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Memorias del viento PDF

158 Pages·2021·1.31 MB·English
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MEMORIAS DEL VIENTO Emiliano Llano Díaz Memorias del Viento 1 Memorias del Viento Emiliano Llano Díaz El autor y Exa Ingeniería® no están afiliados a ningún fabri- cante. Derechos Reservados© por el autor 2018-2021. Derechos mundiales reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o almacenada en ningún medio de retransmisión, fotocopiado o reproducción de ningún tipo, incluyendo, pero no limitándose a fotocopia, fotografía, fax, almacenamiento magnético u otro registro, sin per- miso expreso del autor y de la editorial. Compuesto totalmente en computadora por: Exa Ingeniería SA de CV® Bajío 287- 101 Col. Roma México, D.F. 55 564- 10- 11; 55 564- 02- 68; FAX 55 264- 61- 08 ISBN 968- 499- 822- 8 SEP 20726/92 Registrado ante la SEP en la propiedad intelectual del autor Impreso y hecho en México. 1era edición octubre 2017 2da edición abril 2018 3era edición octubre 2020 4ta edición marzo 2021 A María Cristina Vera Aristi, mi querida esposa, por su inestimable cooperación y paciencia en la ayuda de la elaboración de este libro; por las numerosas horas inverti- das en su corrección y sus invaluables su- gerencias. A mis amigos y parientes por crear las me- morias de las que este libro se alimenta. A la vida, que es lo más valioso que tengo. Memorias del Viento 2 Contenido El Increíble Hombre Araña ...................... 3 La Tía ..................................................... 19 Las Rejas son Verdes.............................. 29 Santa Existe ............................................ 47 El Límite del Olvido ............................... 63 Bola Negra ............................................ 105 El Juguete Roto .................................... 123 Tarde de Galletas .................................. 137 Memorias del Viento 3 El Increíble Hombre Araña El primer recuerdo que tengo del tranvía es cuando una fría mañana de verano, al alba, mi madre me tomó de la mano y me llevó a la parada en la entonces esquina de la ave- nida de los Insurgentes con Chapultepec. Ahí tenía su restaurante de comida espa- ñola, el café Salas, y que luego pasaría a ser la parada del metro Insurgentes. Ese día, emprendimos un iniciático viaje hasta el pequeño pueblo de Coyoacán en lo que mi mente infantil se trató de un interminable éxodo a través de las tentaculares calles de la inmensa ciudad de México. El tranvía se movía en el silencio de la ma- ñana, tan suavemente como si se deslizara evitando tocar el asfalto, sonando continua- mente su campanilla advirtiendo a los co- ches y peatones de nuestra presencia. Emiliano Llano Díaz 4 Atravesamos rápidamente calles mojadas por el rocío del amanecer bajo un cielo sin luna y aún sin sol; calles de casas alineadas con sus ventanas cerradas. El tranvía nos llevó a través de sus estrechas vías hasta el centro mismo del retirado pueblo de Co- yoacán pasando por sus apretadas calles adoquinadas plasmadas de casas colonia- les. Una inmensa verja llamó mi atención, detrás de ella se encontraba un enorme prado verde por el cual paseaban personas en batas blancas. Mi madre inventó en ese momento la historia de que se trataba de una casa de locos, ahora sé que realmente se trataba solamente de un colegio. El tranvía nos depositó en el mismísimo centro de Coyoacán, la plaza Hidalgo, donde pasamos por el típico helado de ma- mey a la Siberia. La banda tocaba animada- mente en el quiosco y emprendimos el corto trayecto final por las apretadas ban- quetas hasta llegar a la casa de mi tía, donde conocí finalmente al que sería mi amigo in- separable a lo largo de todos estos años: mi primo Rubén. Memorias del Viento 5 Figura 1 El tranvía por los años setenta El trole y tranvía de pértiga fue mi trans- porte de predilección hasta que los susti- tuyó el Ruta 100 o su equivalente más mo- derno de la época “el delfín”. Pronto descu- brí que no sólo podía llegar a Coyoacán sino hasta lugares insospechables del D.F. como podría ser el mismo centro de la ca- pital pasando por la calle de Bucareli1, el 1 Llamada así en honor del virrey Antonio María de Bucareli y Ursúa que la mandó construir. Antes lla- mada Paseo Nuevo. Emiliano Llano Díaz 6 Reloj Chino2 y la Ciudadela hasta deposi- tarme en 16 de Septiembre, a la entrada misma del “Puerto de Liverpool” o “El Pa- lacio de Hierro”, a un lado del Palacio Na- cional o llevarme hasta Xochimilco a dar un paseo por sus trajineras. Por menos de un tostón3 se me abrían las puertas del 2 La Torre del Reloj Chino de la avenida Bucareli, instalado anteriormente en una amplísima glorieta, fue donada por la comunidad de chinos residentes, la que tomó la inicia- tiva para construirla colocando un reloj enviado desde China por la dinastía Qing e inaugurándola en 1910. Sufrió graves daños al ser alcanzado por los proyectiles de los cañones rebeldes disparados desde La Ciudadela en 1913 hasta el Palacio Nacional. Se pueden ver los cañones a la entrada del Mercado de Artesanías de la Ciudadela, a los pies del monumento a Morelos. 3 "Tostón" fue el nombre que se le dio a las monedas de plata acuñadas por España en sus colonias americanas con valor de medio duro o real de a cuatro. Hace muchos años éste era el nombre de las piezas de 50 centavos, con Cuauhtémoc, sin olvidar a “La Josefa” o Quinto (de quin- tus), la de a 20 ctvs. (Teotihuacan con el Sol y el Águila, in- dispensable para los volados o el teléfono) y, si eras millo- nario, el peso de plata (con la efigie de Morelos, conocido como “Tepalcate” por la raza). Memorias del Viento 7 mundo (no había entonces American Ex- press). Figura 2 Reloj Chino en la avenida de Bucareli En el centro se encontraban las oficinas de Turismo Majestic en el lobby del Hotel Ma- jestic. Esta agencia pertenecía a uno de mis tíos. En la azotea del hotel existía (y existe aún) un restaurante en el que mi tío acos- tumbraba tomar el sol y un café a media mañana. Desde ahí se contemplaba la Emiliano Llano Díaz 8 inmensa plaza, la catedral y el Palacio Na- cional en cuyos interiores pronto descubrí los murales de Diego Rivera4, el mismo que frecuentaba a Frida Kahlo y sus “Cachu- chas” de la Casa Azul de Coyoacán, la misma pintora que casi se queda inválida al accidentarse el camión en el que viajaba, con un tranvía. Figura 3 Murales de Diego Rivera en el Palacio Nacional 4 Diego Rivera pintó los murales del Palacio Nacional en- tre 1929 y 1935. Abarcan una superficie de 275 m2. Memorias del Viento 9 Para los atrevidos, mi caso, la investigación iba más allá y era visita obligada el San- borns de Madero y la Escuela Nacional Pre- paratoria (donde Diego Rivera conoció a Frida) con los murales de Diego Rivera, José Clemente Orozco5, Fermín Revueltas, Fernando Leal y Ramón Alva (en la calle de República de Venezuela). Mis viajes en tranvía se volvieron frecuen- tes entre mi casa en la avenida Chapultepec, una vieja casona colonial frente a los arcos del antiguo acueducto de Chapultepec6, y la casa de mi primo Rubén en Coyoacán. Las tardes de fútbol usando el zaguán como portería, prohibición total de usar el jardín como cancha de nuestras aventuras, se 5 Representantes del Muralismo Mexicano cuyo padre se considera al Dr. Atl. En 1923 surgen “Los tres grandes”: David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y José Clemente Orozco. 6 Construido sobre la avenida Chapultepec en el virreinato sobre los vestigios del acueducto prehispánico. Hoy en día sólo se conservan unos pocos arcos y dos de sus fuentes originales. Llegaba hasta Salto del Agua y la Merced (4 km). Emiliano Llano Díaz 10 suceden y los años pasan, el sentimiento de invencibilidad e inmortalidad de la época crece. Al dúo dinámico se une un amigo en- trañable: Arturo y surge un cambio: aunque a Peter Parker le muerde en la mano una araña modificada genéticamente lo que le otorga los poderes de ese arácnido convir- tiéndose, pues, en “El sorprendente hombre araña”, en México, “qué mosca te picó” no se aplica; ya naces así y si no, te conviertes: avispado, vivillo, alburero, mañoso, en una palabra “el sorprendente hombre mosca”. Mientras que la gran mayoría de las arañas poseen 8 ojos, y a pesar de ello tienen una escasa visión, las moscas tienen dos gran- des ojos compuestos por aproximadamente dos mil omatidios cada uno sin puntos cie- gos; además, entre ellos y sobre su cabeza, tres ojos simples u ocelos. Todo esto les sirve para viajar de “mosca” en todo tipo de transporte y buena falta les hace pues en una ciudad en la que el trasporte público no abunda, la ingeniosidad paga y en eso, el que viaja de mosca, no paga. El trio sinté- tico no se sustrae a la aventura y se une a las moscas humanas.

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