&JÊbi ¿j ■ 1 wA K! 1 lì § m m Roma, para las inteligencias preocupadas de Oc cidente, nunca ha podido ser un capítulo cerrado de la historia del mundo ni una empresa política ya terminada en el tiempo. Por el contrario, cada intento de investigación del pasado romano es en realidad una búsqueda de las claves profundas del bien común para el mundo de hoy. Pareciera existir generalizado consenso en los hombres de la antigua Cristiandad en que Roma significó algo grande y noble en la historia de la humanidad y que su desaparición de los mapas esconde una magnífica vigencia plena de enseñan zas. Nadie, por ello, se resigna a la presunta muer te de Roma. Quizá sea porque en cada lectura del pasado se descubre que en los fundamentos de toda empresa política de restauración de la cosa pública los hombres y las costumbres de Roma vi ven secretamente. % Rubén Calderón Bouchet, cuya pluma no nece sita presentación, nos guía al través de la trama de N los siglos. Y al terminar su obra, advertimos que H sabemos más de Roma, pero también que compren demos mejor la realidad que nos rodea. Una lec V tura, entonces, plenamente justificada. O K \ \ a? T7 P r ■ Obras del autor: Nacionalismo tj revolución. Formación de la ciudad cristiana. Apogeo de la ciudad cristiana. Decadencia de la ciudad cristiana. La ruptura del sistema religioso en el siglo XVI. Las oligarquías financieras contra la monarquía absoluta. Esperanza, historia y utopía. La contrarrevolución en Francia. Tradición, revolución y restauración em el pensa miento político de don Juan Vázquez de Mella.. RUBEN CALDERON BOUCHET Pax Romana Ensayo para una interpretación del poder político en Roma LIBRERIA HUEMUL BUENOS AIRES 1984 Edición al cuidado de César A. Gigena Lamas, revisada por el autor. Impreso en la Argentina Printed in Argentine Hecho el depòsito que marca la lev 11.723 © Editorial Nuevo Orden / Buenos Aires / Argentina INDICE I. Los orígenes. Leyenda e historia, 7. Las circunstancias exteriores, 14. Las fuerzas interiores, 23. El orden familiar, 31. La guerra, 37. El idioma, 40. El derecho, 43. La organización primitiva, 44. II. La República Romana, 47. Los hechos po líticos, 47. Instituciones políticas, 59. Tri bunado, 65. Otras magistraturas, 66. Los cambios en las instituciones, 69. La organi zación del dominio hasta las Guerras Púni cas, 73. III. Las instituciones de la República, 75. La República como régimen, 75. Consulado, 76. Cuestura, 77. Dictadura, 78. Asamblea cen- turista, 78. Tribunado, 80. Consilium ple- bis, 81. Las doce tablas, 82. Tribunado mi litar, 83. Senado, S3. La constitución re publicana, 85. Evolución de la constitución romana, 87. Desarrollo espiritual, 81. IV. Las guerras púnicas, 95. Cartago, 85. Pri mera Guerra Púnica, 102. Segunda Guerra Púnica: Aníbal, 106. Los Escipiones, 111. Estado espiritual de Roma durante las Gue rras Púnicas, 114. La tercera Guerra Púni ca, 118. V. El ocaso de la República Romana, 121. Las provincias, 121. Los Gracos y la solu ción agraria, 127. Mario y el movimiento democrático, 133. La dictadura de Sila, 136. Interludio senatorial, principado de Pompevo, 141. Cicerón, 147. Catilina, 149. VI. Pax Romana, 153. César, 153. El princi pado de Augusto, 161. La oposición bajo los Césares, 169. La restauración religiosa, 171. VII. Sociedad y cultura, 175. La vida familiar, 175. La influencia de la Hélade, 181. La paradoja de la comedia en el teatro romano, 186. La filosofía en Roma, 192. Las creen cias religiosas al final de la República, 197. VIII. La consolación por la filosofía, 203. Sé neca y Nerón, 203. El estoicismo de Epic- teto, 209. La filosofía en los emperadores, 213. I LOS ORIGENES LEYENDA E HISTORIA Para un espíritu como el romano, hondamente preocupado por las manifestaciones de la divini dad, la fortuna de Roma, victoriosa heredera del Imperio Etrusco, estaba ligada a un destino extra ordinario, así querido por los dioses. Antes que naciera Virgilio la leyenda de un futuro imperial inspiró a los romanos la convicción de un porvenir fuera de serie. Una suerte de verdad poética estaba adscripta a la “pietas” inspirada por la trinidad de Júpiter, Marte y Quirino, dioses que presidían, desde el cielo empíreo, las funciones espirituales en las que los romanos superaron a los otros pueblos: sobera nía político-religiosa, fuerza militar y productiva administración de los bienes materiales. Muchos historiadores consideraron que el origen de la leyenda sobre el destino de Roma es mucho más elaborado y consciente. Nació cuando Roma se puso en contacto con la cultura helénica y ésta despertó, en los rudos habitantes del Lacio, una premura de advenedizos por meterse en el cuadro griego de los ciclos heroicos. Movidos por este de seo se hicieron un lugar en la epopeya troyana y se inventaron un antepasado que los ataba para siempre a las gloriosas estirpes de la Hélade. De 7 csla pretcnsión toma fuerza la epopeya de Eneas hasta <|iie halló en Virgilio el vate que la puso a la par de sus antecedentes griegos. A la lu/. de algunos hechos históricos, hoy mejor conocidos, y que desearíamos con testimonios más ahimdanlcs, “parece que el problema del helenis mo romano no puede ya proponerse en los términos habituales, lar noción misma de helenismo estalla. No es posible oponer como un bloque a otro, Gre cia a liorna. El análisis de las dos civilizaciones re vela un parentesco profundo y estamos obligados a preguntarnos si el helenismo literario e intelec liiül que conquista la Italia romana a partir del siglo III antes de Cristo, no despertaba, en una larga medida, virtualidades que subyacían en un londo religioso, racial y cultural, pariente del grie go” Según esta tesis sostenida por Grimal, Roma no debió a su sola facundia su incorporación a los ciclos helénicos. Era una ciudad satélite de la Héla- de con anterioridad al siglo IV a. de J. C. y había recibido profundas influencias griegas cuando to davía no era cabeza del “Septimontium”. La leyenda es doble: nace de las profundidades religiosas del mito y surge, con renovada fuerza v por contagio cultural, de las influencias litera rias helénicas. No se puede olvidar que el alma antigua es mucho más compleja de lo que nuestro simplismo racionalista nos enseña. Hechos tan de cididamente históricos como la constitución del Imperio Romano estaban, en alguna medida, anun ciados en la leyenda de Heracles, que los romanos conocieron y vieron proyectada en la asombrosa hazaña de Alejandro. Los historiadores modernos, especialmente aque llos de los siglos XVIII y XIX, abandonaron, tal i i Ghimal, Pierre: Les siécle des Scipions, París, Aubier, 1951, pág. 17. 8 ■ vez demasiado apresuradamente, las obras historio- gráficas romanas. Consideraban que la distancia temporal que los separó de los acontecimientos re feridos a la historia primitiva de Roma y la ausen cia de una crítica testimonial más científica los hacía presa fácil de los prejuicios patrióticos y las tradiciones fabricadas al gusto de las familias no bles, tanto de origen patricio como plebeyo, que, luego de quemada Roma por los galos, habían en trado a saco en las viejas crónicas de la ciudad. Los nombres de Mommsen v Ettore Pais ilustran posiciones diversas frente a las tradiciones romanas dignas de ser señaladas. Mommsen, con paciencia tudesca, inicia el largo camino de consulta a los restos arqueológicos, sin desdeñar totalmente el aporte de los antiguos historiógrafos. Ettore Pais, en su famosa Storia critica di Roma durante i primi tinque secoli, aparecida en los años 1913-14, con sidera la tradición historiográfica como un cúmu lo de falsedades acumulado por la piedad o la astucia patriótica. La acribia de la crítica a los testimonios mate riales existentes ha tenido tiempo, a partir de Etto- re Pais, de serenarse y advertir el valor de la tra dición, sin renunciar por ello a las correcciones que nacen de un serio cotejo con los datos apor tados por la zapa de los arqueólogos. Afirmó León Homo2 que el método más fe cundo y seguro era el uso cuidadoso de la historio grafía romana de la época imperial. Conviene de cir algo acerca de las fuentes usadas por estos his toriadores y examinar los justos títulos de sus tes timonios. Tito Licio, Dionisio de Halicarnaso y Diodoro de Sicilia usaron, en sus respectivas historias, los trabajos dejados por los analistas Q. Fabio Pictor, 2 Homo, León: La Italia primitiva, Barcelona, Madrid, Ed. Cervantes, 1926, pág. 9. 9