R S OBERT PAEMANN Sobre Dios y el mundo Una autobiografía dialogada 2 The translation of this work was supported by a grant from the Goethe-Institut which is funded by the German Ministry of Foreign Affairs Título original: Über Gott und die Welt. Eine Autobiographie in Gesprächen. Stuttgart, Kiett-Cotta 2012 Colección: Biblioteca Palabra Director de la colección: Juan Manuel Burgos Traducción: José María Barrio Maestre, Ricardo Barrio Moreno Revisión de estilo: Miguel Martí Sánchez © Ediciones Palabra, S.A., 2014 Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España) Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39 www.palabra.es [email protected] Diseño de cubierta: Raúl Ostos Imagen de portada: © Marijan Murat Edición en ePub: José Manuel Carrión ISBN: 978-84-9061-051-0 Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro y otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. 3 PRÓLOGO ¿Cómo ha llegado Robert Spaemann a ser el filósofo que es hoy? Se cuenta entre los pocos pensadores alemanes del presente cuya voz traspasa las fronteras del mundo académico. Sus libros y conferencias siempre han encontrado reconocimiento internacional. Sobre Dios y el mundo muestra el devenir biográfico del filósofo y los pensamientos que lo han conducido. Hasta ahora Robert Spaemann ha sido bastante reservado sobre su propia vida. Considera absurda la idea de que la narración de su vida pudiera expresar el contenido esencial de su pensamiento filosófico. Si filosofía significa –aquí cita a Hegel– «conocimiento real de lo que en verdad es», entonces se trata de intuiciones de las que cabría pensar que solo por casualidad no han tenido aún los lectores; en modo alguno pueden deducirse únicamente de la propia historia biográfica. Pues bien, Robert Spaemann presenta aquí –en diez capítulos que recogen conversaciones que mantuve con él– episodios, experiencias y encuentros que le han marcado profundamente. Ambas cosas, diálogo y episodio, forman un libro en el que Spaemann narra su trayectoria vital a la par que expone las líneas principales de su pensamiento. Lo biográfico y lo filosófico se mezclan, y el estilo narrativo –típico de esta y otras conversaciones con Robert Spaemann– se ensancha y desemboca en un pensamiento sin solución de continuidad. Se trata de una panorámica, rica en imágenes e ideas, surgida de acontecimientos biográficos, retratos, discusiones y planteamientos, que gustará a quien ya conoce a Spaemann, y pondrá en tensión a los lectores que aún no le han descubierto. «Los dos intereses de la razón», un texto que resume el núcleo de la reflexión de Robert Spaemann en estos últimos años, pone el punto final a esta apretada biografía intelectual en conversación. Sobre la infancia y la juventud de Robert Spaemann en Berlín, Köln, Dorsten y Münster, hasta ahora no se conocían apenas detalles: la conversión de sus padres a la fe católica, la temprana muerte de su madre, su pronta toma de postura contra el nacionalsocialismo y la profunda repugnancia que le producía, que le indujo a sustraerse con diecisiete años del servicio al Reich y del «juramento de fidelidad» al Führer, y después a rehusar la orden de presentarse a filas en el ejército. Ya en los años juveniles se manifiesta su actitud inconformista y la predisposición al pensar autónomo. Su trayectoria durante el III Reich le distingue de todos los que, como él, nacieron en 1927 y conformaron hasta hoy la identidad espiritual de la vieja y de la después reunificada República Federal. Llama la atención cómo en la posguerra Spaemann pronto se inclinó hacia grupos ideológicos completamente contrarios entre sí. De esa época data su fuerte interés por la 4 vida cristiana, y luego su orientación a la izquierda y a las ideas socialistas, con las cuales rompe para siempre después de una aventurada estancia a finales de los años cincuenta en el Berlín Este. Los escritos de Carl Schmitt, así como la Dialéctica de la Ilustración, de Horkheimer y Adorno, le fascinan en igual medida. Tomás de Aquino y Hegel le acompañan como maestros de su pensamiento a lo largo de su vida. En Joachim Ritter –filósofo que desde 1946 enseñaba en Münster– encuentra la persona del maestro que le gana definitivamente para la Filosofía, en la que siempre ha permanecido abierto a las cuestiones teológicas. Más de veinte años después afronta la discusión con los estudiantes propensos a las revueltas, entre 1967 y 1971, como quien se ha formado un criterio sólido y no se deja intimidar. En Stuttgart y en Heidelberg busca la conversación con los jóvenes, que le respetan a causa de su discurso claro y diáfano, si bien representa de forma inequívoca, y no pocas veces, una posición opuesta. Robert Spaemann ha participado en todos los debates importantes de la joven República, desde los años cincuenta hasta hoy: en la cuestión del armamento nuclear se le ve del lado de Heinrich Böll. En su libro Límites hay que releer la carta a Heinrich Böll de finales de los años setenta en la que justifica su toma de postura a favor del denominado desarme, y en cuanto a la reforma educativa se une a Hermann Lübbe, que había acuñado la bella expresión «resistencia al estupor». A Robert Spaemann le encajan las palabras de Goethe: «Quien filosofa no está de acuerdo con las ideas de su tiempo». Su ética y su filosofía de la naturaleza representan una enmienda a la totalidad de las ideologías hoy imperantes, ante todo a la «cosmovisión científica», que con gestos grandilocuentes y enfáticos promete satisfacer todas las aspiraciones de la modernidad. Pese a esto, no es enemigo de la ciencia. Muy al contrario, quien conversa con él sobre cuestiones físicas y biológicas a veces puede quedar asombrado por sus conocimientos en esos campos. Su concepto de la «vida», su filosofía de las «personas», suministran valiosos elementos de juicio, profunda y metódicamente examinados, a quienes, como él, «se detienen» ante la realidad y se sienten lejos de la tentación de tratar al hombre como una «cosa» que pueda ser dominada y manipulada. Descartes dijo del hombre que es «señor de la naturaleza». Eso es ambivalente, pues dominar la naturaleza y habitar en ella se encuentran en relación recíproca. ¿Por qué? A esto trata de responder el trabajo titulado «Los dos intereses de la razón». Realmente todo el libro gira sobre esta decisiva cuestión fundamental. Vemos a Robert Spaemann elaborando cuidadosamente sus ideas, pero con una tenaz convicción. Es cristiano católico y filósofo, en absoluto un filósofo católico, como afirman sus críticos con objeto de desacreditarle. Por su parte, él siempre ha rechazado que se le designe como «católico de izquierdas», como era frecuente en los años cincuenta. Sus convicciones políticas a veces eran de «izquierdas», pero su catolicismo, nunca. Su modo de filosofar es auténtico, lleno de argumentos y nunca solo antitético o a la contra. El talante de tratar de comprender a sus oponentes con toda la exactitud posible se percibe en el origen 5 mismo de sus críticas. La razón común impulsa gradualmente, sin violencia, al reconocimiento de la realidad; esa es la impresión que uno saca tras dos horas de conversación con Robert Spaemann «sobre Dios y el mundo». Para él la Filosofía es ars longa, que nunca concluye en un sistema cerrado. Siempre es posible seguir preguntando. Solo la muerte cierra el preguntar. ¿Cómo se ha gestado este libro? Apreciaba a Spaemann desde que en el año 1972 leí en el Merkur su artículo «La utopía de una ausencia de poder»[1]. Con un lenguaje libre de jergas pasaba revista a las propuestas que circulaban entonces en la Teoría Política, comenzando por Habermas, pasando por Dahrendorff y Luhmann, e introduciendo de manera lúcida a Platón y a Nietzsche en esa conversación. Me gustó la forma que tiene Kant de referirse a los pensamientos inexpresados –«timbres de moda de la época»–, y sobre todo la manera de probar que la noción de bien resulta ineludible en la Ética y la Política. En 1987 conocí personalmente a Robert Spaemann en Frankfurt, con motivo de la Laudatio a Hans Jonas, que pronunció al recibir este el Premio de la Paz de los editores alemanes. Su soberana apología de una Filosofía de la Naturaleza de carácter teleológico, su actualización del concepto de «naturaleza» y la reflexión acerca de qué pensamos cuando hablamos de «cosas naturales» dejó en mí una fuerte impresión. Como redactor de cultura en la revista Focus, en los años noventa me animé a pedir a Spaemann una entrevista contando entonces con la posible respuesta negativa. Sin embargo, accedió. La entrevista tuvo lugar, y también el rápido visto bueno por parte de la redacción. Después siguieron algunas entrevistas más, y sobre todo largas conversaciones telefónicas. Pero solo en el 2006 hubo realmente cercanía: largos paseos por los frondosos bosques alrededor del castillo Solitude, al oeste de Stuttgart. Aun así tardé hasta diciembre de 2010 en reunir el valor suficiente para convencer a Spaemann de acometer la publicación de un volumen de conversaciones, mantenidas conmigo, sobre su biografía intelectual. Habíamos hablado con frecuencia sobre acontecimientos de su vida. Me contó que había puesto por escrito algunos «pequeños» episodios de su pasado, pero que propiamente no lo había hecho con la intención de darlos a conocer públicamente. Por mi parte, al escucharle cobraba vigor la convicción de que había que dar publicidad precisamente a esos recuerdos en una conversación sobre su vida, idea que, como el propio Spaemann me dijo, ya le había manifestado años antes [el editor] Michael Klett. Era tal la alegría de poder hablar con Spaemann y de preguntarle, de estar con él, que sentí el impulso de dejar que otros participaran de ella a través de un libro. Finalmente me comunicó su autorización, en un principio nada segura, manifestándose conforme con la empresa de publicar nuestras conversaciones. Por fin nos reunimos en doce ocasiones durante el año 2011. Siguió la trabajosa transcripción y muchos resúmenes y charlas sobre qué poner y quitar. Este libro llegó a ver la luz, y a mi juicio es la mejor introducción a la filosofía de Robert Spaemann. Para 6 mí ha sido una experiencia intensa comprobar que no hay diferencia alguna, por pequeña que sea, entre la Filosofía misma y el modo amplio y familiar, a la par que competente, con que se ha venido cultivando desde Platón. Agradezco profundamente al autor haber acogido mis preguntas con gran paciencia, que nunca me haya respondido sin la concentración adecuada, y que siempre haya estado dispuesto a intercalar «episodios» y textos que tanto revelan acerca de él. Solo ellos confieren al libro su verdadero peso. Mi más expresivo agradecimiento a la Sra. Susanne Held, por su trabajo incansable y comprometido en el manuscrito, así como por habernos ayudado con inteligentes propuestas para su abreviación y corrección. Asimismo quiero rendir mi gratitud al lector Johannes Czaja, a la correctora de pruebas Sra. Renata Warttmann, y como es lógico, en último término, aunque no por ello menos importante, a la editorial Klett Cotta. S S TEPHAN ATTLER München, marzo del 2012 7 NOTAS 1 «Die Utopie der Herrschaftsfreiheit», Merkur 26 (1972). Spaemann discute ahí planteamientos de Jürgen Habermas. Este le respondió con una carta en la que no solo justificaba su teoría política, sino que presentaba además algunos argumentos contra la idea clásica del poder racional. Spaemann replicó a su vez con una carta, reafirmando su posición crítica, pero expresando el deseo de que la discusión pudiese seguir a viva voz. Las dos cartas fueron publicadas bajo el título de «La utopía del buen gobierno» (Die Utopie des guten Herrschers), junto con el artículo mencionado y otros ensayos de Spaeamnn en un volumen titulado Zur Kritik der politischen Utopie, Klett-Cotta, Stuttgart 1977. Hay traducción al castellano: Crítica de las utopías políticas, Eunsa, Pamplona 1980. 8 LO QUE SIEMPRE ES Recuerdos de la infancia Después de a Dios, como me contaba mi padre, debo agradecer mi existencia a la pintora Käthe Kollwitz. Ella debió de conocer y apreciar a Heinrich Spaemann –joven genio westfaliano, estudiante de Historia del Arte, poeta y discípulo de la Bauhaus– cuando este colaboraba en los legendarios «Cuadernos mensuales socialistas». Mi padre se ocupaba allí del cine y de las variedades; en aquel tiempo, por ejemplo, de Charlie Chaplin, Buster Keaton, Sergej Eisenstein, Josephine Baker y del Mozart de los juglares, Rastelli. De niño tuve una de las pelotas que Rastelli arrojaba al público después de la representación. Käthe Kollwitz también apreciaba a Ruth Krämer, bailarina de ascendencia suaba y discípula de Mary Wigman. Pensó que ambos deberían conocerse. Indujo al psicólogo Alexander Mette, viejo amigo y mentor de mi padre –más tarde presidente de la Federación de psicólogos de la República Democrática Alemana– a que les invitara juntos. Y tuvo éxito. Más adelante, también en casa de Mette tuvo lugar –era la última visita que le hicieron– un acontecimiento que cambió la vida de mis padres: mi madre tuvo un episodio de hemoptisis [vómito de sangre] que puso fin a su carrera de bailarina. A partir de entonces quedó claro para ella que solo volvería a bailar en el Cielo. Esto, junto a una crisis de demencia demoníaca que por aquella época sufrió Mette, fue el comienzo de una completa reorientación en la trayectoria de mis padres, que pasando por la lectura de Rousseau y del intercambio epistolar entre Jean Cocteau y Maritain, les condujo desde Berlín hasta Münster, y finalmente al seno de la Iglesia católica. Esto, en cuanto a la prehistoria de mis recuerdos. Para completarla, aún hay que decir que mi padre decidió, años después de la muerte de mi madre, hacerse sacerdote. Fue ordenado en 1942 por el Obispo de Münster, Conde Von Galen[1]. El informe de estos recuerdos debería comenzarlo con el verso del salmo Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi: in domum Domini ibimus[2]. Mi recuerdo más temprano de la infancia es la alegría –de la que precisamente trata ese canto del peregrinaje israelita–, la remembranza de un indescriptible bienestar del niño de tres años que, reposando en el regazo materno, despierta con la salmodia de los monjes que le habían cantado ya durante el sueño. Los padres pensaban que ya era suficiente y querían interrumpirlo. Pero yo les rogaba que continuaran. No podía apartar de mis oídos aquel cántico con sus infinitas repeticiones. Tampoco hoy puedo hacerlo. Fue en la abadía 9 benedictina de San José, en el Gerleve westfaliano [cerca de Münster], donde mis padres fueron admitidos en la Iglesia y donde me hicieron bautizar a los tres años. Mi padrino de Bautismo era un viejo y barbudo hermano conventual llamado Radbod, que muy pronto me introdujo en los secretos del cultivo de abejas, mientras mis padres cubrían en la tienda del monasterio su necesidad de miel. Más tarde, ocasionalmente acompañé como acólito a un monje que llevaba el «Viático» a una de las granjas vecinas, donde después de la ceremonia me daban un rico desayuno, más rico que lo que era costumbre en el monasterio. La relación con la abadía no se perdió al trasladarse mis padres a Colonia en el año 1932. La Pascua la celebrábamos casi siempre allí. En 1943 los monjes fueron expulsados. Por entonces escribí mi primer soneto, en un estilo algo patético inspirado en el de Reinhold Schneider, en el que veía a mi Patria abandonada al hundimiento, ya que se había expulsado y desterrado a los diez justos por cuya causa Dios la habría perdonado, como lo intentó con Sodoma y Gomorra. Gerleve, 1943 El pueblo que a sus orantes cobardemente traicionó, / los primogénitos de sus hijos, / ¿imagina que se salvará su nombre / con el propio Nombre santo? De su seno huye // el venerado cántico, / que su nombre llevó y entre lágrimas / arrancó la bendición de Dios. Solo el sordo gemido / penetra en el abismo y estremecido ve // un ángel, que como su pueblo a los diez justos / arroja, para que por su causa Dios perdone / y a la propia Sodoma deje libre. // Ya sin remedio las fuerzas oscuras están ahí / desnudas y sin nombre. / Solo nos quedas tú, Dios mío; ven y sálvanos. La fiesta de Pascua del 1943 fue un momento inolvidable. Siete años antes había muerto mi madre. Como de costumbre, pasé la fiesta en Gerleve, esta vez acogido por un campesino. Entretanto, el monasterio se había transformado en lazareto [hospital militar]. Con la amenaza de una huelga de suministros, los agricultores habían conseguido la reapertura de la iglesia abacial, así como que se pudieran celebrar servicios religiosos periódicamente. De ese modo pudimos tener aquel día el oficio pascual. Los niños de la escuela popular de Gerleve cantaron, haciendo resonar con estrépito los himnos gregorianos: Kyrie, Gloria, Credo y Agnus Dei, con la melodía específica de Pascua. Su maestro había ensayado con ellos. Siempre me pareció ridícula la idea –que más tarde se extendió con la reforma litúrgica– de que habría sido necesario suprimir el latín para lograr una participación activa de los fieles en la Liturgia. En todo caso, aquel instante fue terrible para mí, pues tuve que representar completamente solo al coro de monjes expulsados, interviniendo como solista en el llamado Proprium, uno de los más ricos y melismáticos cantos gregorianos de Pascua –himnos que a su vez se cuentan entre los más bellos del año– y que eran una competencia importante de la pequeña schola monacal. 10