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Tramar un déjà vu PDF

158 Pages·2019·1.191 MB·Spanish
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Tramar un déjà vu Pepe Portillo 2ª edición Luna Azul, Tecnología de la Información Primera edición, 2017 Segunda edición, 2019 D.R. © 2019, José Portillo Parra Luna Azul, Tecnología de la Información Calle Quinta y Progreso, No. 1508 Barrio San José Ciudad Madera, Chihuahua, México C.P. 31943 A Don Rubén Meléndez, el primer filósofo intencionalmente en blanco PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN A dos años de la publicación de la primera edición, los lecto- res me han retroalimentado copiosamente. Tal interlocución es la acción creativa verdadera. La obra literaria en el momen- to de su escritura todavía no puede llamarse tal. Entonces solo es una propuesta. Es hasta que tiene lectores y es criticada por ellos que la obra nace. Afortunadamente, la presente ha tenido ya muchos renaceres. Coincidentemente, hace apenas cinco días ha sido funda- da una biblioteca en honor y con el nombre de mi hermano Ezequiel Portillo Parra, heroico maestro de escuela fallecido hace cuatro años. Ese hecho me ha inspirado a reeditar la pre- sente en formato electrónico y distribuirla libre y gratuitamen- te no sin antes hacerle una necesaria ampliación obedeciendo no a causas arbitrarias. Simplemente, había olvidado un pasaje de mediana importancia en mi autobiografía intelectual. Tal omisión, un tanto imperdonable, aquí ha sido subsanada. Los lectores de la primera edición se darán cuenta de qué pasaje se trata, máxime porque en esta nueva edición ha quedado como un capítulo enteramente nuevo. No diré cuál es, puesto que los primeros lectores lo descubrirán fácilmente por su cuenta y a los nuevos les parecerá irrelevante el saberlo. Aparte de eso, solo añadí un párrafo a la introducción. Como el añadido es una reseña de otro libro, apenas si causa un impacto casi nulo en el sentido y significado de la edición original. Agradezco a todos los lectores, tanto a los que se han co- municado conmigo como a los que se han guardado privada- mente su opinión. Los funcionarios de la Secretaría de Cul- tura con los que me siento especialmente en deuda son Raúl Manríquez, Enrique Servín, Edgar Trevizo y Reneé Acosta. En Madera, el Gobierno Municipal me otorgó un reconocimien- Pepe Portillo to en la forma de una bonita placa. Es muy saludable que el pueblo premie a sus artistas a través de sus representantes. La lista de mis amigos a quienes debo gratitud por hacer posible esta obra es amplia. Afortunadamente, no tengo que escribirla puesto que sería redundante, la mayoría aparecen ya dentro de ella junto con las circunstancias que nos reunieron. Acaso solo tenga que agregar a Héctor, que en paz descanse, y a Chayo, mis amiguitos de infancia, mis vecinos. Ellos aparecieron en mi vida cuando todavía no tenía inquietudes intelectuales y, de la misma forma, las inquietudes intelectuales nos separaron. Con todo, la huella que imprimieron en mi vida sigue fresca. Mi total agradecimiento para ellos. A la familia, obviamente, se le debe mencionar y agradecer para no parecer un desnatu- ralizado. Ya que ellos están acostumbrados a que yo sea como soy y así me aceptan, las palabras salen sobrando. Madera, 17 de abril de 2019. 6 INTRODUCCIÓN R ayk Wieland viajó al fin del mundo y encontró la casa de su abuela, la infancia, el hogar. 2010, año de acontecimientos: murió mi abuela, que era como mi madre porque ella me crió; celebramos el único tor- neo internacional de ajedrez en Madera; conocí a una pléya- de de personajes que entonces tenían alguna influencia en el ajedrez estatal, influencia que habría de aumentar estratosféri- camente en los siguientes siete años, Jorge Jaime Montaño, el árbitro Carlos Nevárez Mills, la futura maestra Ivette García; Raúl Manríquez Moreno, escritor de Ciudad Cuauhtémoc, me invitó al Encuentro de Escritores de Ensayo y Crítica Literaria; conocí a Rayk; comencé este libro. El comienzo no fue en el editor de textos, ni en la libreta, fue en la imaginación. Siete años después, tecleo las primeras palabras de esta historia, lue- go de una postergación que la realidad hizo insostenible. O la escribía o dejaba pasar la oportunidad de cumplir con un obje- tivo vital que mi vocación filosófica me planteó desde siempre. Es que yo también acabo de estar en el fin del mundo, cierta- mente, no en la geografía, como lo hizo Rayk, sino existencial y hasta míticamente. Qué alegría evitar hablar en categorías espaciales porque también odio los viajes y los exploradores como el legendario antropólogo belga. El fin de uno de mis mundos, pues. Treinta años de liderazgo en el ajedrez organi- zado municipal toparon con un muro helado. Por ahora, hay que dejar la narración de esos estragos para otro instante. Vol- veré a 2010. Los participantes del encuentro literario nos hallábamos comiendo en un restaurante menonita. Antes hay que acla- rar que Rayk Wieland es un novelista alemán, célebre por su Sugiero que nos besemos, que justo en ese momento ya estaba Pepe Portillo publicada en lengua original y la traducción al español iba par- cialmente avanzada. Felizmente, hoy en día ya está publicada en español. Se trata de un exótico drama romántico con crítica política, atravesado, literalmente, por el derrumbe del muro de Berlín, puesto que los dos personajes integrantes de la pareja vivían cada uno en una de las dos alemanias de la Guerra Fría. En él hay la nostalgia de la adolescencia aun habiendo transcu- rrido en tiempos de opresión estatal. Contiene la misma clase de exotismo que uno puede hallar en Andrei Tarkovsky, Bella Tarr y Stanislaw Lem: la estética de la resistencia contra la bu- rocracia estatal. Rayk fue el invitado de honor al encuentro, que duró tres días. Lo interesante es que nació y se crió en la República De- mocrática Alemana, tras la cortina de hierro. Nos sirvieron una sopa de papas con chorizo menonita, que es todo, menos picante. Los pueblos nórdicos, caucásicos, carecen de la vehe- mencia peritanatológica latina que nos orilla a encontrar placer en la sensación de quemarse la lengua con capsaicina. Aunque, realmente el placer no está en el dolor, sino en el alivio poste- rior. Es como darse una salida desnudos de madrugada en la noche más fría de invierno, abandonar la calidez del interior de la vivienda, sentir la congelación toda de un golpe, aguantar lo más que se pueda, que siempre serán unos pocos segundos, y volver a entrar corriendo. Justo entonces, la calidez se ex- perimenta como un alivio, una sensación de agradecimiento con la vida por dejarnos saber que existen dos mundos super- puestos y que estamos en el mejor de ambos. El segundo pla- tillo lo encontré un tanto repugnante, una especie de ravioles gigantes sin caldo, como tortilla de harina cruda, rellenos de requesón. La sugerencia era ponerles mermelada, aunque po- dían comerse también con sal. El sabor no era lo desagradable, sino la sensación de ahogarse al tragarlos y la manera como se pegaban al esófago. Terminado el suplicio me salí a fumar. Afortunadamente para mucha gente, la prohibición de fumar en lugares públicos estaba bien establecida ya. Al poco rato salió también Rayk. Supe que buscaba compañía. No hablaba 8

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