En el marco formal de una estructura dialéctica, que arranca en la España de la Transición y llega hasta nuestros días, la novela de abre y se cierra en un diálogo a una sola voz —no un monólogo, mucho menos un soliloquio: ¿una confesión? La culpa, como tema central de la novela, será la consecuencia inesperada de un enamoramiento de juventud que desencadenará en una serie de acontecimientos en los que la protagonista se verá atrapada.
Tras la primera parte, en la que la trama nos deja en un punto de suspense, aparece, como antítesis, una realidad, que, sin que los lectores puedan adivinarlo, modoficará el curso de la historia que se narra.
Estaremos, en resumen, ante el relato de una pérdida —o de más— y de un reencuentro consigo misma del personaje que narra desde la primera persona.
Moscas en el cristal integra las dos novelas anteriores, Perros de verano y El color de los peces azules y en ese sentido, forma con ellas una inusual trilogía a la que pone punto y final.