Historia Mexicana ISSN: 0185-0172 [email protected] El Colegio de México, A.C. México Yankelevich, Pablo; Obregón, María Concepción Cuicuilco. La historia de sus páginas Historia Mexicana, vol. L, núm. 4, abril - junio, 2001, pp. 847-879 El Colegio de México, A.C. Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=60050412 Cómo citar el artículo Número completo Sistema de Información Científica Más información del artículo Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Página de la revista en redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto CUICUILCO. LA HISTORIA EN SUS PÁGINAS María Concepción OBREGÓN y Pablo YANKELEVICH Escuela Nacional de Antropología e Historia AVICENADEDICÓBUENAPARTEDESUVIDAa investigar las técnicas del diagnóstico, y entre ellas, el pulso ocupaba un lugar privilegiado. El sabio persa enseñó a sus discípulos la im- portancia de interpretar esos ligeros movimientos percep- tibles en las muñecas de los humanos; de aprender a hacerlo, decía, se develarían casi la totalidad de los signos vitales del paciente, sucede que el pulso, sentenció Avice- na, “es el mensajero que siempre dice la verdad”. Con las revistas institucionales pasa algo semejante, al emprender su lectura, es posible sentir el pulso de una vi- da académica, siguiendo el ritmo de una existencia indiso- lublemente ligada a los avatares de los tiempos. En ese pulso resuenan los momentos fundacionales, las expectati- vas depositadas en la empresa, los climas de época, los rea- comodos disciplinarios, las polémicas, las preocupaciones políticas, las crisis de crecimiento y las de sobrevivencia. El objeto del presente trabajo es tomar el pulso a Cui- cuilco, revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Centraremos nuestra atención en la pro- ducción historiográfica reflejada en las páginas de una revista multidisciplinaria, donde la historia comparte un mismo espacio con otras disciplinas como la antropología social y física, la arqueología, la lingüística, la etnohistoria y la etnología. HMex, L: 4, 2001 847 848 MARÍA CONCEPCIÓN OBREGÓN Y PABLO YANKELEVICH Es bien sabido que los responsables editoriales de una publicación periódica imprimen dirección y contenido a los materiales publicados. Ahora bien, para el caso de la ENAH, ubicar el origen de Cuicuilco obliga a dirigir la mi- rada a una generación de intelectuales marcados por una crisis en la antropología mexicana, crisis que cuestionó tanto a los fundamentos y objetivos de la disciplina, como de los espacios y los métodos de su enseñanza. Delinear los perfiles de Cuicuilco, obliga entonces a atender las discusiones que signaron la práctica y sobre to- do la docencia de la antropología en la ENAH. Discusiones iniciadas a finales de los años cincuenta, que encontraron acabada formulación en las décadas de los sesenta y seten- ta, y que estuvieron muy ligadas a la lucha por ampliar los espacios de participación y de crítica ante un régimen polí- tico que comenzaba a mostrar sus aristas más autoritarias. Fundada en 1938, la ENAH fue creciendo a la sombra del paradigma indigenista formulado y dirigido por Alfon- so Caso. Era una institución pequeña, cuyo alumnado no alcanzaba el medio centenar durante los años cuarenta. Fi- guras como el propio Caso, Juan Comas, Pablo Martínez del Río, Eusebio Dávalos, Wigberto Jiménez Moreno, Da- niel Rubín de la Borbolla y Miguel Othón de Mendizábal fueron los encargados de formar a las primeras generacio- nes de antropólogos mexicanos. Al tiempo que investiga- dores extranjeros como Paul Rivet, Morris Swadesh, Paul Kirchhoff, Bronislaw Malinowski y Sol Tax, vinculados con proyectos de investigación en el campo de la arqueología, la antropología y la lingüística mantuvieron una perma- nente relación con la ENAH. Al cabo de pocos años, los egresados de la escuela se per- filaron como profesionales que se insertaban con relativa rapidez en espacios estatales vinculados con cuestiones in- dígenas. De hecho, la fundación del Instituto Nacional Indigenista (INI) en 1947, orientó el contenido de las dis- ciplinas antropológicas, estrechando aún más los vasos co- municantes entre la formación y la práctica profesional. Sin embargo, la tersa relación entre la ENAHy las institu- ciones oficiales mostró los primeros signos de agotamien- CUICUILCO 849 to en la segunda mitad de los años cincuenta. El aumento de la matrícula escolar, que ya se contaba por centenas, y la reducción del presupuesto sirvió de detonador de una primera huelga en 1956. Las reivindicaciones se desplega- ban en torno a la necesidad de dotar de un marco institu- cional la vida académica de la escuela, junto a reclamos por aumento del presupuesto los estudiantes exigían parti- cipar en la conducción de la institución. Buena parte de los pedidos fueron satisfechos, aunque en 1958 se expidió una reglamentación que entre otros puntos, sancionó la creación del Consejo Técnico como máximo órgano de gobierno, con participación no igualitaria de todos los sectores de la comunidad académica. En aquel año, anun- ciando los tiempos venideros, la escuela se solidarizó activa- mente con el movimiento huelguístico de los trabajadores ferroviarios. Desde tiempo antes, el estudiantado comenzó a sentar presencia en los distintos espacios de la ENAH. En 1952 la sociedad de alumnos fundó la revista Tlatoani, anteceden- te inmediato de Cuicuilco. Aquella publicación, con una periodicidad irregular, conoció dos épocas, una primera muy corta, entre enero de 1952 y septiembre de 1953, combinando artículos académicos, reseñas y notas infor- mativas. Entre los primeros destacan materiales que, con el correr de los años, terminaron convertidos en “clásicos” de la antropología, como es el caso del texto de William Sanders “El mercado de Tlatelolco, un estudio de econo- mía urbana”.1 Profesores nacionales y extranjeros, así como estudiantes compartieron las páginas de esta publi- cación,2 donde los alumnos no tardaron en hacer sentir sus opiniones. En efecto, frente a esta experiencia, un edi- torial de 1953 anunciaba el inicio de una nueva época an- te el abandono de los objetivos trazados en la anterior. 1Tlatoani, 1 (ene. 1952). 2Entre otros, publicaron en la primera época de Tlatoani, Pedro Ar- millas, Pedro Carrasco, Ernesto de la Torre Villar, Julio César Olivé, Al- berto Ruz, Frederick Peterson, Walter Miller, Manuel Maldonado Koerdebell, Robert Heine-Geldern y Gordon Ekholm. 850 MARÍA CONCEPCIÓN OBREGÓN Y PABLO YANKELEVICH Según los alumnos, Tlatoanihabía dejado de ser expresión de su comunidad, para atender asuntos de mero interés académico. La crítica apuntaba a haber dado preferencia a ciertas materias y a ciertos autores, sobre todo extranjeros, con un alejamiento cada vez más marcado de los problemas nacionales.3 El consejo de redacción amplió el número de sus miem- bros, dando cabida a algunos jóvenes estudiantes, inte- grantes de una nueva generación que a la postre sería responsable de elaborar la crítica más demoledora a la que fue sometida la antropología en la segunda mitad del siglo XXmexicano.4Ya en 1956, en el marco de la primera huelga que mencionamos, en un editorial de la revista se indicaba la “necesidad de democratizar la antropología, abriéndola a saludables corrientes tonificadoras de la rea- lidad […], acercar la antropología al hombre común […], pero también nacionalizarla, es decir, buscar sus métodos e instrumentos en la materia prima que le brinda la reali- dad actual de México”.5 Corrían los años en donde la polémica y la controversia quedó instalada en el medio antropológico a partir de una toma de posición teórica y política que tuvo al marxismo como nuevo paradigma. En materia política y cultural, los proyectos más creativos del México revolucionario mostra- ban claros síntomas de agotamiento, frente a ello, para esta nueva generación de antropólogos, la experiencia cu- bana renovó la utopía de construir sociedades más justas e igualitarias. La Cuba de Fidel y el Che Guevara, la de bahía Cochinos y la de Casa de las Américas, potenció una refle- xión que pasó a desenvolverse en un marco continental. América Latina se convirtió en escenario de teorizaciones 3Tlatoani, 7 (oct. 1953), p. 2. 4En 1953, en la dirección de la revista es remplazada Carmen Cook de Leonard por Pedro Elías, e ingresan al comité de redacción Mer- cedes Olivera, Leonel Durán, Mario Vázquez, Eugenia Vargas, Guiller- mo Bonfil, Juan José Rendón, Irene Vázquez y Alfonso Muñón, Rodolfo Stavenhagen figura como encargado de relaciones públicas, responsa- bilidad que ya desempeñaba desde la anterior época. 5Cita tomada de GALÍ, 1988, vol. 9, p. 607. CUICUILCO 851 que a su vez fueron insertadas en un movimiento de ma- yor alcance: el tercer mundo, donde las experiencias de descolonización en Asia y África posibilitaron una mirada optimista frente a situaciones que entonces fueron defini- das como de subdesarrollo y dependencia. Todo este clima de época propició una mirada crítica a los paradigmas occidentales, no sólo de parte de los inte- lectuales del tercer mundo, sino también una reflexión au- tocrítica desde el corazón de occidente. En el prólogo a Los condenados de la Tierra de Frank Fanon, publicado en 1961, Jean-Paul Sartre mostró el otro rostro del expansionismo occidental, introduciendo la dimensión antropológica en el seno del marxismo. Desde otras vertientes, antropólogos franceses, discípulos de Marcel Mauss y Claude Lévi-Strauss, como Robert Jaullin y Maurice Godellier, empezaron a mostrar interés por los problemas del tercer mundo, en particular, por aquellos vinculados con las minorías étni- cas. Se acuñó entonces el concepto de etnocidio, para re- ferir al exterminio cultural de grupos étnicos por medio de su integración a un proceso de desarrollo económico impulsado por formas imperialistas de dominación.6 En México, hacia 1962 se publicó Los hijos de Sánchezde Oscar Lewis, obra que puso en tela de juicio la solidez de los pilares en que descansaban los ideales y las prácti- cas de una muy pregonada modernización nacional. Al tiempo que, acorde con las polémicas en el medio europeo, en un editorial de Tlatoani publicado en 1963, se comen- zaron a trazar los nuevos derroteros de una disciplina: Las comunidades indígenas pertenecen a un sistema más am- plio del cual forman parte. Sin embargo, el antropólogo […] aún sale al campo en busca de grupos étnicos, objeto último de su visión, para integrarlos a la sociedad mexicana […] Pe- ro el problema radica en que los grupos étnicos han sido ya parcialmente integrados, no precisamente por los antropólo- gos, sino por explotadores mestizos comerciantes y acapara- dores […] El antropólogo tiene el deber, no sólo de estudiar 6Véase MÉNDEZLAVIELLE, 1988, vol. 2, pp. 354 y ss. 852 MARÍA CONCEPCIÓN OBREGÓN Y PABLO YANKELEVICH las características de la organización indígena, sino también analizar las bases en que se funda su propia cultura.7 El emblemático año de 1968 marcará un punto de infle- xión. Mientras en Francia estallaba la rebelión estudiantil, la juventud mexicana se encaminó en la misma dirección. Los sucesos de aquel año, marcaron definitivamente el derrotero de las disciplinas antropológicas, como también la suerte de la institución encargada de formar a estos pro- fesionales. El marxismo tomó especial fuerza, y a la sombra de la llamada teoría de la dependencia, una buena parte del universo de las ciencias sociales, pasó a girar en torno a las tesis que explicaron el atraso y la pobreza a partir de un desenvolvimiento desigual en las relaciones de producción entre los países subdesarrollados y las naciones centrales. Estas teorías, en sus distintas modalidades, alcanzaron a la antropología y encontraron su máxima expresión en el ámbito de los estudios rurales, como reflejo de la necesi- dad por explicar la naturaleza del sector agrícola, base de las sociedades dependientes. Así fue que, como sus dife- rencias teóricas, autores como Rodolfo Stavenhagen, Artu- ro Warman y Roger Bartra se perfilaron como los más destacados en materia de estudios e interpretaciones so- bre el campesinado mexicano. La obra colectivaDe eso que llaman antropología mexicana publicada en 1970, sintetiza la posición teórico-política de la antropología frente al problema indígena. Esta obra recogió las discusiones de toda una década y terminó por consagrar la ruptura con una tradición fundada por José Vasconcelos y Manuel Gamio. Uno de los autores del libro,8Guillermo Bonfil, expone el sentir de toda una generación. La meta del indigenis- 7GALÍ, 1988,p. 609. 8 Arturo Warman, Guillermo Bonfil, Margarita Nolasco, Mercedes Olivera y Enrique Valencia, son los autores de esta obra que original- mente se publicó bajo el sello editorial de Nuestro Tiempo, y que poste- riormente ha conocido distintas ediciones a cargo de organizaciones estudiantiles de la ENAH. CUICUILCO 853 mo, “dicho brutalmente, es lograr la desaparición del in- dio” y en esa tarea, el antropólogo no había sido más que un “técnico en manipular indios”. La antropología, al do- tar de los conocimientos necesarios para comprender la cultura indígena, fue capaz de señalar las vías para que, con el menor grado posible de tensión y conflicto, las co- munidades se integraran a las necesidades y finalidades de la sociedad dominante. Bonfil trazó una agenda temática tendiente a redefinir toda la disciplina: se trataba de pe- netrar el entramado social mexicano, entrecruzando las categorías de nación y etnia con la de clase social. Se debía comprender que el objetivo de la antropología no era es- tudiar comunidades indígenas aisladas, sino los nexos entre ellas y la sociedad global. En esa sociedad radicaban los problemas, y para resolverlos era necesario asumir un compromiso social, entendido en los términos de que los conocimientos adquiridos fueran puestos al servicio de la liberación del hombre.9 Y fue este compromiso el que marcó a la antropología desde 1968, en un intento por comprender y transformar una realidad que fue analizada desde los diversos miradores marxistas instalados en la cul- tura política de la izquierda mexicana. La ENAH fue uno de los escenarios donde se consumó aquel compromiso. Y fue así, no sólo porque en ella circu- ló aquella generación primero como estudiantes, y después como docentes, sino porque la institución en sí misma, era la responsable de la formación profesional de los nuevos antropólogos. Ahora bien, en este proceso confluyeron una serie de de- terminantes, por una parte, el autoritarismo y la represión gubernamental potenció el surgimiento de un heterogé- neocolectivo de izquierda, y en un sector de este colectivo, el compromiso social se desplazó del campo antropoló- gico al terreno de la militancia política. Los paradigmas académicos debían ser puestos al servicio de una causa liberadora, y en este proceso la ortodoxia doctrinal fue anulando la crítica creativa, y tras su original reclamo de- 9BONFIL, 1988, pp. 39 y ss. 854 MARÍA CONCEPCIÓN OBREGÓN Y PABLO YANKELEVICH mocratizador, comenzó a emerger un sectarismo que limi- tó los espacios académicos y las polémicas disciplinarias. Por otra parte, y a consecuencia de la movilización de 1968, la vida de la ENAH resintió la salida de buena parte de aquella generación de antropólogos críticos.10 La es- cuela enfrascada en discusiones más políticas que acadé- micas, quedó sin una parte sustancial de sus docentes, y en este contexto ingresaron un conjunto de profesionales procedentes de otras disciplinas, sobre todo de la econo- mía y de las ciencias políticas, que desconociendo la espe- cificidad de la antropología, introdujeron las corrientes marxistas sin mayores reflexiones en torno a su vincula- ción con la teoría antropológica. Junto a ello, al inicio de los setenta, y en el marco del gobierno de Luis Echeverría, una parte de aquellos antropólogos críticos pasaron a ocu- par puestos de dirección en la política cultural mexicana. Guillermo Bonfil se hizo cargo del INAH, liderando una propuesta renovadora, que convenció a muchos, pero pa- ra otros no dejó de considerarse una claudicación a las ya históricas posturas sostenidas una década antes. Entre tanto, en la ENAHla movilización fue en aumento. En 1968 participó activamente en el Consejo Nacional de Huelga, al tiempo que la represión al movimiento estudian- til en junio de 1971, incrementó la efervescencia política. Un año más tarde, dio inicio una amplia restructuración fundada en posiciones autogestionarias, de representa- ción igualitaria de estudiantes, profesores y trabajadores en el proceso de toma de decisiones en el gobierno de la institución. Como consecuencia de ello, en lo académico se observa un abandono de las corrientes de la antropolo- gía clásica, y en lo político la escuela puso distancia respec- to al INAH, con momentos muy cercanos a la ruptura para con una institución de la que forma parte. 10Las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Histo- ria(INAH), en 1969, decidieron cancelar la contratación de Guillermo Bonfil, y como protesta, un sector importante de profesionales de la antropología renunciaron o se alejaron del INAH, y por consiguiente abandonaron sus tareas docentes en la ENAH. CUICUILCO 855 En 1979, y en el apogeo de la experiencia autogestiona- ria, la escuela se trasladó a su actual sede, junto a la pirá- mide de Cuicuilco.11 La doctora Mercedes Olivera había llegado a la dirección de la escuela por medio de la elec- ción directa de profesores, estudiantes y trabajadores, y en la simbólica fecha del 26 de julio, en su discurso de toma de posesión, la flamante directora dio a conocer su plan de trabajo anunciando entre otros asuntos, la creación de “una revista de alto nivel que proporcione un marco para la discusión y el análisis antropológico”.12 En junio de 1980 nació Cuicuilco,que de manera inin- terrumpida se ha publicado a lo largo de los últimos 20 años. En su primer número se anunciaba que la revista se constituiría en un espacio para la difusión del conocimien- to en cada una de las especialidades que se impartían en la ENAH, subrayando que se trataba de un esfuerzo por al- canzar mejor comprensión de la realidad, pero también de una empresa que buscaba exponer las alternativas cien- tíficas necesarias tendientes a la deseada transformación social.13 La revista surgió sin un equipo técnico y sin un presupues- to que garantizase su continuidad; se trataba del esfuerzo de un núcleo de profesores, movidos por la voluntad de dotar a la ENAHde una publicación periódica. Acorde con los tiempos que corrían, se organizó un consejo editorial donde pudieron participar todos los que lo desearan, pero con una misma representatividad, esto es, cada especiali- dad contaba con un voto en el proceso de toma de decisio- nes. Este consejo estaba presidido por un coordinador.14 11Traducido por José Corona Núñez como “lugar de pinturas o jero- glíficos”, GONZÁLEZAPARICIO, 1973. 12“Discurso pronunciado por la doctora Mercedes Olivera en la to- ma de posesión como directora de la ENAH”, en Cuicuilco, 1 (jun. 1980), p. 57. 13“Editorial”, enCuicuilco, 1 (jun. 1980), p. 8. 14Durante su Primera época, Cuicuilco, estuvo bajo la coordinación de Arturo Arias, y el consejo editorial, en distintos momentos, estuvo in- tegrado por Arturo España, Antonio Félix, Alejandro Figueroa, Silvia
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