JOHN KAMPFNER RICOS Desde la esclavitud a los superyates. Dos mil años de historia Traducción del inglés: Paz Pruneda 2 A mis padres, Betty y Fred. La Esfera de los Libros Madrid, 2016 ISBN: 9788490605929 3 AGRADECIMIENTOS Siento como si hubiera vivido y respirado a los superricos durante dieciocho meses, aunque no literalmente, me apresuro a añadir. De hecho, la mayoría de los protagonistas hace tiempo que han muerto. Recientemente se ha publicado una buena cantidad de libros sobre las costumbres de los ricos modernos. Para mí, la fascinación de este proyecto residía en la historia y en sus vínculos con los tiempos contemporáneos. Mi principal referente para las primeras etapas de la investigación ha sido la Biblioteca Británica, bajo la excelente dirección de Roly Keating. Más tarde, viajé a un buen número de las ubicaciones mencionadas y, en cada ocasión, recibí una amistosa cooperación por parte de académicos y otros expertos. En Londres y Florencia, la doctora Serena Ferente, profesora de Historia Medieval Europea en el King’s College de Londres, me proporcionó una gran percepción de la dinastía Médici. En la ciudad holandesa de Hoorn, pasé un valiosísimo tiempo con Ad Geerdink, director del Museo Westfries, cuyo encuentro organizó la embajada holandesa en Londres. También recibí un impulso muy útil de Jur van Goor, el biógrafo de Jan Pieterszoon Coen, y del doctor Jan-Emmanuel de Neve, de la LSE y el London University College. En Versalles, el conservador jefe, Bertrand Rondot, me llevó a un fascinante recorrido tras las bambalinas del ostentoso mundo de Luis XIV. En la Villa Hügel, en Essen, 4 pasé un día muy fructífero en el archivo histórico de Krupp, donde su director, el profesor Ralf Stremmel, y el doctor Heinfried Voss fueron unos amables y solícitos anfitriones. Gracias también a Agnes Widmann por organizarlo. En la Universidad de York recibí asistencia de la doctora Sethina Watson en mi búsqueda de Alan Rufus y los normandos. Muchas gracias a Nik Miller de la universidad por organizar mi visita. En la cercana Richmond, la historiadora local Marion Moverley fue muy amable al hacerme un recorrido por el castillo. Mi último viaje fue a Trujillo, la encantadora pequeña ciudad de Extremadura de la que Francisco Pizarro y otros conquistadores partieron. En esa región tuve muy agradables encuentros con Hernando de Orellana Pizarro, José Antonio Ramos Rubio y Josiane Polart Plisnier. Todo mi agradecimiento para Nuria Agulló por acompañarme y organizar una estupenda estancia. El doctor Henrick Mouritsen, profesor de Historia Romana en King’s, me dedicó una gran cantidad de su tiempo para el trabajo sobre Marco Licinio Craso y la República de Roma. Caroline Daniel, del Financial Times, ha sido una asidua consejera en toda la parte moderna. John Arlidge, del Sunday Times, un animado y revelador guía sobre los Emiratos Árabes Unidos y el resto de los capítulos contemporáneos, mientras Luke Harding, del Guardian, me ayudó con los oligarcas rusos y Mali. La escritora y apasionada de África, Michela Wrong, me proporcionó valiosos conocimientos sobre el Congo y Mobutu. Para China, estoy en deuda con Jonathan Fenby por sus consejos, además de con Jamil Anderlini, jefe de la oficina del Financial Times en Beijing, y Rupert Hoogewerf sobre el 5 Informe Hurun en Shanghai. Para conocimientos generales sobre la riqueza, ¿quién mejor que Philip Beresford, un veterano recopilador de la lista de los ricos del Sunday Times? Tres amigos y especialistas me concedieron una generosa parte de su tiempo en Navidad y Año Nuevo de 2013 para leer el primer borrador del texto completo: el periodista económico David Wighton (antiguo empleado en FT y The Times), el profesor Conor Gearty de la London School of Economics y Mark Easton, editor de la BBC. Sus ideas y sugerencias han sido inestimables. Además leyeron versiones posteriores. Les estoy profundamente agradecido. Este libro no habría sido posible sin el esfuerzo de mis dos investigadores. Elly Robson realizó un gran trabajo durante el primer año, y mi mayor agradecimiento de todos es para Edd Mustill, quien ha estado profundamente involucrado en el proyecto desde el principio hasta el final, siempre a mano y atento para mantener la precisión y descubrir nuevos ángulos. No puedo menos que recomendar vivamente su trabajo. Más de una década después de la publicación de Blair’s Wars (Las guerras de Blair) tuve el gran placer de formar equipo de nuevo con Andrew Gordon. Mi antiguo editor en Simon & Schuster es ahora mi agente en David Higham Associates, y parece como si hubiéramos continuado donde lo dejamos. La mayor contribución de Andrew esta vez fue ponerme en contacto con Little, Brown y su director de publicaciones, Richard Beswick. Richard ha sido un editor inspirador, dándome ánimos y sugiriendo mejoras en igual medida, mientras el trabajo progresaba. 6 Y por último, pero no menos importante, gracias, como siempre, a mi familia por su paciencia y buen humor, especialmente durante las últimas etapas de la escritura cuando asumí todos los atributos de un eremita. Mi mujer Lucy también leyó un buen número de borradores, proporcionándome ideas frescas y sabios consejos hasta el final. De modo que para Lucy y mis dos hijas, Constance y Alex, esto va por vosotras. 7 PRÓLOGO «Ningún hombre es lo bastante rico como para comprar su pasado». OSCAR WILDE Esta no era una langosta cualquiera. Era un enorme crustáceo de tamaño gigante que parecía tener dificultades para encajar en mi plato de fina porcelana china. Frente a mí, la esposa de un diplomático inglés sonreía nerviosamente, compartiendo mi ansiedad sobre cómo atacar ese difunto monstruo marino. Estábamos en 1992, en mi primer compromiso social con un oligarca ruso. Vladimir Gusinky y su esposa, Elena, habían invitado a cenar a un pequeño grupo a su apartamento de Moscú, justo al final de la calle donde se erigía la mayor estatua de Lenin, en la plaza Octubre. Los camareros, ataviados con pajarita, se movían a nuestro alrededor con excesiva cortesía, rellenando constantemente nuestras copas con un Chablis Gran Reserva. Rusia estaba cambiando a ojos vistas. Un pequeño puñado de escogidos se estaba haciendo rico más allá de sus mejores sueños. Desde tan solo uno o dos años antes, los papeles se habían invertido. Aunque lo mejor que podía ofrecer por entonces a mis invitados era una lata de Heineken, adquirida previo pago en dólares en una tienda exclusiva para extranjeros, sabía que como parte del pequeño y acomodado grupo de expatriados, yo era objeto de envidia. Hacia mediados de esa década, de nuevo de vuelta en Londres, fui testigo de la gradual invasión de la primera generación de Nuevos Rusos. Algunos de esos amigos míos, ahora solían 8 picotear desdeñosamente la comida del chef Gordon Ramsey, dejando la mayor parte del plato intacto solo para exhibirse, o participaban en la conversación para comentar su último y largo fin de semana en Cap Ferrat. De ahí nació mi fascinación personal por esos superricos globales, por su estilo de vida, pero, sobre todo, por su psicología. Pero empecemos por el principio: debemos admitir que estamos obsesionados con los superricos. Envidiamos y abominamos por igual su modo de vivir. Decimos que odiamos lo que han hecho a la sociedad, pero nos encanta leer sobre ellos en las revistas de papel cuché y catalogar sus éxitos en listas. ¿Cómo ha logrado esa gente su éxito, suponiendo que éxito sea el término adecuado para la súbita acumulación de riqueza? ¿Por qué parece que están bendecidos? ¿Acaso son más listos, más decididos o simplemente más afortunados que el resto de los mortales? ¿Es su actual acumulación de riqueza diferente a la de aquellos que surgieron antes que ellos? Todos aquellos culpables de la crisis económica y de expandir el desequilibrio, aún continúan viviendo en su mundo paralelo, disfrutando de sus dividendos, viajando en sus jets privados a sus islas privadas, mientras reparten míseras migajas disfrazadas de filantropía. Creemos que en esta segunda década del tercer milenio d. C. estamos viviendo una excepcionalmente dividida y desigual era. Pero ¿es cierto? Por todos esos motivos, decidí investigar y hurgar en el pasado —remontándome hasta dos mil años atrás— en busca de respuestas. Empezando por la antigua Roma y continuando por la conquista normanda, el imperio de Mali, los banqueros 9 florentinos y los grandes comerciantes europeos, esta historia culmina con los oligarcas de las modernas Rusia y China y las élites de Silicon Valley y Wall Street. Desde los tiempos remotos hasta la actualidad, a lo largo de periodos de estabilidad o de desmesura y decadencia, los ricos han tenido más en común de lo que pensamos. Por cada Roman Abramovich, Bill Gates y el jeque Mohamed, hay un Alfred Krupp y un Andrew Carnegie. Los superricos del siglo no XXI son una rareza en la historia y pueden dar las gracias a sus predecesores por haberles enseñado bien la lección. Pero ¿cómo se hace rica la gente? Lo hacen por medios honrados o deshonestos, por iniciativa empresarial, robo o herencia. Crean mercados y los manipulan. Desbancan a la competencia o la eliminan. Ganan o compran su influencia entre los líderes políticos y las élites sociales e intelectuales. Durante más de un siglo, la política americana no ha ocultado ese estrecho vínculo; es más, se congratula de ello. Cuanto más generoso es el donante de fondos, más obligados están los políticos para con él. Un ejemplo de ello es la cena benéfica en memoria de Alfred E. Smith, un exclusivo evento de etiqueta celebrado en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York para recordar al primer candidato católico a la presidencia del país. A nadie que tenga aspiraciones a la Casa Blanca se le ocurriría perdérselo. En octubre del 2000 George W. Bush comentó medio en broma: «Esta es una impresionante multitud de ricos y aún más ricos. Algunos os llaman la élite; yo os llamo mis cimientos». La observación tenía el mérito de ser muy sincera, y podría ser aplicada a muchos líderes globales de todo el mundo a lo largo de más de una era. 10