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Tras La Virtud PDF

377 Pages·2010·1.52 MB·Spanish
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ALASDAIR MACINTYRE TRAS LAS VIRTUD Primera edición en Biblioteca de Bolsillo: marzo de 2001 Segunda edición en Biblioteca de Bolsillo: octubre de 2004 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright. bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Título original: AFTER VIRTUE University of Notre Dame Press, Notre Dame, Indiana, por acuerdo con Scott Meredith Literary Agency, Inc.. Nueva York Diseño de la colección: Joan Batallé © 1984: Alasdair MacIntyre © 1987 de la traducción castellana para España y América: Critica. S.L., Diagonal, 662-664.08034 Barcelona ISBN: 84-8432-170-3 Depósito legal: B. 44.156-2004 Impreso en España 2004. - A & M Gràfic, S.L., Santa Perpetua de Mogoda (Barcelona) PREFACIO A LA NUEVA EDICIÓN La fortuna de un libro depende tanto de la calidad del contenido como de la oportunidad del mismo. Ambas cualidades se encuentran en Tras la virtud, sin ninguna duda el mejor libro de Alasdair MacIntyre y un clásico de la filosofía moral contemporánea. El texto satisface con maestría dos objetivos: hacer un diagnóstico brillante de la moral de nuestro tiempo y erigirse en pionero de una corriente que no ha dejado de extenderse desde entonces: el comunitarismo. El autor, sin embargo, posiblemente rechazaría cualquier intento de clasificarlo en una u otra corriente de pensamiento. Su estilo filosófico es el de un provocador y crítico radical incluso consigo mismo, valiente en sus propuestas no siempre políticamente correctas. Cuenta en el prólogo a Tras la virtud que lo que le movió a escribirlo fue principalmente el disgusto ante el quehacer filosófico al uso, esa manera de hacer filosofía como una investigación independiente del resto de las ciencias sociales, válida por sí misma, al margen de la historia y de los datos empíricos. Opina MacIntyre que por lo menos la filosofía moral no se puede hacer así, puesto que no existe la moral en abstracto, sino morales concretas, situadas en tiempos y espacios determinados, en culturas y entornos sociales específicos. La filosofía moral no es una disciplina separada de la historia, la antropología o la sociología. Es ilusorio ese punto de vista imparcial desde el que supuestamente se alcanzan los principios y las verdades universales. Antikantiano, antianalítico, antimarxista y, en general, antimoderno, MacIntyre dispara tanto contra los sistemas morales de los filósofos modernos, cuanto contra los límites convencionales de las disciplinas académicas. No acepta perpsectivas trascendentales ni posiciones originales, rechaza al filósofo de sillón que, seul dans un poêle, como hiciera Descartes, ambiciona descubrir el auténtico método de la filosofía o los primeros principios de la moral. Piensa que la moral consiste mayormente en mores, costumbres y maneras de ser, y éstas son incomprensibles separadas de sus circunstancias. La tesis de MacIntyre está explícitamente resumida en el título, 1 Tras la virtud, un título que recoge la ambivalencia característica en muchos fenómenos de nuestro tiempo. El diagnóstico que nuestro autor hace de la moral en las postrimerías del siglo XX es desalentador: el ethos configurado por la modernidad ha dejado de ser creíble, el proyecto ilustrado ha sido un fracaso, es inútil proseguir la búsqueda de una racionalidad y de una moralidad universales, como pretendió hacer el pensamiento moderno. Nuestra modernidad —o postmodernidad— se encuentra en un estado caracterizable como más allá o después de la virtud. Lo cual significa que hoy ya no es posible un discurso como el de Aristóteles sobre las virtudes de la persona, porque, entre otras cosas, carecemos de lo fundamental: un concepto unitario de persona. De hecho, hace siglos que perdimos esa unanimidad sobre el telos humano que compartieron los griegos o los cristianos medievales. Tampoco es posible demostrar, legitimar o fundamentar la universalidad de nuestros principios morales. La supuesta universalidad de los derechos humanos o la vigencia de la moral utilitarista —dos creencias morales de nuestro tiempo— se sustentan en una ficción. En realidad, nuestro mundo es caótico y desordenado en lo que a creencias morales se refiere, una mezcolanza de doctrinas, ideas y teorías que provienen de épocas y culturas lejanas y distintas. La única respuesta aceptable ante ese conjunto de retazos éticos es la filosofía del emotivista, que se adhiere a la moral más afín con sus emociones y no entiende otras razones que las del sentimiento que nos mueve a rechazar unas acciones y aprobar otras. Es decir, que vivimos en una época postvirtuosa, «después» de la virtud. Aunque, simultáneamente, echamos de menos la moral, andamos en pos de la virtud. Ahí está el acierto del título: encontrándonos tras la virtud, vamos, sin embargo, en su busca. MacIntyre expresa maravillosamente ese déficit de moral que constatamos y nos sentimos incapaces de subsanar con el bagaje intelectual que tenemos. Tal incapacidad deriva, a su juicio, del error cometido por la filosofía moderna al situarse en la perspectiva del individualismo liberal. Desde un punto de vista tan formal sólo podía construirse una moral irreal, como denunciaron el marxismo y todo el pensamiento que ha dirigido su crítica contra la construcción del individuo moderno. Marx, pese a todo, no escapa a los errores que él mismo critica; por otros 2 caminos, mantiene el ideal del individuo universal propio de la moral moderna. Por eso fracasa el proyecto ilustrado, porque sólo produce ideales abstractos, que no se refieren a ningún escenario concreto y, en consecuencia, no convencen ni mueven a actuar. No obstante, la moral de las virtudes es la buena y hay que ir tras ella, a pesar de las dificultades que entraña en estos tiempos de diversidad cultural y de pluralidad de formas de vida. MacIntyre es un neoaristotélico, piensa que la ética de Aristóteles es la única que supera la crítica demoledora de Nietzsche contra la moral moderna. Es posible una ética de las virtudes —afirma—, pero sólo con una condición: que renunciemos a hacerla universal. Las virtudes aristotélicas salieron de una comunidad específica: la democracia ateniense. Lo que hoy hay que buscar son nuevas formas de comunidad que configuren determinados modelos de persona y nos permitan hablar de virtudes, o sea, de la excelencia que entrañan tales modelos. Sólo a ese precio conseguiremos construir una moral, o distintas morales, realmente capaces de mover a los individuos de las sociedades atomizadas actuales en torno a un proyecto común. Tal es la solución a la enfermedad moral que padecemos. Así acaba Tras la virtud, diciendo que «lo que importa ahora es la construcción de formas locales de comunidad, dentro de las cuales la civilidad, la vida moral y la vida intelectual puedan sostenerse a través de las nuevas edades oscuras que caen ya sobre nosotros. Y si la tradición de las virtudes fue capaz de sobrevivir a los horrores de las edades oscuras pasadas, no estamos enteramente faltos de esperanza». El diagnóstico de MacIntyre es, desde luego, pesimista, pero no desprovisto de esperanza, porque vislumbra el remedio para el malestar en que nos encontramos: el remedio está en la construcción de nuevas comunidades desde las que sea posible definir al individuo no sólo como ser libre para construir su vida, sino enraizado de antemano en una forma de vida que le otorgue sentido, no tanto entendida individualmente, sino como vida en común con los otros. Cabe decir que desde Tras la virtud, el comunitarismo se ha convertido en una de las líneas de pensamiento moral y político preponderantes de nuestro tiempo. Como he dicho al empezar, el libro de MacIntyre no sólo es brillante en su análisis, sino que incluye una propuesta 3 indiscutiblemente oportuna en un tiempo marcado por el multi- adluralismo, el reconocimiento de lo plural y la atención a lo diverso. Escribo este prólogo en el umbral del 2001, a las puertas del nuevo milenio. La primera edición de Tras la virtud es de 1984. La oposición radical de su autor a la filosofía moderna, de Kant a Rawls pasando por Marx y por los analíticos, inscribe el libro en un relativismo muy cercano a lo postmoderno. A los casi veinte años de esa primera edición, nos embarga el fenómeno dé la mundialización económica y cultural como una realidad de doble signo: si es temible el descontrol de la economía y de los sistemas financieros, si produce desazón la homogeneización cultural, sería, sin embargo, un factor de progreso la real mundialización de los derechos humanos y de los principios éticos. La apuesta por un tribunal de justicia internacional, desde el que sea factible defender los derechos de todos y castigara quienes los violan no es sino el reclamo de unos principios éticos que no pueden entenderse más que como la consecuencia de unos valores universalmente aceptados. En dicho contexto, creo que debemos leer Tras la virtud como un libro que traza un excelente diagnóstico, pero para el que propone un mal tratamiento. Los libros publicados por MacIntyre posteriormente no hacen sino confirmar el pronóstico. La creación de esas a modo de «comunidades de base» que proponen ciertos comunitarismos es una propuesta conservadora y, en definitiva, reaccionaria. Pone el carro delante de los bueyes en la medida en que entiende que la comunidad es necesaria para que pueda darse una moral. Viene a decir que la moral vendrá configurada por las especificidades de cada comunidad, sea esta religiosa —como le gusta a MacIntyre— o nacionalista —como es el caso de Taylor, Kymilic-ka o la mayoría de los miembros de la tribu comunitarista—. En resumen, pues, una cosa es retener la crítica aguda de MacIntyre a los fallos y errores de la moral moderna, y otra resolver esos fallos con la aceptación de una ética o una moral tan contextualizada que tenga por ello que renunciar a la universalidad de sus ideales. Tirar la toalla de la universalidad es algo que la ética, por definición, no puede permitirse. Por ello pienso que saber conjugar la universalidad de los derechos 4 humanos y la diversidad en la forma de llevarlos a la práctica es el auténtico reto de nuestro tiempo. Si la democracia es un imperativo para todos los pueblos, debería ser posible asimismo construir el discurso de las «virtudes públicas» —disculpen que me cite a mí misma—, que no serían sino las virtudes imprescindibles para los ciudadanos de nuestro tiempo, los cuales no pueden diferir radicalmente en sus formas de actuar democráticamente, se encuentren en Europa, en América Latina o en el África subsahariana. Para andar tras la virtud no es preciso partir de un nosotros cerrado y excluyente. El paso del yo moderno —individuo liberal abstracto— al nosotros que necesitamos ha de asentarse en la reafirmación de unos derechos humanos que son, por encima de todo, derechos del individuo esté donde esté y se encuentre donde se encuentre. Victoria Camps Enero de 2001 5 A la memoria de mi padre y sus hermanas y hermanos «Gus am bris an la» 6 PRÓLOGO Este libro surge de una reflexión amplia sobre las deficiencias de mis primeros trabajos sobre filosofía moral y de la insatisfacción creciente acerca de la concepción de la «filosofía moral» como un área independiente y aislable de investigación. Un tema central de buena parte de esas primeras obras (A Short History of Ethics, 1966; Secularisation and Moral Change, 1967; Against the Self- Images of the Age, 1971) era que la historia y la antropología debían servirnos para aprender la variedad de las prácticas morales, creencias y esquemas conceptuales. La noción de que el filósofo moral puede estudiar los conceptos de la moral simplemente reflexionando, estilo sillón de Oxford, sobre lo que él o ella y los que tiene alrededor dicen o hacen, es estéril. No he encontrado ninguna buena razón para abandonar este convencimiento; y emigrar a los Estados Unidos me ha enseñado que aunque el sillón esté en Cambridge, Massachusetts, o en Princeton, Nueva Jersey, no funciona mejor. Pero en el mismo momento en que estaba afirmando la variedad y heterogeneidad de las creencias, las prácticas y los conceptos morales, quedaba claro que yo me estaba comprometiendo con valoraciones de otras peculiares creencias, prácticas y conceptos. Di, o intenté dar, por ejemplo, cuenta del surgimiento o declive de distintas concepciones de la moral; y era claro para los demás, como debía haberlo sido para mí, que mis consideraciones históricas y sociológicas estaban, y no podían por menos de estar, informadas por un punto de vista valorativo determinado. Más en particular, parecía que estaba afirmando que la naturaleza de la percepción común de la moralidad y del juicio moral en las distintas sociedades modernas era tal, que ya no resultaba posible apelar a criterios morales de la misma forma que lo había sido en otros tiempos y lugares —¡y esto era una calamidad moral! Pero, si mi propio análisis era correcto, ¿a qué podría acudir? Por la misma época, incluso desde que tuve el privilegio de ser colaborador de la extraordinaria revista The New Reasoner, había estado preocupado por la cuestión del fundamento para el rechazo moral del estalinismo. Muchos de los que rechazaban el estalinismo lo hacían invocando de nuevo los principios de aquel 7 liberalismo en cuya crítica tuvo su origen el marxismo. Puesto que yo continuaba, y continúo, aceptando substancialmente tal crítica, esa respuesta no me era de utilidad. «Uno no puede —escribí respondiendo a la postura entonces tomada por Leszek Kolakowski— resucitar el contenido moral del marxismo tomando simplemente una visión estalinista del desarrollo histórico y añadiéndole la moral liberal» (New Reasoner, 7, p. 100). Además, llegué a entender que el propio marxismo ha padecido un serio y perjudicial empobrecimiento moral a causa de lo que en él había de herencia del individualismo liberal tanto como de su desviación del liberalismo. La conclusión a que llegué y que incorporo en este libro —si bien el marxismo propiamente dicho es sólo una preocupación marginal dentro del mismo— es que los defectos y fallos de la moral marxista surgen del grado en que éste, lo mismo que el individualismo liberal, encarna el ethos característico del mundo moderno y modernizante, y que nada menos que el rechazo de una gran parte de dicho ethos nos proveerá de un punto de vista racional y moralmente defendible desde el que juzgar y actuar, y en cuyos términos evaluar los diversos y heterogéneos esquemas morales rivales que se disputan nuestra lealtad. Esta drástica conclusión, apenas necesito añadirlo, no debe recaer sobre aquellos cuyas generosas y justas críticas hacia mi obra temprana me capacitaron para entender en buena parte, aunque quizá no por completo, lo que en ella estaba equivocado: Eric John, J. M. Ca-meron y Alan Ryan. Tampoco responsabilizaría de esta conclusión a aquellos amigos y colegas cuya influencia ha sido constante durante un gran número de años y con quienes estoy sobremanera en deuda: Heinz Lubasz y Marx Wartofsky. Dos de mis colegas en la Universidad de Boston leyeron importantes fragmentos de mi manuscrito y me hicieron muchas útiles e iluminadoras sugerencias. Tengo una gran deuda de gratitud con Thomas McCarthy y Elizabeth Rapaport. Otros colegas con quienes también estoy en deuda en muchos aspectos por parecidas sugerencias son Marjorie Grene y Richard Rorty. Por escribir y reescribir a máquina este libro estoy profundamente agradecido a Julie Keith Conley y por varias clases de ayuda en la producción del manuscrito debo dar las 8

Description:
En tal cultura, los hombres usarían expresiones como «neutrino»,. «masa», «gravedad específica», «peso atómico», de modo sistemático y a no diferiría de esa misma tarea tal como se afronta en el presente. Un Husserl o un. Merleau-Ponty quedarían tan engañados como un Strawson o un.
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