Teorías sobre la Etica a cargo de PHILIPPA FOOT FONDO DE CULTURA ECONOMICA MEXICO - MADRID - BUENOS AIRES Primera edición en inglés, 1967 Primera edición en español, 1974 Traducción al español de Manuel Arbolí Cubierta: Ruiz Angeles/Salto Título de esta obra en inglés: Theories of Ethics © 1967 Oxford University Press, Londres D. R. © Fondo de Cultura Económica Avda. de la Universidad, 975. México, 12. D. F. ISBN: 84-375-0008-7 (rústica) ISBN: 84-375-0009-5 (tela) Depósito legal: M. 36.541 -1974 Impreso en España Closas-Orcoyen, S. L. Martínez Paje, 5. Madrid-29 La mayoría de estos artículos fueron re impresos sin revisión o sólo con escasas alteraciones. Asi, pues, no han de reflejar necesariamente las opiniones actuales de sus autores. I INTRODUCCION Los artículos que aquí se reeditan giran en tomo a dos cuestiones últimamente objeto de mucha discu sión: primero, la naturaleza del juicio moral y, en segundo lugar, la parte que la utilidad social tiene en determinar lo bueno y lo malo. Ambos debates se retroceden al siglo xvm, pues en aquella sazón los filósofos andaban divididos en pro y en contra del sentido moral y de las teorías intelectualistas acerca del juicio moral. Fue también a finales de ese siglo cuando Bentham declaró que el fundamento del bien moral estaba en el principio de la utilidad. Los demás artículos de este volumen (números del IX al XII) versan sin más sobre el utilitarismo; su referencia al pasado es, pues, clara. Los números del I al VIII no están tan abiertamente relacionados con las controversias del siglo xvm; no obstante, su co nexión es cercana. Al igual que nosotros, Hume y sus contemporáneos se sentían acuciados por la posible o imposible objetividad de los juicios morales. ¿En qué —se preguntaban— estribaba la virtuosidad de las acciones virtuosas? ¿Cómo se captaba ésta? ¿Era mediante juicio, o más bien porque se sentía? ¿Sabía mos por el entendimiento lo que se debía hacer, o por un sentido moral? ¿Había en esto algo que pudiera ser conocido, o todo discurso moral no hacía sino expresar nuestros sentires, en vez de hablar de lo que habíamos descubierto sobre la virtud o el vicio? Por su parte, Hume se convenció de que era vana la bús queda de propiedades morales objetivas, sosteniendo 9 10 PHILIPPA FOOT que cuando a una acción la llamábamos virtuosa no se hacía otra cosa sino sentir un sentimiento placentero de aprobación al contemplarla; teoría que parecía explicar cómo los juicios morales se vinculaban con la acción, pues naturalmente nos sentiremos inclina dos a hacer o a fomentar lo que nos afecta de mane ra placentera, mientras que si la moralidad de las acciones residiera en algo que nos dictara la razón, se debería demostrar por qué tal descubrimiento in fluiría necesariamente en la voluntad. Cabría decir que los problemas que nos inquietan hoy son precisamente los que preocupaban a Hume. Sin embargo, de manera más directa, ha sido el pro fesor G. E. Moore quien dispuso el tinglado en nuestro favor, no obstante que el nombre de Hume no apa rece siquiera en el índice de sus Principia Ethica. Es como si hubiéramos empezado con Moore y hubiése mos ido retrocediendo desde él hasta Hume. Permíta senos decir algo, antes que nada, sobre las argumen taciones de vasto influjo propuestas por Moore en 1903'. La tesis central de Moore era que la bondad es simplemente una propiedad no-natural descubierta por la intuición. El resto de su ética se construyó sobre esta cimentación, pues Moore creía que los de más juicios morales, por ejemplo, los concernientes a la acción debida, hacían referencia a las intuiciones básicas de la bondad, resultando que la acción de bida era aquella que producía la mayor cantidad posible de bien. Esta última convicción convirtió a Moore en una especie de utilitarista. Pero no ha sido esta parte de su teoría la que más ha interesado. Lo que pareció particularmente importante, al menos en las generaciones subsiguientes, fue su idea sobre el juicio que ponía en marcha todo este asunto. Soste nía Moore que estos juicios eran objetivos, pero de claraba que se producían por intuición. Por esto se le 1 G. E. Moore, Principia Ethica. (V. la bibliografía para las pu blicaciones qué no se detallan en las notas al calce de esta «In troducción».) INTRODUCCIÓN 11 llama intuicionista, compartiendo el título con filó sofos como Prichard y Ross, quienes aseveraban que la intuición moral era la base del juicio moral, aun que discrepaban sobre dónde entraban las intuicio nes. Es intuicionista quien cree que, al final de cuen tas, no podemos dejar de ‘ver’ que ciertas cosas son buenas, o correctas u obligatorias. Hasta cierto pun to, dicen los intuicionistas, se puede debatir una cues tión de moral demostrando que algunos casos caen bajo determinados principios por la naturaleza misma de los hechos, pero al cabo se llega a un punto en el cual no se puede decir más que ‘veo que así tiene que ser'. Las dificultades en que labora esta posición son ahora suficientemente claras, y se necesitarían mu chas agallas para afirmar, cual hiciera Ross por la mitad de los años treinta, que ‘todo sistema ético admite la intuición en algún punto’: pues la intuición moral, a diferencia de la ordinaria, que nos advier te que piensa o siente otro, se presume que es la ‘aprehensión’ de una cualidad cuya existencia no se puede descubrir por ningún otro medio. Ahora bien, si alguien sabe intuitivamente que, pongamos por caso, un individuo está enojado aunque no dé mues tras de ello, dice ‘me doy cuenta'; pero se sabe que alguien está enfadado por otras veces y, en principio, se puede poner a prueba las propias intuiciones bus cando un medio que no deje lugar a dudas. Es así como se descubre si uno se puede fiar de las intuicio nes propias, o en qué casos; a la vez que las intui ciones de algunos se pueden demostrar mejor que las de otros, porque están más estrechamente corre lacionadas con los hechos objetivos independientes. Esta comprobación independiente es la que falta en las presuntas intuiciones morales, y querer reducirlas a una, hablando por ejemplo de las intuiciones que ‘resisten la prueba del tiempo’ o de las que tienen los ‘pueblos más altamente desarrollados’ es sencillamen te un engaño. Pues, ¿quién nos dice que las intuicio nes correctas no son aquéllas que primero pensamos 12 PHILIPPA FOOT y luego abandonamos ( lo que primero viene a la men te es lo mejor')? ¿Quién nos asegura que los pueblos primitivos no poseen una facultad de intuición moral que la civilización propende a destruir? Parece que no está justificado el recurso de los in- tuicionistas a la aprehensión’ y al ver’, dadas sus propias presuposiciones, y lo mismo vale de su afir mación de que quien ‘juzga' sobre la base de su ‘intui ción moral' expresa una opinión acerca de algo objeti vo. Puesto que si no poseemos un método que pueda decidir, siquiera en principio, entre intuiciones con flictivas, parece que no salimos de las ‘trampas del corregir’. Puedo decir ‘yo no tengo razón y tú estás equivocado' y ‘estaba equivocado cuando dije...', pero estas proposiciones expresarán solamente una reac ción, y si sólo expresan una reacción no estamos lejos de las teorías subjetivistas que rechazaban Moorc y otros intuicionistas. ¿Por qué, pues, dadas las dificultades, sostuvo Moore la teoría de la intuición moral contra aquéllos que, como Hume, veían los juicios morales como expre sión de los sentimientos y actitudes del interesado? Las argumentaciones de Moore en contra de esas teo rías son el tema que él y el profesor C. L. Stevenson debaten en el segundo y primer ensayos de este volumen. Defendía Moore2 que quien afirma que cierta ac ción es o está correcta o equivocada no se refiere simplemente a que posee un sentimiento de aproba ción —o cualquier otro sentimiento o actitud— hacia ella. Puesto que, según dice, ello supondría que cuando uno dijera ‘X es correcto' * y otro afirmara ‘X está equivocado', X estaría a la vez correcto y equivocado; y cuando alguien aseverara una vez ‘X está correcto', y otra ‘X está equivocado', esta misma acción indivi dual X una vez sería correcta y otra equivocada. Objeta Stevenson que ‘X está correcto' significa ‘Aho ra apruebo X', lo que si se aplicara consistentemente 2 Ethics, cap. iii. INTRODUCCIÓN 13 no poseería ninguna de las consecuencias de que ha bla Moore. Así, no podemos decir con Moore que ‘Si «X está correcto» afirmado por A es verdadero, en tonces X está correcto’, y que si ‘«X está equivocado» afirmado por B es verdadero, X está equivocado'; para efecto de conclusiones, y una vez traducido, se convierte en ‘Yo apruebo (desapruebo) X', pudiendo yo ser una persona diversa de A o B. No obstante, Moore posee un tercer argumento que Stevenson está dispuesto a admitir de alguna manera. Dice que la ‘teoría de la actitud’ subjetiva no da explicación de la discrepancia que, sin duda, se da entre dos inter locutores que, respectivamente, dicen ‘X está correc to’ y ‘X está equivocado’. Pues si cada uno está ha blando de sus propios sentimientos, ¿cómo se pueden contradecir? Uno puede tener tal sentimiento y el otro no. La respuesta de Stevenson es que, en efecto, no hay incompatibilidad lógica alguna entre las dos proposiciones: las creencias de los interlocutores no tienen que ser necesariamente contradictorias. No obstante, hay desavenencia entre los dos, puesto que sus actitudes son opuestas. Mas es la expresión de las actitudes opuestas la que da la oposición entre el ‘X está correcto’ de A y el ‘X está equivocado’ de B, y es sólo de esta manera como ‘discrepan’. Stevenson lucubra aquí sobre la teoría del signi ficado emotivo de los términos éticos, asunto que se retrotrae a las discusiones del Círculo de Viena, en tre 1918-19, y que claramente quedó esclarecido por Ogden y Richards cuando, en 1923, escribieron en The Meaning of Meaning que en lenguaje moral «...la palabra ‘bueno’ funge sólo como signo emotivo que expresa nuestra actitud... y que quizá evoca actitudes similares en otras personas o las incita a acciones de una clase u otra»3. Tal teoría había sido avanzada ya por el profesor A. J. Ayer en Language, Truth and Logic, pero nunca se expuso con tanto detalle como lo hiciera Stevenson en sus artículos en Mind de 1937 3 P. 125. 14 PHILIPPA FOOT y 38, desarrollándola ulteriormente en Ethics and Language, publicado en 1945. Afirma allí que el sen tido emotivo de una palabra es lo que la hace apro piada para propósitos tan dinámicos como la expre sión de nuestras actitudes y la alteración de las aje nas, sin que posea el propósito ‘descriptivo’ de comu nicar creencias. El significado emotivo de una palabra es su tendencia a producir respuestas afectivas en el oyente y a ser empleada como resultado de estados afectivos en el hablante. Frente a la conclusión de que la discrepancia eti ca podría ser meramente actitudinal, Moore, quien de manera característica había confesado que tal posi bilidad ‘simplemente no se le había ocurrido', conce dió que sus argumentaciones eran inconcluyentes. Así, pues, la causa del objetivismo ético parecía se guir mal curso. Como lo expresara el propio Moore, había implicado la noción de la intuición etica, con lo que habíanse desmoronado los argumentos en su favor. Mientras, fue el mismo Moore quien atacó la otra forma de objetivismo que pedía haberse quedado con el campo, pues había hecho hincapié en que no podía existir definición alguna de bondad que vincula ra tal propiedad con posibles cuestiones de hecho. Según esto, por ejemplo, resultaba imposible decir que ‘bueno’ significara meramente productor de felicidad porque se pudiera probar que ciertas cosas eran bue nas. Afirmó Moore que tales teorías cometían la ‘fala cia naturalista’; esta vez tuvo a los emotivistas de su parte. Que los argumentos de Moore contra el naturalis mo no son concluyentes es la tesis del tercer artículo de este volumen, que se ccupa en gran parte en ex poner cuáles son dichos argumentos. Piensa Moore que nadie tiene derecho a asentar proposiciones del tipo ‘el placer y sólo el placer es bueno’, y para ello se basa en la definición de que tales proposiciones son siempre sintéticas y nunca analíticas. Pero ¿cuál es exactamente la presunta ‘falacia’? El profesor Frankena examina tres posibles opiniones: (i) que el INTRODUCCIÓN 15 error está en definir una propiedad no natural, como la bondad, como si se tratara de algo natural, (n) que la equivccación está en definir una propiedad con los términos de otra, y (iii) que se intenta definir lo in definible. Arguye Frankena que sea cual sea la ver sión que tomemos, resulta que Moorc no ha sabido mostrar que existiera error alguno y que, por tanto, no ha hecho más que una petitio quaestionis. Para poder asentar (i) debería haber mostrado que la bon dad es propiedad no natural, cosa que solamente afirma. Respecto de (¿i) debería haber demostrado, en cada ejemplo, que la bondad era ‘algo distinto’ de la propiedad con la que se equiparaba; cosa que tam poco hace. Para determinar (iii) debería probar que la bondad es propiedad simple y por ende indefini ble, pero sólo lo asevera, sin aducir prueba alguna. Afirma Frankena, y sin duda tiene razón en su afirmación, que Moore está convencido de que se cometía falacia naturalista con cualquier definición de bueno; pero los escritores posteriores no paran mientes en esto cuando hablan de Moorc como el gran opositor de la etica naturalista. Se ciñen a ex cluir cierto tipo de definición y se remiten a lo que Moore dijo sobre la imposibilidad de identificar las propiedades naturales con las no naturales. Desgracia damente, Moorc jamás logró explicar qué entendía por propiedad ‘natural’; lo más que dijo fue que la bondad de una cosa no pertenecía a su descripción, como pertenecían sus propiedades naturales. Consi guientemente, no se veía con claridad qué tipo de de finición era la que debía excluirse. Sin embargo, Stevenson alegaba que su teoría del significado emo tivo mostraba la verdad que Moore había buscado a tientas. El quid estaba en que la bondad no se había de tratar como una clase especial de propiedad, pues to que no era propiedad alguna; antes bien, que exis tía cierto tipo de significado propio de los términos éticos, y que las definiciones que omitían este ele mento emotivo en el significado de ‘bueno’ eran de