Jane Gaywood, la doncella de los Cashmore, entró sonriente en el dormitorio de éstos, cubierta solamente con un precioso camisón de purísima blancura. En la cama, la señora Cashmore la miró afectuosamente, y sonrió. —Te sienta muy bien, Jane querida. Jane sonrió más ampliamente, contemplándose en el espejo del tocador. Naturalmente que le sentaba bien. ¿A qué mujer no le había de sentar bien un camisón de aquel precio, de aquella calidad? A juicio de Jane, la señora Cashmore, era, además de maniática, demasiado exigente. No hacía ni siquiera una semana que el señor Cashmore le había regalado el camisón, y ya se desprendía de él. Cosas de ricos, desde luego.