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MI LUCHA Adolf Hitler PDF

415 Pages·2003·1.71 MB·Spanish
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MI LUCHA Adolf Hitler Primera edición electrónica en castellano. Dos volúmenes en uno. Primer Volumen: RETROSPECCIÓN Segundo Volumen: EL MOVIMIENTO NACIONALSOCIALISTA. 2003. Jusego. Edición sin fines de lucro. ADOLF HITLER. 1889-1945. Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 2 Presentación. Esta es la primera versión electrónica casi completa de Mi Lucha en castellano. Se invita a todos los miembros del Movimiento a distribuírla lo más ampliamente posible. Se autoriza su colocación en cualquier sitio Web para descarga. La segunda edición contendrá notas aclaratorias y además será cotejada con la edición inglesa no expurgada de 1939. Agradecemos la colaboración de todos los que han contribuído a la ejecución de este proyecto, el que redundará en una mejor preparación de la militancia. Para efectos de su uso se ha habilitado su impresión así como la opción marcar/copiar en caso de que se necesite citar algún párrafo. Agradeceremos se nos informe de todo error que aparezca en ella porque sin duda debe haberlos. Abril de 2003. Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 3 Esta Primera Edición Electrónica de Mi Lucha está dedicada a los 59 mártires Nacionalsocialistas chilenos caídos por la Patria el 5 de Septiembre de 1938 en Santiago de Chile. "Chile necesita del sacrificio de sus hijos. Estamos obligados a sacrificarlo todo si con ello Chile se salva" (Francisco Maldonado Chávez, caído ese día). Enrique Herreros del Río César Parada Henríquez Francisco Maldonado Chávez Juan Silva Tello Hugo Badilla Tellería Jesús Ballesteros Miranda Ricardo White Alvarez Julio César Villasiz Zura Pedro Angel Riquelme Triviño Mario Pérez Perreta Mauricio Falcon Piñeiro Luis Thennet Gillet Héctor Thennet Gillet Guillermo Cuello González Waldemar Rivas Vilaza Hermes Micheli Candia Raúl Méndez Ureta Bruno Bruning Schwarzenberg José Sotomayor Sotomayor Gerardo Gallmeyer Klotzche Neftalí Sepúlveda Soto Domingo Chávez Whalen Walter Kusch Dietrich Víctor Muñoz Cárdenas Juan Kähni Holzapfel Marcos Magasich Huerta Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 4 Enrique Magasich Huerta Heriberto Espinoza Lizana Jorge Jaraquemada Vivanco Félix Maragaño Flores Jorge Valenzuela San Cristóbal Salvador Zegers Terrazas Carlos Alfredo Barraza Robles Jorge Alvear Soto Víctor Tapia Briones Humberto Yuric Yuric Jorge Tépper Bradanovic Juan Orchard Fox Alejandro Bonilla Tajan Emiliano Aros Molina Salvador Fernández Ponicio Jorge Sepúlveda Céspedes Timoleón Jijón González José Figueroa Figueroa Eduardo Suárez Suárez Renato Chea Meneses Manuel Silva Durán Daniel Jorge Jeldres Carlos Jorge Jeldres Luis Arriagada Muñoz Alberto Murillo Muñoz Julio Hernández García Efraín Rodríguez Sáez Carlos Riveros Sáez Hugo Moreno Donoso Alberto Ramírez Zamora Manuel Jelves Olea Pedro Molleda Ortega Carlos Muñoz Cortés ¡HONOR Y GLORIA ETERNAS!. Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 5 DEDICATORIA El 9 de noviembre de 1923, a las 12:30 del día, poseídos de inquebrantable fe en la resurrección de su pueblo, cayeron en Munich, frente a la Feldherrnhalle y en el patio del antiguo Ministerio de Guerra, los siguientes camaradas: Felix Alfarth, comerciante, nacido el 5 de julio de 1901. Andreas Bauriedl, sombrerero, nacido el 4 de mayo de 1879. Theodor Casella, empleado bancario, nacido el 8 de agosto de 1900. Wilhelm Ehrlich, empleado bancario, nacido el 19 de agosto de 1894. Martin Faust, empleado bancario, nacido el 27 de enero de 1901. Anton Hechenberger, cerrajero, nacido el 28 de septiembre de 1902. Oskar Koerner, comerciante, nacido el 4 de enero de 1875. Karl Kuhn, empleado de hotel, nacido el 26 de julio de 1897. Karl Laforce, estudiante de ingeniería, nacido el 28 de octubre de 1904. Kurt Neubauer, criado, nacido el 27 de marzo de 1899. Claus von Pape, comerciante, nacido el 16 de agosto de 1904. Theodor von der Pfordten, consejero en el Tribunal Regional Superior, nacido el 14 de mayo de 1873. Johannes Ríckmers, ex capitán de caballería, nacido el 7 de mayo de 1881. Max Erwin von Scheubner-Ríchter, doctor en ingeniería, nacido el 9 de enero de 1884. Lorenz Rítter von Stransky, ingeniero, nacido el 14 de marzo de 1899. Wilhelm Wolf comerciante, nacido el 19 de octubre de 1898. Autoridades llamadas nacionales se negaron a dar una sepultura común a estos héroes. Dedico esta obra a la memoria de todos ellos, para que el ejemplo de su sacrificio ilumine incesantemente a los seguidores de nuestro Movimiento. Landsberg am Lech, 16 de octubre de 1924. Adolf Hitler. Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 6 PRÓLOGO DEL AUTOR En cumplimiento del fallo dictado por el Tribunal Popular de Munich, el 1° de abril de 1924 debía comenzar mi reclusión en el presidio de Landsberg am Lech. Así se me presentaba, por primera vez después de muchos años de ininterrumpida labor, la posibilidad de iniciar una obra reclamada por muchos y que yo mismo consideraba útil a la causa nacionalsocialista. En consecuencia, me había decidido a exponer no sólo los fines de nuestro Movimiento, sino a delinear también un cuadro de su desarrollo, del cual será posible aprender más que de cualquier otro estudio puramente doctrinario. Aquí tuve igualmente la oportunidad de hacer un relato de mi propia evolución, en la medida necesaria para la mejor comprensión del libro y al mismo tiempo para destruir las tendenciosas leyendas sobre mi persona propagadas por la prensa judía. Al escribir esta obra no me dirijo a los extraños, sino a aquéllos que, perteneciendo de corazón al Movimiento, ansían penetrar más profundamente en la Ideología Nacionalsocialista. Bien sé que la viva voz gana más fácilmente las voluntades que la palabra escrita y que, asimismo, el progreso de todo Movimiento trascendental en el mundo se ha debido, generalmente, más a grandes oradores que a grandes escritores. Sin embargo, es indispensable que una doctrina quede expuesta en su parte esencial para poderla sostener y poderla propagar de manera uniforme y sistemática. Partiendo de esta consideración, el presente libro constituye la piedra fundamental que yo aporto a la obra común. Adolf Hitler (Presidio de Landsberg am Lech, 16 de octubre de 1924.) Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 7 Volumen I. RETROSPECCIÓN. Capítulo I. EN EL HOGAR PATERNO. Considero una feliz predestinación el haber nacido en la pequeña ciudad de Braunau am Inn; Braunau, situada precisamente en la frontera de esos dos estados alemanes cuya fusión se nos presenta - por lo menos a nosotros, los jóvenes- como un cometido vital que bien merece realizarse a todo trance. La Austria germana debe volver al acervo común de la patria alemana, y no por razón alguna de índole económica. No, de ningún modo, pues aun en el caso de que esta fusión, considerada económicamente, fuera indiferente o resultara incluso perjudicial, debería efectuarse a pesar de todo. Pueblos de la misma sangre se corresponden a una patria común. Mientras el pueblo alemán no pueda reunir a sus hijos bajo un mismo Estado, carecerá de todo derecho moralmente justificado para aspirar a acciones de política colonial. Sólo cuando el Reich, abarcando la vida del último alemán, no tenga ya posibilidades de asegurarle a éste su subsistencia, surgirá de la necesidad del propio pueblo la justificación moral para adquirir la posesión de tierras extrañas. El arado se convertirá entonces en espada, y de las lágrimas de la guerra brotará el pan diario para la posteridad. La pequeña población fronteriza de Braunau me parece constituir el símbolo de una gran obra. Aun en otro sentido se yergue también hoy ese lugar como una advertencia para el porvenir. Cuando esta insignificante población fue, hace más de cien años, escenario de un trágico suceso que conmovió a toda la Nación alemana, su nombre quedaría inmortalizado por lo menos en los anales de la historia de Alemania. En la época de la más terrible humillación impuesta a nuestra patria, rindió allí su vida el librero de Nürnberg, Johannes Palm, obstinado nacionalista y enemigo de los franceses. Se había negado rotundamente a delatar a sus cómplices revolucionarios, mejor dicho, a los verdaderos promotores. Murió igual que Leo Schlageter, y como éste, Johannes Palm fue también denunciado a Francia por un funcionario. Un director de policía de Augsburgo cobró la triste fama de la denuncia y creó con ello el tipo de las autoridades alemanas del tiempo del señor Severing. En esa pequeña ciudad sobre el Inn, bávara de origen, austríaca políticamente, y ennoblecida por el martirologio alemán, vivieron mis padres, allá por el año 1890. Mi padre era un leal y honrado funcionario. Mi madre, ocupada en los quehaceres del hogar, tuvo siempre para sus hijos invariable y cariñosa solicitud. Poco retiene mi memoria de aquel tiempo, pues pronto mi padre tuvo que abandonar el lugar que había ganado su afecto, para ir a ocupar un nuevo puesto en Passau, es decir, en Alemania. En aquellos tiempos, la suerte del aduanero austríaco era peregrinar a menudo. De ahí que mi padre tuviera que pasar a Linz, donde acabó por jubilarse. Ciertamente esto no debió significar un descanso para el anciano. Mí padre, hijo de un simple y pobre campesino, no había podido resignarse en su juventud a permanecer en la casa paterna. No tenía aún trece años, cuando lió su morral y se marchó del terruño en Waldviertel. Iba Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 8 a Viena, desoyendo el consejo de los lugareños con experiencia, para aprender allí un oficio. Ocurría esto el año 50 del pasado siglo. ¡Grave resolución la de lanzarse en busca de lo desconocido, provisto sólo de tres florines! Pero cuando, el adolescente cumplía los diecisiete años y había ya superado su examen de oficial de taller, no estaba, sin embargo, satisfecho de sí mismo. Por el contrario, las largas penurias, la eterna miseria y el sufrimiento reafirmaron su decisión de abandonar el taller para llegar a ser "algo más". Si cuando niño, en la aldea, el señor cura le parecía la expresión de lo más alto humanamente alcanzable, ahora, dentro de su esfera enormemente ampliada por la gran urbe, lo era el funcionario. Con toda la tenacidad propia de un hombre ya envejecido en la adolescencia por las penalidades de la vida, el muchacho se aferró a su resolución de convertirse en funcionario, y lo fue. Creo que poco después de cumplir los veintitrés años consiguió su propósito. Parecía así estar cumplida la promesa de aquel pobre niño de no regresar a la aldea paterna sin haber mejorado su situación. Ya había alcanzado su ideal. En su aldea nadie se acordaba de él, y a él mismo su aldea le resultaba desconocida. Cuando finalmente, a la edad de cincuenta y seis años, se jubiló, no habría podido conformarse a vivir como un desocupado. Y he aquí que en los alrededores de la ciudad austríaca de Lambach adquirió una pequeña propiedad agrícola; la administró personalmente, y así volvió, después de una larga y trabajosa vida, a la actividad originaria de sus antepasados. Fue sin duda en aquella época cuando forjé mis primeros ideales. Mis ajetreos infantiles al aire libre, el largo camino a la escuela y la camaradería que mantenía con muchachos robustos, lo cual era motivo frecuentemente de hondos cuidados para mi madre, pudieron haberme convertido en cualquier cosa menos en un poltrón. Si bien por entonces no me preocupaba seriamente la idea de mi profesión futura, sabía en cambio que mis simpatías no se inclinaban en modo alguno hacia la carrera de mi padre. Creo que ya entonces mis dotes oratorias se ejercitaban en altercados más o menos violentos con mis condiscípulos. Me había hecho un pequeño caudillo, que aprendía bien y con facilidad en la escuela, pero que se dejaba tratar difícilmente. Cuando, en mis horas libres, recibía lecciones de canto en el coro parroquial de Lambach, tenía la mejor oportunidad de extasiarme ante las pompas de las brillantísimas celebraciones eclesiásticas. De la misma manera que mi padre vio en la posición del párroco de aldea el ideal de la vida, a mí la situación del abad me pareció también la más elevada posición. Al menos, durante cierto tiempo así ocurrió. Mi padre, por motivos fácilmente comprensibles, no prestaba mucha atención al talento oratorio de su travieso vástago para sacar de ello conclusiones favorables en relación con su futuro, resultando obvio que no concordase con mis ideas juveniles. Aprensivo, él observaba esta disparidad de naturalezas. En realidad, la vocación temporal por la citada profesión desapareció muy pronto, para dar paso a esperanzas más acordes con mi temperamento. En el estante de libros de mi padre encontré diversas obras militares, entre ellas una edición popular de la guerra franco-prusiana de 1870-71. Eran dos tomos de una revista ilustrada de aquella época, que convertí en mi lectura predilecta. No tardó mucho para que la gran lucha de los héroes se transformase para mí en un acontecimiento de la más alta significación. Desde entonces me entusiasmó, cada vez más, todo lo que tenía alguna relación con la guerra o con la vida militar. Pero también en otro sentido debió tener esto significado para mí. Por primera vez, aunque en forma poco precisa, surgió en Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 9 mi mente la pregunta de sí realmente existía, y en caso de existir, cuál podría ser la diferencia entre los alemanes que combatieron en la guerra del 70 y los otros alemanes, los austríacos. Me preguntaba yo: ¿Por qué Austria no tomó parte en esa guerra junto a Alemania? ¿Por qué mi padre y todos los demás no se batieron también? ¿Acaso no somos todos lo mismo? ¿No formamos todos un único cuerpo? A mis cautelosas preguntas, tuve que oír con íntima sorpresa la respuesta de que no todo alemán tenía la suerte de pertenecer al Reich de Bismarck. Esto, para mí, era inexplicable. Habían decidido que yo estudiase. Considerando mí carácter, y sobre todo mi temperamento, mi padre creyó llegar a la conclusión de que la enseñanza clásica del Lyceum ofrecía una flagrante contradicción con mis tendencias intelectuales. Le parecía que en una Realschule me iría mejor. En esta opinión se aferró aún más ante mi manifiesta aptitud para el dibujo, disciplina cuya dedicación, a su modo de ver, era tratada con negligencia en los Gymnasium austríacos. Quizá estuviera también influyendo en ello decisivamente su difícil lucha por la vida, durante la cual el estudio de las humanidades sería, ante sus ojos, de poca o ninguna utilidad. Por principio, era de la opinión de que su hijo naturalmente sería y debía ser funcionario público. Su amarga juventud hizo que el éxito en la vida fuera para él visto como producto de una férrea disciplina y de la propia capacidad de trabajo. Era el orgullo del hombre que se había hecho a sí mismo lo que le inducía a querer elevar a su hijo a una posición igual o, si ello fuera posible, más alta que la suya, tanto más cuanto que por su propia experiencia se creía en condiciones de poder facilitar en gran medida la evolución de aquél. El pensamiento de una oposición a aquello que para él se configuró como objetivo de toda una vida, le parecía inconcebible. La resolución de mi padre era pues simple, definida, nítida y, ante sus ojos, comprensible por sí misma. Finalmente, para su comportamiento, vuelto imperioso a lo largo de una amarga lucha por la existencia, en el devenir de su vida toda, le parecía algo totalmente intolerable entregar la última decisión a un joven que le parecía inexperto e incluso irresponsable. Era imposible que ello se adecuase con su usual concepción del cumplimiento del deber, pues representaría una disminución reprobable de su autoridad paterna. Además de eso, sólo a él le cabía la responsabilidad del futuro de su hijo. Sin embargo, las cosas iban a acontecer de manera diferente. Por primera vez en mi vida, cuando apenas contaba once años, debí oponerme a mi padre. Si él era inflexible en su propósito de realizar los planes que había previsto, no menos irreductible y porfiado era su hijo para rechazar una idea que poco o nada le agradaba. ¡Yo no quería convertirme en funcionario! Ni los consejos ni las serias amonestaciones consiguieron reducir mi oposición. ¡Nunca, jamás, de ninguna manera, sería yo funcionario público! Todas las tentativas para despertar en mí el amor por esa profesión, inclusive la descripción de la vida de mi propio padre, se malograban y me producían el efecto contrario. Me resultaba abominable el pensamiento de, cual un esclavo, llegar un día a sentarme en una oficina, de no ser el dueño de mi tiempo sino, al contrario, limitarme a tener como finalidad en la vida llenar formularios. ¿Qué ilusión podría despertar esto en un joven que era todo, menos dócil, en el sentido frecuente del término? El estudio Adolf Hitler. Mi Lucha. Primera Edición electrónica, 2003.Jusego-Chile. 10

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