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Operación Dulce PDF

21 Pages·2013·0.67 MB·Spanish
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www.elboomeran.com Ian McEwan Operación Dulce Traducción de Jaime Zulaika EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA OPERACION DULCE.indd 5 19/07/13 08:57 Título de la edición original: Sweet Tooth Jonathan Cape Londres, 2012 Diseño de la colección: Julio Vivas y Estudio A Ilustración: foto © Peter Lawson / Flickr / GETTY Primera edición: octubre 2013 © De la traducción, Jaime Zulaika, 2013 © Ian McEwan, 2012 © EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2013 Pedró de la Creu, 58 08034 Barcelona ISBN: 978-84-339-7874-5 Depósito Legal: B. 17702-2013 Printed in Spain Liberdúplex, S. L. U., ctra. BV 2249, km 7,4 - Polígono Torrentfondo 08791 Sant Llorenç d’Hortons OPERACION DULCE.indd 6 22/07/13 13:39 A Christopher Hitchens 1949-2011 OPERACION DULCE.indd 7 19/07/13 08:57 Ojalá hubiera encontrado en esta investi- gación a una sola persona netamente malvada. TIMOTHY GARTON ASH, El expediente OPERACION DULCE.indd 9 19/07/13 08:57 1 Me llamo Serena Frome (rima con plume)1 y hace casi cuarenta años me encomendaron una misión secreta del Servicio de Seguridad británico. No salí indemne. Me des- pidieron dieciocho meses después de mi ingreso, tras haber- me deshonrado yo y haber arruinado a mi amante, aunque sin duda él colaboró en su perdición. No me alargaré mucho hablando de mi infancia y ado- lescencia. Soy hija de un obispo anglicano y crecí con mi hermana en el recinto catedralicio de una encantadora ciudad provinciana del este de Inglaterra. Mi hogar era agradable, pulcro, ordenado, lleno de libros. Mis padres se llevaban bastante bien y me querían, y yo les quería. Mi hermana Lucy y yo nos llevábamos un año, pero nuestras estridentes peleas adolescentes no dejaron una huella dura- dera y nuestra relación de adultas se volvió más estrecha. La fe de nuestro padre en Dios era muda y razonable, no se inmiscuyó mucho en nuestra vida y a él le bastó para escalar sin percances la jerarquía eclesiástica e instalarnos en una 1. El topónimo Frome (ciudad de Somerset), que se pronuncia Frum, rima con plume, «pluma, penacho» (pronunciado plum). (N. del T.) 11 OPERACION DULCE.indd 11 19/07/13 08:57 casa confortable, de estilo reina Ana. Daba a un jardín ce- rrado, con antiguos arriates perennes que eran muy cono- cidos, y lo siguen siendo, para los que saben de plantas. En suma, todo era estable, envidiable, hasta idílico. Crecimos dentro de un jardín tapiado, con todos los placeres y limi- taciones que supone. Los últimos años sesenta despejaron pero no perturba- ron nuestra vida. A menos que estuviese enferma, no me perdí un día de asistencia al colegio. Cercanos los veinte, hubo manoseos a fondo, como se les llamaba, al otro lado de la tapia del jardín, experimentos con tabaco, alcohol y un poco de hachís, discos de rock and roll, colores más vivos y un entorno de relaciones más cálidas. A los diecisiete años, mis amigas y yo éramos tímida y alegremente rebeldes, pero hacíamos los deberes escolares, memorizábamos y regurgi- tábamos los verbos irregulares, las ecuaciones, los móviles de personajes de ficción. Nos gustaba considerarnos malas, pero en realidad éramos buenas chicas. Nos encantaba la agitación general que imperaba en 1969. Era inseparable de la expectación de que pronto llegaría el momento de mar- charse de casa para completar los estudios en otro lugar. No me sucedió nada extraño ni terrible durante mis primeros dieciocho años, y por eso me los salto. Si me hubieran dejado yo habría elegido una perezosa licenciatura en inglés en una universidad de provincias al norte o al oeste de mi ciudad natal. Me gustaba leer novelas. Las leía deprisa –hasta dos o tres por semana–, y pasar tres años leyendo me habría venido de perlas. Pero por entonces me consideraban una especie de prodigio: una chica dotada de talento para las matemáticas. Esta materia no me intere- saba, no me daba mucho gusto, pero era agradable ser la mejor y conseguirlo sin gran esfuerzo. Sabía las respuestas a preguntas antes incluso de saber cómo había encontrado la 12 OPERACION DULCE.indd 12 19/07/13 08:57 solución. Mientras mis amigas se esforzaban en calcular, yo la encontraba por medio de una serie de pasos indecisos que en parte eran visuales y en parte una intuición de la respues- ta correcta. Era difícil explicar cómo sabía lo que sabía. Un examen de matemáticas era obviamente mucho más fácil que uno de literatura inglesa. Y en el último curso fui la campeona del equipo escolar de ajedrez. Requiere cierta imaginación histórica entender lo que significaba para una chica en aquella época trasladarse a un colegio vecino y bajarle los humos a un muchachito que se dignaba mirarte con una sonrisita de autosuficiencia. Para mí, no obstante, las matemáticas y el ajedrez, así como el hockey, las faldas plisadas y cantar himnos, eran simples rollos de colegio. Creí que era el momento de abandonar estas puerilidades cuan- do empecé a pensar en matricularme en la universidad. Pero no contaba con mi madre. Ella era la quintaesencia, o la parodia, de la mujer de un párroco –después obispo–, con una memoria formidable para los nombres, caras y quejas de los feligreses, un modo majestuoso de bajar una calle con su pañuelo Hermès, un trato amable pero inflexible con la asistenta y el jardinero. Un encanto sin tacha en cualquier nivel social, en cualquier registro. Con qué tacto se situaba a la altura de aquellas mujeres de las casas de protección oficial cuando, con la cara tensa y encendiendo un cigarrillo con la colilla del otro, acudían a las reuniones del club de madres y bebés en la cripta de la iglesia. Con qué tono imperioso leía el cuento de Nochebuena a los niños del hospicio Barnardo congre- gados a sus pies en nuestro cuarto de estar. Con qué auto- ridad natural puso a sus anchas al arzobispo de Canterbury un día en que vino a tomar el té con bizcocho después de haber bendecido la pila bautismal restaurada de la catedral. A Lucy y a mí nos mandaron al piso de arriba hasta que 13 OPERACION DULCE.indd 13 19/07/13 08:57 terminó su visita. Todo lo cual –y aquí viene la parte difícil– combinado con una devoción y una subordinación absolu- tas a la causa de mi padre. Ella le potenciaba, le atendía, le despejaba el camino a cada paso. Desde los calcetines en sus cajas y la sobrepelliz planchada y colgada en el armario, hasta su despacho inmaculado y el profundo silencio de los sábados en casa cuando escribía el sermón. Lo único que pedía a cambio –suposición mía, por supuesto– era que la amara o que al menos nunca la dejara. Pero lo que yo no comprendí de mi madre era que lle- vaba la tenaz semilla de una feminista sepultada en lo hon- do de su fachada convencional. Estoy segura de que sus labios nunca pronunciaron la palabra, pero esto no cambia- ba nada. Yo, desde luego, le tenía miedo. Dijo que era mi deber como mujer estudiar matemáticas en Cambridge. ¿Deber como mujer? En aquel tiempo nadie hablaba así en nuestro ambiente. Ninguna mujer hacía cosas «como mujer». Me dijo que no permitiría que malgastase mi talento. Tenía que destacar y alcanzar la excelencia. Tenía que tener una carrera como es debido en ciencias, ingeniería o económicas. Se permitía a sí misma el tópico de que el mundo es tuyo. Era injusto que mi hermana no fuese inteligente y guapa como yo. Agravaría la injusticia que yo no consiguiese volar alto. Yo no comprendía esta lógica, pero no dije nada. Mi madre me dijo que nunca me perdonaría ni se perdonaría que yo estudiase letras y sólo llegara a ser un ama de casa ligeramente más instruida que ella. Corría el peligro de desperdiciar mi vida. Fueron sus palabras textuales, y repre- sentaban un reconocimiento. Fue la única vez que expresó o dio a entender un descontento con su suerte. Después reclutó a mi padre: «el obispo», como le llamá- bamos mi hermana y yo. Al volver del colegio una tarde mi madre me dijo que él me estaba esperando en su despacho. 14 OPERACION DULCE.indd 14 19/07/13 08:57 Con mi blazer verde que portaba la divisa heráldica y su lema estampado –Nisi Dominus vanum («Sin el Señor todo es en vano»)–, me apoltroné enfurruñada en su butaca de cuero, como las de los clubs, mientras él, entronizado en su escritorio, revolvía papeles y tarareaba ordenando sus pen- samientos. Pensé que se disponía a ensayar para mí la pará- bola de los talentos, pero optó por una línea sorprendente y práctica. Había hecho ciertas indagaciones. Cambridge ansiaba dar muestras de que estaba «abriendo sus puertas al igualitario mundo moderno». Con mi triple carga de infor- tunio –un colegio de enseñanza media, una chica, una materia típicamente masculina– era seguro que me admiti- rían. Si, no obstante, me matriculaba en letras allí (nunca tuve esa intención; el obispo siempre ignoraba los detalles), me costaría mucho más trabajo. Una semana después mi madre ya había hablado con el director. Se consultó a algu- nos profesores y se utilizaron los argumentos de mis padres, así como los de aquéllos, y naturalmente tuve que ceder. Así que abandoné mi ambición de estudiar letras en Durham o Aberystwyth, donde estoy segura de que hubie- se sido feliz, e ingresé en el Newnham College de Cambrid- ge, para descubrir en mis primeras lecciones, que tuvieron lugar en Trinity, que yo era una mediocridad en matemáti- cas. El trimestre de otoño me deprimió y estuve a punto de marcharme. Chicos desgarbados, desprovistos de encanto o de otros atributos humanos como la empatía y la gramática generativa, primos más despiertos de los idiotas a los que había aplastado en ajedrez, me miraban con lascivia mientras yo me debatía con conceptos que para ellos eran evidentes. «Ah, la serena señorita Frome», exclamaba un tutor sarcás- ticamente cuando yo entraba en su aula cada mañana de martes. «Serenissima. ¡Y con los ojos azules! ¡Entre e ilústre- nos!» Para mis profesores y mis condiscípulos era una ob- 15 OPERACION DULCE.indd 15 19/07/13 08:57 viedad que yo no podía triunfar precisamente porque era una chica atractiva en minifalda, con rizos rubios que me caían hasta más abajo de los omoplatos. Lo cierto era que no podía triunfar porque me parecía al resto de los seres humanos: no era muy buena en matemáticas, al menos en aquel nivel tan alto. Hice lo posible por cambiar a inglés o francés e incluso a antropología, pero nadie me aceptó. En aquella época las reglas se observaban estrictamente. Para abreviar una larga y desdichada historia, aguanté el reto y saqué la cuarta mejor nota. Si he repasado corriendo mi infancia y mi adolescencia, huelga decir que seré breve sobre mis tiempos de estudian- te. Nunca navegué en una batea, con o sin un gramófono de cuerda, ni visité los Footlights –el teatro me incomoda– ni me detuvieron en los disturbios del Garden House. Pero perdí la virginidad en el primer trimestre, al parecer varias veces, ya que la pauta general era el mutismo y la desmaña, y tuve una agradable sucesión de novios, seis, siete u ocho en los nueve trimestres, según las definiciones de carnalidad que uno aplique. Hice un montón de buenas amigas entre las estudiantes de Newnham. Jugué al tenis y leí libros. Gracias a mi madre me había equivocado de estudios, pero no abandoné la lectura. En el college no leía mucha poesía ni teatro, pero creo que disfrutaba más de las novelas que mis condiscípulas, obligadas a sudar con los comentarios semanales sobre Middlemarch o La feria de las vanidades. Despachaba deprisa los mismos libros, quizá los comentaba si había alguien a mano que soportase mi básico nivel críti- co, y seguía adelante. Leer era mi manera de no pensar en las matemáticas. Más aún (¿o quiero decir menos?), era mi forma de no pensar. He dicho que leía rápido. ¡The Way We Live Now en cuatro tardes acostada en mi cama! Podía engullir de un 16 OPERACION DULCE.indd 16 19/07/13 08:57

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Operación Dulce. Traducción de .. elixir dulce y embriagador: la fama estudiantil. como un aprendiz de combatiente de la Guerra Fría. Lo cual.
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