TIEMPO PARA AMAR (Time Enough for Love) - 1973 Robert A. Heinlein 1 Tiempo para amar Las vidas del Decano de las Familias Howard (Woodrow Wilson Smith, Ernest Gibbons, capitán Aaron Sheffield, Lazarus Long, “Happy” Daze, Su Alteza Serenísima Serafín el Joven, Sumo Sacerdote del Dios único en Todos los Aspectos y Árbitro del Cielo y de la Tierra, Reo Proscrito nº 83M2742, señor juez Lenox, cabo Ted Bronson, doctor Lafe Hubert, etcétera), Miembro Más Antiguo de la Especie Humana. El presente relato está basado principalmente en las Palabras del Decano, tal como fueron recogidas en diversos lugares y ocasiones, especialmente en la clínica de rejuvenecimiento Howard de Nueva Roma, en Secundus, el año 2053 después de la Gran Diáspora (año 4272 del calendario gregoriano de Puertotierra), y se complementa con cartas y declaraciones de testigos presenciales; todo ello condensado, ordenado, cotejado y ajustado, en aquellos apartados en los que ha sido posible, a las crónicas oficiales y las historias contemporáneas, de acuerdo con las instrucciones dadas por la Junta de la Fundación Howard y ejecutadas por el Ilustre Ex Archivero Howard. El resultado es de una excepcional importancia histórica, pese a que el Archivero decidiera no expurgar el texto de algunas inexactitudes flagrantes, argumentaciones particularistas y numerosas anécdotas escabrosas no aptas para menores. 2 Así se escribe la historia Entre la historia y la verdad hay la misma relación que entre la teología y la religión— es decir, prácticamente ninguna. L. L. La Gran Diáspora de la especie humana que se inició hace más de dos milenios, cuando fue revelada la puesta en marcha de la Expedición Libby-Sheffield, y que actualmente sigue su curso sin dar señales de disminuir su ritmo, hizo imposible la tarea de escribir la historia en forma de una única narración e incluso de varias narraciones interrelacionadas. Hacia el siglo XXI de Puertotierra (según el calendario gregoriano)1, nuestra especie, disponiendo de espacio y materias primas, era capaz de doblar sus cifras tres veces por siglo. La Travesía Estelar le dio ambas cosas. El homo sapiens se propagó por este sector de nuestra galaxia a una velocidad muchas veces superior a la de la luz, y creció como la espuma. Si el proceso de multiplicación se hubiera producido al pleno potencial del siglo XXI, la cifra alcanzada sería en la actualidad del orden de 7 x 109 X 268, un número que está más allá de toda intuición y sólo al alcance de una computadora: 7 x 109 X 268= 2.066.035.336.255.469.780.992.000.000.000 Esto es, más de dos mil millones de billones de trillones de personas, o una masa proteínica veinticinco millones de veces mayor que la masa total del planeta natal de nuestra especie, Sol III, Puertotierra. Algo descabellado. Digamos que habría sido algo descabellado de no haber tenido lugar la Gran Diáspora, ya que nuestra especie, tras alcanzar la capacidad de duplicarse tres veces por siglo, había llegado a un punto crítico en el cual no podía siquiera duplicarse una vez: el punto que presenta toda curva de crecimiento acelerado a partir del cual una población dada puede mantener una precaria situación de crecimiento cero únicamente a base de exterminar con la debida rapidez a sus propios miembros, para no ahogarse en sus propios humores, cometer el suicidio de una guerra total o verse abocada a cualquier otra forma de última solución malthusiana. Pero creemos que la especie humana no ha alcanzado esa monstruosa cota porque la cifra inicial de la Diáspora no debe calcularse en los siete mil millones, sino más bien en unos pocos millones al principio de la Era, además de una cantidad indeterminada, pequeña pero todavía en aumento, de centenares de millones, que a lo largo de los dos últimos milenios han emigrado de la Tierra y sus colonias rumbo a lugares todavía más alejados. 3 (1) Las fechas que se citan a lo largo del texto corresponden al calendario gregoriano terreno, ya que no parece existir otro que sea conocido por todos los estudiosos de otros planetas, ni siquiera el Calendario Galáctico Tipo. Las traducciones deberían añadir las fechas locales correspondientes, a fin de hacerlo más comprensible. Sin embargo, ya no estamos en situación de hacer conjeturas mínimamente razonables acerca de las dimensiones de la especie humana, ni disponemos tampoco de un recuento aproximado de los planetas colonizados. Todo lo que podemos decir es que debe de haber más de dos mil planetas colonizados por más de quinientos billones de personas. La verdadera cifra podría ser, en el primer caso, el doble de la indicada, y la especie humana, cuádruple. O más. Así, incluso los aspectos demográficos de la historia resultan imposibles de dominar: los datos están ya superados en el momento de llegar a nosotros y son siempre incompletos, aunque resultan tan abundantes que mantienen ocupados a varios centenares de personas y computadoras de mi equipo en la tarea de intentar analizar, condensar, interpolar y extrapolarlos, valorándolos en relación con otro datos antes de registrarlos en las crónicas. Tratamos de mantener índices de probabilidad del noventa y cinco por ciento en los datos corregidos y del ochenta y cinco por ciento en fiabilidad mínima, pero nuestros resultados no pasan del ochenta y nueve por ciento y del ochenta y uno por ciento respectivamente, y cada vez son peores. Los pioneros apenas si se molestan en enviar informes a la oficina central; se dedican a conservar la vida, hacer niños y eliminar todo aquello que se interponga en su camino. Lo normal es que una colonia llegue a la cuarta generación sin que esta oficina reciba el menor dato sobre ella. (Y no puede ser de otro modo. Cualquier miembro de una colonia que se interese demasiado por las estadísticas acaba por convertirse a su vez, después de muerto, en una estadística. Yo me propongo emigrar; una vez lo haya hecho, poco va a importarme si esta oficina me pierde el rastro o no. He pasado casi un siglo atado a este trabajo fundamentalmente inútil, en parte gracias a las presiones que he recibido y en parte debido a mi disposición congénita hacia él —soy descendiente directo y reforzado del mismísimo Andrew Jackson Slipstik Libby—, pero también desciendo del Decano y creo haber heredado algo de su inquieto carácter. Quiero viajar según sople el viento y ver un poco de mundo, casarme otra vez, dejar una docena de descendientes en algún planeta nuevo y libre de aglomeraciones y, si me dejan, seguir mi camino. En cuanto tenga listas las memorias del Decano, que la Junta —como diría él— se meta este trabajo donde le quepa.) ¿Qué clase de hombre es nuestro Decano, antepasado mío y probablemente del lector, y desde luego el más viejo de los seres humanos vivientes, el único hombre que ha participado en el desarrollo completo de la crisis de la especie humana y su superación por medio de la Diáspora? Porque la hemos superado: hoy, nuestra especie podría perder cincuenta planetas, cerrar filas y seguir adelante. Nuestras damas podrían cubrir las bajas en una sola generación. Aunque no parece probable que suceda tal cosa: hasta ahora no hemos encontrado una especie tan ruin, malvada y destructora como la nuestra. Una extrapolación no demasiado aventurada nos indica que en un par de generaciones vamos a alcanzar la 4 descabellada cifra comentada arriba y seguiremos nuestra marcha hacia otras galaxias antes de terminar de establecernos en ésta. Las noticias que nos llegan desde el exterior afirman que las naves de la colonia intergaláctica humana penetran ya en las Profundidades Infinitas. Estas noticias no han sido confirmadas, pero es bien sabido que las colonias más aguerridas suelen alejarse mucho de los centros más poblados. Esperemos. La historia, en el mejor de los casos, es difícil de entender; en el peor, constituye una árida acumulación de relatos discutibles. Resulta mucho más viva vista a través de los ojos de testigos presenciales... y únicamente disponemos de un testigo cuya vida abarque los veintitrés siglos de la crisis y la Diáspora. De entre los seres humanos cuya edad ha podido comprobar esta oficina, el que le sigue en ancianidad rebasa apenas los mil años. La teoría de probabilidades permite afirmar que en algún lugar debe de haber una persona de edad equivalente a la mitad de la de esta última, pero es absolutamente seguro, matemática e históricamente, que hoy no se halla con vida ningún otro de los hombres que nacieron en el siglo XX.2 Alguien preguntará si el mencionado “Decano” es el miembro de las Familias Howard que nació en 1912 y también el Lazarus Long que guió a las Familias en su huida de Puertotierra en 2136, señalando que en la actualidad los antiguos sistemas de identificación (huellas dactilares, tramas retinianas, etc.), son fácilmente rebatibles, pero hay que responder que en su época tales sistemas eran los más adecuados y que la Fundación de las Familias Howard tenía buenos motivos para emplearlos con todo cuidado: el Woodrow Wilson Smith cuyo nacimiento quedó registrado en la Fundación en 1912 es sin asomo de duda el Lazarus Long de 2136 y 2210. Antes de que las mencionadas pruebas perdieran su fiabilidad, fueron complementadas por modernas técnicas totalmente insuperables, basadas primero en trasplantes clónicos y más tarde en la identificación absoluta de los cuadros genéticos. (Es interesante observar que, hace unos tres siglos, se presentó un impostor aquí en Secundus y le dimos un corazón nuevo tomado de un pseudocuerpo del Decano, obtenido por clonación. Le causó la muerte). El “Decano” cuyas palabras se citan presenta un cuadro genético idéntico a una muestra de tejido muscular tomada del individuo llamado “Lazarus Long” por el doctor Gordon Hardy en la nave estelar “Nuevas Fronteras” hacia 2145 y cultivado por él con el propósito de realizar investigaciones sobre la longevidad (quod erat demonstrandum). Pero ¿qué clase de hombre es? Que cada cual juzgue a su modo. Al condensar estas memorias para reducirlas a una extensión manejable he suprimido muchas incidencias históricas verificables (los datos en bruto están en los archivos, a disposición de los estudiosos) pero he dejado intactas muchas mentiras e historias poco verosímiles, en la creencia de que las mentiras de un hombre nos dicen más verdades sobre él que lo que damos en llamar “verdad”. Evidentemente, el sujeto en cuestión es, según la escala de valores vigente en las sociedades civilizadas, un bárbaro y un bribón. (2)Cuando las Familias Howard se apoderaron de la nave espacial “Nuevas Fronteras”, sólo unos cuantos de sus miembros pasaban de los ciento veinticinco años— todos ellos, a excepción del Decano, están muertos y constan en las Crónicas las fechas y lugares de sus fallecimientos. (Dejo aparte el extraño y posiblemente mítico caso de muerte en vida de Mary Sperling la Mayor.) A pesar de su superioridad genética y de sus posibilidades de acceso a terapias de longevidad generalmente conocidas como “la alternativa de la inmortalidad”, los últimos murieron en el año gregoriano de 3003. Las Crónicas parecen dar a entender que, en su mayoría, expiraron 5 por negarse a que se les efectuaran nuevos rejuvenecimientos, lo cual sigue siendo hoy en día, en cuanto a frecuencia, la segunda causa de mortandad. (J. F. XLV.) Pero no corresponde a los hijos juzgar a sus padres. Las cualidades que le hacen ser lo que es son precisamente las indispensables para sobrevivir en la selva o en el desierto. Que nadie eche en olvido sus deudas genéticas e históricas para con él. Para comprender lo que le adeudamos desde el punto de vista histórico hay que proceder al repaso de cierta vieja historia, en parte mito y en parte realidad, tan comprobada como el asesinato de Julio César. La Fundación de las Familias Howard fue creada por disposición testamentaria de Ira Howard, fallecido en 1873. Su testamento ordenaba que los miembros de la Junta de dicha institución emplearan su dinero en “prolongar la vida humana”. Éstos son hechos. Cuenta la tradición que dispuso tal cosa indignado contra su propia suerte, ya que murió de viejo a los cuarenta y ocho años, soltero y sin descendencia. Ninguno de nosotros, por lo tanto, lleva sus genes: su inmortalidad reside sólo en un apellido y en la creencia de que la muerte puede ser impedida. En aquel tiempo, morir a los cuarenta y ocho años no era nada raro. Créase o no, lo cierto es que en aquella época el promedio de vida no pasaba de ¡treinta y cinco años! Pero la causa habitual de la muerte no era la vejez: las enfermedades, la desnutrición, los accidentes, el asesinato, la guerra, el trance del parto y otras muchas violencias terminaban con numerosos humanos antes de que apuntara la vejez. La persona que superaba todos esos obstáculos podía tener la esperanza de morir de vieja entre los setenta y cinco y los cien años; muy pocas llegaban al centenar. Sin embargo cada grupo de población tenía su pequeña minoría de “centenarios” . Existe una leyenda acerca de un tal Tom Parr que al parecer murió a la edad de ciento cincuenta y dos años, en 1635. Sea verdadera o no esta leyenda, los análisis de probabilidades de los datos demográficos de aquel tiempo indican que algunos individuos debieron de vivir un siglo y medio, aunque de todos modos eran pocos. La Fundación dio comienzo a su actividad como una simple experiencia precientífica en el campo de la reproducción: se inducía a personas adultas procedentes de familias muy longevas a unirse con otras de análogas características, con el incentivo del dinero. Resultó, cosa nada sorprendente, que lo aceptaban. El experimento dio resultado, lo cual tampoco es sorprendente, ya que desde muchos siglos antes de que naciera la ciencia de la genética, era aquél un procedimiento habitual entre los ganaderos: se trata de acentuar una característica y eliminar los desechos. Los archivos de las Familias no informan del modo como fueron eliminados los primitivos sobrantes; únicamente reflejan el hecho de que los componentes de algunas ramas — raíz y descendientes— fueron eliminados a causa del imperdonable pecado de morir de viejos siendo demasiado jóvenes. Cuando estalló la Crisis de 2136, los miembros de las Familias Howard tenían una esperanza de vida de más de ciento cincuenta años, y varios de ellos habían rebasado dicha cifra. La causa de la crisis resulta casi increíble, aunque todas las crónicas —las de las Familias y las ajenas— coinciden al respecto: las Familias Howard corrían un grave 6 peligro frente a los otros humanos “porque vivían tanto”. La razón de que ello así fuera es algo que corresponde dilucidar a los expertos en psicología de grupo, no a un cronista. Pero así era. Las Familias Howard fueron apresadas y concentradas en un campo de prisioneros, estando a punto de ser torturadas hasta la muerte en una tentativa de arrancar de sus componentes el “secreto” de la “eterna juventud”. Son hechos, no mitos. Aquí hace su aparición la figura del Decano. Poniendo en ello una gran audacia, la capacidad de mentir de forma convincente y lo que a muchos nos parecería un gusto infantil por la aventura, el Decano organizó la fuga más grande de todos los tiempos, robando una nave muy primitiva y huyendo del sistema solar con las Familias Howard en peso (por aquel entonces, unos cien mil hombres, mujeres y niños). Si el lector lo cree imposible (demasiada gente para una sola nave), tenga en cuenta que las primeras naves espaciales eran muchísimo mayores que las que usamos actualmente. Eran planetoides artificiales autoabastecidos, construidos para permanecer durante muchos años en el espacio desplazándose a velocidades inferiores a la de la luz: tenían por fuerza que ser voluminosos. El Decano no fue el único héroe de aquel éxodo, pero en todos los relatos que nos han llegado, distintos y en ocasiones mutuamente contradictorios, aparece como el motor de la empresa. Fue nuestro Moisés, el hombre que liberó a nuestro pueblo de la esclavitud. Lo devolvió al hogar unos tres cuartos de siglo más tarde, en el año 2210, mas no al yugo, ya que dicho año, año Uno del Calendario Galáctico Tipo marca el inicio de la Gran Diáspora... provocada por la extrema presión demográfica que sufría Puertotierra y posibilitada por el surgimiento de dos nuevos factores: la Paraexpedición Libby-Sheffield, como se la conocía en aquellos días (no exactamente una “expedición” o “travesía”, sino un medio de manipular espacios n—dimensionales) y las primeras y más simples técnicas eficaces de incremento de la longevidad (sangre nueva cultivada in vitro). Las Familias Howard desencadenaron el proceso por el simple hecho de emprender la huida: los humanos de vida más corta que quedaban en la Tierra, convencidos todavía de que las familias longevas poseían un “secreto”, se lanzaron a una vasta labor de investigación sistemática que, como sucede en tales casos, halló una espléndida e inesperada recompensa, no en el inexistente “secreto” sino en algo casi tan valioso como ello: una terapia, que sería después repertorio de terapias, para retrasar la vejez y prolongar el vigor, la virilidad y la fertilidad. La Gran Diáspora era ya a la vez una necesidad y una posibilidad. La gran cualidad del Decano, aparte su habilidad para mentir de forma convincente y extemporánea, parece haber consistido desde siempre en el raro don de saber extrapolar las posibilidades de una determinada situación y deformarla acto seguido para adecuarla a sus objetivos. Él lo explica diciendo que “hay que saber oler de dónde sopla el viento”. Los especialistas en psicometría que han estudiado su caso afirman que posee una capacidad psiónica extremadamente alta, que se manifiesta en forma de “presagios” y “suerte”. El Decano les tiene a ellos en un concepto mucho menos favorable. Como cronista, me abstengo de opinar. 7 El Decano no tardó en comprender que la bendición de la larga juventud, pese a estar prometida a todos, se reservaría de hecho a los poderosos y a sus protegidos. Los miles de millones de siervos no tendrían la posibilidad de vivir más tiempo del normal: no había espacio para todos ellos, a menos que emigrasen a las estrellas, en cuyo caso habría espacio bastante para que cada humano viviera todo el tiempo de que fuera capaz. No está muy claro cómo explotó tal posibilidad el Decano: parece ser que utilizó distintos nombres en varios frentes. Sus empresas clave fueron puestas en manos de la Fundación y liquidadas inmediatamente para trasladar a las Familias Howard y la Fundación a Secundus, reservando “las mejores propiedades inmobiliarias” para sus familiares y descendientes. De ellos, el sesenta y ocho por ciento de los que vivían entonces aceptó el desafío de la nueva frontera. Tenemos para con él una deuda genética directa e indirecta. La deuda indirecta reside en el hecho de que la migración constituye un mecanismo de depuración, una selección darwiniana acentuada, por la cual los linajes superiores alcanzan las estrellas en tanto que la escoria se queda en el lugar de origen y muere. Ello es cierto incluso para aquellos que son trasladados por la fuerza—como sucedió en los siglos XXIV y XXV—, con la diferencia de que la selección tiene lugar en el planeta de destino. Bajo la inclemencia del nuevo medio, los débiles y disminuidos mueren, sobreviviendo en cambio los más fuertes. Incluso quienes emigran por propia voluntad deben superar esta drástica segunda selección. La Familias Howard han pasado al menos tres veces por tal proceso. Nuestra deuda genética directa con el Decano es todavía más fácil de demostrar. En parte, es pura cuestión de aritmética. Si el lector habita en un lugar que no sea Puertotierra —es lo más probable, habida cuenta del estado actual de “los verdes campos de la Tierra”— y cuenta al menos con un miembro de las Familias Howard entre sus antepasados, como es el caso prácticamente con todo el mundo, lo más probable es que descienda del Decano. De acuerdo con la genealogía oficial de las Familias, la probabilidad de que ello ocurra es del 87,3 por 100. Por el hecho de descender de un miembro de las Familias Howard del siglo XX, una persona desciende asimismo de otros muchos de sus miembros, pero yo me refiero exclusivamente a Woodrow Wilson Smith el Decano. Hacia el año de Crisis 2136, aproximadamente la décima parte de la generación más joven de las Familias Howard descendía “legítimamente” del Decano, lo cual significa que cada uno de los nacimientos que suponían vínculo de descendencia era registrado como tal en las crónicas de las Familias, y la paternidad era confirmada por medio de todas las pruebas que se conocían en aquel entonces. (Cuando se puso en marcha el experimento de reproducción no se conocía siquiera la existencia de los grupos sanguíneos, pero el proceso de selección hacía que para cualquier mujer resultara mucho más beneficioso no buscar compañías suplementarias, al menos fuera de su familia). En la actualidad, la probabilidad acumulada es, como he dicho del 87,3 por 100, en el caso de que el lector cuente con algún Howard entre sus antepasados; pero si se trata de un antepasado próximo, la probabilidad aumenta hasta prácticamente el cien por cien. Sin embargo, como estadístico y apoyándome en los análisis que las computadoras han efectuado con grupos sanguíneos, tipos capilares, colores de ojos, número de dientes, 8 tipos enzimáticos y otras características pertinentes para el análisis genético, tengo motivos muy fundamentados para creer que el Decano tiene muchos descendientes que no constan en las genealogías, tanto dentro como fuera de las Familias. Hablando en plata: es un cabrón desvergonzado que ha rociado de esperma toda esta parte de la Galaxia. Piénsese en los años del éxodo, después del robo del “Nuevas Fronteras”: no contrajo matrimonio ni una sola vez en todo aquel tiempo, y los documentos de la nave y las historias basadas en recuerdos de aquellos días dan a entender que era un auténtico misógino. Es posible. Sin embargo, el análisis de los registros bioestadísticos (más que el de las genealogías) parece indicar que no era tan esquivo. El computador que hizo el análisis llegó a proponerme una apuesta a que los retoños engendrados por el Decano en aquella época pasaban del centenar. (No acepté: es un computador que me gana al ajedrez aun dándome una torre de ventaja.) No me sorprende en absoluto, considerando el interés casi patológico que las Familias sentían entonces por el objetivo de la longevidad. El varón más anciano, suponiendo que conservase la virilidad —y evidentemente, el Decano la conservaba—, debería de verse expuesto a incesantes tentaciones por parte de hembras ansiosas de tener una descendencia dotada de su reconocida superioridad. “Superioridad” según el único criterio que respetaban las Familias. Cabe deducir que no daban demasiada importancia al vínculo conyugal; el testamento de Ira Howard hacía que todos los matrimonios de las Familias Howard fueran matrimonios de conveniencia y que raramente durasen toda la vida. Lo único sorprendente es que tan pocas hembras fértiles lograran seducirle, cuando sin lugar a dudas eran miles las que lo deseaban. Pero el Decano era un hombre de temperamento firme. Puede que así fuera, pero todavía hoy, cuando veo un hombre de cabello rojizo, nariz grande, aire desenvuelto y atractivo y un asomo de agresividad en los ojos verdegrises, me pregunto cuánto tiempo hará que el Decano ha pasado por esta parte de la galaxia. Si el extraño en cuestión se me acerca, me protejo la cartera con la mano. Si me dirige la palabra, hago el propósito de no dejarme arrancar promesas ni sablazos. Mas ¿cómo logró el Decano, que al fin y al cabo no era más que un miembro de la tercera generación del experimento de reproducción de Ira Howard, mantenerse joven durante sus primeros trescientos años sin someterse a rejuvenecimiento artificial? Es un caso de mutación, por supuesto —lo que equivale a decir que no sabemos de qué se trata—. Sin embargo, a lo largo de sus varias operaciones de rejuvenecimiento hemos averiguado algunas cosas acerca de su constitución. Posee un corazón anormalmente grande que late muy despacio. Tiene solamente veintiocho dientes sin caries, y parece inmune a las infecciones. No ha sufrido ninguna intervención quirúrgica, salvo para curarse algunas heridas y para rejuvenecerse. Sus reflejos son extremadamente rápidos pero aparentan ser razonados, con lo cual se abre un interrogante acerca de si “reflejos” es el término más adecuado. Nunca le ha hecho falta corregir su visión de lejos ni de cerca; su espectro de percepción auditiva es anormalmente alto y anormalmente bajo, 9 además de ser extraordinaria su agudeza a todo lo largo de la gama. Su visión del color incluye el añil. Nació sin prepucio, sin apéndice vermicular y, al parecer, sin conciencia. Me alegro de que sea antepasado mío. JUSTIN FOOTE XLV Archivero Jefe de la Fundación Howard Prefacio a la edición revisada En esta edición popular resumida, el apéndice técnico se publica por separado con el fin de permitir la inclusión del relato de las acciones del Decano desde su marcha de Secundus hasta su desaparición. A instancias del editor de las primitivas memorias se incluye un relato apócrifo y obviamente inverosímil de los últimos avatares de su vida, que no debe tomarse en serio. CAROLYN BRIGGS Archivero Jefe Nota Mi bella y competente sucesora en el cargo no sabe lo que se dice: cuando se trata del Decano, lo más fantástico es siempre lo más probable. JUSTIN FOOTE XLV Ex Archivero Jefe Preludio 1 Al abrirse la puerta de la habitación, el hombre que estaba sentado mirando fija y melancólicamente por la ventana se volvió en redondo. —¿Quién diablos es usted? —Soy Ira Weatheral, Ancestro. De la Familia Johnson, presidente en funciones de las Familias. —Ya era hora. No me llame “Ancestro”. Y ¿por qué tan sólo el presidente en funciones? —rezongó el hombre del sillón—. ¿Acaso está tan ocupado el presidente que no puede venir a verme? ¿No merezco siquiera eso? No hizo ademán de levantarse ni invitó al visitante a que se sentara. 10