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Por las mujeres y los niños que trabajan PDF

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Existe una uniformidad absoluta de opiniones respecto de la necesidad de legislar sobre este pun- to, que en nuestro país ha determinado largas di- sertaciones líricas, sin arribar á nada concreto, y que en otras naciones ha sido causa de una serie de disposiciones prácticas, serenamente estudiadas y estrictamente aplicadas. El trabajo de las mujeres y de los niños es sim- plemente una consecuencia del industrialismo mo- derno. Después del ensanchamiento del antiguo taller del maestro corporativo, observamos por el desarrollo de las fuerzas productivas cómo la di- visión manufacturera del trabajo permite la cons- trucción de las máquinas, que determinan una transformación fundamental en la industria. La máquina, el siervo que jamás se rebela, qué desarrolla fuerzas colosales, que parece que de- biera haber venido para reemplazar al siervo que se rebela, mitigando sus dolores, ha sido, como 6 ALFREDO L. PALACIOS propiedad del capital, causa indiscutible de un mayor malestar entre loa asalariados. Antes, en el taller no trabajaban sino los hom- bres, debido al esfuerzo que era necesario desarro- llar. Pero viene la máquina: el esfuerzo muscular no es ya indispensable; el campo de la producción se ensancha y es requerido imperiosamente el tra- bajo de las mujeres y dé los niños, que trae como consecuencia natural el desorden en el hogar y el aflojamiento de los vínculos de familia, sin produ- cir ventajas, desde el momento que el salario des- ciende por la competencia que se produce, y porque por otra parte, como lo hace notar un autor fran- cés, el suplemento de los ingresos está contraba- lanceando y aun excedido por los gastos de alimen- tación fuera del hogar y por los que ocasionan, al ser confiscada por el capital la madre y la esposa, la supresión de los trabajos domésticos. Es indudable, señor Presidente, que dado el sis- tema económico que rige, no sería posible evitar el trabajo de las mujeres y de los niños. El es una consecuencia de la introducción de la maquinaria, y la voluntad de los hombres no será nunca sufi- cientemente eficaz para impedir las consecuencias de los hechos. Y quizá así convenga al gran movi- miento de la emancipación proletaria, pues de esta manera la mujer que se incorpora á la labor indus- trial, por solidaridad de trabajo, presta su concur- so inapreciable á la causa de los obreros. Pero si no es posible, y acaso ni conveniente, evitar el trabajo de las mujeres y de los niños, no hay duda de que es indispensable reclamar enér- gicamente para ellos una constante y eficaz pro- tección por parte del Estado. Las mujeres que trabajan en nuestras fábricas son en su casi totalidad niñas que recién han llega- POR LAS MÜJBRBS Y LOS NIÑOS QUB TRABAJAN 7 ido á SU pubertad, y ea esa época extremadamente delicada de la vida, en que aparecen nuevas fun- <iiones, en que cualquier trastorno puede detener el desarrollo, las jornadas normalmente admitidas por nuestra industria resultan exageradas y son en más de una ocasión causa de verdaderos des- equilibrios en la economía. Es así como se explican, señor Presidente, las afirmaciones de un distinguido médico argentino, que dice que por los consultorios externos de los hospitales desfilan jóvenes obreras, anémicas en su mayor parte, presentando desarreglos en la principal función fisiológica, la menstruación; que otras acuden en estado de intenso surmenage, que hace estallar todas las predisposiciones mórbidas y que pone de manifiesto todas las malas herencias, y que asi pasan en legión las artríticas, las tuber- culosas y las histéricas, para quienea la primera indicación médica que se hace es siempre la misma: la suspensión del trabajo. He entrado en las fábricas en momentos en que las jóvenes se dedicaban á la labor, y he podido observar todo el peligro que encierra, no ya para los niños solamente, si que también para el país, el trabajo de las mujeres. Niñas débiles en su ma- yor parte, sin brillo en la mirada, reflejando sólo un abatimiento muy intenso, levantan en las fábri- cas de alpargatas y en las de clavos pesos que por cierto no están en relación con su fuerza muscular, y manejan, en las fábricas de tejidos, donde su nú- mero es incalculable, máquinas movidas á pedal, que deforman sus cuerpecitos, quitándoles gracia, salud y hermosura. Se trata, señor Presidente, de un grave proble- ma, que afecta los intereses permanentes de la .nación. La obrerita que recién en la pubertad, que 8 ALFREDO L. PALACIOS deforma su organismo, que altera las más seriai* funciones de su vida, no podrá encontrarse en bue- nas condiciones para ejercer la más noble, la más^ elevada función de la mujer: la maternidad. Emba- razada irá al taller; seguirá trabajando hasta el momento crítico, y después de haber lanzado al mundo un ser, volverá á la eterna labor agobiante. Y en tanto, de una madre cuyo organismo está deformado no es posible esperar sino seres de inferioridad física, raquíticos tal vez, contingente desgraciado para los asilos y para los hospitales. Y bien sabemos que la grandeza de un país depen- de en gran parte de la fortaleza de sus hijos. Y esos niños que ya vienen desde el seno de la madre con la marca de la injusticia, van á ser también requeridos por la máquina que cruje en el taller y pide á gritos carne de pueblo, débil y miserable. ¡Ellos, los obreritos, tan pequeños, tan débiles, salen de su tugurio á la madrugada, ateri- dos de frío, trabajan jornadas iguales á las de los^ hombres, se saturan de cansancio, y así, más de una vez, han de maldecir la vida! Pasarán por las hermosas viviendas de los ricos, se imaginarán las camitas bien mullidas, las mantas de seda, los mil juguetes que destrozan los encantadores pequeñue- los privilegiados, y todo eso al lado de las viviendas miserables de sus padres, donde hace frío, donde no hay juguetes y de donde es menester marchar para el trabajo... ¡Así surgen los pequeños rebeldes: la injusticia,., señor, es la madre legítima de todas las rebelio- nes!... Examinados los cuadros demográficos de Buenos Aires, he podido constatar una cifra elevadísima de mortalidad infantil, y esta circunstancia debe inducirnos especialmente á dictar una legislación^

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