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Movimientos Sociales Urbanos PDF

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Traducción de Ignacio R omero de Solís Movimientos sociales urbanos por MANUEL CASTELLS siglo veintiuno ecitores grupo editorial siglo veintiuno siglo xxi editores, méxico siglo xxi editores, argentina CERHO DEL AGUA 248, ROMERO DI TEHHEPOS GUATMALA 4824, C K2h QuP. CM310MEXCO, 0f BUENO? A-RES, ARGENTINA salto de página biblioteca nueva anthropos Almagro 38, 28010, ALMAGRO 38, 2801C diputaí.On 266. bajos MADRID, ESFAÑA MADRID ESPAÑA HARC!! ONA 0800" ÉíPAr'jA primera edición en español, 1974 tercera edición, corregida, 1977 decimoséptima reimpresión, 2013 © siglo xxi editores, s.a. de c.v. isbn 978-968-23-0407-1 en coedición con siglo xxi de españa, editores, s.a. primera edición en francés © librairie frangís maspero, parís título original: luttes urbames etpouvoir politique derechos reservados conforme a la ley impreso y hecho en méxico/printed and made in mexico impreso en impresora publimex, s.a. de c.v. calz. san lorenzo 279-32 col. estrella iztapalapa INDICE I. LA EMERGENCIA DE LOS MOVI­ MIENTOS SOCIALES URBANOS EN LAS SOCIEDADES INDUSTRIALES CAPITALISTAS II. LA ESTRUCTURA INTERNA DE UN MOVIMIENTO SOCIAL URBANO: LA LUCHA CONTRA LA «REVOLUCION- DEPORTACION» EN LA CIUDAD DE PARIS París, el pueblo y los comerciantes de las ciudades, 14.—¡El bulldozer no pasará!, 19.—A) Los «buenos inquili­ nos» y los «malos izquierdistas» en la defensa de la «Cité du peuplc», 20. B) Una larga marcha en la lucha ur­ bana, 31.—C) Los que resistieron, 35. El reverso de la lucha: por qué se gana, por qué se pierde o '<cómo se hace la historia», 37. III. REIVINDICACION URBANA Y AC­ CION POLITICA EN LOS COMITES CIUDADANOS DE MONTREAL De la ayuda social a la lucha reivin­ dicativa, 42.—El escándalo de la ciu­ dad de Montreal, 45.—Una politiza­ ción municipal: el Frente de Acción Política y sus ambigüedades, 46.—La crisis política de Quebec y el movi­ miento popular, 49.—Entre la caridad y la ideología, 52.—El vínculo entre lucha urbana y lucha política, 56. IV. MIXTIFICACION IDEOLOGICA Y CONTRADICCIONES SOCIALES: EL MOVIMIENTO DE ACCION ECOLO­ GICA EN LOS ESTADOS UNIDOS La acción ecológica: de las élites re­ trógradas al movimiento de rebeldía, Las grandes maniobras del «eco- 65.— stablishment», —La crítica de iz­ 71. quierda: ideología del medio ambien­ te y nuevas formas del beneficio capi­ talista, sin embargo..., 73.—Y 76.— Tipología de los movimientos de de­ fensa del medio ambiente: algunos ejemplos, —Los componentes inter­ 79. nos del movimiento ecológico o «por qué todo el mundo parece estar de acuerdo», 82. V. DE LA TOMA DE LA CIUDAD A LA TOMA DEL PODER: LUCHA URBANA Y LUCHA REVOLUCIONARIA EN EL MOVIMIENTO DE LOS «POBLADO­ RES» DE CHILE Lucha de clases, coyuntura política y forma de terrenos, 88.—Organiza­ ción social de los campamentos y transformación del modo de vida, 93. El vínculo entre las prácticas reivin- dicativas de los pobladores y el con­ junto de contradicciones sociales, 101. Los factores sociales del éxito de las diferentes líneas políticas del movi­ miento de los pobladores, 106. CONCLUSION APENDICE: LOS MOVIMIENTOS SOCIA­ LES URBANOS EN LA VIA DEMOCRA­ TICA AL SOCIALISMO A Nuria y a la ciudad que ella construirá. I. LA EMERGENCIA DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES URBANOS EN LAS SOCIEDADES INDUSTRIALES CAPITALISTAS De repente, el rumor sordo y regular de la circulación urbana ha sido alterado por una con­ fusa agitación de pasos, de voces, gritos, ruidos de metal y de cristales rotos. El tropel de auto­ móviles se detiene; se forman concentraciones de peatones; la masa en movimiento aumenta, y tro­ zos de tela y de cartón hablan de ellos. Y de su ciudad. Enfrente, las eternas cabezas con cascos; el orden de las porras; el paso acompasado e in­ mediatamente la carga, la violencia, el rechazo. A veces, los gases; tal vez, el sordo estallido de un arma de fuego, la sangre. Pero siempre, bajo esas diversas formas, el choque. Entre los que hablan de ellos y los que hablan de quienes dan las órdenes. Entre quienes desean cambiar de vida y quienes desean restablecer ese sordo rumor de una circulación regular al ritmo cotidiano de las cosas que transcurren sin transcurrir. En la calle, en su calle, enarbolando el moti­ vo de su cólera, son millares, sobre el adoquinado de las viejas calles del barrio de Marolles, en Bruselas, quienes se oponen a la construcción de oficinas de vidrio y acero de los grandes trusts del Mercado Común sobre los restos de esas ca­ sas y de esas tabernas donde, desde hace cente­ nares de años, viven. Y acabarán ganando. En la calle del centro urbano deteriorado por la lógica 2 MANUEL CASTELLS de la rentabilidad de los precios del suelo, tam­ bién son millares los negros norteamericanos que se oponen a la demolición de una buena parte del ghetto de Newark (New Jersey) para que allí construyan una Facultad de Medicina, adonde acu­ dirán los hijos de los «otros», que posteriormente se dedicarán a cuidar a los hijos de los «otros». Y también ganarán. Pero antes tuvieron que pro­ ducirse los motines de 1967, y decenas de muer­ tos. .. Y también en las calles de Milán los estudian­ tes y los «sin casa» se batieron contra la policía para que les fueran asignadas viviendas decentes; y fue en las calles de Bogotá donde millares de colombianos protestaron instalando sus maquetas miniaturas que representaban esas barriadas lim­ pias y con zonas verdes tantas veces prometidas por la propaganda electoral. Y en plena calle, sue­ cos amantes de la Naturaleza, protegieron con sus propios cuerpos un árbol que intentaban de­ rribar en una plaza de Estocolmo; como millares de jóvenes parisienses organizaron una fiesta para preservar los pabellones de las Halles, con­ denados a ser sustituidos por centros financieros, y como jóvenes norteamericanos, en un gesto sim­ bólico, enterraron un motor de automóvil, fuente de contaminación y símbolo del ritmo desenfre­ nado de la «vida moderna». Tal es el cuadro, confuso y lleno de contrastes, donde se entremezclan nuevas contradicciones so­ ciales y el boyescutismo, el rechazo de nuevas formas de opresión y el culto por el pasado, la lucha revolucionaria y la defensa del estatuto so­ cial de la vecindad. Pero, en cualquier caso, cuan­ do casi a diario, en todos los países, podemos ver aumentar el número, la dimensión y la intensidad de esas movilizaciones populares referentes al «marco de la vida», a las formas y los ritmos de la vida cotidiana, parece lógico extraer la conclu­ sión de que nos encontramos frente al surgimien­ to de una nueva forma de conflicto social direc­ MOVIMIENTOS SOCIALES URBANOS 3 tamente ligada a la organización colec.iva del modo de vida. Asistimos, por consiguiente, al surgimiento y a la generalización progresiva de movimientos so­ ciales urbanos, es decir, de sistemas de prácticas sociales contradictorias que controvierten el or­ den establecido a partir de tas contradicciones es­ pecíficas de la problemática urbana. Pero ¿qué es lo que se entiende por «problemá­ tica urbana»? Naturalmente, no puede ser «todo cuanto suceda en las ciudades», porque, al estar cada vez más urbanizada nuestra sociedad, aca­ baría por no haber ninguna especiñdad en los problemas planteados, y el término se convertiría en inútil, debido a su carácter excesivamente ge­ neral. Cuando se habla de «problemas urbanos» nos referimos más bien, tanto en las «ciencias so­ ciales» como en el lenguaje común, a toda una serie de actos y de situaciones de la vida coti­ diana cuyo desarrollo y características dependen estrechamente de la organización social general. Efectivamente, a un primer nivel se trata de las condiciones de vivienda de la población, el acceso a los servicios colectivos (escuelas, hospitales, guarderías, jardines, zonas deportivas, centros culturales, etc.), en una gama de problemas que van desde las condiciones de seguridad en los edi­ ficios (en los que se producen cada vez con mayor frecuencia «accidentes mortales colectivos») has­ ta el contenido de las actividades culturales de los centros de jóvenes, reproductoras de la ideología dominante. También se trata de otros momentos de la vida de cada día. Para millones de hombres son las horas inacabables y agotadoras del transporte por la mañana y por la tarde, aplastados en un vagón por una multitud sin rostro que se estira por un pasillo de «metro», a paso rápido, hacia una cita cronometrada al minuto, o bien impo­ tentes en medio de una multitud de automóviles inmóviles, en los que los motores marchan y se 4 MANUEL CASTELLS desgastan, para reproducir ese mismo gesto en un próximo automóvil más bien que para cubrir la distancia. También es el tiempo fraccionado de la jornada, la separación funcional de las distin­ tas actividades, el viaje al centro comercial y la carrera angustiada a los cascos urbanos, donde se concentra el mundo de la evasión. Es el aisla­ miento de los suburbios poblados de chalés o la soledad de los grandes bloques de viviendas, don­ de se yuxtaponen núcleos de existencia individua­ les e incomunicables. También es el residuo de algunos grupos sociales específicos. Por ejemplo, el caso de los ancianos: al mismo tiempo que la renovación tiende a romper las viejas comunida­ des de barrio, donde habían tejido su red de rela­ ciones sociales,- el nuevo sistema de intercambios va no está localizado en un espacio restringido y exige la utilización intensiva de una red de trans­ portes que en modo alguno es la adecuada para ellos, bien sea colectiva o individualmente. Tam­ bién es el caso de las minorías étnicas, que, por un lado, padecen no solamente la discriminación tn el hábitat, sino que incluso pagan, por eso mismo, precios exagerados por sus tugurios a los mercaderes de sueños, mientras que constante­ mente tienen que enfrentarse con operaciones ur­ banísticas que tienden a romper la formación de comunidades étnicas sin que ni siquiera rocen los mecanismos sociales sobre los que se articula la discriminación. También es el caso de los adoles­ centes que oscilan sin parar entre una organiza­ ción urbana en la que los servicios y los trans­ portes no prevén una edad intermedia entre el niño y el adulto, y, por otra parte, los «ghettos para jóvenes», rentables en función de la comer­ cialización de la rebeldía. O el caso de las mujeres abiertas a la vida, pero que la carencia de guarde­ rías, la falta de adaptabilidad de los horarios, la persistencia del modelo cultural falocrático al ni­ vel del modo de consumo mantienen clavadas en su hogar, no dejándoles otra elección que la su­

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