He odiado a Rachel Dawson desde que tenía siete años. Era mi vecina de al lado y mi enemiga número uno, y casi todas nuestras peleas infantiles acababan terriblemente mal.
Me delató cuando me escapé una noche de casa para quedar con una chica.
Y yo la delaté a ella cuando mintió diciendo que no tenía novio.
Así pasamos los años de instituto, y juramos que no nos hablaríamos nunca más cuando nos fuéramos a la universidad.
Y eso era lo que pensaba hacer hasta que un día, años después, apareció en la casa que yo compartía con un compañero de facultad y me pidió que le dejara un sitio para dormir de forma temporal.
Solo al convivir con ella me di cuenta de lo mucho que había cambiado todo entre nosotros, y de que la línea que nunca habíamos pensado cruzar se había hecho más fácil de ignorar.