Tras el quinto sorbo al Kas me dieron ganas de mear y bendita la diminuta vejiga de un niño. De camino a los lavabos, con la cremallera del inocente pantalón corto todavía abierta, apareció la imagen. Destellos de luz dorada y cantos angelicales iluminaron el pasillo y el videojuego de mi vida mostró el primer logro desbloqueado en mitad de la pantalla. Entre bidones de cerveza y una pila de listines telefónicos desfasados, surgió un póster del Oviedo de la temporada 1987-88. La del último ascenso a Primera división. Ahí comenzó todo.