© Universidad del Pacífico Avenida Salaverry 2020 Lima 11, Perú RECUERDOS. UN TESTIMONIO PERSONAL SOBRE LA UNIVERSIDAD DEL PACÍFICO Raimundo Villagrasa, S.J. 1a. edición: julio 1997 Diseño de la carátula: Luis Valera I.S.B.N.: 9972-603-08-3 Imprimi potest Lima, marzo de 1997 Carlos Cardó Franco, S.J. Praep. Prov. Peruv. BUP - CENDI Villagrasa, Raimundo Recuerdos. Un testimonio personal sobre la Universidad del Pacífico. -- Lima : Universidad del Pacífico, 1997. /UNIVERSIDAD DEL PACÍFICO/TESTIMONIO 378 (85) (CDU) Miembro de la Asociación Peruana de Editoriales Universitarias y de Escuelas Superiores (APESU) y miembro de la Asociación de Editoriales Universitarias de América Latina y el Caribe (EULAC). Siguiendo las normas de nuestra institución, y aunque se trata de un libro escrito por un Rector Emérito de la misma, hacemos la habitual afirmación de que la Universidad del Pacífico no se solidariza necesariamente con el contenido de los trabajos que publica. Derechos reservados conforme a Ley. 1 Apuntes de Estudio ÍNDICE Prólogo, 7 Introducción, 9 I. El inicio, 11 II. El torbellino, 51 III. Regreso a la normalidad, 81 IV. Alumno, profesor, Rector, 127 V. Recomenzamos, 173 Prólogo Debo a una generosa invitación del Presidente del Comité Editorial de la Universidad del Pacífico el privilegio de asociar mi nombre al del Padre Raimundo Villagrasa Novoa. Lo hago, cier- tamente, en atención a la función que ahora me toca desempeñar. Quiero creer, también, que a esa razón se agrega la de haber com- partido muchos años de experiencias comunes guiados, ambos, por la misma idea de universidad. Pienso que esta idea -su formulación, su refinamiento, su consolidación- es la que preside la serie de acontecimientos insti- tucionales vistos desde la perspectiva ilustrada y sensible (no por parcial, menos valiosa) de una autoridad que siempre “estuvo ahí”, es decir, que participó, concibió y ejecutó gran parte de las deci- siones y de las políticas que han contribuido a que, a través de 35 años, el nombre de la Universidad del Pacífico sea sinónimo de alta calidad académica y de compromiso comunitario. A lo largo de la narración del Padre Villagrasa, se pueden detectar tres grandes líneas, que se cruzan y se entrelazan: la bio- grafía, la historia institucional, la historia general. El carácter de recuerdo, de rememoración, tiñe todo el relato y uno de los méritos que pueden reconocérsele es precisamente ese cruce entre biogra- fía, historia institucional e historia general. Quizás los mejores momentos de los Recuerdos del Padre Villagrasa estén en la mane- ra flexible, imaginativa y, a la vez, absolutamente respetuosa de las formas con que los distintos personajes de su historia (y, muy seña- ladamente, él mismo) respondieron a las crisis individuales, insti- tucionales y sociales. Aunque su modestia se sienta herida, pues en el texto no existe ningún asomo de autoelogio, debo destacar que el Padre Raimundo luce, en esas circunstancias, las cualidades que todos le reconocemos: ponderación, ecuanimidad, discreción. El Padre Villagrasa siempre fue árbitro, atributo que lo convirtió en la instancia máxima, en la autoridad moral a la que había que recurrir con frecuencia para la solución del conflicto y para el consejo oportuno. Le pido que me disculpe si (mediante “encarguitos”) sigo aprovechando sus cualidades para la institución. A lo largo de los Recuerdos del Padre Villagrasa pueden notarse los rasgos de la cultura institucional que han definido a una comunidad intelectual, generadora y difusora de conocimiento y, como tal, profundamente humana en sus luces y en sus sombras: el férreo compromiso con la excelencia académica, que distinguió a la Universidad del Pacífico desde su fundación, la independencia, fruto tanto de la disciplina económica como del imperativo moral, la búsqueda del consenso en la decisión colegiada (y cuando no era posible ésta, la solución democrática por el voto) y la preocupación por lograr una vida digna para todos los miembros del claustro universitario, entre otras. Como Rector de la Universidad del Pacífico, agradezco vi- vamente al Padre Villagrasa la publicación de estos Recuerdos, no sólo por lo gratificante de su lectura, sino porque son un testimonio de vida al servicio de la institución. Dr. José Javier Pérez Rodríguez Rector de la Universidad del Pacífico Introducción Sería muy interesante escribir la historia de la universidad ahora que todavía los recuerdos están frescos. Ésta es una de las varias sugerencias que he recibido en los últimos tiempos. Mi respuesta: no soy historiador, carezco de la preparación para ello además de la perspectiva histórica. No me siento capaz de manejar diversas fuentes y tendría el problema de depender demasiado de una sola: la propia experiencia. “Entonces, ¿qué está haciendo ahora? ¿qué significan estas páginas?” Algo más modesto: recuerdos... simplemente, recuerdos. Volcar en el papel experiencias vividas que sí podrán ser una de las fuentes de información para el futuro historiador profesional- mente preparado y con perspectiva histórica, quien podrá empren- der la tarea de relatar la historia de la universidad. Para ello contará con documentos necesarios pues, felizmente, el archivo central de la universidad ya ha ido recogiendo los que por diversos sectores le hemos facilitado, especialmente los referentes a la etapa fundacio- nal. Estas páginas son recuerdos en lo que tienen de íntimo y personal. Son vivencias que expresan una verdad vivida. Forzosa- mente presentan una visión unilateral. Quizás otros testigos viven- ciales o presenciales contarían los hechos de otra manera, proba- blemente mejor. Como muchos recuerdos, algunos se perderán en la bruma del tiempo y se resentirán de la imprecisión de los deta- lles. Quizá se olviden fechas, y las palabras que hoy se ponen en boca de protagonistas de algunos hechos no sean exactamente las mismas que fueron pronunciadas en su ocasión. Lo que sí garanti- za el autor es la veracidad de los hechos relatados, aunque el lector no siempre estará de acuerdo con la interpretación de los mismos ni con la carga emocional que, como mancha indeleble, impregna- rá todo el relato. Trataré de seguir un orden cronológico. Pero no lo garantizo. Con los recuerdos pasa como con las cerezas, que trata uno de sacar un par y éstas se enganchan con otras, y se termina sacando una docena. Habrá ocasiones en que un recuerdo llamará a otro, y recuerdos anteriores se relacionarán con otros posteriores. Por eso me temo que el orden cronológico se verá a veces interrumpido por un orden temático. Ya veremos. Lo importante es que el lector interesado tenga ante los ojos una versión veraz de la historia de la Universidad del Pacífico. I EL INICIO Mi primer encuentro con la universidad ocurrió en agosto de 1965. Es evidente que ya tenía noticia de ella con anterioridad, incluso desde su fundación. Pero no es lo mismo conocimiento que experiencia vital. Físicamente estaba en el mismo lugar de la Ave- nida Salaverry que actualmente ocupa. El área edificada era muy distinta de la actual. Se ingresaba por un portón que daba a una rampa circular hasta el pie de la escalinata de entrada de la “caso- na”. En el centro del círculo, jardín con altos árboles y un estan- que. A la derecha de la entrada, el antiguo jardín se había converti- do en playa de estacionamiento, al igual que el jardín a la izquier- da. Antiguamente, en el primer piso de la casona, habían estado los espacios destinados a servicios. A la izquierda de la escalinata de entrada se abría un espacio con suelo de cemento, que llevaba a lo que había sido un amplio garage convertido ya entonces en capilla. En ese primer piso, entre la capilla y la escalinata, se veía la puerta de una habitación convertida en oficina del asesor espiritual (en- tonces el inefable padre Pancho) y de allí arrancaba un tramo de escalera que conducía al segundo piso, abierto en un patio “sevi- llano”, como una terraza. Siguiendo en el primer piso, a la derecha de la escalinata y en lo que fueran habitaciones de servicio, se había habilitado la oficina de Servicios Académicos, a la que se entraba por una puerta de hierro y vidrio, con un pequeño hall que se comunicaba con una ventana de una gran luna con mostrador, donde se atendía a profesores y alumnos. A continuación, irrumpía una escalera empinada de madera que llevaba al segundo piso donde había dos oficinas. Y regresamos a una de ellas, la que esta- ba a la izquierda, porque es la que me asignaron para mis primeros meses de permanencia en la universidad. Continuando por la derecha de Servicios Académicos, se ini- ciaba la construcción de un edificio, del que entonces se acababa de completar el primer piso en el terreno que anteriormente había ocupado la cancha de tenis, lo que sería posteriormente el Pabellón B. Contaba entonces con un gran hall y cuatro aulas.