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The End El Ultimo Suspiro Del Cine PDF

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“Daba gusto ir al cine y eso ya no pasa. Las generaciones más jóvenes carecen de cultura cinematográfica y de una relación familiar con el gran cine. El cine que les gusta no me interesa”. (Woody Allen, cineasta) "El acto social de ir al cine está muriendo." (Juan Bonifacio Lorenzo, director de la Filmoteca de Asturias.) “Lo que está en crisis es la sociedad que no pierde el tiempo en ir al cine o al teatro. Si a la sociedad no le interesa el cine, evidentemente el cine se morirá.” (Chete Lera, actor.) “No creía que el cine terminara, y estoy viendo que sí. Estamos en una crisis que comenzó en los setenta, y que ha incrementado el ordenador creando un espejismo de gran espectáculo, que no es tal. El cine que conocimos, la ilusión de ir al cine, ha muerto.” (Carlos Pumares, crítico.) “Al principio la televisión no ofrecía ningún modo de parar o repetir el programa, pero después llegó la cinta de video. El cine fue una especial y efímera calle lateral, radiante y socialmente estimulante, pero no duradera. El cine puede haber empezado a morir hace algún tiempo.” (David Thomson, escritor.) THE END. El último suspiro del cine Iván Reguera EL NUEVO PURITANISMO CULTURAL “Debes de estar loco. Te repito que la gente nunca aguantará sentada un rollo entero. ¡Ocho minutos para contar una sola historia! No funcionará.” (Thomas Edison a su empleado Edwin S. Porter.) El cine nació como una atracción de magia, de feria, como una ilusión. Tras imitar al mago francés George Méliès con rodajes de prueba sin que su jefe se enterase de nada, Edwin S. Porter se dispuso a rodar un drama con bomberos que salvan a una mujer y a su hijo. Con este trabajo cimentó el lenguaje que sería la expresión artística más poderosa y masiva, el arte popular por excelencia en el siglo XX -el siglo del cine-. Antes de ser un magnate y fundar Paramount, Adolph Zukor era un vulgar feriante que poseía un salón recreativo cuya mejor atracción era un falso vagón de tren. Mientras el trasto se movía, con sus clientes dentro, Zukor proyectaba imágenes reales, films de viajes que reforzaban la sensación de movimiento. Pero un día se le ocurrió a Zukor que tras el final de la atracción, podría proyectar el film Asalto al tren expreso. Fue tal el éxito, que la gente perdió el interés por el bamboleo del tren y pagó la entrada sólo por ver películas. El vagón de mentira acabó en la chatarrería. Fue así como nació el cine de masas que nos ha fascinado durante décadas. Hasta hoy. Es curioso que el cine que empezó como truco y como atracción de sala recreativa esté muriendo por eso mismo: por convertirse en mero juego recreativo, truco barato, por regresar a sus orígenes con el infantil cine que se produce y se consume ahora con tanta voracidad como indiferencia. Con el nada riguroso público que lo sostiene. Industrialmente, ya no importa hacer, sencillamente, películas; ahora también tienen que dar fruto como franquicias explotables en otros mercados. Ya lo dijo hace 2 THE END. El último suspiro del cine Iván Reguera años Michael Eisner (Disney): “No hacemos nada en una línea sin pensar en su posible rentabilidad en nuestras otras líneas”. Estimado lector: este libro nace de una necesidad. Me apetece escribir lo que muchos piensan, pero parece darles pudor manifestar. No se mojan. Les parece radical, exagerado, polémico, reaccionario, poco sensato. Ahí va: el cine, como lo conocimos, se muere. ¿Qué el cine seguirá, que siempre habrá cine? Por supuesto, nadie lo duda. Pero habrá cine (digital) sin la misma influencia cultural, sin el mismo poder de convocatoria, sin el mismo poder social. Durante todo el siglo XX el cine vivió crisis, pero la que ahora sufre es definitiva porque lo va a aniquilar en su esencia: de ser la expresión cultural de masas por excelencia en el siglo pasado se verá reducido, en los siglos que vienen, a uno más entre tantos juguetes audiovisuales. Hablo, y esto es primordial, como espectador, no como crítico, ni como miembro del oficio o de la industria. Y que conste también que, como todo familiar de moribundo, me aferré durante años a que el cine recuperase su color natural, reviviese, me agarré a la posibilidad de asistir al trabajo de una nueva generación de cineastas que tuviesen éxito popular y a la vez revolucionasen, como en los sesenta, el cine francés, checo, sueco, inglés, indio, español o, por supuesto, el norteamericano. No los he encontrado. Y escribo “por supuesto” porque mi cultura cinematográfica, como la de millones de seres de este planeta, se ha construido, preferentemente, con cine norteamericano. Decir lo contrario sería engañar al lector y a una generación, la mía, que ha crecido compaginando las pelís de Spielberg o Carpenter con los grandes clásicos, también norteamericanos casi todos, que uno iba descubriendo en La 2 de TVE o en las estanterías peor iluminadas del videoclub. Ya intuirán que nunca fui carne de filmoteca. Ya intuirán por donde transcurrirá este libro. 3 THE END. El último suspiro del cine Iván Reguera “Los trece años transcurridos entre Bonnie & Clyde (1967) y La puerta del cielo (1980) marcaron el final de la época en que hacer cine en Hollywood fue realmente emocionante, la última vez que la gente pudo estar, y con razón, orgullosa de las películas que hacía, que una comunidad alentó el trabajo bien hecho, que hubo público capaz de sostenerlo.” (Peter Biskind.) Después empezó el principio del fin en el que ahora estamos inmersos. Hoy, cuando el espectador medio del cine tiene de 12 a 15 años y el hombre se infantiliza peligrosamente junto a su cine, el libro que Biskind escribió (Moteros tranquilos, toros salvajes) es un pelotazo nostálgico para estos tiempos crepusculares. Su lectura arranca con esa apuesta arriesgada que fue rodar, dentro del sistema, la película sobre Bonnie Parker y Clyde Barrow, producida y protagonizada por Warren Beatty. El film, violento y sexual, presentó una nueva mirada que demostraba que existía un cine al margen del cine acartonado de los cincuenta, lejos de Doris Day y las de romanos. Beatty demostró, además, que ese nuevo cine que mamaba de la Nueva Ola francesa, era comercial y podía dar mucho dinero a la industria. “La ecuación perfecta”, como lo denominó el crítico David Thomson. En otro lugar de Hollywood y en esos mismos años, el productor Bert Schneider y el director Bob Rafelson montaron la BBS. “El problema de hacer cine” le dijo Bob a Bert, “no es que no contemos con gente de talento; lo que pasa es que no tenemos la gente con talento necesario para reconocer el talento”. Una descripción de lo que ha vuelto a ser hoy Hollywood. Bob y Bert, junto a Dennis Hopper y Peter Fonda, fueron los responsables de dejar Hollywood patas arriba. Easy Rider fue todo un emblema generacional. Los despachos de los estudios echaban chispas, no sabían qué hacer ante las recaudaciones millonarias de un film tan austero y en cuyas proyecciones se 4 THE END. El último suspiro del cine Iván Reguera apiñaban los hippies, un nuevo público que daba la espalda al viejo Hollywood. Peter Bogdanovich, uno de los protagonistas del libro de Biskind, lo resumió mejor que nadie: “Fui a un preestreno de El hombre que mató a Liberty Valance, y supe que estaba viendo la última gran película de la Edad de Oro. Cuando el tren se aleja, es realmente eso, el final de Ford. Y el final de Ford no era otra cosa que el final de esa época.” Junto a Bogdanovich, desfilan por las páginas de este ensayo ángeles caídos que juguetearon con las drogas, el sexo o el cine libres y la megalomanía más absoluta. Me refiero a tipos de la talla de William Friedkin, Hal Ashby, Paul Schrader, Terrence Malick, Michael Cimino, Robert Altman, John Cassavetes, Roman Polanski, Martin Scorsese o Francis Coppola (estos dos, los mejor parados), que lo tuvieron todo y nada en cuestión de década y media. Otros, como George Lucas y Steven Spielberg, no sólo supieron medrar, sino que abandonaron astutamente el espíritu de hacer cine de las décadas prodigiosas en las que ellos, acomplejados en los orígenes, también se desarrollaron. Con Tiburón y La guerra de las galaxias mutó otra vez la industria. Las palabras del entonces presidente de Universal, Lew Wasserman, son perfectas para definir lo que se avecinaba: “En la Universal no hacemos películas artísticas, hacemos películas como Tiburón”. No sólo los grandes productores pioneros (Mayer, Cohn, Warner y compañía) fueron sustituidos en Hollywood; también sus posibles sucesores, los productores independientes con olfato de los que hablaban Bert y Bob, fueron sustituidos por agentes y abogados, y los estudios descubrieron el filón de lanzar un film en miles de salas a la vez y con publicidad masiva, dos factores que llevaron a gastar más en marketing y distribución que en mimar la calidad narrativa o la innovación, que en dejar libertad de decisión -y de equivocarse- a los productores ejecutivos de cada proyecto. Lo que dijese la crítica poco importaba, una película ya no se consolidaría poco a poco, 5 THE END. El último suspiro del cine Iván Reguera no encontraría su público por ser sencillamente buena. Se empezaba a gestar la industria cinematográfica de hoy. En su versión documental, el libro de Peter Biskind cuenta con interesantísimos momentos como las grabaciones de fiestas playeras en las que no falta la cocaína y valiosos y sinceros testimonios como los de Dennis Hopper, Michael Phillips o Paul Schrader. Hollywood ha cambiado mucho desde entonces y su sistema empujó a cambiar al resto de las cinematografías occidentales y hasta orientales (ahí tenemos las insultantes horteradas de Bollywood, industria multimillonaria que ha acabado invirtiendo en el auténtico Hollywood). Algunos amantes del cine arriesgado se contentan hoy refugiándose en dogmas daneses, en el cine de ojos rasgados o en el iraní, el “de festivales”. Otros no ven en el horizonte un cambio generacional como el de aquellos maravillosos años que, efectivamente, fueron maravillosos. Y no sólo en los Estados Unidos. Mientras Coppola rodaba Apocalypse Now y le llovían las críticas, la visionaria y excelente crítica Pauline Kael hizo entonces un demoledor diagnóstico que todavía sigue vivo: “Los espectadores de hoy, los que discriminan, quieren placidez, un arte agradable, no agresivo, películas mansas que no los trastoquen. Estamos presenciando la llegada de un nuevo puritanismo cultural, la gente quiere cosas inofensivas, encantadoras o se conforma con la sobriedad impostada.” ¿Por qué una generación de cineastas con tanto talento perdió la irrepetible oportunidad de hacer del cine un arte libre y digno y a la vez algo popular y rentable, la llamada ecuación perfecta? El caso es que, como le dice Wyatt (Peter Fonda) a Billy (Dennis Hopper) en la fundadora Easy Rider, “la cagaron”. Yo mismo imaginé durante largo tiempo ese cine más audaz, pero imaginé mal. La razón es bien sencilla: hasta hace poco, el cine ha sido un instrumento de creación y 6 THE END. El último suspiro del cine Iván Reguera comunicación social, la más completa expresión popular junto a la música. Nunca ha estado desligado de su sociedad. El problema radica en que la sociedad que hoy vivimos va directa a algo que, sin saber darle forma exacta, a muchos no nos gusta nada. Y el cine ya no influye, no cambia nada, no interesa tanto como un juego de ordenador o la última virguería en el móvil. El cine es el retrato de sus hacedores y de sus espectadores y la imagen que nos espera en ese retrato parece la de Dorian Gray, la del monstruo. Estamos ante el cine que se cree eternamente joven -como el infantil y juguetón espectador actual- pero que en verdad se cae poco a poco a pedazos, se descompone. Al cine como yo lo conocí, entendí y respeté le quedan los últimos coletazos de vida como relevante expresión popular del hombre. Le queda su último suspiro. Lo que hoy vemos en una sala o en casa generalmente aburre o indigna, muchos ya no nos sentimos reflejados en pantalla, no entendemos por qué nuestros coetáneos aceptan mansamente decenas, centenares de memeces comerciales o vacías pedanterías fílmicas, fotogramas totalmente reciclables, no nos adaptamos a las nuevas y frías tecnologías (móviles, infografía, fotografía digital, cine por la red…) y no nos interesa la pueril información cinematográfica. Para muchos “especialistas” la cosa cinematográfica da pena. Leemos blogs, a críticos, a otros articulistas especializados y nos decimos: ¿Realmente merece la pena gastar nuestras energías en el teclado hablando de films infectos, o de remakes, o de secuelas innecesarias? ¿Qué sentido tiene escribir sobre centenares de film que no lo merecen y mucho menos lo necesitan? Bien, el cine actual nos espanta. ¿Qué hacer? “No pasa nada, tenéis a los clásicos”, nos podrán decir lectores no exigentes, integrados frente a apocalípticos. Es verdad, muchos adoramos a los clásicos y los seguiremos recuperando, pero ver películas viejas en bucle no es algo muy alentador. Por eso este libro ambiciona algo 7 THE END. El último suspiro del cine Iván Reguera que algunos lectores no aceptarán. Quizás muchos como yo estemos aburridos de que haya clásicos que revisitar pero nada que destacar en la cartelera semanal. Quizás nos resulte incómodo ver que ya sólo se recurre al pasado, a un inmenso cementerio digital de grandes nombres eternamente analizados y reeditados, un inmenso santuario visitado por los que ya no se sienten identificados con la producción cinematográfica moderna y puede que con la vida moderna, con el hombre-niño moderno. Quizás, como decía Carlos Pumares, el cine se nos muere, huele a cadáver y ya no soportamos el tufo. Leemos a señores que escriben siempre con la misma intensidad y tenacidad, como teniendo algo que decir siempre. O sea: sobre lo que toca. Y resulta ridículo. ¿Quién tiene la culpa? Todos. Los que escribimos, los que nos acogen en sus medios y los que nos leen. No vamos más allá del estreno, la critica obligada, los desfasados códigos y géneros periodísticos. “En México fui invitado un día a visitar las instalaciones del Centro de Capacitación Cinematográfica. Me presentaron a cuatro o cinco profesores. Entre ellos, un joven correctamente vestido y que enrojeció de timidez. Le pregunté qué enseñaba. Me respondió: 'La semiología de la imagen clónica'. Lo hubiera asesinado." Estas palabras son de Buñuel, el más grande cineasta que ha tenido España y, para muchos, el mundo. Mi último suspiro, trabajo a cuatro manos entre Jean-Claude Carrière y el director, es uno de los mejores libros de cine que jamás se hayan escrito. Estas certeras memorias de uno de los grandes fabuladores del siglo XX siguen siendo un referente filosófico para todo amante del cine o de la vida, para todo admirador de una figura cultural única, aunque si hoy, entre dry martini y dry martini, le dijese a don Luis que se ha convertido en una “figura cultural”, también a mí desearía asesinarme. 8 THE END. El último suspiro del cine Iván Reguera Buñuel detestaba, como yo y muchos, "el pedantismo y la jerga. A veces, he llorado de risa al leer ciertos artículos de los Cahiers Du Cinéma”. Sólo con esta frase ya se hacen una idea de por dónde no irá el libro que están leyendo. Uno de los confesados sueños de Buñuel lo sigo compartiendo, porque participo en su diestra visión de los medios de comunicación que he conocido a mi manera: “Imagino que un golpe de Estado inesperado y providencial me ha convertido en dictador mundial. Dispongo de todos los poderes. Nada puede oponerse a mis deseos. Siempre que se presenta esta ensoñación, mis primeras decisiones se dirigen a combatir la proliferación de la información, fuente de toda zozobra.” Y así se despide Don Luis: “Las trompetas del Apocalipsis suenan a nuestras puertas. Este nuevo Apocalipsis, como el antiguo, corre al galope de cuatro jinetes: la superpoblación, la ciencia, la tecnología y la información, presentada de ordinario como una conquista, como un beneficio, a veces incluso como un derecho.” Decía Pumares en el libro que le dedicamos Juan José Aparicio y yo (Carlos Pumares. Un grito en la noche) que el cine como lo conocimos se nos muere. No le faltaba razón. Han cambiado muchas cosas, y los cambios han sido funestos. A diferencia de otras épocas en las que el cine era un negocio exclusivo de las gentes del cine, de un oficio, hoy forma parte de un gran pastel global, multinacional. El cine de hoy es, singularmente, una porción más de un gran conglomerado formado por otros negocios, otras formas de hacer caja. No se puede analizar el último suspiro del cine sin entender lo (poco) que significa hoy el cine, lo insignificante que es dentro del gigantesco entramado empresarial y financiero al que pertenece. Sin mostrar paranoia alguna, uno se da cuenta de que, desde su infancia (de los libros de texto al cine o la televisión), las motivaciones intelectuales externas están dirigidas, radiodirigidas, cinedirigidas y teledirigidas. El cortejo media-política ha sido 9

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