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Simbolismo religioso PDF

205 Pages·1999·5.01 MB·Spanish
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SIMBOLISMO RELIGIOSO LOUIS DUPRÉ SIMBOLISMO RELIGIOSO Herder Versión castellana de MAGDALENA HOLGUÍN Diseño de la cubierta: RIPOLL ARIAS © 1999, Louis Dupré © 1999, Empresa Editorial Herder, S.A., Barcelona Imprenta: HUROPE, S.L. Depósito legal: B - 45.880-1998 Printed in Spain ISBN: 84-254-2088-1 Herder Código catálogo: RES2088 Provenza, 388. 08025 Barcelona - Teléfono 93 457 77 00 - Fax 93 207 34 48 E-mail: [email protected] - http://www.herder-sa.com índice El espejo roto 9 De los signos sagrados 37 Imágenes de la trascendencia 103 El simbolismo de la palabra 131 La supervivencia del mito 163 Capítulo I EL ESPEJO ROTO La fragmentación del mundo simbólico La desconstrucción de lo natural En el extremo norte de la ciudad de Nueva York, sobre la altiplanicie que domina el río Hudson, se encuentra mi museo predilecto, Los Claustros. Los famosos tapices del unicornio, elaborados en la tardía Edad Media, ocupan un misterioso salón. Visitarlo es una experiencia a la vez enri- quecedora y desconcertante. A semejanza de un texto lite­ rario, los significados literales se hallan indisolublemente ligados en ellos con los significados simbólicos. La realidad misma se presenta como una Escritura, susceptible de comentarios sin fin; dotada de un sentido inagotable, pasa sin cesar de una significación a otra. Todos sus elementos hacen referencia a los demás en un juego de analogías y afi­ nidades en continuo movimiento. La descripción que hace Foucault de la actitudes propias del siglo XVI se aplica asi­ mismo, y quizás con mayor propiedad, a la visión medie­ val tardía: El conocimiento consistía en relacionar una forma de lenguaje con otra; en recobrar la asombrosa conti­ nuidad de las palabras y las cosas; en hacer hablar a 9 todo. Generar, en un nivel superior al de toda inscrip­ ción, el discurso secundario del comentario.1 Los significados se dan, no se inventan, pero ninguno se da sencillamente. A diferencia de lo que sucede con los procesos simbólicos de la mente, resulta imposible prede­ cir las diversos modos de simbolización de la realidad. Pareciera que la naturaleza misma fuese esencialmente sim­ bólica y no que la mente la convirtiera en símbolo. Nos hemos habituado a atribuir toda dación de sentido a la refle­ xión humana. Quizás tales sentidos continúen siendo oscu­ ros, incluso impenetrables. Sin embargo, rara vez ponemos en duda su origen humano y menos aún cuando confron­ tamos el significado «simbólico». No que la concepción medieval de la realidad excluya la literalidad. Hace tiempo, el eminente historiador del arte, Emile Male, advertía ya los peligros inherentes a una inter­ pretación puramente simbólica de las imágenes de las cate­ drales francesas. El autor medieval se deleita haciendo mofa de lo que venera profundamente, y aprovecha toda opor­ tunidad para colocar una firma inconspicua. El «simbolis­ mo» se halla entrelazado con la realidad de tal manera que el término mismo, tal como lo empleamos, apenas se apli­ caría a un mundo percibido en su totalidad como espejo de la compleja realidad divina. Los conocidos versos de Alain de Lille expresan con claridad lo anterior: Omnis mundi creatura Quasi líber etpictura Nobis est et speculum 1. Michel Foucault, The Order ofThings (Nueva York: Vintage Books, 1973; 1966) 40. 10 Ciertamente, la naturaleza funcionaba «como un libro» (quasi liber) en el que incluso los analfabetos podían leer la palabra de Dios. En la Edad Media, el aprendizaje depen­ día en gran medida de la exégesis y el conocimiento con­ sistía principalmente en «comentarios» de los dos libros, la naturaleza y la Escritura. Como lo observa Foucault, este «comentario» universal presume que toda palabra y toda cosa posee más de un sentido; que ambas están dotadas de significados inagotables, lo que les permite hacer refe­ rencia unas a otras por analogía y afinidad.2 Al igual que la Escritura, donde se oculta tanto como se revela, la realidad nos ofrece la tarea de decodificar un texto revelador median­ te la interpretación lingüística, «el libro a través del cual bri­ lla la Trinidad creadora, donde la pensamos y la leemos».3 Para comprender a cabalidad el libro de la naturaleza, pre­ cisamos de la clave de la Escritura. Sin embargo, la natura­ leza tiene su manera propia de transmitir significados. La Escritura confiere sentido a la naturaleza, la naturaleza con­ tenido a la Escritura. En la cultura medieval, no menos que en la moderna, el lenguaje aparece como privilegio exclusivo del hombre; sin él, la naturaleza estaría condenada a permanecer en silen­ cio. No obstante, el propio lenguaje se presenta como par­ te integral de la creación, no como un universo aparte, creado por el hombre, que permitiera al intérprete huma­ no configurar aleatoriamente el significado de la naturale­ za. Lenguaje y naturaleza constituyen dos aspectos com­ plementarios de una creación divina única, uno de los cuales articula los múltiples significados inherentes al otro. Es precisamente este vínculo entre naturaleza y len­ guaje, esto es, entre la realidad y la simbolización humana, 2. Foucault 28-29. 3. San Buenaventura, In Hexaemeron 12:14. 11 lo que desaparece a fines de la Edad Media. Por lo general, culpamos a la filosofía nominalista de tal disolución. Una vez reducida la naturaleza al efecto de una inescrutable deci sión divina, no puede esperarse que coincida con la estruc tura lógica del lenguaje. Tanto los conceptos universales como la lógica implícita en ellos pierden su estatuto de realidad. Las «proporciones» significativas entre las cosas que antes conferían a la naturaleza su carácter metafórico, existen sólo en el pensamiento, pensamiento que en últi ma instancia coincide con el lenguaje creado por el hom bre. En lo sucesivo, el lenguaje se convierte en un instru mento para designar conceptos operacionales. Para reclutarlas al servicio de la nueva observación de la naturaleza, que pronto habrá de llamarse «ciencia», las palabras deben ser despojadas de toda ambigüedad metafórica y reducidas a átomos de significado universal. Eventualmente, gran par te de ellas se transformará en un conjunto de símbolos pura mente formal y abstracto, que no guarda relación alguna con una experiencia directa de la realidad. En la medida en que la mentalidad técnica se extiende a todos los ámbitos de la vida, el lenguaje se asemeja cada vez más a una taqui grafía internacional, que apenas varía de una cultura a otra. Tal discurso multinacional requiere poco aprendizaje, pues está conformado primordialmente de acrónimos, abrevia ciones, ecuaciones y fórmulas. La independencia relativa del lenguaje respecto de una realidad dada crea posibilidades inéditas para su desarro llo autónomo. En lo sucesivo, el lenguaje desempeñará cada vez más el papel de mediador entre la mente y la naturale za tal como se da en la experiencia. Al divorciar discurso y naturaleza, el nominalismo avanza en la misma dirección de lo que a primera vista pareciera ser su principal adver sario: el humanismo italiano. También para los humanis tas, el lenguaje ocupa una posición intermedia entre el hom- 12

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