RAFAEL TOMÁS CALDERA SOBRE LA NATURALEZA DEL AMOR Cuadernos de Anuario Filosófico CUADERNOS DE ANUARIO FILOSÓFICO • SERIE UNIVERSITARIA Angel Luis González DIRECTOR Salvador Piá Tarazona SECRETARIO ISSN 1137-2176 Depósito Legal: NA 1275-1991 Pamplona Nº 80: Rafael Tomás Caldera, Sobre la naturaleza del amor © 1999. Rafael Tomás Caldera Imagen de portada: Tomás de Aquino Redacción, administración y petición de ejemplares CUADERNOS DE ANUARIO FILOSÓFICO Departamento de Filosofía Universidad de Navarra 31080 Pamplona (Spain) Teléfono: 948 52 56 00 (ext. 2316) Fax: 948 42 56 36 E-mail: [email protected] Augustinus dicit Super Ioannem: “qui non diligit Deum, nec seipsum diligit”. II-II, 23, 12, 1m. ÍNDICE PRÓLOGO................................................................................... 7 I. EL PROBLEMA DEL AMOR........................................... 11 1. El hombre, imagen de Dios....................................... 11 2. Eros y agape.............................................................. 16 3. La doctrina de Tomás de Aquino.............................. 25 II. PROPRIA RATIO AMORIS................................................ 31 III. LA UNIDAD DEL AMOR................................................ 107 1. Unitiva virtus.............................................................. 107 2. Amor a Dios, amor a sí mismo................................. 112 3. Reductio ad amorem.................................................. 118 EPÍLOGO.................................................................................... 123 BIBLIOGRAFÍA.......................................................................... 131 PRÓLOGO 1. La doctrina de Tomás de Aquino sobre el amor no ha recibi- do quizá la atención que merece, de tal modo que así como resulta un lugar común hablar de “intelectualismo” para referirse a él, nadie o casi nadie asociaría en forma espontánea su figura al tema del amor. Al contrario, siempre a ese nivel de los lugares comunes, de los cuales ni la historiografía logra escapar, parecería un privi- legio de los autores cisterciences haber dado toda su importancia especulativa al amor. O un logro de la escuela franciscana, enfren- tada a los tomistas de la Orden de Santo Domingo, el haber puesto de relieve el carácter primordial de la voluntad en la persona y, con ello, el papel central del amor en toda antropología. Acaso ello se deba en gran parte al estilo desapasionado de To- más quien, podríamos decir, “evita la grandilocuencia y se compla- ce en la sobriedad y en la mesura”. Porque no es extraño en casos semejantes –como se queja el poeta castellano a quien pertenecen esas palabras– que no se perciba todo lo que se puede estar dicien- do. “Esta mesura en la manifestación de las emociones guarda su vehemencia, más aún, redobla su intensidad. Pero hay oídos sordos para quienes tales armonías se confunden casi con el silencio. De ahí –concluye su queja personal– que algunos de estos poetas fuesen juzgados fríos, aunque se consagraran a declarar su entu- siasmo por el mundo, su adhesión a la vida, su amor al amor”1. A todo lo cual se añade, como un segundo prejuicio, el conside- rar a Tomás “demasiado” imbuido de la enseñanza de Aristóteles y, por consiguiente, verlo enmarcado dentro de la doctrina llamada por Rousselot del “amor físico”, esto es, el amor concebido como apetito de la propia perfección. Un impulso natural –de allí el calificativo de “físico”– que, en definitiva, mantendría al sujeto en los límites de su individualidad. Frente a esa concepción, se erigiría 1 Jorge GUILLEN, Lenguaje y poesía, Madrid, Alianza Editorial, 2ª ed. 1972, p. 187. La cita precedente, que hemos aplicado al estilo de Santo Tomás, es de la p. 192. 8 Rafael Tomás Caldera la del “amor extático”, el amor cristiano, sobre-natural, que saca de sí al sujeto –de allí su nombre de “extático”–, hasta (hacerlo capaz de) amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mis- mo. Esta contraposición, retomada en nuestro siglo bajo la forma de eros y agape, parecería haber sido ignorada por Tomás, cuyo “naturalismo” haría a su enseñanza en este punto finalmente poco apta para dar razón de lo específico del amor cristiano. Estaría así plenamente justificado no insistir en su postura en este tema, para retener sobre todo sus enseñanzas sobre el ser, el conocimiento y la verdad. 2. Lejos, sin embargo, de tales apariencias, las consideraciones de Santo Tomás sobre el amor merecen renovada atención, tanto por la amplitud de su enfoque –capaz de integrar a Aristóteles y a Dionisio, el amor humano y la caridad–, como por la profundidad de su síntesis. Una vez más, el Aquinate ha logrado aquí conciliar los extre- mos, no por un sincretismo de superficie, sino precisamente lle- vando la comprensión a su nivel más radical. Nos da entonces una imagen unitaria del amor, que permite recorrer sin rupturas sus diversos planos. Y nos conduce a contemplar la presencia del amor en el corazón de lo real, dando sentido –significado y valor– a la existencia. 3. Una ya larga frecuentación de sus textos al respecto –sobre todo en ambas Sumas– nos ha convencido de la necesidad de exponer de nuevo su enseñanza, con el propósito principal de mostrar esa unidad fundamental, que otorga su valor al conjunto de la teoría. No en vano Juan Pablo II ha podido decir de Santo To- más, que sigue siendo “el maestro del universalismo teológico y filosófico”2 , esto es, un maestro y una doctrina que permiten –por ejemplo– integrar las diversas fenomenologías del amor realizadas en nuestro tiempo. Por otra parte, la experiencia de la vida resulta en este caso do- blemente ligada a la posibilidad misma de comprender la doctrina. Es sutil en apariencia lo que separa al amor de sí mismo del amor propio; pero tras ello se esconde una grave disyuntiva, que hace de 2 Cruzando el umbral de la esperanza, Norma, Bogotá, 2ª ed. 1994, p. 55. Sobre la naturaleza del amor 9 cada uno de esos términos en la realidad el polo de tendencias casi contradictorias, ciertamente opuestas. Ahora bien, si en el corazón de quien estudia los textos no se ha reconocido esa diferencia –al precio quizá de un sufrimiento que aparece entonces como necesa- rio para la purificación de su propio amor–, ¿cómo no leerá en el amor sui tomasiano, con valor incluso de referente primario en la dinámica del amor, ese otro amor sui de la famosa contraposición agustiniana: amor de sí hasta el desprecio de Dios; amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo? Sin embargo, si corresponde al hombre –como a los otros agen- tes imperfectos– que incluso al actuar se oriente a adquirir algo (quod etiam in agendo intendant aliquid adquirere)3 , esto se ordena en definitiva a esa actividad, efusiva de por sí, sólo en la cual alcanza la plenitud4. A la experiencia del amante que quiere el bien de la persona amada, se sumaría pues la consideración de la estructura esencial y el dinamismo del amor. Todo ello está corroborado por la palabra del Maestro divino. En efecto, leemos en la Sagrada Escritura: “Hay más dicha en dar que en recibir”5 . Doctrina recogida en la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II donde, tras considerar “una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y la caridad”, se afirma6: 3 I, 44, 4, c: “Sunt autem quædam quæ simul agunt et patiuntur, quæ sunt agentia imperfecta: et his convenit quod etiam in agendo intendant aliquid adqui- rere. Sed primo agente, qui est agens tantum, non convenit agere propter acquisi- tionem alicuius finis; sed intendit solum communicare suam perfectionem, quæ est eius bonitas”. 4 III, 34, 2, c: “Perfectio autem ultima non consistit in potentia vel in habitu, sed in operatione”. Y en III Contra Gentiles, 26: “Et similiter propria operatio cuiusli- bet rei, quæ est quasi usus eius, est finis ipsius”. 5 La frase viene inserta en un pasaje de los Hechos de los Apóstoles, donde S. PABLO en Mileto hace un resumen del sentido de su actividad. El versículo completo dice: “En todo os he dado ejemplo, mostrándoos cómo, trabajando así, socorráis a los necesitados: recordando las palabras del Señor Jesús que El mismo dijo: “Hay más dicha en dar que en recibir””. Hechos, 20, 35. 6 Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo de hoy, n. 24. He estudiado ese texto en “El don de sí”, Scripta theologica, vol. 20, fasc 2-3, l988, pp. 667-679. Recogido luego en El oficio del sabio, Caracas, Centauro, 2ª ed. 1996, con el título “Plenitud y don de sí”. 10 Rafael Tomás Caldera Esta semejanza demuestra que el hombre, única creatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia ple- nitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. 4. Para el acercamiento a la doctrina tomasiana del amor, la obra –ya clásica– del recordado maestro L.-B. Geiger, Le problème de l’amour chez St. Thomas d’Aquin7, sigue siendo un punto de referencia necesario e insuperado. Al escribir ahora con otra pers- pectiva, queremos prolongar en cierta manera la línea de ese es- fuerzo. Asimismo, los estudios, más recientes, de Carlos Cardona, “El ser como amor”, “La ordenación del amor” y “Los actos amo- rosos”, recogidos en su Metafísica del bien y del mal8, pueden suscitar una honda meditación sobre el tema. Nada de lo que escriba pretende enmendar esos textos, como tampoco sustituir el recurso directo al Aquinate. Mi cometido es más sencillo y limita- do: llevar a cabo una exposición de esta doctrina con el propósito de hacerla presente en nuestra circunstancia. 5. Al intentarlo, he de atenerme a lo que –a mi juicio– consti- tuye su núcleo mismo, con la intención de hacer resaltar, quizá con mayor fuerza que en otras exposiciones recientes9, su profunda unidad. Ello me parece un paso previo, indispensable al estudio de la vida del amor en su dinámica propia, para la elaboración de esa antropología integral, de la cual forma –con el don de sí que reali- za– uno de los capítulos centrales. Acaso en la lectura de estas páginas pueda alguno encontrar respuesta a sus preguntas. Sobre todo, una invitación a no quedarse en el pensamiento sino –de manera concreta– a vivir el amor. 7 L.-B. GEIGER, Le problème de l’amour chez St. Thomas d’Aquin, París, Vrin, l952. 8 Carlos CARDONA, Metafísica del bien y del mal, Pamplona, EUNSA, 1987. 9 Por ejemplo, el excelente trabajo de Juan CRUZ CRUZ sobre la Ontología del amor en Tomás de Aquino, Pamplona, Cuadernos de Anuario Filosófico, nº 31, 1996.
Description: