¿Qué puede hacer Alison cuando, de repente, Tom la deja plantada en medio de una cena de amigos para volver con su antigua novia de la facultad, una mujer que, según él mismo confiesa, es “como una droga”? De entrada, no mucho, pero tras pasar por una profunda crisis en la que se cuestiona con gran ironía todas sus creencias sobre las relaciones, el sexo y su propia educación conservadora, Alison toma las riendas de su vida y sale en busca del “gran amor”. Sarah Dunn Mi gran amor Colección: Mujeres en la ciudad - 3 ePUB v1.0 GusiX 06.11.11 © Sarah Dunn, 2007 © de la traducción: Cristina Maciá Orio, 2008 © Alianza Editorial, S.A., Madrid, 2008 Composición: Grupo Anaya ISBN: 978-84-206-6662-4 Printed in Spain Capítulo 1 Para ser justa con él, tengo que decir que no había manera de que Tom me dejara y yo me sintiera bien. Lo que pasa es que no estoy de humor para ser justa con él, así que, como mucho, haré lo posible por ser precisa. Fue el último fin de semana de septiembre. Habíamos organizado una cena. Los invitados estaban a punto de llegar. Me quedé sin mostaza de Dijon, imprescindible para la salsa del pollo, así que mande a mi novio Tom —mi «novio residente», como lo llamaba siempre mi madre— a la tienda, para que comprara un tarro. «Que no sea de la picante» estoy casi segura que le dije, porque una de las invitadas era Bonnie, mi mejor amiga, que en aquel momento estaba embarazada de siete meses, y la comida picante la hace sudar más de lo habitual; me pareció que lo que menos falta hacia en la cena era una mujer con una barriga enorme y las axilas de la ropa empapadas. Luego resultó que no, que no era eso lo que menos falta hacia en la cena. Lo que menos falta hacia es lo que pasó: al cabo de una hora de haberse marchado, Tom me llamó desde una cabina para decirme que empezara sin él, que no iba a volver, que no había comprado la mostaza y que, por cierto, estaba enamorado de otra. ¡Y teníamos invitados! Según la educación que he recibido, cuando se tienen invitados no se hace nada extraño o grosero, ni siquiera remotamente humano. Por eso hice lo que hice. Con toda tranquilidad, asomé la cabeza a la sala de estar y llamé a mi amiga. —Bonnie, ¿te importa venir a la cocina un momento? Bonnie entró en la cocina con paso torpe. —¿Dónde está Tom? —preguntó. —No va a venir —dije. —¿Por qué? —No lo sé. —¿Cómo que no lo sabes? —Me ha dicho que no va a venir a casa. Creo que acaba de romper conmigo. —¿Qué? ¿Por teléfono? Es imposible —dijo Bonnie—. ¿Qué te dijo, exactamente? Se lo conté. —Dios mío, ¿de verdad te ha dicho eso? ¿Estás segura? Me eché a llorar. —Pero bueno, esto es intolerable. —Bonnie me abrazo con todas sus fuerzas—. Es imperdonable. Imperdonable, desde luego. Por lo que a mí respectaba, lo más imperdonable de todo no era sólo que Tom hubiera puesto fin a nuestra relación de cuatro años sin previo aviso, o que lo hubiera hecho por teléfono, ni siquiera que lo hiciera en mitad de una cena, sino que encima había colgado sin darme la oportunidad de decir ni una sola palabra. Eso, para mí, era casi inconcebible. En cambio, según la opinión de Bonnie, lo imperdonable era que aquello no era más que una estratagema de Tom para no tener que proponerme matrimonio a corto plazo. Me expuso esta teoría mientras todavía me abrazaba, pensando que con eso me
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