura­ mente financieros; proponiéndonos diversiones que contraponen a la placentera dificultad y amistosa lentitud de la lectura, la gra­ tificación instantánea y la ilusión de la comunicación universal e inalámbrica; oponiendo las nuevas tecnologías a la imprenta, y sustituyendo las bibliotecas de papel y tinta, arraigadas en el tiem­ po y en el espacio, por redes de información casi infinita cuya ma­ yor cualidad es su inmediatez y su desmedida, y su declarado pro­ pósito (véase La sociedad sin papel de Bill Gates, publicado por supuesto en papel) la muerte del libro como texto impreso y su re­ surrección como texto virtual, como si el campo de la imaginación no fuese ilimitado y toda nueva tecnología tuviera necesariamen­ te que acabar con la precedente. Este último temor no es nuevo. A fines del siglo xv, en París, bajo los altos campanarios donde se oculta Quasimodo, en una celda monacal que le sirve tanto de estudio como de laboratorio alquímico, el archidiácono Claude Frollo extiende una mano ha­ cia el volumen abierto sobre la mesa, y con la otra apunta hacia el gótico perfil de Notre Dame que se vislumbra a través de la ven­ tana. “Esto”, le hace decir Victor Hugo a su desdichado sacerdo­ te, “matará a aquello”. Para Frollo, contemporáneo de Gutenberg, el libro impreso matará al libro-edificio, la imprenta dará fin a esa docta arquitectura medieval en la que cada columna, cada cúpu­ la, cada pórtico es un texto que puede y debe ser leído. Como la de hoy, esa antigua oposición es, por supuesto, falsa. Cinco siglos más tarde, y gracias al libro impreso, recordamos aún la obra de los arquitectos de la Edad Media, comentada por Viollet- le-Duc y Ruskin, y reinventada por Le Corbusier y Frank Gehry. Frollo teme que una nueva tecnología aniquile la anterior; olvida que nuestra capacidad creativa es infinita y que siempre puede dar cabida a otro instrumento más. Ambición no le falta. Quienes hoy oponen la tecnología electrónica a la de la im­ prenta perpetúan la falacia de Frollo. Quieren hacernos creer que el libro —esa herramienta ideal para la lectura, tan perfecto como la rueda o el cuchillo, capaz de contener nuestra memoria y expe­ riencia, y de ser en nuestras manos verdaderamente interactivo, permitiéndonos empezar y acabar en cualquier punto del texto, anotarlo en las márgenes, darle el ritmo que querramos— ha de ser reemplazado por otra herramienta de lectura cuyas virtudes son opuestas a las que la lectura requiere. La tecnología electrónica es superficial y, como dice la publi­ cidad para un powerbook, “más veloz que el pensamiento”, permi­ tiéndonos el acceso a una infinitud de datos sin exigirnos ni me­ moria propia ni entendimiento; la lectura tradicional es lenta, profunda, individual, exige reflexión. La electrónica es altamente eficaz para cierta búsqueda de información (proceso que torpe­

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