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Razones e intereses : la historia de la ciencia después de Kuhn PDF

271 Pages·1994·10.085 MB·Spanish
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Carlos Solís Razones e intereses La historia de la ciencia después de Kuhn Paidós Básica C arlos Solís Razones e intereses La historia de la ciencia después de Kuhn ediciones PAIDOS Barcelona Buenos Aires México Título original: A) “Son of the seven sexes: the social destruction oí a physical phenomen” (Social Studies of Science, IX, 1981, págs. 33-62). B) “Statistical theory and social interests: a case study” (Social Studies of Science, VIII, 1978, págs. 35-83). C) “Phrenological knowledge and the social structure of early nineteenth ccntury Edinburgh” (Annals of Science, 32, 1975, págs. 219-243). D) “Science, politics and spontaneous generation míj, the nineteenth century Trance: the Pasteur-Pouchelj|' debate” (liulletin of the llislory of Medicine, 48, n. 2, 1974, págs. 161-198). Publicados en inglés por Suge Publications, Londres (A y 15); Taylor and Francis, Ltd., Londres (C); The Johns Univcrsity Press, Baltimore (I)) Traducción de Amador López Hueros (A y H) y M." José Pascual l’ueyo (L y D) Cubierta de Mario Eskcna/.i 1.‘ edición, 1994 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la tfi'-1 fin” la n-s Ir I ' “Copyright”, tajo las sane-iones eslaldeeidas en las leyes, la reproducción total o pare.ial de esta olira por eualipiier medio o procedimiento, comprendido, la repruftrufía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. © para A y 15, 1981 by Sagc Publications, Londres © para C, 1975 by Taylor and Francis, Ltd., Londres © para D, 1974 by The Johns Univcrsity Press, Baltimore © de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona, y Editorial Paidós, SA1CF, Defensa, 599 - Buenos Aires. ISBN: 84-7509-983-1 Depósito legal: B-34.470/1994 Impreso en Hurope, S.L., Recaredo, 2 - 08005 Barcelona Impreso en España - Printed in Spain SUMARIO INTRODUCCIÓN................................................................................ n CAPÍTULO 1: La revolución kuhniana.......................................... 21 CAPÍTULO 2: Los intereses sociales en la ciencia...................... 41 1. Los grupos de investigación................................ 45 2. Los grupos profesionales y los intereses invertidos.............. 51 3. Intereses sociales en la frontera de la ciencia........................ 54 4. Intereses sociales externos a la ciencia................................... 61 CAPÍTULO 3: El giro sociologista................................................... 65 1. El enfoque naturalista del estudio de la ciencia.................... 68 2. Relativismo radical y mitigado.................................................. 75 3. Las razones y el alcance causal.................................................. 85 CAPÍTULO 4: Cuatro ejemplos........................................................ 95 1. Hijo de siete sexos: la destrucción social de un fenómeno físico, por H. M. Collins............................................................... 95 2. Teoría estadística e intereses sociales, por Donald MacKenzie................................................................. 126 3. El conocimiento frenológico y la estructura social del Edimburgo de principios del diecinueve, por Steven Shapin.......................................................................... 179 4. Ciencia, política y generación espontánea en la Francia del diecinueve: el debate entre Pasteur y Pouchet, por John Farley y Gerald L. Geison.......................................... 219 BIBLIOGRAFÍA................................................................................... 265 ÍNDICE ANALÍTICO 273 INTRODUCCION La historiografía de la ciencia es la narración de los hechos re­ lativos a la evolución de las actividades científicas. El modo de ha­ cer la historia depende de lo que se entienda por ciencia y de cómo se conciba esa actividad. En otras palabras, la historia de la cien­ cia está ligada a una filosofía de la ciencia, sea ésta académica o espontánea. He aquí un par de ejemplos extremos, muy distantes, de dicha dependencia. Otto Neugebauer fue uno de los historiadores más importantes de los saberes matemáticos antiguos. Consideraba que la ciencia consta de dos elementos: (a) los hechos bien observados y (b) sus manipulaciones matemáticas. Todo lo que no fuese eso sería exter­ no, circunstancial y prescindible. En uno de sus escritos programá­ ticos sobre la astronomía antigua afirmaba:1 «Llamaremos aquí Astronomía sólo a aquellas partes del interés humano en los fenó­ menos celestes susceptibles de tratamiento matemático. La cosmo­ logía, la mitología, etc., aplicadas a la Astronomía han de distin­ guirse como problemas claramente separados». Esta perspectiva produce una narrativa histórica que presta atención a observacio­ nes de ciclos, tablas astronómicas, catálogos estelares y cosas por el estilo, junto con la elaboración de modelos matemáticos de di­ chos datos. Otto Neugebauer, a quien debemos gran parte de cuan­ to se conoce acerca de las ciencias matemáticas antiguas, ofrece así un ejemplo extremo de historia interna en la que tienen poca cabida las circunstancias sociales o el contexto metafísico de las teorías científicas. El segundo ejemplo lo brinda Barry Barnes, uno de los teóricos fundacionales de la concepción sociologista de la ciencia propia de la Escuela de Edimburgo. Barry Barnes critica la concepción obje- 1. «The History of Aneient Astronomy: Problems and Methods», Journal of Near Eastern Studies, 4 (1945): 1-38; pág. 19; las cursivas son mías. Mantuvo esta postura durante toda su vida. 12 RAZONES E INTERESES tivista de la ciencia del tipo de la de Neugebauer, según la cual el conocimiento genuino es una representación justificada de la reali­ dad, al margen de los intereses individuales y sociales de los cien­ tíficos, independencia que se habría ganado mediante la aplicación de reglas universales de racionalidad. Frente a dicha concepción, Barnes señala que «el conocimiento está [...] producido | ...1 por gru­ pos que interactúan socialmente [...]. Su afirmación no es sólo cuestión de cómo se relaciona con la realidad, sino también de có­ mo se relaciona con los objetivos e intereses que expresa una socie­ dad en virtud de su desarrollo histórico. Se puede ofrecer un mode­ lo concreto adecuado f...l considerando que el conocimiento de una sociedad es análogo a sus técnicas o a sus formas convencionales de expresión artística, pues se entiende fácilmente que ambas se transmiten culturalmente, siendo susceptibles de modificación y desarrollo para amoldarse a exigencias particulares».2 3 No sin cier­ ta ambigüedad, la naturaleza y la razón (los hechos y las matemá­ ticas de Neugebauer) parecen haber retrocedido a las sombras del fondo del escenario del que arranca la pasarela en que se exhiben las modas sociales. Como si admitir o no la tectónica de placas o la relatividad fuese como decantarse por el rock o el tecno-pop; algo que no tiene mucho que ver con la verdad sino más bien con ser un niño bien o un indio urbano. Los filósofos han definido tradicional­ mente al conocimiento como creencia justificada, mientras que Barnes lo define como «creencia aceptada por costumbre»? Un caso aún más extremo es el de S. Woolgar, quien afirma que «los objetos del mundo natural se constituyen en virtud de la representación, en vez de ser algo preexistente a nuestros esfuer­ zos por "descubrirlos"[-.J. Las normas sociales proporcionan un re­ curso evaluativo para poder caracterizar el comportamiento más que para dirigirlo; la lógica y la razón son consecuencia (y a menu- 2. Barry Barnes, Interests and the Growth ofKnowledge, Londres: Routledge and Kegan Paul, 1977, pág. 2; las cursivas son mías. 3. B. Barnes, 1990 (véase la Bibliografía), pág. 61: El conocimiento «se sostie­ ne por consenso y autoridad, a la manera en que ocurre con la costumbre. Se desa­ rrolla y modifica colectivamente en gran medida a la manera en que se desarrolla y modifica la costumbre. Podríamos llamar a esto la concepción sociológica están­ dar del conocimiento». Los aceleradores, laboratorios, experimentos y teorías mate­ máticas no parecen ser factores de modificación y desarrollo de una clase muy dis­ tinta a la de las páginas de la colección de otoño de Elle. INTRODUCCIÓN 13 do la "racionalización") de la acción antes que su causa; las reglas son recursos para una evaluación post hoc de la práctica en vez de ser lo que la determina; los hechos son el resultado de las prácticas cognoscitivas más que sus antecedentes; etc.».4 Ni lógica, ni hechos, ni mundo; sólo invención social. La historiografía derivada de la perspectiva sociologista es mu­ cho más compleja y globalizadora que la anterior, aunque irreme­ diablemente también más relativista y menos dispuesta a recono­ cer la especificidad de la ciencia como generadora de conocimiento verdadero acerca del mundo. El punto de inflexión desde una filo­ sofía racionalista, con hincapié en la lógica de la argumentación científica, a otra filosofía sociologista que acentúa la función de los intereses sociales de los grupos de investigación en detrimento de las razones, gira en tomo a la obra de T.S. Kuhn, quien como todo revolucionario conserva ciertos resabios racionalistas junto con el anuncio de la perspectiva relativista sociológica. Llamo aquí concepción racionalista a aquella que estima que la ciencia es el mejor ejemplo de actividad racional, en la que las de­ cisiones se toman en virtud de reglas y argumentos válidos univer­ salmente. Aparte de los propios científicos, la mayoría de los filóso­ fos y metodólogos de la ciencia adoptan esta perspectiva y tratan de elaborar un modelo de lo que podríamos llamar la competencia racional en el terreno de la ciencia, por más que acepten desviacio­ nes en la actuación concreta de los científicos respecto de esas nor­ mas de racionalidad llamadas a maximizar la producción y acepta­ ción de las teorías más justificadas. Por otro lado, llamo concepción sociologista a la que se propone ser neutral respecto a la racionalidad e irracionalidad, respecto a la verdad y falsedad o, en general, respecto a cualesquiera valoraciones, a fin de concen­ trarse exclusivamente en el estudio de la ciencia como si fuese un proceso «natural» en el que las decisiones se toman no por razones, sino por causas sociales. 4. S. Woolgar, Ciencia: abriendo la caja negra, Barcelona: Anthropos, 1991, pág. 127. 14 RAZONES E INTERESES Hay dos tendencias dentro de los sociologistas según sean ateó­ ricos o proclives a producir explicaciones causales. Por un lado es­ tán los etnometodólogos5 6 cuyo programa empírico-relativista los lleva no sólo a ser epistemológicamente relativistas (no hay conoci­ miento objetivo), sino también ontológicamente relativistas; esto es, no hay un mundo natural independiente de las construcciones sociales (la cita anterior de S. Woolgar ilustra esta perspectiva). Su tarea es la de describir con pretendida neutralidad las activida­ des científicas, esforzándose incluso por disimular que están de so­ bra familiarizados con lo que fingen estudiar con la mirada del hombre blanco ante los salvajes.0 Aunque conciben el conocimiento científico como una forma de costumbre y convención indistingui­ ble de cualquier otra convención social, se muestran reacios a ge­ neralizar y a estudiar las causas de dichas construcciones sociales. Por el contrario, los partidarios del llamado Programa Fuerte para la sociología de la ciencia7, continúan presos de viejos prejuicios, pues creen que hay un mundo exterior que constriñe «de algún mo­ do» nuestras creencias.8 Peor aún, siguen creyendo en el principio científico de las explicaciones causales y así pretenden suministrar explicaciones de las decisiones tomadas por los científicos, y de es- 5. Véanse en la Bibliografía las obras de B. Laíour, S. Woolgar, M. Lynch, KJD. Knorr-Cetina y H. Collins, 1981. En español puede leerse una proclama de este pun­ to de vista en cap. IV de S. Woolgar (1988): Ciencia: abriendo la caja negra. Para las diferencias con el Programa Fuerte, ibíd., pág. 76; el problema es que dicho programa sigue preso de la noción científica de explicación, por lo que no es bastante radical. Se pueden encontrar reacciones a las posturas de Latour por parte de los sociólogos en S. Schaffer, «The Eighteenth Brumaire of Bruno Latour», Studies in History and Phi- losophy of Science, 22 (1991)l 174-192; S. Sturdy, «The Gemís of a New Enlighte- ment», Studies in History and Philosophy of Science, 22 (1991): 163-173; S. Shapin, «Following Scientists Around», Social Studies of Science, 18 (1988): 533-550; H.M. Collins y S. Yearley, «Epistemological Chicken», en A. Pickering (comp.), Science as a Practico and Culture, Chicago: Chicago University Press, 1992: 301-326. 6. Pueden negarse a mencionar las «pipetas», hablando en su lugar de «recep­ táculos de cristal abiertos por sus dos extremos» (S. Woolgar, 1988, trad. pág. 130), a fin de marcar las distancias entre los nativos (los científicos) y los etnólogos (los sociólogos de la ciencia). Otras veces señalan que en ocasiones en el laboratorio los nativos practican inscripciones, en lugar de decir que escriben a máquina (B. La­ tour y S. Woolgar, 1979). 7. Especialmente B. Bames, D. Bloor, S. Shapin y demás asociados a la Es­ cuela de Edimburgo. 8. B. Bames, Scientific Knouiledge and Sociological Theory, citado en la Biblio­ grafía, pág. 7. INTRODUCCION 15 l,o modo dan cuenta de por qué se producen cambios en las conven­ ciones y costumbres. Aunque relativistas, aceptan que la ciencia posee algún sentido, puesto que dan explicaciones. Ahora bien, (rente a los racionalistas, dan cuenta de las decisiones científicas en términos de intereses y no de razones, de manera que los conoci­ mientos producidos acerca de la naturaleza no son algo objetivo o verdadero, sino algo socialmente construido en función de tales in­ tereses. Desde el punto de vista de la historia de la ciencia, esta última perspectiva es más interesante, puesto que ofrece una na­ rrativa que pretende hacer comprensibles las decisiones y cambios científicos. Volveremos sobre ella con más detalle en el capítulo tercero. Antes de entrar en el debate entre la exposición de la histo­ ria mediante razones lógicas y la que ofrece explicaciones causales mediante intereses sociales, es conveniente recordar que los tres ti­ pos de disciplinas que se ocupan de la ciencia, me refiero a la Filo­ sofía de la ciencia, la Historia de la ciencia y la Sociología de la ciencia, se han desarrollado en nuestro siglo sucesivamente con ciertas relaciones de dependencia. La Historia y la Filosofía de la ciencia son muy antiguas (basta pensar en el libro A de la Metafí­ sica de Aristóteles y en sus Segundos Analíticos), y no lo es menos la Sociología del conocimiento, pues fue otro griego quien afirmó que si los bueyes tuviesen manos, pintarían a sus dioses con cuer­ nos.9 A pesar de tan nobles antecedentes, la dedicación profesional a dichas disciplinas es mucho más reciente, pues se desarrolló tras las grandes revoluciones científicas que sacudieron la Física en el primer tercio de este siglo. En el segundo tercio apareció la actual Filosofía de la ciencia de mano del Positivismo Lógico. De modo puramente denotativo, señalaremos que el libro Logische Aufbau der Welt de R. Camap se publicó en 1928 y su Testability and Meaning, en 1936-37. Poco antes, en 1934, habían aparecido en Viena su Logische Sintax der Sprache y la Logik der Forschung de 9. En el siglo VI antes de nuestra Era, decía Jenófanes (Fr. 15, Clemente, Stromateis, V, 109, 3): «Si los bueyes y caballos o leones tuviesen manos o pudie­ sen dibujar con sus manos y hacer lo que hacen los hombres, los caballos dibuja­ rían la forma de sus dioses como caballos y los bueyes como bueyes, y formarían sus cuerpos como los que ellos poseen». En el Fr. 16 (Ibíd., VII, 22,1) señalaba que «los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros, los tracios que los suyos son pelirrojos y de ojos claros». Tampoco son despreciables los Fr. 11 y 14. 16 RAZONES E INTERESES K.R. Popper, mientras que los trabajos de C.G. Hempel florecieron algo después, en los años cincuenta. En esta época aún se conocía bastante mal el desarrollo histórico de la ciencia, por lo que no es de extrañar que los análisis filosóficos dependiesen demasiado de las intuiciones de sentido común típicas de los científicos y perso­ nas cultas de principios de siglo. La profesionalización de la historia de la ciencia es algo poste­ rior. Los estudios pioneros sobre Galileo de A. Koyré son de los años treinta, pero el comienzo sistemático de las investigaciones históricas es de mediados de siglo, sobre todo en EE UU.10 Por ejemplo, M. Clagett editó en 1959 los Critical Problems in the His- tory of Science, donde recoge el estado del arte de la nueva profe­ sión. En efecto, tras los estudios clásicos hechos por científicos in­ quietos, como E. Mach, F. Cajori o P. Duhem, la primera gran oleada de clásicos profesionales que ocupan puestos como historia­ dores de la ciencia es de los años cincuenta y entre ellos se cuentan E. Wittaker, C.C. Gillispie, T. S. Kuhn, O. Neugebauer, I.B. Co­ hén, M. Clagett, R. Dugas, Ch. Singer, M. Boas, A.R. Hall, E. Moody, I.E. Drabkin, A.C. Crombie, E.J. Dijksterhuis, H. Guerlac, etc.: de pronto hay demasiados nombres para aspirar a dar una lista completa. La explosión de conocimientos históricos que acom­ pañó a este florecimiento profesional produjo un cambio en la vi­ sión del desarrollo del conocimiento científico y del modo de proce­ 10. Antes de nuestro siglo, la historia de la ciencia era practicada casi siem­ pre de manera amateur por científicos y filósofos. París fue el lugar pionero de esta disciplina, pues el Collége de France mantuvo una cátedra dedicada a la Historia de la ciencia desde fines del siglo pasado. Antes de la Guerra Mundial, un institu­ to de la Sorbona emitía diplomas, se editaban revistas especializadas, Archeion y Thalés, se editó un manual de A. Mieli (traducido del italiano) y de P. Brunet en 1935, se celebraron Congresos Internacionales, existió una Académie Internatio­ nale d’Histoire des Sciences, y hubo historiadores como M. Berthelot, P. Tannery, H. Metzger y A. Koyré. Aunque en 1940 el único profesor de historia de la ciencia de EE.UU era I.B. Cohén, el gran despliegue de la profesión se produjo en ese país tras la Segunda Guerra Mundial, cuando empezó a pasar allí muchas temporadas el propio Koyré y a donde se había trasladado G. Sarton tras la Guerra Europea. Sobre la historia de la Historia de la Ciencia puede leerse el artículo de T.S. Kuhn en el Volumen 14 de la Enciclopedia internacional de las ciencias sociales. Para mitigar el sesgo norteamericano de este tipo de contribuciones, véase J.M. López Piñero, «Las etapas iniciales de la historiografía de la ciencia: Invitación a recupe­ rar su internacionalidad y su integración», Arbor, 558-90 (1992): 21-67.

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