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Transformaciones de la tierra PDF

216 Pages·2007·1.111 MB·Spanish
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Transformaciones de la Tierra Donald Worster Selección, traducción y presentación de Guillermo Castro H. © Donald Worster CLAES, Magallanes 1334, Montevideo. Casilla Correo 13125, Montevideo 11700, Uruguay [email protected] - www.ambiental.net/claes Montevideo, junio 2008. Las opiniones en esta obra son personales del autor y no comprometen a CLAES. Coscoroba es el sello editorial del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). Coscoro- ba o cisne blanco es un ave típica de los ambientes acuáticos del Cono Sur. Impreso en junio de 2008 en Gráficos del Sur Martínez Trueba 1138 - Montevideo 11200 - Uruguay Tel./Fax (598-2) 413 7370 - [email protected] Amparado al decreto 218/96 Comisión del Papel - Depósito legal 338.630/08 ISBN 978-9974-7893-4-0 Prólogo Donald Worster y la historia ambiental Guillermo Castro H. La irrupción de la naturaleza en el campo de las ciencias humanas constituye ya uno de los hechos más notables de la cultura de nuestro tiempo. De una ma- nera que parece casi súbita por contraste con el prolongado período de especiali- zación y separación de campos que precedió al tiempo que vivimos, lo ambiental se torna en objeto de preocupación y estudio para la economía, la sociología, la ciencia política y, naturalmente, la historia. En alguna medida, esta tendencia nueva a la cooperación y la síntesis expresa la necesidad de dar forma a las preguntas inéditas que nos plantea la época en que vivimos, marcada desde hace más de un decenio por una circunstancia de crecimiento económico sostenido acompañado de un constante deterioro social y ambiental. Y de todas esas preguntas, ninguna es tan importante como la que se refiere al carácter y el significado de la evidente crisis por la que atraviesan las relaciones entre los humanos y su entorno natural. No se trata, por supuesto, de nuestra primera crisis de relación con el mundo natural. El dominio del fuego, la generalización de la agricultura, el surgimiento de la civilización, son apenas algunos ejemplos de hechos del pasado que han provocado un vasto impacto ambiental. Aquellas crisis, sin embargo, fueron por lo general de carácter local; afectaron a sociedades específicas; se desarrollaron de manera gradual, y su impacto estuvo circunscrito a ambientes humanos parti- culares, que habían rebasado la capacidad de sustentación que podían ofrecerles los ecosistemas en que se sustentaban.  Guillermo Castro H. Por contraste, la crisis de hoy tiene un carácter global; afecta a todas las socie- dades del planeta; se ha venido gestando con intensidad creciente en un período de apenas doscientos años –y sobre todo en el último medio siglo–, y da muestras ya de estarse transformando en una crisis ecológica, y no meramente ambiental. A ello cabe agregar, también, que en esta crisis aflora –como quizás nunca antes–, la estrecha relación existente entre las relaciones que los seres humanos estable- cen entre sí en la producción de sus condiciones de vida, y las que como especie establecen con el conjunto del mundo natural. Van quedando atrás, así, los tiempos en que lo ambiental se reducía a un pro- blema tecnológico, demográfico, o meramente económico, para dar paso a una visión de creciente complejidad, que demanda por lo mismo formas nuevas de colaboración e interacción entre las ciencias humanas y las naturales. En esta relación nueva resaltan dos elementos cruciales. Por un lado, que lo social y lo natural deben ser comprendidos en el marco más amplio de las interacciones en- tre los sistemas sociales y los sistemas naturales. Por otro, que la historia puede y debe contribuir a plantear tres factores de importancia decisiva para comprender el alcance de esas interacciones en el desarrollo de nuestra especie. En primer término, que los problemas ambientales que enfrentamos hoy tie- nen su origen en las formas en que hemos venido haciendo uso de los ecosis- temas en el pasado. Enseguida, que el uso de la naturaleza por nuestra especie constituye un factor de creciente importancia en la historia natural. Y, por último, que nuestras ideas acerca de la naturaleza y de las formas en que debe ser puesta al servicio de nuestras necesidades están socialmente determinadas de maneras a la vez evidentes y sutiles. Este es, precisamente, el universo de problemas y tareas al que se refiere la obra de Donald Worster (1941), quien ocupa la cátedra Hall para profesores dis- tinguidos de historia de los Estados Unidos en el Departamento de Historia de la Universidad de Kansas. Desde allí, persiste en la obra que años atrás lo llevó a convertirse en uno de los fundadores de la historia ambiental, cuya forja tuvo lugar al calor del creciente interés por los problemas de la biósfera que ha venido caracterizando a las culturas noratlánticas a partir de la década de 1970. En ese sentido, dicha disciplina fue definida por el propio Worster a princi- pios de la década de 1980 como una “nueva historia” que busca combinar una vez más la ciencia natural y la historia, no como otra es- pecialidad aislada, sino como una importante empresa cultural que modificará considerablemente nuestra comprensión de los procesos históricos. Lo que esta indagación implica, aquello para lo que nuestros tiempos nos han preparado (es)... el desarrollo de una perspectiva ecológica en la historia.1 1 “History as natural history: an essay on theory and method”, separata de la Pacific Historical Review, 1984. La primera traducción al español autorizada por el autor aparecerá a mediados de este año en la revista Tareas, del Centro de Estudios Latinoamericanos “Justo Arosemena”, Panamá. Prólogo 7 No sólo se trata, así, de que la historia ambiental procure entender la crisis global de la biósfera como el resultado de un proceso en el que han venido in- teractuando fenómenos de larga y muy larga duración –como el desarrollo de la agricultura y el crecimiento de la población–, con otros de plazo más breve e intensidad mucho mayor, como el uso masivo de los combustibles fósiles en los siglos XIX y XX, o la generalización de la agricultura de monocultivo soste- nida en el consumo de agroquímicos en enorme escala en todo el planeta en la segunda mitad de este siglo. Se trata, sobre todo, de que la historia ambiental se propone el estudio de la interacción que tiene lugar entre la especie humana y sus entornos, cada vez más artificializados, y las consecuencias y advertencias que resultan de esa interacción para los humanos en lo ecológico como en lo político, lo cultural y lo económico. En esa perspectiva, Donald Worster ha producido ya una amplia obra, que in- cluye entre sus títulos más conocidos Nature’s Economy. A history of ecological ideas. Cambridge University Press, 1994; The Wealth of Nature. Environmental history and the ecological imagination. Oxford University Press, New York, 1993, y Rivers of Em- pire. Water, Aridity and the Growth of the American West. Oxford University Press, New York Oxford, 1992. Para un conocimiento de primera mano de los orígenes, tendencias y preocupaciones fundamentales de la historia ambiental, además, tienen especial importancia sus ensayos “La Historia como Historia Natural: un ensayo sobre teoría y método“ (Pacific Historical Review, 1984); “Transformacio- nes de la Tierra: hacia una perspectiva agorecológica en la historia” (Journal of American History, March 1990) y “Encuentro de Culturas: la historia ambiental y las ciencias ambientales” (Environment and History, Vol. I, Num. 1, 199). La obra de Donald Worster ha sido traducida a casi todos los idiomas cultos de la Tierra, desde el sueco al mandarín y el japonés. Sin embargo, su difusión en lengua española ha sido lenta y difícil. Se inició en Panamá, con la publicación de los tres ensayos arriba mencionados en distintas ediciones de la revista Tareas a mediados de la década de 1990, continuó con la primera edición de esta anto- logía por el Instituto de Estudios Nacionales de la Universidad de Panamá en el año 2000, y con una segunda edición en la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia, en costa Rica, en el año 200. A ello se ha sumado, además, una persis- tente difusión de textos de Donald Worster entre los integrantes de la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental, creada en el año 200, a la que están vinculado un importante grupo de sus discípulos norteamericanos. La que ahora ofrece CLAES es la primera edición sudamericana. Con ella, CLAES ofrece un importante servicio a la comunidad ambientalista del Cono Sur, en sí misma y en sus relaciones con sus pares de otras regiones del mundo. La historia que Worster propone puede y debe, en efecto, ampliar y enriquecer significativamente el diálogo entre las ciencias humanas y las ciencias naturales en torno a los problemas ambientales que enfrenta América Latina, y porque sin 8 Guillermo Castro H. duda facilitará y estimulará además el acceso a este campo del conocimiento a un creciente número de personas interesadas en el tema. Todo esto contribuirá sin duda a estimular entre nosotros la búsqueda de nuevos enfoques en la cooperación entre las sociedades de nuestro Hemisferio, y entre ellas y la comunidad global, a partir de una mejor comprensión del sus- trato histórico y cultural que subyace tras las concepciones de cada una acerca de sus relaciones con su mundo natural. La obra de historiadores como Worster se remite a fin de cuentas a interacciones de escala planetaria, y estará siempre incompleta en la medida en que no consiga incorporar al diálogo que la sustenta la producción de estudiosos de lo ambiental y lo cultural en regiones como Amé- rica Latina. Desde nosotros, será evidente que si la historia ambiental es la historia del concepto de ambiente –como nos lo dijera hace ya algunos años Enrique Leff–, y si ese concepto sintetiza el resultado de las interacciones entre los sistemas socia- les y los sistemas naturales a lo largo del tiempo humano, la historia ambiental latinoamericana puede y debe estar cargada de futuro, porque sólo podremos cambiar nuestras relaciones con la naturaleza en la medida en que estemos dis- puestos a cambiar, también, las relaciones sociales que nos permiten interactuar con ella. Así entendida, la historia ambiental no tiene ya que ser la crónica terrible de una devastación inevitable. Por el contrario, al permitirnos entender los cami- nos por los que hemos llegado a la situación en que nos encontramos, nos ayuda a comprender mejor los que pueden alejarnos de ella para crear las condiciones nos permitan trascender y superar, desde hoy hacia mañana, las formas de or- ganización del desarrollo de nuestra especie que nos han conducido a crear los riesgos crecientes de deshumanización y aun de extinción que ya enfrentamos. Guillermo Castro H. Fundación Ciudad del Saber, Panamá, junio de 2008. La Era de la Ecología La Era de la Ecología se inició en el desierto de las afueras de Alamogordo, Nuevo México, el 1 de julio de 1945, con una brillante bola de fuego y una enor- me de gases radioactivos en forma de hongo. Mientras aquella primera bomba de fisión nuclear estallaba y el color del cielo al amanecer cambiaba de brusca- mente del azúl pálido a un blanco enceguecedor, el físico y director del proyec- to, Robert J. Oppenheimer, sintió en primer término una exaltada reverencia, que después cedió lugar en su mente a una frase sombría del Bhagavad-Gita: “Yo me he convertido en la Muerte, la estremecedora de los mundos”. Cuatro años después, si bien Oppenheimer aún podía describir la fabrica- ción de la bomba atómica como “técnicamente dulce”, su preopcupación en torno a las consecuencias de aquel logro se había incrementado. Otros cien- tíficos atómicos, entre los cuales se contaban Albert Einstein, Hans Bethe y Leo Szilard, se mostraron incluso más ansiosos por controlar el arma temible que su trabajo había hecho posible –una reacción que a la larga llegaría a ser compartida por muchos norteamericanos, japoneses y otras gentes comunes y corrientes. Se temía cada vez más que la bomba –con todo lo justificable que hubiera sido en nombre de la lucha contra el fascismo– había puesto en manos de la humanidad un poder más pavoroso de lo que estábamos en capacidad de ma- nejar. Por primera vez en unos dos millones de años de historia humana, existía una fuerza capaz de destruir todo el tejido de la vida en el planeta. Como lo 10 Donald Worster sugiriera Oppenheimer, el hombre, a través del trabajo de los científicos, cono- cía ahora el pecado. El problema estaba en saber si además conocía el camino a la redención.1 Una peculiar secuela de la bomba atómica fueron los inicios de una preocu- pación popular por la ecología, ampliamente difundida en todo el globo. Como era de prever, se comenzó en los Estados Unidos, donde fue inaugurada la era nuclear. La devastación del atolón de Bikini, el envenenamiento de la atmósfera con estroncio-90, y la amenaza de daños genéticos irreversibles golpearon a la conciencia pública con un impacto que las tormentas de polvo y la muerte de los animales predadores nunca podrían haber tenido. No se trataba de un problema local o de un tema que podía ser fácilmen- te ignorado: se trataba de una cuestión que tenía que ver con la sobrevivencia elemental de los seres vivientes, el ser humano incluido, en cualquier parte del mundo. Con toda evidencia, el sueño de Francis Bacon de extender el imperio del hombre sobre la naturaleza –”al efecto de lograr todas las cosas posibles”– había adoptado de súbito un giro macabro, incluso suicida. No fue sino hasta 1958, sin embargo, que los efectos ecológicos de la conta- minación radioactiva se convirtieron en una preocupación importante para los científicos estadunidenses en general. En ese año fue organizado el Comité para la Información Nuclear, cuya intención consistía en desgarrar el secreto que ro- deaba al programa armamentista del gobierno, y advertir a sus conciudadanos sobre los peligros que implicaban pruebas nucleares adicionales. Uno de los integrantes del Comité fue el especialista en fisiología de las plan- tas Barry Commoner. Otros científicos empezaron a adherirse a esta campaña de información y protesta, y más y más de ellos provenían de las disciplinas de la biología. Se hizo evidente también –con la publicación en 192 del libro de Rachel Carson La Primavera Silenciosa–, que la bomba atómica constituía tan sólo la más visible de las amenazas a la santidad de la vida. Carson descubrió, en el nuevo uso persistente de los pesticidas, un tipo de arma quizás más sutil, pero igualmente devastadora: Junto con la posibilidad de la extinción de la humanidad por la guerra nuclear, el problema central de nuestra era ha pasado a ser... la contaminación del medio ambiente total del hombre con tales sustancias de tan increíble potencial dañino –substancias que se acumulan en los tejidos de plantas y animales, e incluso penetran en las células germinales para sacudir o alterar el material hereditario mismo del que depende la conformación del futuro. Seis años después otro biólogo, Paul Ehrlich, escuchó el tic-tac de otra bomba más, lista para introducir el caos y la muerte en masa: la explosión demográfica. 1 Jungk, Robert: Brighter than a Thousand Suns, pp. 19-202. Kimball Smith, Alice: A Peril and a Hope: The Scientist’s Movement in America, 1945-47, Chicago, 195.

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