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"shock" del futuro PDF

360 Pages·2004·1.47 MB·Spanish
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EL "SHOCK" DEL FUTURO ALVIN TOFFLER PLAZA & JANES, S.A, EDITORES Título original: FUTURE SHOCK Traducción de J. FERRER ALEU Portada de R. MUNTAÑOLA Copyright © 1970 by Alvin Toffler © 1973, PLAZA & JANES, S. A., Editores Virgen de Guadalupe, 21-33 ESplugas de Llobregat (Barcelona) ISBN: 84-01-41020-7 — Depósito Legal: B. 45.733-1373 GRÁFICAS GUADA, S. A. — Virgen de Guadalupe, 33 Esplugas de Llobregat (Barcelona) Edición Electrónica: U.L.D. A Sam, Rose, Heidi y Karen, mis más fuertes cadenas con el tiempo... 1 INTRODUCCIÓN Este libro trata de lo que le pasa a la gente que se siente abrumada por el cambio. Trata del modo en que nos adaptamos —o dejamos de adaptarnos— al futuro. Mucho se ha escrito sobre el futuro. Sin embargo, la mayoría de los libros sobre el mundo venidero tienen un áspero sonido metálico. Estas páginas, por el contrario, se ocupan de la cara «suave» o humana del mañana. Más aún: se ocupan de los pasos que hemos de dar para poder alcanzar el mañana. Tratan de materias corrientes y cotidianas: los productos que compramos y los que rechazamos, los sitios que dejamos atrás, las corporaciones en que vivimos, las personas que pasan, cada vez más de prisa, por nuestras vidas. Sondean el futuro de la amistad y de la vida de familia. Investigan extrañas y nuevas subculturas y estilos de vida, junto con una serie de temas diversos, desde la política y los campos de deportes hasta los vuelos espaciales y el sexo. Lo que les sirve de lazo de unión —en el Libro, como en la vida— es la estrepitosa corriente del cambio, una corriente hoy tan poderosa que derriba instituciones, trastorna nuestros valores y arranca nuestras raíces. El cambio es el fenómeno por medio del cual el futuro invade nuestras vidas, y conviene observarlo atentamente, no sólo con las amplias perspectivas de la Historia, sino desde el ventajoso punto de vista de los individuos que viven, respiran y lo experimentan. La aceleración del cambio en nuestro tiempo es, en sí misma, una fuerza elemental. Este impulso acelerador acarrea consecuencias personales y psicológicas, y también sociológicas. En las páginas que siguen se exploran sistemáticamente, por primera vez, estos efectos de aceleración. El libro sostiene, espero que con diafanidad, que, a menos que el hombre aprenda rápidamente a dominar el ritmo del cambio en sus asuntos personales, y también en la sociedad en general, nos veremos condenados a un fracaso masivo de adaptación. En 1965, en un artículo publicado en Horizon, inventé el término «shock del futuro» para designar las desastrosas tensión y desorientación que provocamos en los individuos al obligarles a un cambio excesivo en un lapso de tiempo demasiado breve. Fascinado por este concepto, empleé los cinco años siguientes en visitar numerosas universidades, centros de investigación, laboratorios y oficinas del Gobierno; en leer innumerables artículos y documentos científicos; en interrogar a centenares de técnicos sobre diferentes aspectos del cambio, sobre las formas de comportamiento y sobre el futuro. Premios Nobel, hippies, psiquiatras, físicos, hombres de negocios, futurólogos, filósofos y profesores me expresaron su preocupación por el cambio, su ansiedad por la adaptación, su miedo del futuro. Salí de esta experiencia con dos convicciones turbadoras. Primera: vi claramente que el «shock» del futuro ya no es un posible peligro remoto, sino una verdadera enfermedad que afecta a un número creciente de personas. Este estado psicobiológico puede describirse en términos médicos y psiquiátricos. Es la enfermedad del cambio. Segundo: me espantó, gradualmente, lo poco que saben hoy en día de adaptabilidad tanto los que exigen y producen grandes cambios en nuestra sociedad, como aquellos que pretenden prepararnos para hacer frente a tales cambios. Graves intelectuales hablan enérgicamente de la «educación para el cambio» o de la «preparación de la gente para el futuro». Pero, virtualmente, nada sabemos sobre la manera de hacerlos. En el medio más velozmente cambiante con que jamás se haya enfrentado el hombre, seguimos ignorando lastimosamente las reacciones del animal humano. Tanto nuestros psicólogos como nuestros políticos se sienten turbados por la resistencia, aparentemente irracional, al cambio de que dan muestras ciertos individuos y grupos. 2 El jefe de empresa que quiere reorganizar un departamento, el profesor que quiere introducir un nuevo método de enseñanza, el alcalde que quiere conseguir una pacífica integración racial en su ciudad, todos ellos tropiezan, en un momento dado, con esta ciega resistencia. Sin embargo, sabemos poco sobre sus orígenes. De la misma manera, ¿por qué algunos hombres anhelan, incluso febrilmente, el cambio, y hacen todo lo posible para que se produzca, mientras otros huyen de él? No sólo no encontré respuesta convincente a estas preguntas, sino que descubrí que incluso carecemos de una teoría adecuada de la adaptación, sin la cual es sumamente improbable que hallemos aquella respuesta. Por consiguente, el objeto de este libro es contribuir a nuestra adaptación al futuro, a enfrentarnos, con mayor eficacia, con el cambio personal y social, aumentando nuestra comprensión de cómo el hombre responde a tal cambio. Con este fin, plantea una amplia y nueva teoría de la adaptación. También llama la atención sobre una distinción importante y a menudo desdeñada. Casi invariablemente, el estudio de los efectos del cambio se centra más en el destino a que éste nos conduce que en la rapidez del viaje. En este libro, trato de demostrar que el ritmo del cambio tiene implicaciones completamente distintas, y a veces más importantes, que las direcciones del cambio. A menos que captemos este hecho, no puede ser fructífero ningún intento de comprender la adaptabilidad. Todo propósito de definir el contenido del cambio debe incluir las consecuencias de la rapidez de éste, como parte de tal contenido. William Ogburn, con su célebre teoría de la retardación cultural, sostuvo que las tensiones sociales proceden de los grados desiguales de cambio en diferentes sectores de la sociedad. El concepto de «shock» del futuro —y la teoría de la adaptación que se desprende de él— indica vivamente que tiene que haber un equilibrio no sólo entre los grados de cambio de los diferentes sectores, sino también entre la velocidad de cambio del medio y la rapidez limitada de la reacción humana. Pues el «shock» del futuro nace de la creciente diferencia entre las dos. Sin embargo, este libro pretende algo más que presentar una teoría. Aspira, también, a demostrar un método. Hasta ahora, el hombre estudió el pasado para arrojar luz sobre el presente. Yo he dado la vuelta al espejo del tiempo, convencido de que una imagen coherente del futuro puede darnos valiosas perspectivas sobre el día de hoy. Si no empleamos el futuro como instrumento intelectual, nos será cada vez más difícil comprender nuestros problemas personales y públicos. En las páginas siguientes, empleo deliberadamente este instrumento para mostrar lo que puede conseguirse con él. Por último —y esto no es menos importante—, el libro tiende a cambiar al lector, en un sentido sutil pero importante. Por razones que veremos claramente en las páginas que siguen, la mayoría de nosotros tendremos que adoptar una nueva posición frente al futuro, una nueva y aguda percepción del papel que éste desempeña en el presente, si queremos enfrentarnos con éxito a los rápidos cambios. Este libro va encaminado a aumentar la conciencia del futuro del lector. El grado en que éste, después de terminada la lectura de este libro, reflexione, especule o trate de prever los acontecimientos futuros nos dará la medida de su eficacia. Sentados estos fines, precisa hacer varias reservas. Una de éstas se refiere a la fugacidad de los hechos. Cualquier reportero experimentado sabe lo que es trabajar sobre un suceso de rabiosa actualidad, que cambia de forma y de significado incluso antes de que se acabe de imprimir el relato. Hoy día, todo el mundo es un suceso de rabiosa actualidad. Por consiguiente, es inevitable que, en un libro escrito en varios años, algunos hechos hayan quedado anticuados entre el momento de estudiarlos y escribirlos y el de su publicación. El profesor que estaba en la Universidad A ha pasado a la Universidad B. El político identificado con la postura X ha adoptado la Y. 3 Aunque, durante su redacción, me esforcé concienzudamente en mantener al día El «shock» del futuro, alguno de los hechos estudiados ha perdido forzosamente actualidad. (Desde luego, esto ocurre en muchos libros, aunque sus autores prefieren no hablar de ello.) Sin embargo, esta pérdida de actualidad de los datos tiene aquí una importancia especial, pues constituye una prueba de la tesis mantenida en el libro sobre la rapidez del cambio. A los escritores les resulta cada vez más difícil seguir el paso de la realidad. Todavía no hemos aprendido a concebir, estudiar, escribir y publicar en «tiempo real». Por consiguiente, los lectores deben tener más en cuenta el tema general que los detalles. Otra reserva se refiere al tiempo futuro del verbo «ocurrir». Ningún futurólogo serio se atreve a hacer «predicciones». Esto queda para los oráculos de la televisión y los astrólogos de los periódicos. Nadie que tenga alguna idea de la complejidad de la previsión puede alardear de un conocimiento absoluto del mañana. Es lo que dice un proverbio deliciosamente irónico atribuido a los chinos: «Profetizar es sumamente difícil... sobre todo con respecto al futuro.» Esto significa que cualquier declaración sobre el futuro debería, en rigor, ir acompañada de una serie de síes o de peros. Sin embargo, en un libro de esta clase el empleo de todos los condicionales adecuados sumiría al lector en un alud de indecisiones. Por esto, en vez de hacerlo así, me he tomado la libertad de hablar con rotundidad, sin vacilaciones, confiando en que el lector inteligente comprenderá este problema estilístico. La palabra «ocurrirá» debe leerse siempre como si fuera acompañada de un «probablemente» o de un «en mi opinión». De la misma manera, todas las fechas aplicadas a acontecimientos futuros deben ser consideradas con un margen de buen criterio. Sin embargo, la imposibilidad de hablar con certeza y precisión sobre el futuro no puede excusar el silencio. Desde luego, cuando disponemos de «datos sólidos», éstos deben ser tomados en consideración. Pero cuando éstos faltan, el lector responsable —incluso el científico— tiene el derecho y la obligación de fiar en otras clases de pruebas, incluidos los datos impresionistas o anecdóticos y las opiniones de personas bien informadas. Así lo he hecho yo, y no me excuso de ello. Al tratar del futuro, al menos para nuestro actual objeto, es más importante ser imaginativo y perceptivo que un cien por ciento «exacto». Las teorías no tienen que ser «exactas» para ser enormemente útiles. Incluso el error tiene su utilidad. Los mapas del mundo diseñados por los cartógrafos medievales eran tan inexactos, estaban tan llenos de errores fácticos, que provocan sonrisas condescendientes en la época actual, en que casi toda la superficie de la Tierra ha sido exactamente registrada. Sin embargo, sin ellos los grandes exploradores no habrían descubierto el Nuevo Mundo. Ni habrían podido trazarse los mejores y más exactos mapas actuales si unos hombres provistos de limitados medios no hubiesen estampado sobre papel sus audaces concepciones de mundos que jamás habían visto. Nosotros, exploradores del futuro, somos como aquellos antiguos cartógrafos, y en este sentido presento aquí el concepto del «shock» del futuro y la teoría de la adaptación: no como una palabra definitiva, sino como una primera aproximación a las nuevas realidades, llenas de peligros y de promesas, creadas por el impulso acelerador. 4 PRIMERA PARTE MUERTE DE LA PERMANENCIA Capítulo I LA 800a GENERACIÓN En los tres decenios escasos que median entre ahora y el siglo XXI, millones de personas corrientes, psicológicamente normales, sufrirán una brusca colisión con el futuro. Muchas de ellas, ciudadanos de las naciones más ricas y tecnológicamente avanzadas del mundo, encontrarán creciente dificultad en mantenerse al nivel de las incesantes exigencias de cambio que caracterizan nuestro tiempo. Para ellas, el futuro llegará demasiado pronto. Este libro versa sobre el cambio y sobre la manera de adaptarnos a él. Trata de los que parecen medrar con el cambio y flotan alegremente en sus olas, así como de las multitudes que le resisten o tratan de evadirse de él. Trata de nuestra capacidad de adaptación. Trata del futuro y del «shock» inherente a su llegada. Durante los últimos 300 años, la sociedad occidental se ha visto azotada por la furiosa tormenta del cambio. Y esta tormenta, lejos de menguar parece estar adquiriendo nueva fuerza. El cambio barre los países altamente industrializados con olas de velocidad creciente y de fuerza nunca vista. Crea, a su paso, una serie de curiosos productos sociales, desde las iglesias psicodélicas y las «universidades libres» hasta ciudades científicas en el Ártico y clubs de amas de casa en California. También crea extrañas personalidades: niños que a los doce años han salido de la infancia; adultos que a los cincuenta son como niños de doce. Hay hombres ricos que se hacen los pobres; programadores de computadoras que se mantienen con LSD. Hay anarquistas que, debajo de sus sucias camisas, son furibundos conformistas, y conformistas que, debajo de sus cuellos planchados, son desenfrenados anarquistas. Hay sacerdotes casados y ministros ateos, y budistas zen judíos. Tenemos pop... y op... y art cinétique... Hay «Playboy Clubs» y cines para homosexuales... anfetaminas y tranquilizadores... irritación, abundancia y olvido. Mucho olvido. ¿Hay algún modo de explicar tan extraña escena sin recurrir a la jerga del psicoanálisis o a los oscuros tópicos del existencialismo? Una extraña y nueva sociedad surge visiblemente en nuestro medio. ¿Hay alguna manera de comprenderla, de moldear su desarrollo? ¿Cómo podemos ponernos de acuerdo con ella? Mucho de lo que ahora nos parece incomprensible lo sería mucho menos si mirásemos con ojos nuevos el ritmo precipitado del cambio, que a veces hace aparecer la realidad como un calidoscopio que se ha vuelto loco. Pues la aceleración del cambio no afecta únicamente a las industrias y a las naciones. Es una fuerza concreta que cala hondo en nuestras vidas personales, que nos obliga a representar nuevos papeles y que nos enfrenta con el peligro de una nueva enfermedad psicológica, turbadora y virulenta. Podemos llamar «shock» del futuro a esta nueva dolencia, y el conocimiento de sus causas y sus síntomas nos ayudará a explicar muchas cosas que, de otro modo, desafían el análisis racional. 5 EL VISITANTE NO PREPARADO El término paralelo «shock cultural» ha empezado ya a introducirse en el vocabulario popular. El «shock» cultural es el efecto que sufre el visitante no preparado al verse inmerso en una cultura extraña. Los voluntarios del Cuerpo de Paz lo experimentaron en Borneo o en el Brasil. Probablemente, Marco Polo lo sufrió en Catay. El «shock» cultural se produce siempre que un viajero se encuentra de pronto en un lugar donde «sí» quiere decir «no», donde un «precio fijo» se puede regatear, donde el hecho de tener que esperar en una oficina no es motivo de enojo, donde la risa puede significar rencor. Es lo que ocurre cuando los conocidos procedimientos psicológicos que ayudan al individuo a comportarse en sociedad son retirados de pronto y sustituidos por otros nuevos, extraños e incomprensibles. El fenómeno del «shock» cultural explica en gran parte el asombro, la frustración y la desorientación que afligen a los americanos en sus tratos con otras sociedades. Produce una ruptura de la comunicación, una mala interpretación de la realidad y una incapacidad de enfrentarse con ésta. Sin embargo, el «shock» cultural es relativamente débil en comparación con esta enfermedad mucho más grave: el «shock» del futuro. Este «shock» es la desorientación vertiginosa producida por la llegada prematura del futuro. Y puede ser la enfermedad más grave del mañana. El «shock» del futuro no figura en el Index Medicus, ni en ninguna lista de anomalías psicológicas. Pero a menos de que se tomen inteligentes medidas para combatirlo, millones de seres humanos se sentirán cada vez más desorientados, progresivamente incapaces de actuar de un modo racional dentro de su medio. La angustia, la neurosis colectiva, la irracionalidad y la desenfrenada violencia, ya manifiestas en la vida contemporánea, son simples prefiguraciones de lo que puede depararnos el futuro, a menos de que consigamos comprender y tratar esta enfermedad. El «shock» del futuro es un fenómeno de tiempo, un producto del ritmo enormemente acelerado del cambio en la sociedad. Nace de la superposición de una nueva cultura sobre la antigua. Es un «shock» cultural en la sociedad de uno mismo. Pero su impacto es mucho peor. Pues la mayoría de los hombres del Cuerpo de Paz y, de hecho, la mayoría de los viajeros, tienen la tranquilizadora seguridad de que la cultura que dejaron atrás les estará esperando a su regreso. Y esto no ocurre con la víctima del «shock» del futuro. Si sacamos a un individuo de su propia cultura y lo colocamos súbitamente en un medio completamente distinto del suyo, con una serie diferente de catalizadores — diferentes conceptos de tiempo, espacio, trabajo, amor, religión, sexo, etcétera—, y le quitamos toda esperanza de volver a un paisaje social más conocido, la dislocación que sufrirá será doblemente grave. Más aún: si esta nueva cultura está, a su vez, en constante agitación, y si —peor aún— sus valores cambian incesantemente, la impresión de desorientación será cada vez más intensa. Dada la escasez de claves sobre la clase de comportamiento racional a observar en circunstancias completamente nuevas, la víctima puede convertirse en un peligro para sí misma y para los demás. Imaginemos, ahora, no un individuo, sino una sociedad entera, una generación entera —incluidos sus miembros más débiles, menos inteligentes y más irracionales—, trasladada de pronto a este mundo nuevo. El resultado es una desorientación en masa, el «shock» del futuro a gran ,escala. Ésta es la perspectiva con que se enfrenta el hombre. El cambio cae como un alud sobre nuestras cabezas, y la mayoría de la genté está grotescamente impreparada para luchar con él. 6 RUPTURA CON EL PASADO ¿Es todo esto una exageración? Creo que no. Ha llegado a ser un tópico el decir que estamos viviendo «una segunda revolución industrial». Con esta frase, se pretende describir la rapidez y la profundidad del cambio a nuestro alrededor. Pero, además de ser vulgar, puede inducir a error. Pues lo que está ocurriendo ahora es, con toda probabilidad, más grande, más profundo y más importante que la revolución industrial. En realidad, un creciente grupo de opinión, digno de confianza, afirma que el momento actual representa nada menos que el segundo hito crucial de la historia humana, sólo comparable, en magnitud, a la primera gran interrupción de la continuidad histórica: el paso de la barbarie a la civilización. Esta idea aparece cada vez más a menudo en los escritos de los científicos y de los tecnólogos. Sir George Thomson (1), físico británico, ganador del Premio Nobel, indica, en El futuro previsible, que el hecho histórico que más puede compararse con el momento actual no es la revolución industrial, sino más bien «la invención de la agricultura de la edad neolítica». John Diebold (2), experto fcamericano en automatización, advierte que «los efectos de la revolución tecnológica que estamos viviendo serán más profundos que los de cualquier cambio social producido con anterioridad. Y Sir León Bagrit (3), fabricante inglés de computadoras, insiste en que la automatización representa, por sí sola, «el mayor cambio en toda la Historia de la Humanidad». ---------- (1) La comparación de Thomson aparece en [175](*), pág, 1. (*) Los números entre claudátores [ ] de las notas, indican títulos comprendidos en la adjunta Bibliografía. Así, [1] significará el primer titulo de la Bibliografía, Design for a Brain, por W. Foss Ashby. (2) La frase de Diebold es de [157], pág, 48. (3) La cita de Bagrit procede de The New York Times, 17 de marzo de 1965. ---------- Pero no sólo los hombres de ciencia y los tecnólogos comparten estos puntos de vista. Sir Herbert Read (4), filósofo del arte, nos dice que estamos viviendo «una revolución tan fundamental que hemos de retroceder muchos siglos para encontrar algo parecido. Posiblemente, el único cambio comparable es el que se produjo entre el Paleolítico y el Neolítico...» Y Kurt W. Marek (5), más conocido por el nombre de C. W. Ceram, como autor de Dioses, tumbas y sabios, declara que «nosotros, en el siglo XX, estamos terminando una era de la Humanidad que empezó hace cinco mil años... No estamos, como presumió Spengler, en la situación de Roma al nacer el Occidente cristiano, sino en la del año 3000 a. de J.C. Abrimos los ojos como el hombre prehistórico y vemos un mundo completamente nuevo». ---------- (4) La declaración de Read se encuentra en su ensayo «New Realms of Art», en [302], pág. 77. (5) La cita de Marek es de [165], págs. 20-21. Un librito muy notable. ---------- Una de las más sorprendentes declaraciones sobre esta cuestión se debe a Kenneth Boulding (6), eminente economista y sagaz pensador social. Justificando su opinión de que el momento actual representa un punto crucial de la historia humana, Boulding observa que, «en lo que atañe a muchas series estadísticas relativas a actividades de la Humanidad, la fecha que divide la historia humana en dos partes iguales está dentro del campo del recuerdo de los que vivimos». Efectivamente, nuestro siglo representa la Gran Línea Divisoria en el centro de la historia humana. 7 Y asi, afirma: «El mundo de hoy es tan distinto de aquel en que nací, como lo era éste del de Julio César (7). Yo nací, aproximadamente, en el punto medio de la historia humana hasta la fecha. Han pasado casi tantas cosas desde que nací, como habían ocurrido antes.» ---------- (6) Boulding, sobre la poscivilización: [134], pág. 7. (7) La referencia de Boulding a Julio César es de «The Prospects of Economic Abundance», comunicación a la Conferencia Nobel, Universidad Gustavo Adolfo, 1966. ---------- Esta sorprendente declaración puede ilustrarse de muchas maneras. Se ha observado, por ejemplo, que, si los últimos 50,000 años de existencia del hombre se dividiesen en generaciones de unos sesenta y dos años, habrían transcurrido, aproximadamente, 800 generaciones. Y, de estas 800, más de 650 habrían tenido las cavernas por escenario. Sólo durante los últimos setenta lapsos de vida ha sido posible, gracias a la escritura, comunicar de unos lapsos a otros. Sólo durante los últimos seis lapsos de vida han podido las masas leer textos impresos. Sólo durante los últimos cuatro ha sido posible medir el tiempo con precisión. Sólo durante los dos últimos se ha utilizado el motor eléctrico. Y la inmensa mayoría de los artículos materiales que utilizamos en la vida cotidiana adulta ha sido inventada dentro de la generación actual, que es la que hace el número 800. Esta 800a generación marca una ruptura tajante con toda la pasada experiencia humana, porque durante el mismo se ha invertido la relación del hombre con los recursos. Esto se pone de manifiesto sobre todo en el campo del desarrollo económico. Dentro de un solo lapso de vida, la agricultura, fundamento primitivo de toda civilización, ha perdido su predominio en todas las naciones. En la actualidad, en una docena de países importantes la agricultura emplea menos del 15 por ciento de la población activa. En los Estados Unidos, cuyas tierras alimentan a 200.000.000 de americanos, amén de otros 160.000.000 de personas de todo el mundo, aquella cifra está ya por debajo del 6 por ciento y sigue disminuyendo rápidamente. Más aún: si la agricultura es la primera fase del desarrollo económico, y el industrialismo la segunda, hoy podemos ver que existe otra fase —la tercera— y que la hemos alcanzado súbitamente. Allá por el año de 1956, los Estados Unidos se convirtieron en la primera gran potencia donde más del 50 por ciento de la mano de obra no campesina dejó de llevar el mono azul de la fábrica o del trabajo manual (8). El número de trabajadores de mono azul fue superado por el de los llamados de cuello blanco, empleados en el comercio al detall, la administración, las comunicaciones, la investigación, la enseñanza y otras categorías de servicio. Dentro del mismo lapso de vida, una sociedad ha conseguido, por primera vez en la historia humana, no solamente librarse del yugo de la agricultura, sino también, en unas pocas décadas, del yugo del trabajo manual. Así nació la primera economía de servicio del mundo. ---------- (8) Las cifras sobre la producción agrícola de los EE.UU. están tomadas de «Malthus, Marx and the North American Breadbasket», por Ovile Freeman, en Foreign Affairs, julio de 1967, pág. 587. ---------- Desde entonces, los países tecnológicamente avanzados se han movido, uno tras otro, en la misma dirección. En la actualidad, en los países donde los que se 8 dedican a la agricultura han bajado al 15 por ciento o incluso más, los trabajadores de cuello blanco superan en número a los de mono azul: tal es el caso de Suecia, Inglaterra, Bélgica, Canadá y Holanda. Fueron diez mil años de agricultura. Un siglo o dos de industrialismo. Y ahora se abre ante nosotros el superindustrialismo (9). ---------- (9) Todavía no existe un término amplio o totalmente aceptado para designar la nueva fase de desarrollo social hacia la que parece que corremos. Daniel Bell, sociólogo, inventó el término «posindustrial» para designar una sociedad cuya economía se funda principalmente en los servicios, en la que dominan las clases profesional y técnica, en la que es crucial el conocimiento teorético, en la que la tecnología intelectual —análisis de sistemas, construcción modelo, etc.— está muy desarrollada, y en la que la tecnología es, al menos potencialmente, capaz de desarrollarse por sí misma. Este término ha sido criticado porque parece indicar que la sociedad venidera no estará fundada en la tecnología, implicación que Bell rechaza rotunda y concretamente. El término predilecto de Kenneth Boulding, «poscivilización», se emplea para contrastar la futura sociedad con la «civilización», como era de comunidades estables, de agricultura y de guerra. El inconveniente del término «poscivilización» es que parece sugerir un curso más o menos bárbaro. Boulding rechaza esta mala interpretación con la misma energía que Bell. Zbigniew prefiere la denominación «sociedad tecnocrática», con la que quiere indicar una sociedad principalmente fundada en los avances de las comunicaciones y de la electrónica. Puede objetarse que, al hacer tanto hincapié en la tecnología, e incluso en una forma especial de tecnología, olvida los aspectos sociales de la sociedad. McLuhan empleó los términos «pueblo global» y «era de la electricidad», con los que cae en el mismo error de describir el futuro a base de dos dimensiones bastante pequeñas: las comunicaciones y la unión. También pueden emplearse otros muchos términos: transindustrial, poseconómica, etcétera. Por mi parte, después de todo lo dicho, prefiero «sociedad superindustrial». Aunque también resulta insuficiente. Con él pretendo significar una sociedad compleja, que avanza velozmente y que depende de una tecnología sumamente adelantada y de un sistema de valores posmaterialista. ---------- Jean Fourastié (10), planificador francés y filósofo social, ha declarado que «nada será menos industrial que la civilización nacida de la revolución industrial». La significación de este hecho sorprendente no ha sido aún digerida. Tal vez U Thant (11), secretario general de las Naciones Unidas, estuvo muy cerca de resumir el significado del paso al superindustrialismo cuando declaró que «la estupenda verdad central de las actuales economías desarrolladas es que pueden tener —en brevísimo plazo— la clase y cantidad de recursos que quieran... Ya no son los recursos lo que limita las decisiones. Es la decisión quien hace los recursos. Éste es el cambio revolucionario fundamentai, tal vez el mas revolucionario que el hombre ha conocido». Esta inversión monumental se ha producido en la 800a generación. ---------- (10) Fourastié se cita en [272], pág. 28. (11) La declaración de U Thant se cita en [217], pág. 184. ---------- Este lapso de vida es también distinto de todos los demás debido al pasmoso aumento de la escala y del alcance del cambio. Naturalmente, hubo otros muchos lapsos de vida en los que se produjeron conmociones. Las guerras, las epidemias, los terremotos y el hambre trastornaron más de un orden social anterior. Pero 9 estos «shocks» y conmociones quedaron limitados a una sociedad o a un grupo de sociedades contiguas. Se necesitaron generaciones, e incluso siglos, para que el impacto se dejase sentir más allá de sus fronteras. En nuestro lapso actual, las fronteras han saltado en pedazos. Hoy, la red de los lazos sociales es tan tupida que las consecuencias de los sucesos contemporáneos son instantáneamente irradiadas a todo el mundo. Una guerra en Vietnam altera las conductas políticas fundamentales en Pekín, Moscú y Washington, provoca protestas en Estocolmo, afecta a las transacciones financieras de Zurich y desata secretas maniobras diplomáticas en Argelia. Desde luego, no sólo los sucesos contemporáneos tienen una irradiación instantánea, sino que ahora podemos decir que sentimos el impacto de todos los acontecimientos pasados de un modo diferente. Pues el pasado se vuelve sobre nosotros. Y nos vemos atrapados en lo que podríamos llamar un «rebote del tiempo». Un suceso que sólo afectó a un puñado de personas cuando ocurrió, puede tener hoy día importantes consecuencias. Por ejemplo, la Guerra del Peloponeso fue poco más que una escaramuza, si la medimos con un patrón moderno. Mientras Atenas, Esparta y varias ciudades-Estado próximas se hallaban enzarzadas en la lucha, la población del resto del mundo seguía sin enterarse o sin preocuparse de esta guerra. Los indios zapotecas que vivían en México en aquella época no sintieron el menor efecto. Y tampoco los antiguos japoneses acusaron su impacto. Sin embargo, la Guerra del Peloponeso alteró profundamente el curso futuro de la Historia griega. Al cambiar el movimiento de hombres y la distribución geográfica de genes, valores e ideas, influyó en los ulteriores sucesos de Roma y, a través de Roma, de toda Europa. Debido a aquel conflicto, los europeos actuales son, en pequeño grado, diferentes de lo que habrían sido. A su vez, estos europeos, estrechamente relacionados en el mundo actual, influyen sobre los mexicanos y los japoneses. Las huellas que dejó la Guerra del Peloponeso en la estructura genética, las ideas y los valores de los europeos actuales, son ahora exportadas por éstos a todos los países del mundo. De este modo, los mexicanos y los japoneses de hoy sienten el lejano e indirecto impacto de aquella guerra, aunque sus antepasados, que vivían durante el acontecimiento, no se enterasen de nada. Y de este modo, los sucesos pretéritos, rebotando sobre generaciones y siglos, surgen de nuevo hoy para influir en nosotros y cambiarnos. Pero si pensamos no sólo en la Guerra del Peloponeso, sino también en la construcción de la Gran Muralla de China, en la Peste Negra, en la lucha de los bantúes contra los hamitas —es decir, en todos los acontecimientos del pasado—, las consecuencias acumuladas del principio de rebote del tiempo adquieren un peso mucho mayor. Todo lo que en el pasado les ocurrió, a algunos hombres, afecta virtualmente a todos los hombres de hoy. Cosa que no siempre fue verdad. En resumen: toda la Historia se echa sobre nosotros, y, paradójicamente, esta misma diferencia subraya nuestra ruptura con el pasado. Así, se altera fundamentalmente el alcance del cambio. A través del espacio y del tiempo, el cambio tiene, en esta 800a generación, una fuerza y un alcance como no los tuvo jamás. Pero la diferencia definitiva, cualitativa, entre este lapso y los precedentes, es la que se olvida con mayor facilidad. Pues no sólo hemos extendido el alcance y la escala del cambio, sino que también hemos alterado radicalmente su ritmo. En nuestro tiempo, hemos soltado una fuerza social completamente nueva: una corriente de cambios tan acelerada que influye en nuestro sentido del tiempo, revoluciona el tempo de la vida cotidiana y afecta incluso a nuestra manera de «sentir» el mundo que nos rodea. Ya no «sentimos» la vida como la sintieron los hombres pretéritos. Y ésta es la diferencia última, la distinción que separa al verdadero hombre contemporáneo de todos los demás. Pues esta aceleración yace detrás de la impermanencia —de la transitoriedad— que empapa y tiñe nuestra 10

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ALVIN TOFFLER. PLAZA & JANES, S.A, EDITORES. Título original: FUTURE SHOCK. Traducción de J. FERRER ALEU. Portada de R. MUNTAÑOLA.
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