ROY West pagó la consumición que había tomado momentos antes en un restaurante barato. Se puso el sombrero muy ladeado hacia la oreja izquierda y salió a la calle. En la boca llevaba un tagarnina apestosa, de las de dos por un níquel, pero expulsaba el humo con la arrogancia de un rey. Parecía no tener problemas que resolver. La vida le sonreía. Ganaba cien dólares a la semana, y con ello tenía suficiente para vivir con decoro, aunque sin ostentación. No era presumido y menos amigo de la elegancia. Su traje marrón a cuadros estaba deshilachado y la almidonada camisa no resplandecía por su blancura.