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retoricas de la antropología PDF

129 Pages·2015·3.8 MB·Spanish
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RETÓRICAS DE LA ANTROPOLOGÍA JÚCAR UNIVERSIDAD Serie Antropología, dirigida por Alberto Cardín J. CLIFFORD y G. E. MARCUS RETORICAS DE LA ANTROPOLOGÍA Serie Antropología JÚCAR UNIVERSIDAD Título original: Writing Culture: The Poetics and Politics of Ethnography Traducción: José Luis Moreno-Ruíz Cubierta: Montse Vega - Juan Pablo Suárez Primera edición: Enero 1991 © University of California Press, 1986 © de esta edición, Ediciones Júcar, 1991 Fernández de los Ríos, 18. 28015 Madrid. Alto Atocha, 1. Gijón I.S.B.N.: 84-334-7032-9 Depósito Legal: B. 1.334 - 1991 Compuesto en AZ Fotocomposición, S. Coop. Ltda. Impreso en Romanyá/Valls. C/ Verdaguer, 1. Capellades (Barcelona) Printed in Spain ÍNDICE Prólogo 9 Prefacio 21 JAMES CLIFFORD Introducción: Verdades parciales 25 MARY LOUISSE PRATT Trabajo de campo en lugares comunes 61 VlNCENT CRAPANZANO El dilema de Hermes: La máscara de la subversión en las descripciones etnográficas 91 RENATO ROSALDO Desde la puerta de la tienda de campaña: El investigador de campo y el inquisidor 123 JAMES CLIFFORD Sobre la alegoría etnográfica 151 STEPHEN A. TYLER Etnografía postmoderna: Desde el documento de lo ocul to al oculto documento 183 TALAL ASAD El concepto de la traducción cultural en la antropología social británica 205 GEORGE E. MARCUS Problemas de la etnografía contemporánea en el mundo moderno 235 MlCHAEL M. J. FlSCHER El etnicismo y las artes postmodernas de la memoria 269 PAUL RABINOW Las representaciones son hechos sociales: Modernidad y postmodernidad en la antropología 321 GEORGE E. MARCUS Epílogo: La escritura etnográfica y la carrera antropo lógica 357 Autores 365 Bibliografía 369 PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA Luis DÍAZ VIANA La etnografía nos pone en contacto con lo ajeno partiendo de lo propio. Esta aproximación a lo extraño, al mundo de los otros, implica siempre una referencia, por contraste o similitud, a la rea lidad que conocemos: a nuestro mundo. Ello hace que las descrip ciones etnográficas y los modelos a que dan lugar sean, también, proyecciones alegóricas de la propia cultura. En este sentido, quie nes describen las costumbres supuestamente «naturales» de pueblos tenidos por primitivos y aquellos que consignan los saberes de la llamada cultura tradicional, están expresando la misma inquie tud: el destierro del «mundo civilizado» de aquel buen salvaje —puro y analfabeto— que nos gusta creer que fuimos. Salvajes de afuera y de adentro Desde esta perspectiva, puede resultar patéticamente inútil que Derek Freeman se esforzara en demostrar que los habitantes de Samoa nunca habían sido como Margaret Mead los describió. De hecho, la divergencia de visiones etnográficas no significa que al guien se equivoca o miente, ya que la antropología, hoy, hemos de entenderla como una disciplina que se nutre de retóricas a me nudo contrapuestas. La gran aportación de los antropólogos al concepto de cultura consiste, precisamente, en la revisión del mis mo, recordándonos que la valoración de los distintos modelos cul turales nunca podrá ser objetiva pues siempre dependerá del cao- texto en que se desarrolle, del contexto de quien la jnzgne y, 10 J. Clifford y G. E. Marcus sobre todo, del tipo de sociedad que consideremos más deseable para el futuro. Los europeos del xix, con un planteamiento evolucionista de la historia y de la cultura —pues ésta equivalía, para ellos, a «civilización»— fueron desarrollando una doble estrategia que apun talaba su orgullo etnocéntrico: de un lado, cultivaron aquella etno logía colonial que, tras sus datos exóticos, les permitía contemplar a los «primitivos de afuera» con una cierta mirada de superiori dad; por otra parte, reinventaron el folklore para volver a encon trarse, en un gesto que sustituía al desdén por la nostalgia, con la cultura de los campesinos en su papel de «primitivos de aden tro», o salvajes de la' puerta de al lado. Aquella estratagema cultural servía, además, de bálsamo para la mala conciencia, ya qUe enmascaraba de una piedad sociológica muy europea la transformación brutal —cuando no el simple aniquilamiento— de otras culturas, fueran éstas lejanas o estuvie ran incrustadas en el propio marco espacio-temporal. En el fondo, etnología y folklore funcionaban como retóricas en clave científica de un conflicto cuya transcendencia aún no ha sido suficientemente evaluada: la «ley del progreso» impuesta por las élites de uno u otro signo nos ha llevado a mutaciones tan bruscas que fue preciso entronizar al resorte que nos distanciaba tan ferozmente de lo que habíamos sido. La fe ciega en el progreso vino a susti tuir, en cierto modo, a la fe religiosa de manera que su convenien cia se convirtió en materia no discutible. El relativismo cultural nos ha hecho reflexionar —aún tímida mente— sobre la infalibilidad de ese nuevo dogma. Que ciertas sociedades hayan desarrollado la vertiente tecnológica no equivale, en absoluto, a que su cultura sea mejor o más avanzada que otras. Con todo, hay quienes basándose en esa dudosísima corresponden cia intentaron, desde la antropología, marcar una diferencia evolu tiva entre los modos culturales de «civilizados» y «primitivos». Para los caballeros Victorianos —etnólogos incluidos— la magia era cosa exclusiva de salvajes y, por ello, unos —los «primiti vos»— necesitaban manifestarse a través de rituales, mientras los otros —«civilizados»— simplemente tenían ceremonias. Lo mismo cabe decir de la oralidad literaria: se nos ha querido convencer de que la creación y transmisión orales son sólo asuntos de pueblos arcaicos o de iletrados campesinos cuando nosotros mismos esta mos inmersos en una oralidad —«tecnificada» o no— de enorme relevancia. Como decodificador —y codificador mediante la escritura— de Retóricas de la Antropología 11 una pugna entre conservación y cambio, innovación y continuidad, el propio etnógrafo se ve envuelto en un proceso cultural: la doble transformación de la sociedad que describe y de la sociedad para la que está escribiendo. Como productor de una retórica interpre tativa se acerca de manera peligrosa —según los más cientifistas— a lo literario. Es, quizá, por ello que muchos etnógrafos han con trastado, no sin cierto orgullo científico, las descripciones de viaje ros anteriores con las suyas, marcando la diferencia entre el escrito y el profesional de la etnografía. Esa concepción del etnógrafo como transcriptor objetivo de la realidad está siendo revisada aho ra. Pero los conceptos de literatura y de arte ¿no deberían de ser igualmente revisados? Escribe James Clifford, que «la literatu ra emerge en él siglo xix como una institución burguesa fuertemen te ligada a la cultura y el arte». Una y otros se convertirán en sinónimo de aquello que por «no utilizarlo» detenta el más alto rango. Llegarán a ser, sobre todo, un lujo de estetas y clases privilegiadas. Sus practicantes y adoradores asumirán, en gran par te, la función de coronar aquel sistema europeo de cultura al que antes he hecho referencia. Serán los creadores de un arte sin públi co pero siempre con algún crítico o mecenas que les apoye y se sentirán orgullosos de su intrascendencia sabiéndose el broche ne cesario de la mayor y más avanzada de las civilizaciones. O, mejor dicho, de la única civilización o cultura concebible por ellos. En una nueva frontera en que los estudios sobre las culturas comienzan a superar esa falsa oposición entre literatura y antropo logía —y el libro de Clifford y Mar cus es, en ese sentido, un buen ejemplo— el conocimiento de la retórica en la que la etnogra fía se sustenta y articula no debe restarle credibilidad. Por el con trario, la transforma en encrucijada de las nuevas opciones que en el mundo de las Humanidades empiezan a vislumbrarse. En su obra Works and Lives. The Anthropologist as Author (El antro pólogo como autor, Barcelona, Paidos, 1989), Clifford Geertz pro pone un examen de los textos antropológicos muy semejante al que encontramos en este libro y anima a una superación de las autolimitaciones en que algunas disciplinas se encastillan, más por defensa gremial de su parcela que por razones teóricas de peso. «Ciento quince años de prosa aseverativa e inocencia literaria —afir ma— son ya suficientes.» Los trabajos compilados aquí por Clifford y Marcus se encuen tran en la vanguardia de esa tendencia renovadora que Clifford define como a un tiempo post-literaria y post-antropológica.

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guien se equivoca o miente, ya que la antropología, hoy, hemos de entenderla como una disciplina que se nutre de retóricas a me- .. cualquier manual al uso. «Tardamos diez días en partir por culpa de algunos preli- minares.
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