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Morazán y la Federación Centroamericana PDF

392 Pages·1958·11.94 MB·Spanish
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(c) LIBRO MEX EDITORES, S. DE R. L. 1958 Derechos reservados por el autor. Primera edición, noviembre de 1958 HECHO EN MÉXICO Impreso en los Talleres de la EDITORIAL B. COSTA-AMIC, MESONES, 14 — MÉXICO, D. F. 'JNIVERSITY ALBERTA LIBRA Rl ARTURO HUMBERTO MONTES MORAZÁN Y LA FEDERACIÓN CENTROAMERICANA 1958 LIBRO MEX ♦ EDITORFS C A R T A P R Ó L O G O Tegucigalpa, D. C., 15 de marzo de 1958. Señor Licenciado Don Arturo Humberto Montes. Ciudad. Ilustre amigo: Me ha otorgado usted el privilegio de leer su obra “Morazán y la Fe­ deración Centroamericana” antes de ser entregada a sus editores. Es una distinción que me honra y que yo aprecio en toda su significación. Cuando escribí mi drama “Los Conspiradores”, con el que se inauguró el Teatro Nacional, hube de estudiar previamente la vida de Morazán en las obras de nuestros grandes historiadores: Montúfar, Grimaldi, Marure, Reyes, Vallejo, Durón, y sobre todo, Martínez López, minucioso investigador que habíase especializado en todo lo concerniente a la historia del héroe. Mi propósito primordial al hacer esos estudios, no fue el conocimiento de sus actuaciones como hombre de Estado, ni la descripción de sus grandes batallas, ya harto conocidas, sino el atisbo de detalles de su vida íntima, de esa vida ordinaria donde no hay poses, donde mostramos nuestra alma al desmido con sus de­ fectos y sus virtudes, es decir, la vida privada, que es la verdadera vida del hombre. Busqué también en la tradición oral, en la literatura anecdótica y en todo papel que pudiera dar luz a mis propósitos. De todas mis investi­ gaciones saqué en claro que nuestro héroe había sido genial como hombre público, pero que también, como ciudadano, había sido un hombre virtuoso; que como guerrero había realizado hazañas estupendas, pero que en la vida civil había realizado actos verdaderamente sublimes. Esto último fue lo que intenté hacer patente en mi obra dramática. Así pues, el estudio de los au­ tores mencionados, me ha puesto en condiciones de poder juzgar la obra ¿jj"— de Ud., la cual considero meritísima, tanto por el alto sentido crítico con que juzga los acontecimientos y el abundante acopio de datos hasta hoy 2424474 8 C A R T A P R O L O G O inéditos, como por estar escrita en un estilo fluido, preciso y elegante, como cumple a un buen escritor que se precie de serlo. Es preciso creer en la ciencia infusa de que hablan los teólogos para poder comprender la vida maravillosa de nuestro héroe Morazán. Cuando en 1823, siendo Síndico pidió al Muy Noble Ayuntamiento de Tegucigalpa que protegiera a los labradores de los regatones, quienes compraban con una medida y vendían con otra; que pedía apoyo para la agricultura y a la vez pedía la fundación de una escuela pública, revelaba ya el germen del fu­ turo gran estadista que forjaría la estructura de una nueva nacionalidad. Pedía pan para el cuerpo y pan para el espíritu. “No es la plata —dice en su memorial— ni los metales preciosos los que enriquecen un Reyno: es la Agricultura. Aquélla no es más que el precio de todas las cosas y el móvil de las disensiones, cuando ésta es el origen de abundancia y de todas las virtudes. La Escuela que desgraciadamente no ha podido ponerse en práctica en esta ciudad, es aún más interesante. No hay pueblo por peque­ ño y miserable que sea que no tenga un maestro para la educación de la juventud. ¿Y se podría creer que la rica Tegucigalpa, llena de tantos vecinos patriotas no la tenga?” Breve tiempo después, habiendo hecho su ascensión espectacular y re­ lampagueante, y ya en el poder supremo, satisfizo a plenitud sus eleva­ dos anhelos: dio vuelo a la agricultura, creó escuelas e impuso la enseñanza laica y obligatoria, abrió rutas, creó industrias, puso alas al comercio, or­ ganizó las finanzas, destruyó las instituciones monásticas, separó la Iglesia del Estado, reformó la legislación Civil y Criminal, dictó leyes sabias para la defensa del ciudadano; y sobre aquel turbión de reformas revoluciona­ rias, mantuvo siempre en alto las dos divinidades por él reverenciadas: la Justicia con una balanza y la Libertad con una espada. La batalla de La Trinidad es algo que pertenece al prodigio. Morazán, modesto amanuense de una escribanía, sin más instrucción que la primaria y sin haber leído jamás un libro sobre milicias, con un puñado de reclutas bate y derrota a un poderoso ejército comandado por un militar experto, delegado del arbitrario presidente Arce. Esa batalla fue la iniciación de su gloria. Echó por tierra la táctica prusiana. Revolucionó el arte de la guerra e impuso su propia táctica y su propia estrategia. En una rápida sucesión de batallas fulgurantes y victoriosas, llegó hasta Guatemala, capital de la antigua Capitanía: sitióla, tomóla, y con ella destruyó el antiguo régimen medioeval imperante e instauró la República. Todo eso es algo que confina con lo fantástico. MORAZÁN Y LA FEDERACIÓN CENTROAMERICANA 9 La aristocracia y el clero, acobardados y vencidos, necesitando un amo al tenor de Fernando VII, aunque no juera de origen divino, ofreciéronle la dictadura. Bello, joven, genial y victorioso, lo consideraron el tipo ideal como para hacer de él un buen Emperador Iturbide. Morazán declinó el honor, y en cambio, anuló los títulos nobiliarios, quitó al clero los diezmos y las primicias, secularizó los cementerios y fundó innúmeras escuelas pú­ blicas para enseñar a leer al soberano, es decir, al pueblo, de quien se con­ sideró siempre y únicamente servidor y simple delegado. Esto en su vida política es sublime. Después llegó la tragedia. El clero, herido profundamente por la re­ forma, no paró un instante en su empeño de destruir la república. Conside­ rábase, como por un mandato divino, obligado a realizar esta misión: des­ truir a Morazán y sus reformas, y con ello, destruir la Federación. Para tamaña empresa contaba con dos armas poderosas: una sutil, intangible, misteriosa: el fanatismo; y otra no menos temible: la calumnia. Dos armas terribles que a la larga le darían la victoria. Cuando en 1837 invadió a Centroamérica el cólera morbus, haciendo espantosos estragos, los curas des­ de el púlpito propalaron la especie de que la epidemia provenía del enve­ nenamiento de las aguas, ordenado por Morazán, quien había pactado con el diablo para venderle las almas de los muertos; que era un anticristo fe­ roz, un hereje que quería destruir nuestra Santa Religión. Los indios de Mita, Jumay y Matequescuintla, al saber tales infundios, se llenaron de es­ panto; levantáronse en armas contra la autoridad constituida, y fraccionán­ dose en cuadrillas, hiciéronse facinerosos, robando, incendiando y asesinan­ do en todo el oriente de la República. Por orden o sugerencia curial uno de los jefes cuadrilleros, Rafael Carrera, congregó en su torno a los demás forajidos, y por ser el más astuto y hábil de los guerrilleros, y más adepto a la religión, hízose proclamar ante sí como jefe supremo de las hordas. Jo­ ven, audaz, ambicioso, sanguinario, analfabeto y horriblemente supersticio­ so, asesorado por el presbítero Juan José Aycinena y los curas González y Arellano, multiplicó, concentró y organizó las temibles mesnadas de indios semisalvajes, hasta el grado de poner en peligro la estabilidad de la repú­ blica. El clero de Guatemala, implacable y activo, dilató sus tentáculos sobre los otros Estados, manteniéndolos en continua convulsión con motines, mon­ toneras y rebeliones, a tal grado, que Honduras, Nicaragua y Costa Rica, se disgregaron de la Federación y se declararon Repúblicas libres e indepen­ dientes. La obra nefasta estaba ya consumada. Como Morazán aun era Pre­ sidente de El Salvador, mientras sus lugartenientes combatían contra Ca­ rrera, él, en un intento vano de detener el desastre, libró y ganó contra los 10 C A R T A P R Ó L O G O separatistas, dos grandes batallas: El Espíritu, Santo y San Pedro Férula- pán; batallas ilustres que, como las de Junín, Ayacucho y Boy acá, entra­ ron ya a la historia como obras maestras en el arte de la guerra. Morazán partió al exilio y a la muerte, y Centroamérica entró en la noche de es­ pantosas pesadillas, que aun dura, después de cien años. Usted incluye en su obra las semblanzas que del héroe hicieron algu­ nos escritores ilustres que fueron sus contemporáneos. Todos acreditan las extraordinarias prendas que lo adornaban; pero la de Grimaldi, en mi opi­ nión, es la que resume todas, y tiene el prestigio de ostentar en su estilo el movimiento de una contagiosa unción patriótica. Permítame que la repro­ duzca en esta carta, siquiera para satisfacer mis deseos de leerla una vez más: “Morazán —dice Grimaldi— era blanco y parecía revelar en sus per­ files, su origen corso, aproximándose algún tanto al tipo griego. Alto, del­ gado, recto, marcial y continente digno, sereno, agradable y simpático. Sus maneras suaves, su acción desenvuelta con cultura y su palabra fácil, acom­ pañada de una modulación irresistiblemente atractiva, como lo confesaban sus mismos adversarios. Ninguna frivolidad se notaba en sus costumbres, tan puras, sencillas y arregladas. Huía de las diversiones, lo mismo que de exhibirse y lucirse. Evitaba las demostraciones de simpatía, los banquetes y liviandades, pero le complacía en extremo el trato de los hombres ilustra­ dos, aunque fueran sus enemigos. Respetuoso a las leyes, a las costumbres y a la sociedad, jamás se le escapó una palabra inconveniente o que revelara tan siquiera la superiori­ dad de su posición, pues era incapaz de humillar o deprimir a nadie. En su fondo recto, severo, pundonoroso, humanitario, rendía culto a la justicia y se hubiera condenado a él mismo, tocándole el papel de juez. Despreciaba el lujo: su casa respiraba modesta decencia; su vestido, en nada se distinguía del de los demás: levita de paño, sombrero de junco; pantalón blanco y un observador minucioso que mucho se fijó en sus cos­ tumbres durante cinco años, le vio una sola vez con el uniforme militar el año de 38. Era enemigo de establecer diferencias de superioridad y distin­ guirse del pueblo. Al despacho del Gobierno iba como todos los empleados de la Federa­ ción, de frac y sombrero bolero, nunca con galones. Jamás se le vio en la calle, rodeado de edecanes, ni usó guardias en su casa. Paseaba solo y vivía con su familia, sin ocupar en la servidumbre ningún oficial ni soldados. Nada de boato, ni disposiciones, ni cosa alguna que pudiera empañar sus virtudes republicanas, profundamente arraigadas en aquel corazón mag­ nánimo, y si tanto le amaban y respetaban, nadie le temió, porque jamás se MORAZÁN Y LA FEDERACIÓN CENTROAMERICANA 11 le vio un acto de ferocidad ni ensañamiento. Sus mayores enemigos, depo­ nían sus iras en su presencia, porque viéndole era imposible odiarle. Se excusaba de pasar por los cuerpos de guardias y cuando no podía evitarlo, hacía suprimir los honores militares, que consideraba muy propios para envanecer a unos y envilecer a otros. En los partes militares no se ocupaba de él, sino del ejército, a quien atribuye todo el éxito. No alardeaba de sus triunfos, ni abultaba los hechos; al contrario, los rebajaba. Hablando de la batalla de “Las Charcas”, se re­ fiere al arrojo, bravura y denuedo de los suyos y simplemente dice que los guatemaltecos, huyeron sin motivo, dándole así el triunfo. Con rara habilidad evitaba las ovaciones populares, cuando volvía de las campañas, ocultando su marcha y derrotero, pero una vez la Municipa­ lidad de San Vicente, colocó sigilosamente espías en las alturas que no tar­ daron en avisar su aproximación seguido del ejército. El pueblo en tropel, salió a derramar guirnaldas y flores. Morazán abatido y abochornado, bajó la vista y pasó como ocultándose entre los jefes. El más distraído observa­ dor habría notado en el semblante de Morazán, su abatimiento y bochorno. “El gustaba de entrar de noche o al amanecer, logrando así evitar el incienso de un pueblo que lo adoraba. La vanidad nunca tuvo asilo en aquel hom­ bre virtuoso.” * * * La historia de Morazán será siempre un tema encantador, y más para un hondureño, que tenga una alma de poeta, sea escritor y lleve en su co­ razón un entusiasmo y un patriotismo desbordantes, como usted, mi digní­ simo amigo. En el peristilo que la gloria ha consagrado a nuestro héroe, su libro será una nueva columna. Honduras agradecerá su esfuerzo, asegurán­ dole la perennidad, pues a usted lo situará en el rango de sus historiadores más beneméritos. Lo saluda su amigo, Luis Andrés Zúñiga. PALABRAS DE RAFAEL HELIODORO VALLE SOBRE EL LIBRO “MORAZAN Y LA FEDERACIÓN CENTROAMERICANA” A rturo Humberto Montes fue mi alumno en días lejanos ya, en la Escuela Normal de Tegucigalpa. Era un muchacho callado, inteligente y estudioso, pero no recuerdo haberle conocido su vocación para los estudios históricos y hoy, de repente, como una alegre y fresca brisa en un jardín, se me presenta con un libro en que la insigne figura de Francisco Morazán aparece en toda su grandeza, como un águila frente a un espejo. Recuerdo que allá en mi escuela de la Niña Lola, su padre don Agapito Bustillo me hablaba de Morazán, de quien fue prisionero después de la ba­ talla del Espíritu Santo. Me contaba el inolvidable viejecito que el noble Morazán le perdonó la vida y le dio dinero para que regresara a Teguci­ galpa, a su casa, y no volviera a tomar armas contra el héroe. Montes ha revisado todos los documentos morazánicos y ha seguido al héroe en todos los países donde blandió su espada flamígera en defensa de los derechos del pueblo y para fundar la democracia en Centroamérica; o bien en el gabinete del estadista donde él meditaba los problemas para po­ der engrandecer y desarrollar a su patria, o ya en el exilio en David, de la entonces Nueva Granada, en donde escribió sus memorias que quedaron in­ conclusas y su fulminante manifiesto en el que se revela el escritor de pen­ samiento puro y brillante estilo. Montes ha elevado así un dignísimo monu­ mento a nuestro compatriota, la figura cimera de Centroamérica del pasa­ do siglo XIX. Morazán era de ascendencia europea, nacido en Tegucigalpa e hijo del hijo de un europeo nacionalizado en la provincia de Honduras, y de una criolla de la propia Tegucigalpa. Le tocó ser por inspiración revolucionaria y talento más allá de lo común, uno de los grandes capitanes de América que desde el centro de la misma, anticipó la reforma liberal en el continen­ te, revelándose como un genio militar y como un escritor que se había nu­ trido en los clásicos, tales como Tocqueville y Montesquieu, logrando brillar

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