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Naturaleza del amor 2. Cortesano y romantico PDF

1002 Pages·1992·2.82 MB·Spanish
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En este segundo volumen de la trilogía sobre La naturaleza del amor, Irving Singer rastrea las ideas sobre el amor desde los conceptos medievales hasta las complejidades del romanticismo moderno. Singer, que comienza por los diferentes tipos del amor cortesano y abarca desde los trovadores hasta Petrarca y Dante, muestra cómo los pensadores medievales fueron incapaces de sintetizar el amor naturalista y el religioso, y cómo, durante los siglos posteriores, los neoplatónicos renacentistas y los puritanos posluteranos llevaron a cabo intentos más fructíferos. En las obras de Shakespeare encuentra Singer una combinación de ideas humanistas y románticas tempranas que perviven aún en nuestro mundo contemporáneo. Singer sugiere que los distintos conceptos decimonónicos acerca del amor romántico surgieron como respuesta a los filósofos racionalistas, quienes aducían que el amor sexual es incompatible con el matrimonio, y sostenían, en algunos casos, que es, por su misma naturaleza, patológico. En los capítulos sobre Rousseau, Sade y Stendhal, examina tres actitudes diferentes acerca de la pasión. Los capítulos posteriores analizan las dos líneas de desarrollo del romanticismo: el romanticismo benigno siguió siendo optimista respecto de la posibilidad de lograr un amor humano perdurable, comparable al amor religioso, mientras que el pesimismo romántico, desdeñando al mundo, muchas veces consideraba posible el amor pleno sólo en la muerte. Las actitudes realistas e idealistas fueron cambiando a lo largo de los siglos pero, como lo demuestra Singer, el conflicto se mantiene. Continúa en el siglo XX, al cual dedica Singer el último volumen de esta trilogía. Irving Singer Cortesano y romántico La naturaleza del amor - 02 ePub r1.0 mandius 23.10.17 Título original: the nature of love. 2: courtly and romantic Irving Singer, 1984 Traducción: Victoria Schussheim Editor digital: mandius ePub base r1.2 A Margaret PREFACIO Vivimos en una época de grandes descubrimientos y, pese a la amenaza nuclear que se cierne sobre nosotros, de grandes esperanzas de una humanidad nueva. Por pequeñas que puedan ser, estas esperanzas se ven reforzadas por la enorme vitalidad del desarrollo contemporáneo de la biología y las ciencias de la vida. Pero en ese campo la región más atrasada de la exploración científica corresponde a los problemas del amor y la sexualidad. Éstos afectan la condición moral y personal de los seres humanos de manera más inmediata que cualesquiera otros; se relacionan con aspectos de nuestra vida en los que todos sabemos que hemos fracasado hasta cierto punto; y sin embargo la investigación, tanto científica como humanística, ha descuidado ocuparse de ellos. Los organismos gubernamentales y las asociaciones profesionales tienden a considerar esa investigación demasiado amenazante como para propiciarla a gran escala. Aun si esta actitud pudiera explicarse por un instinto básico de intimidad en todo lo que atañe a la sexualidad, es innegable que nuestra ignorancia generalizada crea riesgos nuevos e innecesarios, cualquiera que sea nuestro código ético. En cierta forma, esta insuficiencia es mayor en el terreno de los estudios históricos. Aunque la filosofía analítica y la psicología académica han ignorado (hasta hace poco) el afecto humano, éste constituyó una preocupación de todos los pensadores occidentales importantes, desde los griegos. No obstante, hasta donde sé, no existe una historia sistemática del tema, ninguna historia de la filosofía o de la psicología, ni tan siquiera de la literatura creativa, que retrate la magnífica aventura de la conceptualización del hombre en este terreno, de periodo en periodo y de autor en autor. No pretendo estar cubriendo esta carencia. En este libro, como en los otros volúmenes de mi trilogía, no intento brindar el exhaustivo relato que se requiere. Escribo desde un punto de vista académicamente limitado y con una orientación general algo personal. Me interesa de manera particular descubrir los orígenes de nuestras ideas actuales sobre el amor sexual, en la medida en que han sido determinadas por las obras filosóficas y literarias. La naturaleza del amor. De Platón a Lutero se ocupa principalmente de la filosofía en el mundo antiguo y de los conceptos religiosos de la Edad Media. Este libro se concentra en conceptos del amor entre hombres y mujeres que se desarrollaron de manera continua desde el siglo XI o XII hasta fines del XIX. Este lapso representa una unidad en sí mismo. Constituye el mundo de las ideas que hemos heredado. El siglo XX se traslapa y no puede entenderse aislado del pasado, pero reservo su historia para la continuación de este volumen. Al escribir esta obra a lo largo de muchos años, descubrí que era tan poco lo que se había hecho en esta línea que no tenía modelos que pudiese emular o copiar. Podía abrevar en muchos excelentes estudios sobre autores o periodos históricos específicos, pero los trabajos panorámicos de C. S. Lewis, De Rougemont, D’Arcy y Nygren —por mencionar sólo los más destacados— o eran demasiado inexactos o estaban excesivamente limitados por su propia parcialidad. No me decían lo que quería saber: cómo adquirió el hombre del siglo XX, con el desarrollo histórico de las ideas, su capacidad de pensar sobre la naturaleza del amor entre los sexos. El esfuerzo de Denis de Rougemont es particularmente digno de mención. En obras como Love in the Western world [El amor y Occidente] y Love declared [El amor declarado], De Rougemont[1] trata los conceptos del amor cortesano y romántico como si fuesen virtualmente idénticos y, en conjunto, generadores de las modernas actitudes no religiosas hacia la pasión sexual. De Rougemont ve en el mundo occidental un conflicto único y omnipresente entre la pasión y la ortodoxia y, por lo tanto, entre el amor cortesano y el romántico, por un lado, y entre el matrimonio y la religión establecida, por otro. Interpreta la leyenda de Tristán e Isolda como la expresión mítica de la búsqueda de pasión del hombre occidental, que, según afirma, es en realidad la búsqueda de la muerte. Las teorías de De Rougemont han llamado mucho la atención, pero tienen muy poco sustento en el saber histórico. Como analizaré a lo largo de este libro, las versiones medieval y moderna de la leyenda de Tristán difieren mucho una de otra. Los conceptos de amor cortesano y romántico pertenecen a tradiciones filosóficas distintas (aunque se encuentran), ninguna de las cuales insiste en un conflicto necesario entre pasión y matrimonio, y ambas suelen identificarse con acercamientos afirmativos que consideran al amor como el complemento ideal a la vida, más que como la búsqueda o el secreto anhelo de la muerte. En el siglo XIX aparece el concepto de Liebestod, amor-muerte, que trato de explicar en relación con lo que llamo “pesimismo romántico”. Pero aunque tiene precedentes ocasionales aun en el mundo antiguo, Liebestod, como concepto plenamente desarrollado del amor, tiene menos de doscientos años de antigüedad. En efecto, De Rougemont forzó arbitrariamente el vasto complejo de ideas occidentales acerca del amor en categorías restrictivas extraídas de los dos últimos siglos. Interpretó el pensamiento humanista en tomo a la pasión como si se derivara por entero de un tipo único de romanticismo. Esto puede hacerle más fácil promover las soluciones del cristianismo ortodoxo, pero falsea los hechos históricos. El remedio para la imprecisión propagandística del tipo de la de De Rougemont es un análisis filosófico más agudo y una investigación histórica más precisa. Lo mismo se aplica a la especulación promisoria pero engañosa de Aldous Huxley. Desde hace mucho admiro un ensayo suyo titulado “Fashions in love” [“Modas del amor”]. En él sugiere que las ideas contemporáneas acerca del amor son resultado de una reacción contra “el patrón cristiano-romántico de moda” del siglo XIX. Si bien cree que la nueva concepción toma el amor demasiado a la ligera y por lo tanto requiere como correctivo algo así como la “mitología de Energía, Vida y Personalidad Humana” de D. H. Lawrence, Huxley aplaude el rechazo del romanticismo decimonónico. Puede tener o no razón; en lo personal siento simpatía por mucho de lo que recomienda. Pero cuando describe la naturaleza de las ideas románticas sobre el amor, distorsiona los datos históricos. “Siguiendo a Rousseau —dice— los románticos imaginaron que la pasión exclusiva era la forma ‘natural’ del amor, así como la virtud y la sensatez eran las formas ‘naturales’ del comportamiento social del hombre. Libérense de sacerdotes y reyes, y los hombres serán por siempre buenos y felices; la fe del pobre Shelley en este evidente sinsentido permaneció inconmovible hasta el final. Creía también en el paralogismo complementario de que sólo se necesita librarse de las restricciones sociales y de la mitología errónea para que la Gran Pasión sea universalmente crónica.”[2] Como siempre, lo que dice Huxley es imaginativo y estimulante; pero en este caso, al menos, es totalmente inexacto. Rousseau y Shelley están expuestos a la crítica, sin duda, como lo está el concepto de amor romántico en general, pero no en el sentido que piensa Huxley. El propósito todo de la filosofía de Rousseau consistía en descubrir una posible armonización entre pasión y virtud y, en general, entre lo natural y lo social. Creía que esto sólo podía lograrse purificando la pasión, no permitiéndole florecer como una forma exclusiva o “natural” del amor que podía hacer felices a los hombres y eliminar la necesidad de sacerdotes y reyes. Por el contrario, la idea de purificación de Rousseau elimina hasta tal punto lo instintivo de la pasión que termina con una abstracción moral que tiene poco en común con lo que es natural. Ésta será la base de mi crítica. En el caso de Shelley, las observaciones de Huxley son igualmente inapropiadas. Shelley no deseaba negar la importancia de la civilización en el desarrollo de la capacidad humana de amar. Y también niega que amar adecuadamente sólo signifique hacer lo que se presenta de manera natural. Shelley quería deshacerse de las restricciones sociales nocivas y de la mitología errónea, pero nunca insinúa que esto pueda lograrse mediante una ciega adhesión a la pasión desenfrenada. La exposición que hace Huxley de las opiniones de Shelley es, simplemente, errónea. Como deseo rectificar las interpretaciones defectuosas de este tipo, estoy escribiendo lo que llamo “historia filosófica”. Uso este término porque mi enfoque gira sobre ambos campos sin definirse como uno u otro. Me ocupo de las ideas que existen en un proceso histórico, pero no me esfuerzo por mostrar su mutua dependencia causal ni por ubicarlas en los contextos sociales más amplios en que se originan. Y aunque examino las obras y los textos de filosofía, me concentro en el tema del amor de una manera que me permite ignorar muchas de las cuestiones importantes de la epistemología, la metafísica e incluso la ética. Al ser historia filosófica, el libro trata de explicarse el tema escogido dirigiendo ideas del pasado desde mi propia perspectiva contemporánea. Esto puede conducir siempre a nuevas distorsiones, pero mi filosofía es pluralista, lo que puede impedir que haga inferencias injustificadas. Además, los diversos capítulos son, en gran medida, autónomos: pueden leerse como cuadros en una exposición vinculados por la simple continuidad histórica. Como el amor ha sido un tema de gran importancia en toda la literatura occidental, me apoyo a veces en los métodos de la crítica literaria. No obstante, suelo evitar el análisis de los recursos formales —como la ironía o la ambigüedad— que los autores que analizo emplean para expresar ideas dentro de su arte. Prefiero rastrear la formación de ideales, lo que llamo “idealización”, que se presenta tanto en la literatura como en la filosofía como parte de un esfuerzo constante de los seres humanos por resolver problemas básicos respecto a su naturaleza afectiva. Con frecuencia tengo que descuidar obras importantes, que un crítico o un estudioso de la literatura consideraría, justamente, dignas de mayor atención desde su punto de vista.[3] El libro se divide en tres partes, precedidas por un capítulo introductorio que revisa los conceptos del amor en Occidente. En la introducción delimito los enfoques “realista” e “idealista” del amor, y analizo este último en términos del concepto de fusión. El conflicto entre la tradición realista y la idealista, y la lucha recurrente por armonizarlas, establecen en la historia un patrón que estudio a lo largo del libro. La primera parte se dedica al pensamiento humanista en la Edad Media, especialmente a su intento por superar la brecha entre el amor humano y el religioso. Puesto que el término “amor cortesano” ha sido tema de una reciente controversia acerca de la utilidad e incluso del sentido de esta frase, el primer capítulo de esta parte brinda un análisis destinado a dar sustancia al concepto distinguiendo, al mismo tiempo, entre diferentes tipos de amor cortesano. En la segunda parte procuro mostrar de qué manera la incapacidad del humanismo medieval de lograr una síntesis adecuada entre el amor naturalista y el religioso fue seguida por intentos relativamente más exitosos en siglos posteriores. Uno de estos intentos se produjo en el neoplatonismo del Renacimiento, y comenzó con la filosofía de Marsilio Ficino; otro corresponde al pensamiento posluterano, en particular al puritano, tal como lo ilustran las obras de John Milton. Entre estos dos esfuerzos por armonizar el amor de la naturaleza y el amor de Dios, encuentro en las obras de Shakespeare una gran síntesis de las ideas sobre el amor características del mundo moderno. El capítulo sobre Shakespeare es el eje de este libro. Con Shakespeare se consolida el pensamiento humanista previo y se unifica de formas que nos preparan para mucho de lo que siguió después, en siglos más recientes. Shakespeare desarrolla la idea del amor conyugal de manera más completa que nunca antes, mientras que varios conceptos románticos aparecen como en una aproximación preliminar. En la tercera parte abordo de modo pluralista el romanticismo de los siglos XVIII y XIX. Sugiero que el concepto de amor romántico surgió como respuesta a reacciones contra las síntesis del Renacimiento y del puritanismo, atacadas por racionalistas europeos que aducían que el amor sexual es incompatible con el matrimonio, y sostenían, a veces, que es patológico por su misma naturaleza. En los capítulos sobre Rousseau, Sade y Stendhal examino

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En este segundo volumen de la trilogía sobre la naturaleza del amor, el autor rastrea las ideas sobre el amor desde los conceptos elaborados a partir de las tres principales religiones medievales hasta las complejidades del romanticismo moderno.
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