DEDICATORIA Vara aquellos mis queridos \j respetados amigos que se llaman: D. Rajael del Pan, D. Fernando Guerrero, D. Cecilio Apóstol y D. Teodoro Kalaw. JESÚS BALMORI. '[lu hombre se embriaga, como lo IMI hecho yo, por dolor, por no te importa qué miserias humanas, débil, colwirde á resistir el golpe d pié firme; y un liout* bre vá á comprar una hora de amor cuando no tiene en el mundo quien b* quiera, cuando está solo y le dá pav«>r su soledad, cuando con hambre y sed dr besos, no le importa si la boca que ha de dárselos es santa 6 demonia. Esto no lo comprenden los hartos, los ymc<* que van campanuda y pompo«amente gritando IMORALI... IPuah, morall Yo sé de muchos de estos señorones cosí* enormes, cosas que publicadas darían asco 1 hasta á hm perros. ' J e s ús B a l m o rb (BANTARÍÍOTA I>K ALMAS). PRIMERA PARTE LOS LOCOS SUEÑOS "P&iSíiit, laissant tonjours ile ses niains mal fern.ées Neijrer <lcs blanca bouquets dVtoiles paríumées." & MALLARMÉ. I —Mira,-Angela, mira ésta, ¡qué grande! ;qué fuerte!.. Y la ola, apagando el grito de Ventura con su retiemblo de agua, fué á estre llarse en la playa, hirviendo, restalladora. Temblaron las espumas sobre los pies desnudos de ella, que se alzó trémula el borde de la saya; cosquilleábale el agua la carne en voluptuosidad nunca sentida, y miraba, tierna, con los ojos húmedos, al novio allí á su lado, juguetón y de cidor, celoso de la espuma acariciadora. La mañana era gris, nebulosa; el sol dijérase de cobre, frío y opaco; parecía que el baguio, ya lejos, quisiera tornar i'ntre las rachas del ventarrón que agi gantaba olas; la playa se cubría de des tajos, acaso arrebatados á pobres cascos náufragos; y era de ver tanta leña y ta, ita penca de sasá, sobre la arena, entre i'etazos de vieja ñipa, conchas rota- y •dgún negro cangrejo muerto. °'as, olas, y olas; todas grandes, \<»\*> 10 BANCAKKOTA DE ALMAS alborotadoras, seguidamente, cayendo so bre la playa como inmensas y largas car cajadas. —Min, ésta es terrible, parece que va á tragarse la Ermita, Angela. Se asustó; la ola, rebrincando, azotó sus pies brutalmente; y \uvo Ventura que abrazarla para que no cayera, la muy débil. —Vamos ya,—dijo entre si reir ó llorar, nerviosísima, deshaciéndose del protector y dulce abrazo—tengo frío, frío... Y tem blaba al decirlo, temblaba la virginal carne, como amasada de sampagas y hecha de aquellas espumas que ponían ajorcas en sus pies. —¡ Vamos! Iba ella delante, cuidando de no las timarse en los guijarros de la arena, vol viendo de vez en vez la cara para mirar á Ventura; él no miraba de ella sino la nuca mórbida y preciosa sobro la que ondulaba un negro rizo soltado del moño; y andaba soñando en besarla, en morderla toda, desde los taloncitos de las plantas hasta los carnosos lóbulos de las orejas en los que dos enormes brillantes palpitaban. —¡Te vas á morir, hija de Dios!-—clamó ardiendo en santa ira D.a Roseada:— al demonio se le ocurren tus caprichos; sube, sube pronto. —Pero si no es nada, mamá; frío, frío sólo.
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