ebook img

Me acuerdo… El exilio de la infancia PDF

39 Pages·0.506 MB·Spanish
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview Me acuerdo… El exilio de la infancia

1 2 Título original francés: Je me souviens… © L’Esprit du Temps, 2009 Traducción: Rosa Salleras Diseño de cubierta: Kaffa Primera edición: abril de 2010 Edición en formato digital, 2013 Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © Editorial Gedisa, S.A. Avda. Tibidabo, 12, 3º 08022 Barcelona (España) Tel. 93 253 09 04 Fax 93 253 09 05 Correo electrónico: [email protected] http://www.gedisa.com eISBN: 978-84-9784-528-1 Depósito legal: B.20001-2013 Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma. 3 Imposible vivir de nuevo en esta ciudad; todas las calles están bloqueadas por mis penas de niño, y por los recuerdos de mis alegrías, peores que los de mis tristezas. F������� M������ Burdeos 4 El exilio de la infancia 5 Presentación de Philippe Brenot En 1985, después de más de cuarenta años, Boris Cyrulnik regresa a Burdeos, la ciudad de su infancia. Igual que Mauriac, exiliado en París y que no regresó a Burdeos hasta que se jubiló a los ochenta años, puesto que, decía, todas las calles están «bloqueadas por mis penas de niño», Boris Cyrulnik efectúa este regreso «lúcido» a sí mismo con la intención de comprender mejor las estrategias de adaptación que lleva a cabo la memoria para que el pasado vuelva a ser accesible. Boris Cyrulnik nació en Burdeos en 1937 de padres judíos polacos. Su padre, ebanista, se alista en la legión, igual que muchos judíos europeos. Será herido en combate antes de ser arrestado en 1942 y deportado a Auschwitz, igual que su esposa, miembro de la Resistencia, un año más tarde. Desde 1939, Boris no tenía padre; aquel año, su padre fue enviado al frente, y no lo volvería a ver más que una sola vez, en 1942, en el campo de concentración de Mérignac. El resto de la familia, que también se había alistado en la Resistencia, desapareció casi por completo. Primera separación brutal y traumática: en julio de 1942, Boris, de apenas cinco años, está solo en el mundo, confiado por su madre a la Beneficencia pública la víspera de su detención. Conocerá a partir de entonces a varias familias de acogida, una de ellas en el campo y con otros niños en Pondaurat. En 1943 es recogido por Marguerite Farges, una maestra que lo toma bajo su protección y lo saca de la Beneficencia. Maestra en Lannemezan, Margot se ve obligada a confiarle el cuidado de Boris a su propia madre, que vive en Burdeos y que lo ocultará durante un año, hasta el día de la detención del niño a consecuencia de una denuncia, el 10 de enero de 1944. Conducido a la sinagoga junto a otros judíos, conseguirá evadirse, ocultándose y desapareciendo luego con la complicidad de una enfermera. Así, en varias ocasiones, consigue escapar al arresto, a la deportación y a la muerte gracias a una capacidad de rebeldía y de insumisión que encuentra de nuevo ahora en niños que se han enfrentado, igual que él, a situaciones extremas. El niño Boris, y más tarde el adulto en el que se convertirá, cultivará el humor, la ironía y la burla para no mezclar el recuerdo del sufrimiento con el pensamiento consciente. « ¡Siempre me ayudaban porque me 6 pasaba el tiempo haciendo el payaso!», me confiesa con una sonrisa. ¿No dice acaso, en Los patitos feos, que algunos niños «obligados a la metamorfosis» consiguen superar su situación porque, privados de sus padres, inspiran en los otros ganas de ayudarle? Los traumatismos de la primera infancia, por tanto, aunque puedan ser de una formidable destructividad, también pueden despertar estrategias de supervivencia que poseemos en nuestra memoria ancestral. Boris Cyrulnik regresó por primera vez a Burdeos en 1985, y a Pondaurat en 1998. Diez años más tarde, realiza un auténtico «regreso a sí mismo» en estos lugares de su infancia, y aprovecha la ocasión para entregarnos esta reflexión sobre la memoria, las estrategias de adaptación y el regreso traumático del recuerdo, sobre el formidable trabajo que se efectúa en nosotros en los momentos más difíciles que podemos llegar a vivir. Este texto retoma las minutas de visita de Boris Cyrulnik a Pondaurat y Burdeos los días 1 y 2 de septiembre de 2008. En algunos momentos pone en escena a un interlocutor que no se menciona y que, en general, es Philippe Brenot. Las palabras del interlocutor se indican con un guión al principio de la frase. 7 Me acuerdo… Un niño no tiene nunca los padres con los que sueña. Sólo los niños sin padres tienen unos padres de ensueño. B���� C�������, Los alimentos afectivos Me acuerdo… Cerca de mi casa, en la calle de la Rousselle, había una gran puerta, una especie de arco de triunfo, y el ejército alemán desfilaba procedente del puente sobre el Garona. Me parecían muy elegantes, con sus uniformes, sus caballos, y también había música. Como no podía pasar bajo la puerta, la tropa se dividía en dos y recuperaba la formación justo después. Yo lo encontraba tan bonito que no podía comprender por qué todo el mundo lloraba a mi alrededor. Era el día en que los alemanes entraron en Burdeos. Viví una paradoja: para mí, un niño de cinco años, aquel día era un día de fiesta, un día magnífico, mientras que todos los adultos vivían una pesadilla. La memoria traumática es muy particular. No es una memoria normal, sino que transforma, amplifica o minimiza. En lo más profundo de nosotros mismos existe un rastro muy preciso, más aún que los archivos, pero luego, para hacer que el recuerdo sea coherente, arreglamos su contorno. Tomamos buena conciencia de ello en el caso de un traumatismo. Si hay trauma, es que lo real resulta inverosímil, que los acontecimientos desafían la humanidad. Entonces, para hacer que el trauma sea coherente, regresan recuerdos extremadamente precisos, el color, la palabra, el sonido, el olor, grabados en mármol, y, a su alrededor, un halo impreciso de ordenación del recuerdo. 8 Pondaurat Durante años, una palabra subía desde mis recuerdos: Pont Dora. Me extrañaba mucho esta palabra que regresaba siempre. Me intrigaba sobre todo a causa de «Dora», el nombre de mi madre de acogida, la que me acompañó después de la guerra y que, en gran parte, me educó. Durante mucho tiempo pensé que, si llevaba su nombre, se trataba de un puente que debía de pertenecerle, pero no encajaba, puesto que yo le asociaba el recuerdo de una granja en la que había vivido. En el curso de los meses posteriores a mi evasión, y hasta el final de la guerra, conocí diez o quince familias de acogida, instituciones, pero ésta la recordaba con más precisión. Me acordaba de que estaba en casa de una granjera con otros niños, que ella ganaba algo de dinero ocupándose de estos niños de la Beneficencia a los que hacía trabajar. Sin embargo, ¡yo sólo tenía siete años y no debía de ser demasiado rentable! Así pues, me venía a la memoria el nombre del lugar, pero no sabía ni lo que era este «puente» ni dónde estaba. Un día, le hablé de ello a Philippe B. quien en su época de estudiante de medicina había sido un buen músico de jazz y recordaba haber hecho bailar a la gente en Pondaurat. Me explicó entonces que era un pueblo que estaba cerca de Langon. —Sé dónde está —continuó—; si quieres, te puedo llevar. Fue así cómo me reencontré con Pondaurat en 1998, y fue bastante emotivo porque, para mí, es el único sitio «verdadero» después del período de mi fuga, época de caos puesto que me perseguían, me acorralaban (me detuvieron por segunda vez en Castillon-la-Bataille) y tenía que llegar y entrar en las instituciones en plena noche después de cruzar los cordones de vigilancia del ejército alemán. Recuerdo, por ejemplo, haber estado encerrado en un saco de patatas, temiendo que lo abrieran al cruzar algún puesto de vigilancia. Recuerdo también que una religiosa me negó la entrada ante la puerta de un orfelinato, gritando que mi presencia ponía en peligro a los otros niños. Y recuerdo además haber huido encapuchado de una institución para que los otros niños no me reconocieran. Todo eso es una «historia loca», en consecuencia, imposible de explicar por un niño de seis o siete años. Más tarde, tuve flashes de aquellos terribles momentos, pero solamente flashes. Mientras 9

See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.