ebook img

Sanz, Victor - La religión frente a la historia y la razón… PDF

196 Pages·2007·0.621 MB·Spanish
by  XXX
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview Sanz, Victor - La religión frente a la historia y la razón…

Víctor Sanz LA RELIGIÓN FRENTE A LA HISTORIA Y LA RAZÓN Ediciones Libertarias 1 Prohibida la reproducción total o parcial en cualquier soporte, incluido internet. Todos los derechos reservados Diseño de cubierta: Andrei M. Duran Primera edición: Abril 2006 © Víctor Sanz López © Ediciones Libertarias/Prodhufi, S.A. Carpinteros, 5. Nave 13. Pol. Ind. Matacuervos. 28200 San Lorenzo de El Escorial, Madrid www.libertarias.com I.S.B.N: 7954-477-5 Depósito Legal: M-16.428-2006 Impreso en Top Printer Plus Impreso en España/Printed in Spain 2 Sería muy triste, por parte de la humanidad, que sólo se refrenara por miedo al castigo y por esperanza de un premio después de la muerte. Albert Einstein 3 INDICE ADVERTENCIA...................................................................5 1.- LA IGLESIA ....................................................................7 II. LOS ORÍGENES...........................................................64 III. LA BIBLIA.................................................................127 IV. CONCLUSIONES Y VISLUMBRES.....................164 BIBLIOGRAFÍA DE APOYO.....................................195 4 ADVERTENCIA Hace bastantes años que revolotea en mi mente el tema abordado en este li- bro, objeto de no pocas discusiones. Pero otros apremios fueron postergando las veleidades de plasmar mis pensamientos dispersos. Llegado a un instante de mi vida en que tales urgencias se han disipado y cobra preeminencia la necesidad de mantenerme activo, creí llegado el momento propicio para dar forma a ese viejo y tantas veces postergado deseo. No es éste un libro erudito. Mi propósito es mucho más modesto. Se limita a tratar de difundir los conocimientos alcanzados por pensadores o acreditados investigadores en distintas disciplinas a lo largo del tiempo y los que me han proporcionado mis reflexiones, mis estudios y mi experiencia como historiador y docente. Por eso he preferido prescindir de una enumeración de citas que re- sultarían farragosas para el lector medio y, en más de un caso, incluirían el mismo dato existente en varias publicaciones, insertando una bibliografía bási- ca, que permita confirmar y ampliar las afirmaciones que se hacen, poniéndolas a salvo, al mismo tiempo, de las reacciones que pudieran suscitar. Sólo en algu- nos puntos más polémicos o más susceptibles de confirmación, he creído con- veniente mencionar el origen del dato aportado. Particularmente en la parte re- lativa a la Biblia, al alcance de cualquiera en sus distintas traducciones. Preci- samente en razón de esta diversidad, algunas de las citas que se incluyen no corresponderán literalmente a la edición que se maneje, aunque el sentido sea el mismo, salvo mención en contrario. De todas formas, para facilitar la confron- tación, se ha utilizado preferentemente la edición católica del V centenario de la evangelización de América, por considerarla más al alcance de la mayoría. Huelga señalar que se ha prescindido de numerosos datos que, si bien hubieran podido apuntalar más de una afirmación, hubieran resultado excesivos para el lector a quien van fundamentalmente destinadas estas líneas, sin perjuicio de ofrecerle la oportunidad de conocerlos a través de la bibliografía que se le pro- porciona.1 No pocas de las cosas que se dicen chocarán con las ideas generalmente ad- mitidas; pero rechazarlas al primer envite, a más de no favorecer a quien tal haga, se contradirá con su primera reacción de natural curiosidad. Sobre todo, porque, prosiguiendo la lectura, se verá reforzado lo que inicialmente hubiera podido parecer rechazable. Ya que el contenido ha sido dispuesto siguiendo las elementales normas metodológicas de empezar por lo más simple, cercano y conocido, para llegar a lo más complejo, ignorado y alejado. Aunque, a veces, sea más accesible para buena parte de los lectores. En todo caso, se recomienda 1 En las citas bíblicas, el primer número indica el capítulo y el o los siguientes, los versículos. 5 no ir más allá de lo que se dice, pues ocurre, más de una vez, que se atribuye a un autor ideas que ni siquiera pasaron por su mente. Otras circunstancias podrían abordarse en este preámbulo: pero he conside- rado preferible tratarlas en el cuerpo de la obra, con objeto de no dar pie a pre- juicios que pudieran obstaculizar su claro entendimiento. Pues se ha emprendi- do con la idea de que sea útil a la mayoría de los que la lean. Sin ánimo de per- judicar a nadie en su leal saber y entender, sino con vistas a favorecer a cuantos se encuentren en condición de ser favorecidos. Quiero que quede bien sentado que las cuestiones polémicas no han sido abordadas con espíritu agresivo para los bien intencionados, sino con talante de ayudar a aclarar las mentes de cuan- tos lo necesiten, disipando las nubes que pudieran obnubilarlas. Lograrlo sería la mayor recompensa para quien esto escribió. 6 1.- LA IGLESIA Esta palabra (ecclesia en griego) designó inicialmente la asamblea o conjun- to o colectividad de fieles. En el s. IV empezó a designar, además, el local en que se reunían en las grandes ciudades, que acabó por convertirse en lugar de culto. Comenzaron a surgir a fines del s. III. Constantino las multiplicó y enri- queció, y Eusebio de Cesárea, el primer historiador importante de la Iglesia, escribió que todas debían ser dignas de "nuestro amor al fasto". Ilustrativas pa- labras que marcan una sensible evolución, pues ese elemento era desconocido antes de que la iglesia se convirtiera en aliada del poder imperial y protegida por él. Así se transformó la modesta prédica de Jesús, como la reflejan las muy concretas y contrarias recomendaciones de los evangelios, en la fastuosidad posterior, tan alejada de aquélla. El cristianismo, según los apóstoles, tenía por esencial objeto la prédica y práctica de la moral, y el culto primitivo se limitaba a la lectura del evangelio y la comunión alegórica. Los templos carecían de todo adorno y representación. Pero esta sencillez estaba condenada a desaparecer en un ambiente acostumbra- do a las pompas del paganismo. Y, tan pronto como se dispuso de medios para rivalizar con ellas y superarlas, gracias al apoyo oficial, se transitaron los inci- tantes derroteros, distanciándose, ya veremos en qué medida, del manantial ori- ginario. Con la ayuda de los dos elementos que se consideran a continuación. Música e imágenes. La primera fue ridiculizada al principio cual se practi- caba en los sacrificios paganos, aunque Pablo de Tarso recomendó recitar sal- mos y cánticos inspirados (Efesios, 5, 19 y Colosenses, 3, 16)'. También se condenó inicialmente la costumbre pagana de encender, durante el día, cirios, antorchas y lámparas en los altares, y que los fíeles acudieran con antorchas y cirios para ofrendarlos, como se hace hoy. Igualmente fue prohibido como idolatría el culto de las imágenes, como que había sido condenado duramente en el decálogo y en más de treinta pasajes de la Biblia. Por ejemplo, en el Libro de la Sabiduría (13, 16-19): "no es más que una estatua. Y, sin embargo, ya sea que se trate de sus negocios, ya sea de su matrimonio o de sus hijos, no se avergüenza de dirigirle la palabra a esa cosa sin vida. ¡Para tener salud, invoca a un objeto sin fuerza; para vivir, rinde homenaje al que no vive para que le ayude, se lo pide a esa madera impotente; antes de un viaje, invoca al que no camina. Para obtener ganancias para su tra- bajo, para su arte, recurre a una estatua cuyas manos no tienen la menor habili- dad." Jeremías no fue menos contundente al condenar la idolatría de los gentiles 7 (10, 3-5): "leños cortados en el bosque, obra de las manos del artífice con la azuela, se decoran con plata y oro y los sujetan a martillazos para que no se muevan. Son como espantajos de melonar y no hablan; hay que llevarlos por- que no andan; no les tengáis miedo, pues no pueden haceros mal ni tampoco bien." Lo remacharon Pablo (Hechos, 17, 24 y 29-30) y Juan, en su I epístola (5, 21). Y, aunque, en los templos católicos se hace todo eso con beneplácito del cle- ro, el último catecismo de 1992, que incluye, entre sus mandamientos, no hacer "escritura ni imagen alguna" de Dios, luego de consignar que el concilio de Nicea de 787 justificó frente a los iconoclastas el culto de las imágenes de Cris- to, la Virgen, los ángeles y todos los santos, recurre a Basilio y los concilios II de Nicea, Trento y Vaticano II, para establecer una sutil diferencia entre la ve- neración "respetuosa" y la adoración. Y alega que Cristo, la Virgen y los santos tuvieron forma humana como justificativo suplementario. Pero el alegato queda invalidado por el hecho, que cualquiera puede comprobar, de que se represente al mismo Dios, en las iglesias, como un anciano de barba blanca. Y no dice que, considerando que unos cuantos obispos no podían sobreponerse a la palabra de Dios, la decisión de dicho concilio fue severamente atacada, entre otros, por Carlomagno. Por su parte, los iconoclastas bizantinos mantuvieron su cerrada oposición, en sangrienta querella, que fue hasta la destrucción de imágenes. Y su espíritu revivió entre albigenses, hussitas y valdenses. Aún en los últimos años se ha denunciado la "papalatría" generada por el Opus Dei en tomo a Juan Pablo II, que posiblemente sea canonizado con parecida rapidez a la que él em- pleó con Escrivá de Balaguer, el fundador de esa institución. Lo peor de todo fue que, al carecer de modelos fidedignos, se procedió a representar a la Virgen y a los santos en la misma actitud y el mismo aspecto que los dioses paganos, sin olvidar el tronco para recibir las limosnas. Se han encontrado, en efecto, los tipos que sirvieron para simbolizar a la Virgen, espe- cialmente en las imágenes de Isis llevando al niño, de Artemisa de Éfeso en la Inmaculada, Diana y Demeter. Las vírgenes negras italianas son estatuas de Isis con Horus en sus brazos. Ello explica el descubrimiento de imágenes enterradas por los fieles para ocultarlas a la persecución cristiana, que ha dado origen a no pocas ermitas y santuarios. El paganismo representaba a sus di oses con la ca- beza rodeada por una aureola y, más de una vez, fueron venerados como santos hasta descubrirse el engaño o definitivamente en la mayoría de los casos, como veremos. Antiguamente solía representarse a las divinidades con alas, como la Victoria de Samotracia. En el Museo Guilmet de París puede observarse la transformación de un dios hindú representando al Verbo, figurado con un dedo en los labios. Así representaron los egipcios a Horus, dios de la infancia; los griegos, al dios del silencio; los romanos, al dios de los alimentos, que parece introducir en su boca; y los cristianos, a Juan Bautista niño, cuando los evange- lios sólo lo mencionan como hombre. Este culto de las imágenes es, en realidad, 8 una supervivencia del fetichismo. Que se manifiesta vivo en nuestros días en el peregrinaje que promociona la Iglesia de casa en casa, y su adoración con ofrendas, toques y besos en domicilios y templos. Las reliquias. Merecen capítulo aparte. La leyenda de la leche de la Virgen, que un obispo reconoció no ser más que galactita, una arcilla que se pone lecho- sa en el agua y cuyas propiedades la hicieron considerar sagrada en la antigüe- dad, afirma que, en la gruta de Belén, el niño Jesús escupió leche que la Virgen arrinconó contra la pared al fregar el suelo. Pues casi setenta iglesias poseen reliquias de este líquido, que sale al romperse la piedra. El cronista francés Gui- bert de Nogent (1053-1124), de fe sincera y fiel al espíritu tradicional y, por tanto, inmune a toda sospecha, denunció así el fraude que se operaba en tomo a tales restos: "Cierta Iglesia, y de las más ilustres, organizaba colectas y solicitaba subsi- dios para la reparación de sus dependencias por intromisión de un charlatán. Es el caso que éste sobrepasaba la medida hablando de sus reliquias; desplegó un filacterio (yo estaba presente): 'Sabed -dijo- que en esta caja hay un trozo de pan que Nuestro Señor masticó con sus propios dientes, y si os cuesta creerlo, ahí hay un personaje (se re feria a mí) que posee, en verdad, cartas de la más segura competencia, y que, si es necesario, atestiguará la verdad de lo que ade- lanto.' Lo confieso, enrojecí al oírle. Y si la presencia de los que el orador pare- cía tener por garantes no me hubiera hecho temer perturbar su paz, más bien que la de él, hubiera debido denunciar el fraude. ¿Qué os diré? Hasta monjes, hasta clérigos, se entregan a este vergonzoso tráfico, sosteniendo herejías, como las que he oído en materia de fe". (La historiografía en sus textos, p. 170} Este culto fue fomentado y desarrollado, con exceso, por el sacerdocio, por el enorme lucro que le reportaba. La historia medieval ofrece innumerables ejemplos de disputas entre conventos e iglesias por la posesión de reliquias acreditadas. El clérigo de Marolles, al ver la cabeza de Juan Bautista en la cate- dral de Amiens, exclamó: "¡Alabado sea Dios! ¡es la quinta o sexta que he be- sado en mi vida!" Ludovico Calanne publicó un registro, recogido por Malvert, de las reliquias esparcidas por la catolicidad, y resultó que se podrían recons- truir cinco troncos, seis cabezas y diecisiete brazos, piernas y manos de san An- drés; dos cuerpos, ocho cabezas y seis brazos de santa Ana; cuatro cuerpos de san Antonio, tres cuerpos y dos cabezas de santa Bárbara; cuatro cuerpos y cin- co cabezas de san Basilio; cinco cabezas de san Blas; tres cuerpos y cinco cabe- zas de san Clemente; dos cuerpos y tres cabezas de san Eloy; cuatro cuerpos y ocho cabezas de san Esteban; treinta cuerpos de san Jorge; cuatro cuerpos y cinco cabezas de santa Elena; ocho cuerpos de san Hilario; treinta cabezas de Juan Bautista; veinte cuerpos y veintiséis cabezas de santa Juliana; cinco cuer- pos, diez cabezas y doce manos de san Ligero; treinta cuerpos de san Pancracio; ocho cuerpos y nueve cabezas de Lucas evangelista; tres cuerpos, dieciocho 9 cabezas y doce brazos de san Felipe; cuatro cuerpos y quince brazos de san Se- bastián. Pues, por extraño que parezca, tan prolija enumeración no se contradice, ni de lejos, con los inventarios de ciertas iglesias. Un monasterio de Jerusalén lle- ga a exhibir ¡un dedo del Espíritu Santo! La túnica de Cristo se encuentra si- multáneamente en Moscú, Treveris, Argenteuil y Roma, allí en dos iglesias. Copiosas son sus lágrimas, sudor y sangre. La santa lanza se encuentra en Mos- cú, Praga, Nurenberg, la Sainte Chapelle de París, Roma, por supuesto, y tres lugares más. Dulaure contó cuarenta clavos de la cruz, y Collin de Plancy, más de doscientos. Lo mismo ocurre con la corona de espinas, la esponja y otros accesorios. En cuanto al madero, Calvino afirmó que si se reunieran los trozos, habría para cargar un navío. En 1489, la Facultad de Teología de París determi- nó que se debía a la cruz la misma veneración que al propio Cristo. No es extra- ño, pues, que dicho culto presente tan acentuado carácter fetichista. El celibato del clero. Practicado por los sacerdotes egipcios, no se estable- ció hasta el concilio de Nicea de 325, que, en su canon 3, prohibió a todos sus miembros cohabitar con persona del otro sexo, salvo madre, tía o hermana o mujeres de las que no pudiera tenerse sospecha. Sólo se permitió a los ya casa- dos que mantuvieran su vida marital. Nada existe, sin embargo, en el Nuevo Testamento que la prohíba. Por el contrario, instruyendo acerca de las condicio- nes que debían reunir los obispos. Pablo de Tarso, dice, en su epístola o carta a Timoteo (32), que sean casados "una sola vez". Lo mismo recomendó a los diá- conos y presbíteros (Timoteo, 3, 12 y Tito, I, 5-6). Y, en la I que dirigió a los corintios (7, 8-9), que solteros y viudas que no pudieran contenerse, se casaran, porque valía más casarse, que "estar quemándose por dentro". Dionisio de Alejandría escribió al obispo de Cnosos, en Creta, que no impusiera a los fieles la pesada carga de la continencia, teniendo en cuenta la debilidad de la mayoría. Y Clemente, del mismo lugar, defendió la plena compatibilidad del matrimonio con la vida cristiana. Y si pasamos al Antiguo Testamento, encontraremos que el Levítico (21, 1-7 y 13) ordena a los sacerdotes tomar "virgen por mujer, no viuda ni repudiada ni desflorada ni prostituta". El obispo y cronista del s. VI, Gregorio de Tours, refirió la lección ofrecida por un clérigo, muerto a manos del marido engañado, a cuantos tuvieran relaciones con mujeres extrañas, "puesto que la ley canónica y todas las escrituras santas lo prohíben, salvo aque- llas a las que el pecado no puede concernir." (La historiografía..., p. 145) Pero como no se logró evitar que buena parte del clero siguiera teniendo concubinas, debieron dictarse sucesivas disposiciones que Gregorio VII reforzó en el s. XI, ordenando, además, que el clero se apartara de los laicos, con el doble objeto de ligarlos más estrechamente a Roma, y, en el I concilio de Letrán (1123), el papa Calixto III lo reiteró. Insistieron en ello los dos concilios siguientes (1139 y 1179), celebrados en el mismo palacio. Pese a tantas reiteraciones, era tan habi- 10

See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.