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Sociología de Max Weber PDF

254 Pages·1986·4.85 MB·Spanish
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Sociología de Max Weber J ulien Freund homo sociologicus ediciones península Julien Freund SOCIOLOGIA DE MAX WEBER Traducción de Alberto Gil Novales ediciones península*4" La edición original fue publicada por Presses Universitaires de France, de Pa­ rís, con el título Sodologie de Max Weber. © Presses Universitaires de France, 1966. Sociología de Max Weber apareció en la colección «Historia / Ciencia / Socie­ dad» en 1967. Cubierta de Loni Geest y Tone Hoverstad. Primera edición en “Homo Sock>k>g¡cus“: enero de 1986. Derechos exclusivos de esta edición (incluyendo la traducción y el diseño de la. cubierta): Edicions 62 s/a., Provenga 278,08008 Barcelona. Impreso en Hurope. s/a., Recaredo 5,08005 Barcelona. Depósito Legal: B. 39.240-1985. ISBN: 84-297-2396-X. ADVERTENCIA Este libro intenta exponer con la mayor claridad el pensamiento sociológico de Weber, de la misma ma­ nera que Von Schelting expuso su pensamiento episte­ mológico y R. Aron su pensamiento histórico. En modo alguno se trata de aportar una interpretación personal o de discutir las que han propuesto diversos autores, ya en forma hagíográfica, como es el caso de Honigsheim o Loewenstein, ya en forma polémica, como L. Strauss o L. Fleischmann. Dedico esta obra a quien fue testigo de mis prime­ ras lecturas weberianas, André Lévy, amigo de mis años estudiantiles, compañero en Gergovie, miembro-de la Resistencia, camarada en la cárcel, fusilado en Songes, cerca de Burdeos, el 29 de julio de 1944. Primera parte ASPECTOS GENERALES I. La visión del mundo Realidad y sistema Ninguna necesidad interna del pensamiento de We- ber exige comenzar el estudio de su sociología con una exposición de sus conceptos generales o filosóficos. Este método nos parece sencillamente el más cómodo para adentrarnos en esta obra compleja y darle un aspecto unitario que, por otra parte, Weber rechazaba con ple­ no conocimiento. En efecto, una de las características de su pensamiento consiste en la dispersión metodológica, científica y filosófica que cree poder renunciar a cual­ quier emplazamiento, así como en el espectáculo de to­ dos los antagonismos posibles, irreductibles en principio a cualquier sistema. Cabe preguntarse si no es infide­ lidad a Weber el intento de dar una apariencia armónica a esta intencionada dispersión. Creemos que no y por varias razones. En primer lugar, la dispersión weberiana es total­ mente extraña a la incoherencia, a la confusión de los géneros o incluso al eclecticismo. Nadie ponía más entu­ siasmo que él en definir rigurosamente los conceptos que utilizaba, en distinguir las diferentes clases de pro­ blemas y los diversos niveles de una cuestión. Basta considerar su obra metodológica para comprobar con qué encarnizamiento perseguía las inconsecuencias lógi­ cas, los equívocos, la falta de rigor en el razonamiento y la imprecisión. Era tan poco ecléctico que no dejó de denunciar, como una de las peores ilusiones del sabio, la práctica del compromiso al nivel de las ideas. No sólo la solución o la línea medias no permiten su justi­ ficación científica en mayor medida que una posición extrema, sino que en general son un nido de equívocos. 9 La objetividad depende únicamente del esfuerzo orien­ tado hacia la mayor univocidad y justeza, presta a des­ baratar con un juicio extremo, aunque perspicaz y fun­ damentado, los prejuicios y opiniones más sólidamente establecidos. Dicho de otro modo, la dispersión que se observa en Weber es consecuencia de su preocupación por el análisis riguroso, es decir minucioso, que separa lo que es lógicamente incompatible y establece las rela­ ciones que se imponen en virtud del determinado estado de la investigación. No era un limitado adversario de la sistematización en general, sino que creía que en el ac­ tual estado de la ciencia, expuesta a incesantes correc­ ciones, modificaciones y trastornos en razón del carácter indefinido de la investigación como tal, no cabía cons­ truir sistemas definitivos. Más exactamente, la eficacia del trabajo científico puede exigir que, en un momento dado, el sabio intente sistematizar el conjunto de los conocimientos adquiridos en una ciencia o en un sector limitado de una ciencia, a condición de salvaguardar el carácter hipotético de semejantes procedimientos, y te­ niendo en cuenta otras posibles interpretaciones y siste­ matizaciones basadas en otras presuposiciones y en el futuro desarrollo de la disciplina. Por el momento, y hasta que la ciencia no esté concluida —lo que nadie puede prever—, todo sistema sigue siendo necesaria­ mente un punto de vista al que cabe oponer otros pun­ tos de vista también justificados. Como consecuencia resulta caduca una síntesis de todo el devenir humano, o de la ciencia en su conjunto, o incluso de una disci­ plina particular como la sociología; se hace anticientí­ fica si no pretende una validez universal y definitiva. El único crédito que cabe concederle es el de ser una anti­ cipación útil o un hilo conductor de la investigación. En resumen, el sabio es libre de unificar provisional­ mente cierto número de relaciones, ya que, como erudito, no sabe formar una unidad global del saber con signi­ ficación de sistema total. En segundo lugar, el pensamiento de Weber implica, como cualquier otro, conscientes ó inconfesadas corres- 10 pondencias entre los temas que parecen más antinómi­ cos. Los comentaristas weberianos insisten con todo fun­ damento en la disociación radical que establece entre conocimiento y acción, entre ciencia y política; no obs­ tante, nos equivocaríamos si viéramos en ello una con­ tradición «desgarradora» o «desesperante», no sólo porque tal actitud es extraña al temperamento de We- ber, sino también a su visión del mundo. Por el contra­ rio, existe una verdadera solidaridad entre el compor­ tamiento que exige al sabio y el del hombre de acción, aunque se opongan en cuanto a su sentido. La estricta separación que encuentra entre valor y hecho, entre vo­ luntad y saber, no sólo tiene por objeto delimitar con claridad la esencia lógica de cada una de las dos activi­ dades, su terreno respectivo y como consecuencia la na­ turaleza de los problemas que una y otra pueden resol­ ver con los medios que en cada ocasión les son propios, sino también hacer más fructífera su eventual colabo­ ración, en razón misma de su distinción, por medio de la eliminación de las confusiones perjudiciales a una y otra. Debido a los límites del trabajo científico, la ac­ ción adquiere pleno sentido, con su correspondiente corolario, que es la elección entre valores, cuya validez escapa a la jurisdicción de la objetividad científica. La ciencia ayuda al hombre de acción a comprender mejor lo que quiere y puede hacer, ya que no cabe prescri­ birle lo que debe querer. La ciencia no resulta en modo alguno incompetente en la esfera de la elección de los fines últimos, aunque éstos sean fútiles e inútiles, ya que basta que pertenezcan al dominio de las creencias y de las convicciones, tan indispensables al hombre como el saber positivo. A pesar de su antinomia, el rigor cien­ tífico es correlativo a la libertad de elección, en el sen­ tido de sacrificio por una causa, bajo pena de engaño en el primer caso y de esterilidad en el segundo. Más allá de esta afinidad, existe otra, más profunda. En un aspecto, la concepción de Weber sobre la ciencia está dominada por la de la política; es decir, que a la multi- 11 plicidad y al antagonismo de los valores y de los fines corresponden la multiplicidad y el antagonismo de los puntos de vista bajo los que un fenómeno se puede ex­ plicar científicamente. A pesar del rigor de los concep­ tos y de las demostraciones, la ciencia no está al amparo de la rivalidad entre las hipótesis ni de la competencia entre las teorías, cada una de ellas fundada en un cierto número de hechos averiguados y comprobados, a veces demasiado bien elegidos para las necesidades de la cau­ sa, con exclusión de otros hechos perfectamente igual establecidos. Dicho de otro modo, su teoría de la cien­ cia está impregnada de su teoría de la acción, excepto cuando la primera intenta vencer las contradicciones de las que se alimenta la segunda. Nos encontramos aquí en el núcleo del problema que, después de Rickert, We- ber llama la «relación con los valores». Volveremos al tema, ya que no es este el lugar de detallar todas las correspondencias del pensamiento weberiano. Las ire­ mos viendo a medida que avance nuestro comentario crítico, particularmente al referirnos a las relaciones me­ todológicas entre el «ideal-tipo» y las categorías de posi­ bilidad objetiva y de causalidad adecuada. En último lugar, aunque Weber evitó llevar sus inte­ rrogaciones y explicaciones a un núcleo o principio úni­ co, parte, sin embargo, de una intuición originaria y fundamental: la de la infinidad extensiva e intensiva de la realidad empírica. Esto significa que la realidad es inconmensurable para el poder de nuestro entendimien­ to, de suerte que éste nunca termina de explorar los acontecimientos y sus variaciones en el espacio y en el tiempo o de actuar sobre ellos; además, le resulta im­ posible describir íntegramente incluso la más pequeña parcela de lo real o tener en cuenta todos los datos, todos los elementos y todas las consecuencias en el mo­ mento de actuar. Conocimiento y acción no se realizan nunca de manera definitiva, ya que todo conocimiento exige otros conocimientos y toda acción otras acciones. Ninguna ciencia particular, ni siquiera el conjunto de 12 las ciencias, es apta para perfeccionar nuestro saber, ya que el entendimiento no puede introducir o copiar lo real, sino solamente elaborarlo mediante el juego de los conceptos. Entre lo real y el concepto, la distancia sigue siendo infinita. Sólo podemos conocer fragmentos, nun­ ca el todo, puesto que éste es en sí mismo una especie de singularidad que desafía todas las concebibles singu­ laridades. Hasta nuestro saber adquirido, incluso el más aparentemente sólido, queda en duda si un sabio lo con­ sidera desde un punto de vista nuevo e inédito. Cualquiera que sea el método adoptado, sólo es po­ sible ordenar relativamente lo real, no agotarlo. A este respecto, cabe utilizar el método generalizante, cuyo objetivo es el establecimiento de leyes generales por re­ ducción de las diferencias cualitativas a cantidades men­ surables con precisión. Este procedimiento despoja a la realidad de la riqueza de lo singular, al formar concep­ tos cuyo contenido se empobrece a medida que su vali­ dez general se hace mayor. El segundo método, que se puede llamar individualizante, se liga a los aspectos sin­ gulares y cualitativos de los fenómenos. No obstante, en el momento en que pretende llegar a un conocimiento, tampoco puede omitir los conceptos, aunque sean más ricos en contenido que los precedentes. Basta que se trate de conceptos para que sean impotentes de repro­ ducir íntegramente lo real. En consecuencia, la suma de resultados de uno y otro método queda inevitablemente más aquí de la plenitud de la realidad, ya que, de todas maneras, sólo puede proporcionarnos aspectos del mun­ do empírico. Por esta razón, Weber se opone decidida­ mente a cualquier sistema, ya sea clasificador dialéc­ tico o de otra clase, que, después de formar una red de conceptos tan densa como sea posible, crea estar en con­ diciones de deducir la tealidad. Semejantes filosofías, que llama «emanatistas», son simulacros bajo todos los puntos de vista. 13

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