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Pideme lo que quieras o dejame PDF

500 Pages·2012·1.43 MB·English
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Índice Portada Dedicatoria Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Epílogo Sobre la autora Créditos 3/500 Con cariño para mis locas y maravillosas GUERRERAS MAXWELL. Como vosotras decís: ¡No hay dos sin tres! Espero que Eric y Jud os vuelvan a enamorar. Mil besotes MEGAN 1 Riviera Maya - Hotel Mezzanine Playa de arenas blancas... Aguas cristalinas... Sol cautivador... Cócteles deliciosos... ... y Eric Zimmerman. ¡Insaciable! Ésa es la palabra que define perfectamente el apetito que siento por él. Por mi alucinante, guapo, sexy y morboso marido. Todavía no me lo creo. ¡Estoy casada con Eric! ¡Con Iceman! Estamos en Tulum, México, disfrutando de nuestra luna de miel, y no quiero que acabe nunca. Acomodada en una maravillosa hamaca, tomo el sol en toples. Me encanta sentir los rayos del sol en mi cuerpo, mien- tras mi Iceman habla a escasos metros de mí por teléfono. Por su cejo fruncido sé que está concentrado en temas de la empresa y yo sonrío. Eric está moreno y guapísimo con su bañador celeste. Mien- tras, yo lo miro... lo observo... y cuanto más lo hago, más me gusta y me excita. ¿Será el efecto Zimmerman? Con curiosidad, veo que unas mujeres que están sentadas en el bonito bar del hotel lo miran también. No es para menos. Reconozco que mi chicarrón es un lujo para la vista y, divertida, sonrío, aunque estoy a punto de gritar: «Ehhh, lobeznas, ¡es todo mío!». Pero sé que no hace falta que lo haga. Eric es todo, absoluta- mente mío, sin necesidad de que yo lo grite a los cuatro vientos. Tras la bonita boda en Múnich, tres días después, mi flamante marido me sorprendió con un estupendo y romántico viaje de luna de miel. Y aquí estoy, en la exótica playa de Tulum del Caribe mexicano, disfrutando de unas buenas vistas y deseosa de regresar a la intimidad de nuestra habitación. Tengo sed. Me levanto de la hamaca, me quito los cascos del iPod, me pongo la parte de arriba de mi biquini amarillo y me dirijo hacia el bar de la playa. ¡Qué tiempo tan estupendo! De pronto, sonrío al oír la voz de Alejandro Sanz y canturreo mientras camino. Ya lo ves, que no hay dos sin tres, que la vida va y viene y que no se detiene... y qué sé yo... Ya te digo que no hay dos sin tres. Que me lo digan a mí. La suave brisa mueve mi pelo y yo sigo canturreando hasta llegar al bar. Para qué me curaste cuando estaba herido si hoy me dejas de nuevo el corazón partío. ¿Quién me va entregar sus emociones? 6/500 ¿Quién me va a pedir que nunca la abandone? ¿Quién me tapará esta noche si hace frío? ¿Quién me va a curar el corazón partío? Le pido una Coca-Cola gigante con extra de hielo al camarero y, cuando bebo el primer trago, unas manos me rodean la cintura y alguien dice en mi oído: —Ya estoy aquí, pequeña. Su voz... Su cercanía... Su manera de llamarme «pequeña»... Mmmmm... me vuelve loca y, con una amplia sonrisa, observo cómo las mujeres de la barra se sonrojan ante la cer- canía de Eric. ¡No es para menos! Y yo, más feliz que una perdiz, apoyo la nuca en su espalda y él me besa la frente. —¿Quieres Coca-Cola? Asiente, se acomoda en el taburete que hay a mi lado, coge el vaso que le ofrezco y, tras beber un largo trago, murmura: —Gracias. Estaba sediento. —Y con una guasona sonrisa, tras pasear su azulada mirada por mis pechos, pregunta—: ¿Por qué te has puesto la parte de arriba del biquini? Me privas de unas maravillosas vistas. —Es que me incomoda estar con las tetillas al aire aquí en el bar. Eric sonríe. Me traspasa su calor y la música de pronto cam- bia y suena una romántica ranchera. ¡Vivan las rancheras! Qué pasada de canciones. ¡Cuánto sentimiento! Nunca ima- giné que me llegaran a gustar tanto. Eric, que en la intimidad es la persona más romántica que he conocido en toda mi vida, al 7/500 oír la canción me mira peligrosamente, se acerca a mí, me agarra por la cintura con aire posesivo y pregunta: —¿Bailas, morenita? Ay, que me da... ¡Yo es que me lo como! Me encanta cuando se deja llevar por la naturalidad y sólo piensa en él y en mí. Suena la canción que Dexter nos dedicó en nuestra boda y cada vez que la escuchamos la bailamos muy acaramelados. Loca... Enamorada hasta las trancas... Y más contenta que unas pascuas... Me bajo del taburete y allí, en medio del bar de la playa, sin importarnos los turistas que nos observan, acarameladitos, bail- amos ante la cara de envidia de varias mujeres, mientras la voz de Luis Miguel canta. Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida. Si nos dejan, nos vamos a vivir a un mundo nuevo. Yo creo podemos ver el nuevo amanecer de un nuevo día. Yo pienso que tú y yo podemos ser felices todavía. Oh, Dios... oh, Dios, ¡qué momentazo! Eso quiero yo, que nos dejen a Eric y a mí ser felices o, mejor dicho, que nos dejemos nosotros mismos. Porque si algo tenemos claro es que somos el fuego y el agua y, aunque nos queremos con locura, somos dos bombas siempre cargadas y a punto de estallar. 8/500 Desde la boda no hemos vuelto a discutir. Paz y amor. Estamos los dos en tal nube que sólo nos besamos, nos decimos cosas bonitas y nos dedicamos el uno al otro. ¡Viva la luna de miel! La canción suena y nosotros, enamorados, la seguimos bail- ando. Eric me hace feliz. Disfrutamos de ese momento. Bail- amos, nos olvidamos del mundo y nos miramos a los ojos con auténtica adoración. Su mirada azul me traspasa, me dice cuánto me quiere y desea y cuando la canción acaba, mi marido, mi amante, mi loco amor me besa y, sentándome en el taburete, susurra a escasos centímetros de mi boca. —Como dice la canción, te voy a querer toda la vida. Madre... madre... ¡Si es que es para comérselo a bocados de lo lindo que es! Cinco minutos después, cuando por fin dejamos de hacernos arrumacos dulces y sabrosones, ante las miradas indiscretas de unas mujeres que nos observan, le pregunto: —¿Hablabas con Dexter por teléfono? —No, con el socio de Dexter. Quiere que nos reunamos mañana en sus oficinas para tratar unos asuntos. —¿Dónde están sus oficinas? —A unos treinta minutos de aquí. En Playa del Carmen. Por lo tanto, mañana por la mañana vamos a... —¿Vamos? —lo corto—. No... no... dirás que vas. Yo prefiero esperarte aquí. Eric levanta las cejas. No lo convence lo que he dicho. Yo sonrío y él pregunta. —¿Sola? 9/500 Su gesto me hace gracia y, dispuesta a conseguir mi propósito, respondo: —Eric..., sola no estoy. El hotel está lleno de gente y la playa también. ¿No lo ves? Frunce el cejo. ¡Regresa Iceman! Y afirma: —Estarás sola, Jud, y eso no me hace gracia. Divertida, suelto una carcajada. —Vamos a ver, cariño... —No, Jud..., vendrás conmigo. He visto demasiados depre- dadores en busca de una bonita mujer y no voy a consentir que sea la mía —insiste con seriedad. Eso me hace reír a carcajadas. A él, lógicamente, no. Me excita su parte celosa y, levantándome del taburete, me acerco más a él, me abrazo a su cuello y murmuro: —Ningún depredador llama mi atención excepto tú. ¡Mi gran depredador! Por lo tanto, tranquilo, que sé cuidarme sola. Además, conociéndote, madrugarás mucho, ¿verdad? —Mi chi- carrón asiente, me agarra por la cintura y yo añado en plan princesita mimosa—: No quiero madrugar, quiero dormir y, cuando me levante, tomar el sol hasta que tú regreses. ¿Dónde está el problema? —Jud... Lo beso. Adoro besarlo y, cuando termino, con una can- dorosa sonrisa, añado: —Vayamos a la habitación. —Estamos hablando de... —Es que cuando te veo tan serio y terrenal —lo corto—, me pones como una moto y te deseo. Eric sonríe. ¡Biennnnn! 10/500 Me agarra la nuca y me besa... me besa con auténtica adora- ción, dejando patidifusas a las mujeres del bar. Toma ya, ¡eso por mironas! Después, sin importarle quién nos mire, me coge en brazos y, sin más, se encamina hacia donde yo he sugerido. Cuando llegamos a la puerta de la habitación, mi depredador particular ya está a cien. Entre risas, abro con la tarjetita y, una vez dentro, él la cierra con el pie. No me suelta. Me lleva hasta la cama, me deja encima y murmura: —Voy a llenar el jacuzzi. Lo observo. Camina hasta la bañera redonda que hay a escasos metros de la cama y, tras abrir los grifos, me mira y, excitado, susurra: —Desnúdate o ese biquini acabará hecho pedazos. ¡Guauuuuuu! Ni que decir tiene que rápidamente me lo quito con una sen- sual sonrisa. El biquini es precioso, me lo compré ayer en una carísima tienda de Tulum y es una pasada. No quiero que ter- mine como la mayoría de mi ropa interior. Eric, al ver mi premura, sonríe. Se muerde el labio mientras me observa y, una vez me tiene desnuda, con el dedo índice me indica que me acerque a él. Lo hago. Y cuando mis pechos chocan con su terso abdomen, murmura con voz ronca: —Demuéstrame cuánto me deseas. Oh, sí..., ¡claro que sí! Deseosa y caliente, suelto el cordón del bañador celeste que lleva puesto. Meto las manos por el interior de la goma y me agacho hasta quedar de rodillas ante él. Una vez le quito el bañador por los pies, levanto la vista y observo su pene. ¡Fascinante! 11/500 La boca se me hace agua al ver que ya está preparado para mí. Desde mi posición, observo el gesto de Eric, que dice: —Soy todo tuyo, pequeña. Sin más, agarro con mi mano su duro pene y lo paso por mi cara y mi cuello, mientras lo miro y observo su expresión de deseo. Dispuesta a disfrutar de ese manjar, saco la lengua y, sin demora, la paseo por su miembro de arriba abajo, tentadora. Eric sonríe y yo, caliente, lo mordisqueo con los labios sin quitarle los ojos de encima, hasta que suelta un gruñido satis- factorio y posa la mano en mi cabeza. Mi respiración se agita, ¡le deseo! Y, ansiosa de más, introduzco su erección en mi boca mientras siento que sus manos se enredan en mi pelo y lo oigo gemir. ¡Oh, sí! Adoro su pene, terso... caliente y suave y nuestro juego con- tinúa unos minutos hasta que siento que no puede más. Me agarra del pelo, tira de él para que lo mire y exige con voz car- gada de tensión: —Túmbate en la cama. Me levanto del suelo y hago lo que me pide. Me tiemblan las rodillas, pero consigo llegar hasta mi objetivo. Una vez allí, Eric, mi poderoso dios del amor, se acerca y, con la respiración entre- cortada, ordena: —Ábrete de piernas. Jadeo, mi respiración se agita. Sé lo que va a hacer y me vuelvo loca. Eric se sube a la cama y me besa. Como un león sobre mí, a cuatro patas, acerca tentador una y otra vez su boca a la mía y yo siento una ansia viva por devorarlo. 12/500 Besos... mordisquitos... y morbo. Eso me produce mi marido y, cuando sabe que estoy totalmente dispuesta a hacer cualquier cosa por él, repta por mi cuerpo hasta quedar entre mis piernas y me hace gritar. Su boca, ¡oh, su boca ya está moviéndose y exigiendo en mi centro del deseo! Sus dedos abren mis labios y, sin pausa, entran en mí una y otra vez, mientras yo jadeo. —No pares... Oh, Dios... no me hace caso. Estoy a punto de matarlo. De pronto, su lengua, su húmeda y maravillosa lengua, entra en mi interior y me hace el amor. ¡Oh, sí, qué bien lo hace! Jadeo... agarro con mis manos la bonita sábana color hueso y me agito, mientras gimo una y otra vez y disfruto de lo que mi amor, mi marido, mi amante me hace. Cuando creo que ya no puedo más, Eric saca la cabeza de entre mis piernas, me mira, se inclina sobre mí y me penetra. Su embestida es seca y fuerte y yo me arqueo para recibirlo, muerta de placer. Sin darme tregua, sus manos agarran mis caderas al tiempo que se introduce en mí una y otra vez una... dos... tres... veinte... y yo me acoplo para recibirlo. Mis piernas tiemblan. Mi cuerpo vibra enloquecido ante sus acometidas y cuando el calor, la locura y la pasión suben hasta mi cabeza, oigo un gemido largo, varonil y satisfactorio. Instantes después, otro gemido sale de mi boca y, sudando por el esfuerzo realizado, mi chico cae sobre mí. Treinta segundos más tarde, acalorada por tener a mi gigante sobre mi cuerpo, murmuro: 13/500 —Eric... no puedo respirar. Rápidamente, rueda hacia mi lado derecho sobre la cama. En su viaje me lleva con él, quedando yo encima, y, con una son- risa maravillosa, dice: —Te quiero, pequeña. —Y, como siempre, pregunta—: ¿Todo bien? ¡Ay, que me lo como! Y encantada de la vida y del amor, sonrío. —Todo perfecto, Iceman. Entre risas y juegos pasamos la tarde, solos en nuestro par- ticular nidito de amor. Eric me demuestra su cariño, yo le demuestro el mío y la felicidad entre los dos es mágica y mara- villosa, mientras tienen lugar nuestros calientes encuentros. Por la noche, al final de una maravillosa cena en el restaur- ante del hotel, a Eric le suena el móvil. Tras contestar, lo deja sobre la mesa y explica: —Era Roberto. He quedado con él en su despacho a las ocho de la mañana. Divertida, lo miro. —Pues ya sabes, ¡mañana madrugas! Al entender lo que acabo de decir, va a hablar cuando lo interrumpo. —Ah, no... he dicho que yo no voy. Quiero tomar el sol. —Jud... —Déjate de celos tontos, cariño. Quiero dormir y después tomar el sol. —Y acercándome a mi ceñudo maridito en plan zalamero, murmuro—: Y, cuando llegues, regresaremos a nuestra habitación y volveremos a divertirnos tú y yo. ¿Qué te parece el plan? 14/500 Eric sonríe. Sabe que no me va a convencer y finalmente dice: —De acuerdo, cabezota. Regresaré con una botella con pegatinas rosa, ¿te parece? 15/500

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