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Obras. Cuentos. Vol. I PDF

380 Pages·2002·22.746 MB·Spanish
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Este volumen COMPRENDE AQUELLOS TEXTOS QUE CONVIRTIERON A Horacio Q uiroga EN EL FUNDADOR DEL CUENTO MODERNO EN EL ÁMBITO DE NUESTRO IDIOMA. P ublicados entre 1917 (CUENTOS DE AMOR DE LOCURA Y DE MUERTE) Y 1926(LOS DESTERRADOS), LOS SEIS LIBROS AQUÍ REUNIDOS CONSTITUYEN EL A MEOLLO DE SU producción: su G ESCRITURA HA O ENCONTRADO ENTONCES AQUELLA TENSIÓN ? FEROZ Y DESLUMBRANTE, SECA Y APASIONADA QUE LO ERIGEN EN MODELO inimitable; PERO A LA VEZ EN ELLA SE VISLUMBRAN YA LOS GÉRMENES DE OTROS RUMBOS po sibles. Martínez Estrada y Roberto arlt, Borges y O netti LO PRESUPONEN. Q uien lea estos TEXTOS NO DUDARÁ: ESTÁ FRENTE A UN CUENTC MAESTRO INSOSLAYABLE VOL. I DE LAS LETRAS LATINOAMERICANAS. HORACIO QUIROGA OBRAS Cuentos I HORACIO QUIROGA OBRAS C uentos I PLAN GENERAL DE LA OBRA JORGE LAFFORGUE COEDITORES JORGE LAFFORGUE Y PABLO ROCCA PRÓLOGO JORGE LAFFORGUE EDITORIAL LOSADA, S.A. BUENOS AIRES Horacio Quiroga Prólogo Seis libros fundamentales © Editorial Losada Moreno 3362 Buenos Aires, 1998 Primera edición: junio 2002 ISBN (Colección): 950-03-5325-3 (Tomo III): 950-03-5333-4 Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Marca y características gráficas registradas en la Oficina de Patentes y Marcas de la Nación Impreso en Argentina - Printed in Argentina Once libros, más un texto escolar en colaboración, un abulta­ do epistolario, incursiones en cine y teatro e innumerables artículos, relatos y cuentos publicados en diarios y revistas y no recogidos en libros conformaron la producción literaria de Horacio Quiroga. De ese material, los seis libros que integran el presente volumen son aquellos que le labraron fama firme y duradera. No son, sin embar­ go, lo único valioso que escribió el salteño, porque su novela Histo­ ria de un amor tiirbio, cuentos como “Los perseguidos”, “El hijo” o “Los precursores”, que no figuran en ellos, y no pocas de sus cartas bien merecen formar parte del núcleo privilegiado de su obra; y a la inversa, algunos de los cuentos de este volumen podrían no conside­ rarse dentro del conjunto de sus textos señeros. Sea como fuere, son estos seis libros los que han erigido a Ho­ racio Quiroga (1878-1937) en fundador del cuento moderno en América latina. Los seis aparecieron en un lapso de diez años: de 1917 a 1926 (Cuentos de amor de locura y de muerte, 1917; Cuentos de la selva, 1918; El salvaje, 1920; Anaconda, 1921; EL desierto, 1924; Los desterrados, 1926). Aunque es sabido que varios de los cuentos de esos libros remontan su contacto con el público lector a varios años antes: los primeros datan de 1906 (en octubre de ese año se publica “Los buques suicidantes” en Caras y Caretas, la misma revista que acogerá el 4 de julio de 1925 “Los proscriptos”, cuento que cambió su título por “Los desterrados” al incorporarse al libro epónimo un año después). Así, el arco temporal se extiende a veinte años de pro­ ducción ininterrumpida, años que constituyen el momento central Quiroga con su amigo y biógrafo en la gestación y consolidación de su narrativa. Porque la narrativa Alberto Brignole, c. 1907 de Quiroga se inicia hacia fines del siglo XIX, en plena etapa moder- 9 i lista, y se v.i cerrando con una serie de apuestas, claramente pn i guaí", entre otros, aparecidos a lo largo de aquellos anos. Sin embar­ mine iatlas en Los desterrados. A lo largo de esos veinte años podemos go, “Un peón", por ejemplo, con sus microhistorias y sus ramifica- observar un desarrollo no lineal, lleno de marchas y contramarchas, c iones, o los siete cuentos que integran la sección “Los tipos” de su de recovecos y sorpresas, pero que básicamente podría definirse co gran libro del 26, desflecados y a la vez complementarios entre sí, o mo el pasaje de la búsqueda al logro, y de éste a la insatisfacción y a los textos que se han recogido en De la vida de nuestros animales, es­ una nueva búsqueda, que permanece abierta. Apelando a una suer­ tampas muy cercanas a la oralidad, prueban que Quiroga no se había te de metáfora, diría que él va apartando las brumas del horizonte sentado sobre los laureles. Había aprendido y dominado, hasta ser un hasta que en éste sólo queda la plenitud solar, pero se siente incómo­ verdadero maestro, los mecanismos del cuento cerrado (las fórmulas do ante ese paisaje sin sombras y comienza a tentar el derrumbe de enunciadas por Poe que sustentaron las mejores prácticas del relato la luz o, tal vez, a transitar por los claroscuros del atardecer hacia la occidental en el siglo XIX); pero secretas inquietudes -de las que él ni inexorable noche lunar. siquiera tuvo una clara conciencia— lo llevaron a probar otros cami­ Para decirlo de otra forma, a partir del cuento “poético”, que nos, sendas que se abrían hacia nuevos horizontes narrativos (para só­ cultivó durante sus años de formación, bajo los manes del decaden­ lo mencionar un ejemplo: el cruce cine/literatura, o de cómo el len­ tismo francés y el modernismo -Gutiérrez Nájera, Darío, Lugones-, guaje de la imagen trabaja sobre su escritura y la subvierte). fue haciendo un rápido aprendizaje de las normas del cuento moder­ Angel Rama —en su prólogo a la edición de Cuentos (Montevi­ no, tal como habían sido pautadas, en particular por Edgar Alian deo, Arca, 1968)- insiste en las “líneas simultáneas” o en el “descubri­ Poe. En este aprendizaje confluyeron lecturas tan diversas como Ki- miento de lo múltiple” en la producción quiroguiana. Efectivamente, pling y Dostoievski, pero también su consecuente decisión de traba­ tanto en el aspecto temático como en el tratamiento narrativo, los jar para las publicaciones masivas de la época y, por otra parte, su cuentos de Quiroga ofrecen un amplio muestrario de enfoques y re­ siempre recordada experiencia en la selva misionera. Como lo hicie­ cursos; pero, insisto, esa línea variada, zigzagueante y, por momentos, ra para el ámbito anglosajón su maestro norteamericano, Quiroga hasta contradictoria, observada sin embargo en sus rasgos genéricos y modelará una poética para el cuento en lengua española. Mejor que más profundos construye un camino que no es otro que el antes se­ una poética, una práctica que reconocerá etapas distintas: primero, ñalado. Esto tampoco quiere decir que los alrededor de doscientos la asimilación de las características enaltecidas por aquél -entre las cincuenta cuentos que escribió el sal teño sean dignos de esa huella, cuales, el golpe de efecto final no es el menor-; cuentos como el pues los hay francamente endebles y aun malos; pero muchos de ellos mencionado “Los buques suicidantes”, o los que en el libro se hallan la han trazado a fondo. De donde: a) ese trazo resultó indeleble; b) re­ antes y después del mismo: “El almohadón de pluma” y “La gallina conoce muy escasos precedentes en español, y c) del mismo es sin du­ degollada”, son claros ejemplos de una notable captación de técnicas da deudora la riquísima producción cuentística que se desarrollará a narrativas hasta entonces inéditas en nuestro idioma; pero ya “La in­ partir de los años treinta en Argentina y Uruguay. (En otras oportu­ solación”, como en otro registro “Los perseguidos”, ambos textos nidades he expuesto largamente estos puntos de vista; cfr., en particu­ publicados en 1908, están indicando algo más que un diestro apren­ lar, mi introducción a la antología de textos quiroguianos que confor­ dizaje de los elementos constructivos del relato: las alucinaciones ma el volumen 185 de Clásicos Castalia, Madrid, 1990, págs. 7-95; que sufren sus protagonistas, pese a su diversidad, tienen un espesor asimismo, notas y prólogos a los otros tomos de estas Obras publica­ dramático que no es sólo producto del efecto buscado sino de una das por Editorial Losada.) lógica interna —o una ruptura de la lógica manifiesta— sin concesio­ nes, inexorable. Esta labor que años después el propio Quiroga con­ Aclaremos, por último, una cuestión que ha generado más de signara como dogma en su “Decálogo del perfecto cuentista” y otros un malentendido, y a la cual ha contribuido en cierta medida el pro­ apuntes teóricos, pero que se muestra en todo su esplendor en cuen­ pio Quiroga. Como señalé al comienzo de este prólogo, en el presen­ tos como los dos antes citados o “A la deriva”, “El desierto” y “Ya- te volumen se han reunido los seis libros emblemáticos del escritor 10 11 rioplatcn.se, que aparecieron en un lapso de diez años, pem que sue­ Sin que esto se lome como argumento probatorio, sino como len recoger cuentos publicados en un período mucho mayor. Al res­ simple i omprobai ión de hec bus, apunto algunas obviedades: I) los pecto cabe recordar: a) es sabido que durante los seis años que prece­ ( 'lientos de amor de locura y de muerte, con textos que van de 1906 a den a la aparición de Cuentos de amor de locura y de muerte Horacio 1914, suponen una inteligente selección de aquellos de gran impac­ Quiroga permanece en Misiones, desde donde envía sus textos a las to público que, en su mayoría, coinciden con los de calado literario revistas porteñas de gran circulación; b) habiendo regresado a Buenos más profundo; 2) los Cuentos de la selva presentan una notable uni­ Aires y a instancias de Manuel Gálvez, realiza una primera selección dad, fruto de una intención narrativa bien acotada, lo que se refleja de aquellas colaboraciones que se publica exitosamente en 1917 y se < n una secuencia de primeras publicaciones de sus ocho textos de reedita al año siguiente; c) preguntado el autor por el criterio que ha apenas dos años y medio; 3) tanto El salvaje como Anaconda inclu­ guiado su afán selectivo responde que le gusta ofrecer “cuentos de to­ yen muchos cuentos publicados entre 1915 y 1921 y unos pocos an­ dos los colores”, aludiendo sobre todo a la diversidad temática; d) po­ teriores que, en su nuevo repaso de aquellos no recogidos en Cuen­ co después, quizá un tanto acosado por requerimientos editoriales, tos de amor..., Quiroga decidió rescatar; 4) El desierto, dividido en habría procedido con igual criterio a seleccionar al menos dos de sus i res partes, reúne cuentos aparecidos en años apenas anteriores a su libros siguientes: El salvaje y Anaconda; e) mientras que en 1924 y publicación en el libro; 5) en cuanto a Los desterrados, sólo un críti­ 1926, gracias a los buenos consejos de Samuel Glusberg, su editor de co obtuso no percibiría en sus ocho textos una clara intención uni­ entonces, da mayor unidad a El desierto y, muy particularmente, a Los tiva y, lo que importa más, un formidable logro literario. desterrados; f) en ese proceso de las sucesivas selecciones para sus seis Finalmente, queda claro que, dentro de su indudable multipli­ libros fundamentales quedan en el camino —o sea, sin reunir en vo­ cidad, hay dos lecturas de los cuentos quiroguianos primarias y su­ lumen, “olvidados” en las páginas de las publicaciones periódicas— cesivas, sobre soportes materiales diversos: en primer término, la que una cantidad de textos similar a la seleccionada. corresponde a la aparición de los textos en las publicaciones periódi­ Debido a estos señalamientos y a otras consideraciones menos cas de la época, con sus respectivas escrituras; luego, la de los libros, sólidas, algunos críticos e historiadores han propuesto un reordena­ conjuntos selectivos que no pocas veces modifican aquellos textos, miento editorial de acuerdo con la fecha originaria de publicación de al tiempo que desechan muchos otros. sus cuentos (así se respondería al orden establecido en el listado de Frente a los seis libros de este volumen, el lector ha de encon­ Pablo Rocca, que figura al final de este volumen: “Indice cronológi­ trar la posibilidad de una lectura fluida y sobre todo placentera, sin co de todos los cuentos”). Si he preferido respetar el criterio que ya interferencias eruditas ni anotaciones críticas que menoscaben su se empleó, con variantes, en Ediciones de la Plaza, Archivos y Seix acercamiento personal a los textos. No obstante, para facilitar las re­ Barral, ha sido menos por seguir una rutina o por apego a la tradi­ ferencias a lugares geográficos, a la fauna y flora de Misiones, a giros ción que por el respeto hacia el autor, pues Horacio Quiroga selec­ del habla de sus habitantes o a otros localismos se ha colocado un es­ cionó y editó sus cuentos bajo los seis títulos conocidos (e inclusive cueto vocabulario al final de los cuentos. en dos de ellos quitó algunos textos al reeditarlos), tal vez con crite­ rios disímiles, pero siempre de su incumbencia. Y si tanto se ha in­ Antes de 1906, Quiroga ha culminado su iniciación literaria en sistido —con buenas pruebas— en que Quiroga revisaba sus textos al Uruguay con Los arrecifes de coral (1901), textos poéticos de clara fi­ pasar de la versión periodística al libro, es decir que en ese sentido se liación modernista (cfr. el tomo I de estas Obras), y ya en Buenos Ai­ mostraba muy atento y cuidadoso, no veo por qué tenemos que du­ res ha podido demostrar su destreza como narrador con El crimen del dar de su atención en cuanto a la tarea selectiva, compartamos o no otro (1904), cuentos que ofrecen una amplia gama exploratoria bajo sus criterios al respecto. (De todos modos, brindamos al lector el lis­ la impronta de Poe (cfr. el tomo II de estas Obras) y que ejemplifi­ tado general y, en el tomo siguiente, se publican los cuentos no re­ can sus búsquedas en una etapa de transición. Muchos años después, cogidos en libro por su autor.) Horacio Quiroga reúne en Más allá (1935) once cuentos de diversas 12 13 CUENTOS DE AMOR ¿pocas y variada factura (cfr. el tomo IV de estas ()bni\), el propio autor lo ve como una expresa despedida de su labor de < ucntiMa. Si DE LOCURA Y DE MUERTE a estos libros sumamos sus dos novelas (Historia de un amor turbio, 1908, y Pasado amor, 1929; ambas en el tomo II de estas Obras) completamos los once títulos aludidos al inicio de este prólogo. Cabe reiterar que el lector ha de encontrar en las páginas que siguen una parte sustancial de las obras más representativas de Ho­ racio Quiroga y, sin duda, aquellas en que se ha basado el reconoci­ miento hacia su papel de fundador del cuento moderno en América latina. Los seis libros de este volumen se publican de acuerdo con los criterios de selección que guiaron al autor y tal como ellos fueron leí­ dos a lo largo de más de setenta años: aquellos que median entre el presente y 1926, año clave durante el cual se publicaron, entre va­ rios libros notables Don Segundo Sombra, Los desterrados y El jugue­ te rabioso. Güiraldes, Quiroga y Arlt: la narrativa en el Río de la Pla­ ta había alcanzado su madurez. Desde entonces hasta hoy, otros lo han sabido confirmar: Paco Espinóla, Mario Arregui, Jorge Luis Borges y quienes los siguieron. A ninguno de ellos el magisterio de Quiroga les fue ajeno, aunque algunos lo hayan intentado minimi­ zar con desdén irónico; muchos más, sin embargo, han sabido reco­ nocer explícitamente sus grandes lecciones. Así Amorin y Onetti, Cortázar y Walsh, Héctor Tizón, Abelardo Castillo, Baccino Ponce de León y Ricardo Piglia, entre otros. Jorge Lafforgue I HORACIO QUIROGA CUENTOS DE AMOR DE LOCURA Y DE MUERTE UNA ESTACIÓN DE AMOR I Primavera Era el martes de Carnaval. Nébel acababa de entrar en el cor­ so, ya al oscurecer, y mientras deshacía un paquete de serpentina mi­ ró el carruaje de delante. Extrañado de una cara que no había visto en el coche la tarde anterior, preguntó a sus compañeros: —¿Quién es? No parece fea. "BUENOS AIRES" SOCIEDAD COOPERATIVA EDITORIAL LIMITADA —¡Un demonio! Es lindísima. Creo que sobrina o cosa así, del AVENIDA DE MAYO 791 1918 doctor Arrizabalaga. Llegó ayer, me parece... Nébel fijó entonces atentamente los ojos en la hermosa criatu­ ra. Era una chica muy joven aún, acaso no más de catorce años, pe­ ro ya nubil. Tenía, bajo el cabello muy oscuro, un rostro de suprema blancura, de ese mate y raso que es patrimonio exclusivo de los cu­ lis muy finos. Ojos azules, largos, perdiéndose hacia las sienes entre negras pestañas. Tal vez un poco separados, lo que da, bajo una fren­ te tersa, aire de mucha nobleza o de gran terquedad. Pero sus ojos, tal como eran, llenaban aquel semblante en flor con la luz de su be­ lleza. Y al sentirlos Nébel detenidos un momento en los suyos, que­ dó deslumbrado. —¡Qué encanto! —murmuró quedando inmóvil con una rodilla en el almohadón del surrey. Un momento después las serpentinas vo­ Cuentos de amor de locura y de muerte, tapa de la segunda edición, 1918 laban hacia la victoria. Ambos carruajes estaban ya enlazados por el (igual a la primera de 1917) 17

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