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Triunfo De Amor PDF

150 Pages·2016·0.48 MB·Spanish
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TRIUNFO DE AMOR-SALLY WENTWORTH (Driving force) CAPÍTULO 1 HOLA, Maddy, soy Laura. —¡Laura! Hola. ¿Cómo estás? —la voz de Maddy al contestar denotaba sorpresa y una velada nota de aprensión. Habían pasado más de cinco meses desde la última vez que su suegra... no, su ex suegra... le llamó por teléfono para informarle de que West había tenido un accidente, aunque Maddy ya lo sabía gracias a las noticias de la televisión. —Estoy bien, gracias. ¿Y tú? ¿Todavía trabajas como enfermera particular? —Sí. De hecho, has tenido suerte de encontrarme. Volví anoche de un trabajo — explicó Maddy. —¿De verdad? ¿Ha sido un caso interesante? —Sí, mucho —Maddy trató de mostrarse entusiasta—. He estado en Gales, cuidando a una amazona bastante famosa que tuvo una caída y se dañó la espalda —dicho de esa forma, el trabajo parecía tranquilo, pero la verdad era que la casa de esa mujer estaba muy lejos de la civilización, era fría y húmeda y la paciente se había portado como una déspota y tratando a Maddy como si fuera una sirvienta y no la enfermera cualificada y fisioterapeuta que era. Habían sido dos meses muy pesados, pero Maddy se había quedado allí hasta que la mujer pudo caminar de nuevo. —¿Y tienes más trabajo ahora? —preguntó Laura, a quien evidentemente no le interesaba mucho el asunto que le contaba Maddy. Parecía un poco nerviosa Maddy empezó a preguntarse cuál sería el sospechoso motivo de esa llamada. Laura la había culpado de la ruptura del matrimonio y desde el divorcio sólo habían hablado una vez. En un principio, al oír su voz, Maddy tuvo el terrible presentimiento de que algo le había ocurrido a West, pero conocía bastante bien a su ex suegra y sabía que si hubiera ocurrido algo malo. Laura se lo habría dicho desde el principio, sin ese preámbulo cortés. Pero también sabía que a Laura le encantaba organizar a la gente, sobre todo si con ello podía hacerle un favor a alguien. Por eso Maddy contestó con cansancio. —Por ahora no, pero sé que la agencia guarda otro caso para mí. Era verdad a medias; no tenía nada específico, pero la agencia siempre tenía mucho trabajo. —Me alegro de que estés disponible —Laura Marriott hizo una pausa y luego añadió—: Iré a Londres un día de estos. Me gustaría verte... quizá comer juntas. En ese momento fue Maddy la que hizo una pausa y estuvo a punto de rechazar la invitación. No quería ver a la madre de West; todo lo que haría sería reavivar recuerdos que Maddy intentaba olvidar. Pero tampoco pensaba que Laura deseara hacerle una visita de cortesía. Entonces, ¿por qué quería que se reunieran? —¿Ocurre algo. Laura? —como si supiera lo que Maddy sentía, la señora replicó: —Por favor, no digas que no. Es bastante importante. —¿No me lo puedes decir por teléfono? —No, preferiría verte en persona. ¿Qué día estarás libre? ¿Mañana? La urgencia que mostraba la sorprendió y supuso que debía ser algo relacionado con West; si no se trataba de él. Laura no estaría tan nerviosa. —Supongo que podría —aceptó Maddy con cautela—. Pero tengo cita con un amigo a las dos y media —añadió para tener un pretexto de cortar la entrevista si las cosas no le gustaban. —Gracias ¿Te parece bien en el restaurante que está en Harrods? ¿A las doce y media? —Sí, está bien. Nos veremos mañana, entonces —se despidió Maddy. Eso le dejaba más de veinticuatro horas para imaginar el motivo por el que Laura deseaba verla, pensó al colgar. Entonces se dio cuenta de que ninguna de las dos había mencionado a West. Al día siguiente Maddy comprobó que los escaparates de Harrods estaban tan vistosos como siempre. Cuando estaba casada tenía un crédito con la tienda y se compraba muchas cosas allí, pero desde su divorcio, hacía sus compras en las deudas locales y en los supermercados. Maddy se detuvo para ver unos elegantes vestidos de noche y al ver su reflejo en el cristal, sonrió. Hacía un año estaba casada con West Marriott, el famoso piloto de carreras, y se había adaptado a la imagen que de ella se esperaba. Pero cuando volvió a ser la sencilla Madeline French, fruncía el ceño de cansando con frecuencia y había un dejo de tristeza en sus ojos. Su ropa era elegante, pero nada fuera de lo común y, aunque antes los vendedores se apresuraban a abrirle la puerta y la llamaban por su nombre, estaba segura de que ya ni siquiera se fijarían en ella. Y tenía razón; el portero ni siquiera la miró cuando Maddy empujó la pesada puerta de cristales y entró en la tienda, se dirigió a los ascensores deteniéndose a ver cosas pues no le urgía llegar a tiempo; su suegra había perdido el derecho a esa cortesía y a cualquier otra cosa, cuando la acusó de haber destruido la vida de su hijo. Hizo una pausa al ver unos cinturones. Como esposa de West Marriott, no habría dudado en comprarlos, pero sabía que ya no iría a ningún sitio elegante para usar algo tan vistoso. Cuando Maddy llegó Laura estaba allí con una copa delante. Tenía una mirada de preocupación que al ver a Madeline se volvió de alivio. Por un instante hubo un momento de duda ya que ninguna de las mujeres sabía cómo saludar a la otra. Al fin, Maddy sólo se sentó sin darle un beso a Laura ni estrecharle la mano como solía hacer. —Gracias por venir. ¿Quieres tomar algo mientras ves la carta? —Sólo quiero agua mineral, por favor —Maddy tenía la impresión de que necesitaría de toda su perspicacia durante las siguientes horas. Y tenia razón. Laura hizo comentarios triviales mientras esperaba que les sirvieran lo que habían pedido, y le preguntó cómo estaban sus familiares y amigos, antes de hablar de lo que le interesaba en realidad. Cuando ya estaban tomando la sopa, la señora dijo en tono demasiado casual: —¿No te interesa saber cómo sigue West? —había una nota de reproche en su voz, como si hubiera preferido que fuera Maddy quien preguntara por él. —Estoy segura de que le cuidas muy bien —contestó negándose a caer en la trampa. —Por supuesto —Laura frunció el ceño al contestar con dureza—. Sus piernas cicatrizan bastante bien, aunque... —Por favor, no quiero saber detalles —interrumpió Maddy. —Estuviste casada con él casi cuatro años. ¿No te importa? —Precisamente porque estuve casada con él, es por lo que no quiero saberlo — contestó airada—. Quizá sea mejor que me digas por qué has querido verme. La señora Marriott parecía incómoda. —Bueno... de hecho, se trata de West —la señora dudó y luego suspiró—. Me preocupa —reconoció—. Él... no está respondiendo bien a la terapia —miró a su ex nuera, en espera de que ésta le preguntara el motivo, pero como no dijo nada, prosiguió—: Como te he dicho, le doy los mejores cuidados, pero no los aprovecha. Su expresión de impotencia suavizó un poco a Maddy. —¿Quieres decir que se niega a hacer lo que los médicos le prescriben? — inquirió la joven. —Bueno... sí. —Siempre fue un paciente problemático —comentó Maddy—. Detesta estar enfermo. Yo no me preocuparía; con el tiempo se pondrá bien. _¡Ojalá! —dijo Laura y Maddy la miró a la cara—. Pero da la sensación de que no tiene ningún estímulo para curarse. _¿Ni siquiera el de regresar a la pista para tratar de matarse de nuevo? — preguntó sarcástica—. Seguro que te equivocas. —No, no es así. Verás, ya no podrá volver a las carreras bajo ningún concepto. De hecho, los cirujanos le han dicho que es posible que no pueda volver a andar. Maddy la miró un momento y luego observó el mantel, tan pálida como la tela blanca. Cuando West tuvo el accidente, ella lo había visto por la televisión pero sólo siguió la noticia hasta enterarse de que no había muerto, y luego se negó a ver u oír nada más sobre el asunto, aunque no había podido olvidar el horror que había sentido. Con lentitud, volvió a mirar a la señora. —West y yo estamos divorciados —dijo secamente. —Lo sé. Pero está apesadumbrado y triste. Sabes el genio que tiene a veces. Hace la vida imposible a las enfermeras y éstas no duran mucho... —¡No! —Maddy, por favor. Estoy desesperada. No habría recurrido a ti si pudiera contar con alguien más. —No —repitió Maddy. Retiró la silla para marcharse, pero el camarero llegó con un plato y se lo puso delante. Aprovechándose de la situación. Laura le cogió la mano. —Por favor, debes escucharme. —No tengo que oírte —contestó Maddy tan pronto como el hombre se fue—. Quieres que yo sea su enfermera. Bueno, no lo haré. Yo... no podría. —¿Qué quieres decir? ¿Por qué no podrías? —Dios mío. Laura. He visto cómo termina la gente después de accidentes automovilísticos. Me divorcié de West por que no podía soportar el que terminara así. ¿Cómo puedes pedirme que vaya a cuidarlo? —Maddy, lo he intentado. No hay nadie más que tú. Él parece... decidido a hacer que las otras se vayan. —Métele en un hospital —recomendó con brusquedad. —Ya lo he intentado. Le mandaron a casa a la semana —de pronto, Laura parecía agotada—. Ya no sé qué hacer. Eres mi última esperanza, Maddy. La última esperanza de West. —¡Eso es basura! No te pongas tan dramática. Métele en algún nosocomio especializado en esos casos. Para consternación de Maddy, los ojos de Laura se llenaron de lágrimas y una rodó por su mejilla antes de que la señora pudiera limpiársela con el pañuelo. Con cualquier otra mujer, Madeline hubiera creído que las lágrimas no eran sinceras y que sólo buscaban su simpatía, pero sabía que Laura no lloraba con facilidad y que debajo de esa apariencia frágil, era tan dura como la roca. —Los doctores le han sugerido eso, pero tras el accidente estuvo tres meses en un sanatorio, y juró que nunca más volvería. ¿Puedes imaginártelo en un lugar así? —la voz le tembló—. Me suplicó que le llevara a casa y entonces le dijeron que nunca más podría competir en una carrera. —Bueno, supongo que eso le hundió —acotó Maddy, seca—. Las carreras eran su único motivo para vivir. —West ya era piloto de carreras cuando te casaste con él —señaló la madre dolida. —Tienes razón. Pero, igual que cualquier otra mujer sin importancia, creía que me amaba más a mí. Los hombres como West nunca cambian, ¿verdad? —No, yo me di cuenta con su padre —comentó Laura. Maddy recordó que la señora era viuda, pues el padre de West había muerto en un accidente alpino hacía quince años. Nunca había hablado de la vida de su marido ni de su relación personal. Maddy se preguntó cómo había sido el padre de West, mientras picaba la comida, tratando de aligerar el ambiente antes de proseguir. —Lo siento. Laura, no puedo hacerlo. Tienes que darte cuenta de que yo soy la última persona que debería cuidar a West. No nos despedimos en buenos términos. Un paciente necesita un ambiente tranquilo y sereno para recuperarse. Si yo estoy allí, habrá demasiada tensión, demasiadas peleas y discusiones. —Pero quizá eso sea bueno para él. Aun... aun el odio es una gran razón para querer seguir viviendo, Maddy. Su ex nuera la miró furiosa. —Así que yo debo ser el chivo expiatorio de West, ¿verdad? —No. Lo siento, no he querido decir eso —Laura le tocó la mano con un gesto de tristeza—. Estoy tan desesperada, querida. Y no puedo... quedarme ahí quieta, viendo... cómo se muere. La señora sollozó y se enjugó las lágrimas. —Pero no está tan mal, ¿o sí? —inquirió Madeline, impresionada. —Sí, lo está —la voz de Laura tenía un toque de desesperación—. No quiere vivir como... un inválido. Maddy no le dio tiempo para recuperarse y empezó a fingir que comía antes de decir: —Laura, lo que me estás haciendo es un chantaje emocional ¿No te has parado a pensar en lo que significa para mí? ¿Lo humillante que podría ser? Sabes lo arrogante que puede llegar a ser tu hijo, lo frío y sarcástico, sobre todo cuando piensa que tiene la razón —Quizá lo sea —reconoció—. Pero, ¿importa todo eso cuando se traba de salvarle la vida? —dijo con dureza, con un ruego en su mirada. La joven volvió a negar con la cabeza, aunque se asomó una duda a sus ojos, lo que hizo que Laura volviera a insistir— ¿No podrías intentarlo al menos? Si no funciona... bueno, habré hecho todo lo que estaba a mi alcance para ayudarle —vaciló y luego continuó—: No he hablado de dinero porque creo que no es lo más importante, pero por supuesto te daré... —No es necesario —atajó Maddy. —Entonces, por favor, Maddy. Es mi hijo y no puedo dejar que se abandone así. Te necesita. Si alguna vez le amaste... Pálida, miró a Laura con un reto feroz en la mirada. —Ah, no —murmuró con enojo—. No me chantajees así. Sabes que le amaba tanto que no podía soportar la idea de verle muerto Y ahora quieres que vaya para verle morir —de pronto, sin decir más Maddy se levantó y cogió su bolso para salir del restaurante, sin poder escuchar nada más, casi corriendo. Anduvo sin rumbo durante largo rato, mirando sin ver los escaparates, pero no podía dejar de pensar en los ruegos de Laura. Decidió que debía exagerar. West no era el tipo de hombre que yace en cama abandonándose a la muerte. Tenía un espíritu fuerte e indomable, y aunque Maddy pensaba que tenía la valentía mal enfocada, era uno de los hombres más valientes que conocía. Se necesitaban agallas para meterse en un pequeño coche y conducir a más de trescientos cincuenta kilómetros por hora en una pista estrecha serpenteante. Maddy se estremeció al recordar las competiciones que había presenciado en los primeros años, hasta que dejó de fingir que le gustaban, y de ocultar el miedo que sentía porque se ponía enferma y no asistió a ninguna más.

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