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materiales para una crítica de la antropología perspectivista PDF

190 Pages·2014·2.38 MB·Spanish
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MATERIALES PARA UNA CRÍTICA DE LA ANTROPOLOGÍA PERSPECTIVISTA Carlos Reynoso Universidad de Buenos Aires http://carlosreynoso.com.ar Versión 08.16.14 – Agosto de 2014 TODOS GRINGOS – A MODO DE INTRODUCCIÓN Antes de abordar el desarrollo del ensayo que aquí se inicia –y en el que se intenta conso- lidar una crítica a los hechos y dichos de la corriente de etnografía brasilera conocida como perspectivismo, multinaturalismo, animismo, ecología simbólica o antropología pos-estruc- tural– conviene hacer mención del que ha sido tal vez el episodio más embarazoso en los anales de la antropología reciente. Casi una década atrás, en efecto, el antiguo pastor evangélico del ILV International y lin- güista Daniel Everett sorprendió al mundillo antropológico publicando en Current Anthro- pology un atroz ensayo neo-whorfiano sobre las limitaciones que la cultura de los Pirahã de la cuenca del Maici (en plena Amazonia), imponía a su lengua y a sus capacidades cogniti- vas. Después de enumerar prolijamente los rasgos de los que su idioma carece y de com- probar en dicha sociedad la ausencia de mitología, de narraciones mundanas, de rituales, de shamanismo, de arte, de música y hasta de la capacidad de hablar de algo que no estuviese ligado a la experiencia inmediata, Everett nos cuenta que los Pirahã le pidieron una vez que les enseñara a contar. Tras ocho meses de instrucción diaria –nos revela el autor– la ense- ñanza debió interrumpirse sin que se hubiera obtenido ningún resultado. Todo intento de hacer que los nativos aprendieran algo fue un fracaso. Ningún Pirahã aprendió a contar has- ta 10 (o aunque fuere hasta 2) o a sumar 1+1; tampoco ninguno logró dibujar siquiera las fi- guras más rudimentarias, tal como una simple línea recta (Everett 2005: 625-626, en línea). Conforme se alega en la reseña de Everett, los Pirahã (cognitivamente hablando) probaron estar en un nivel de acuidad mental inferior al de los macacos, los loros, mi perro Haru y hasta (documentadamente) los pollos recién salidos del cascarón. 1 Comprobar esos argumentos e intervenir en esa discusión ha sido peliagudo desde el va- mos. Pese a la abundancia de antropólogos brasileros en ejercicio, en el momento en que se desató el escándalo ninguno de ellos formaba parte del selecto grupo de amazonistas que frecuentaban el Maici, que poseían formación en lingüística y que podían hablar Pirahã con fluidez suficiente. Con una soberbia pocas veces vista los neowhorfianos alegaban que los únicos capacitados para interactuar con los Pirahã eran Daniel Everett, Keren [Madora] Everett, Steven Sheldon, Arlo Heinrichs y absolutamente nadie más: todos gringos, como el mismo Everett se ufanaba en subrayar, y todos miembros militantes del ILV, una corpora- ción tan quintaesencialmente infame que hasta Everett decidió traicionarla en la primera o- portunidad que se le presentó. Ahora bien, lo peor del caso es que de los innumerables perspectivistas que declaran fre- cuentar la Amazonia, que superpueblan los congresos de América Latina y que atiborran nuestros anaqueles con cien etnografías superficialmente disímiles pero cortadas por la misma tijera, ninguno había siquiera mencionado a los Mura-Pirahã antes que Everett los rescatara del olvido y los convirtiera, lejos, en el pueblo amazónico más mentado en la Web. Sea porque carecían de competencia en asuntos de cognición y cultura, o porque intervenir en el tema no lucía suficientemente rentable, los Amazonistas en general (y su primera minoría perspectivista en particular) eligieron mayoritariamente callarse la boca. Ni Eduardo Viveiros de Castro ni Philippe Descola –líderes del rango más alto– alzaron la voz en defensa de la dignidad Pirahã, de las culturas de Amerindia o de la antropología, puestas groseramente en ridículo por un lingüista no especialmente destacado, ávido por devenir famoso y carente de la más mínima solvencia etnográfica. Por razones que algún día habrá que dilucidar, el artículo de Everett, que tuvo y sigue te- niendo millones de ecos, embeddings, links y Likes en las redes sociales, fue respondida en el mismo número del Current por una crítica que alternó entre lo elogioso, lo tibio y lo co- barde. Pero llamar a los Pirahã una nación, una sociedad o un pueblo no es más que una manera de decir. Los Pirahã, más duramente tratados que otros grupos del tronco Mura (estudiados alguna vez por Curt Nimuendajú) son hoy apenas un puñado de sobrevivientes a las masacres del siglo XVIII narradas en la Muhuraida y al exterminio étnico del Cabana- gem un siglo posterior. Según he escrito en otra parte, recién en los últimos años se está co- menzando a evaluar la posibilidad de que a consecuencia de esas calamidades se hayan per- dido y continúen perdiéndose rasgos no triviales de su lengua y su cultura (Wilkens 1819 [1785]; Nimuendajú 1948: 267; Beller y Bender 2008; Sauerland 2010; Reynoso 2014b, en línea). Ahora bien: cuando Everett publicó su libelo sobre los Pirahã ¿en qué estaban ocupados los perspectivistas amerindios que hoy celebran la gloria de la antropología amazónica y que presumen de equidistancia en el debate entre universalismo y relativismo, como si hubiera un montón de Hauptwiderspruchen más apremiantes? El hecho es que hasta el momento y 2 más allá de unas demoradas sanciones administrativas y de un puñado de críticas elabora- das por lingüistas que no rayan muy alto, el desafío de Everett sigue sin contestarse desde la antropología, dando pábulo a la sospecha de que la disciplina ya se encuentra (como casi llegó a predecirlo Clifford Geertz [cf. Handler 1991: 612]) en tren de integrarse al mau- soleo de las prácticas melifluas e inservibles que alguna vez existieron. La pregunta es retórica, sin embargo, porque los perspectivistas estaban trabajando por ahí o no muy lejos, pero o bien carecían de valor o de interés para afrontar estas disputas, o bien su teoría apenas era capaz de mostrar a los Otros como sujetos de humanidad fluctuan- te, en virtual estado de naturaleza, tal como hasta hoy lo testimonia su inclinación por las ideas primitivistas de Pierre Clastres, Lucien Lévy-Bruhl o Roy Wagner. De hecho, las prioridades de los perspectivistas han sido y siguen siendo otras: como replicando la pre- sunta reflexividad de un pensamiento salvaje [sic] que sólo se ocupa de pensarse a sí mis- mo, nuestros pensadores se afanan en utilizar la data recabada aquí y allá como material ilustrativo de las bondades de su propio marco de referencia, sin desangrarse mucho por lo que suceda en ningún lugar, y menos que nada en Brasil. Los perspectivistas, tal como han llegado a admitirlo, no quieren complicarse la vida con cuestiones burocráticas de política indígena y otros enojosos problemas de gestión (cf. Viveiros 2013: 35-36). Su credo es como el de la declinante action research o el de la alicaída antropología aplicada, sólo que al revés, como si fuera digna y hasta meritoria una práctica científica que parece diseñada ex profeso para que todo siga como está o –mejor todavía– para que vuelva a ser lo que al- guna vez fue. Su teoría opera entonces como una especie de meme, en el sentido de Richard Dawkins (1985), una entidad que sólo busca replicarse como tal y que secundariza todo cuando no concierna de lleno a su replicación. Pero mi principal sospecha es, y con fuertes razones, que el silencio de los perspectivistas ante uno de los mayores desafíos que la antro- pología estuvo enfrentando en este siglo un tanto flojo en acontecimientos no fue una deci- sión táctica circunstancial sino que se encuentra teorética y pragmáticamente motivado. A lo que voy, concretamente, es a que si después de medio siglo de culto a la corrección política las corrientes teóricas del momento no estaban a la altura de las circunstancias para responder a un discurso que propagaba una pintura insultante de la alteridad, es porque ese ultraje podría ser funcional a sus intereses, contribuyendo a trivializar el concepto de cultu- ra y sirviendo a la causa de la eternización de una disyunción insalvable entre nosotros y los otros, o, como dice Descola (2005: 104-111), entre naturalismo y animismo: un programa que (bajo pretexto de oponerse a una distinción entre naturaleza y cultura de la que a todos los Occidentales se nos declara culpables) lleva adelante un inédito vaciamiento metodoló- gico de la disciplina, encoge el ámbito de incumbencia de la antropología a su mínimo his- tórico y revitaliza un exotismo que nunca habríamos creído posible que prosperara en los tiempos que corren (cf. Cantz 2013; Viveiros 2013: 65). 3 Por momentos también me siento inclinado a especular que, de tener algún asomo de vero- similitud, la narrativa everettiana, que negaba acaso por primera vez en las crónicas de los saberes antropológicos la universalidad de la mitología (un factor que en casi todas las re- censiones de la doctrina es constitutivo), ponía todo el razonamiento perspectivista al borde del abismo. Para el perspectivismo el papel de la cultura, una entidad relegada al fondo de la escena, casi se restringe a urdir mitos y ontologías que ocupan casi todo el horizonte y en las que finca la clave de todo lo demás. Las sociedades forman parte de una misma familia ontológica toda vez que sostengan un puñado de predicados parecidos (o un poco distintos, o incluso opuestos) referidos a la humanidad primordial de animales, plantas y otras formas de vida. ¿Qué sucede entonces cuando un desavenido presenta evidencia de una sociedad sin mitos o sin creencias articuladas en formas narrativas? Lo único que cabe hacer en tal coyuntura es echar tierra sobre un descubrimiento así de amenazante y esperar que el tiempo barra con la memoria del hecho. Pero otra posibilidad me preocupa más todavía: que al situar lo hu- mano y lo cultural por debajo de (o confundido con) la naturaleza, en último análisis el neo- whorfismo evangelizador y el multinaturalismo pos-estructuralista, ideológicamente ha- blando, no sean sino dos caras de una misma comunidad de pensamiento. A este respecto, resulta chocante que Eduardo Viveiros, poco después de afirmar que el perspectivismo es perpendicular a la oposición universalismo/relativismo sugiera que es dudoso que los ‘relativistas’ existan realmente, por lo menos con las bizarras propiedades que los citados universalistas les atribuyen. Ellos parecen ser, antes que nada, un espantapá- jaros de la derecha ontológica, que necesita pensar que alguien piensa como ella piensa (o dice que piensa) que los relativistas piensan (Viveiros 2013: 51). En mi estudio sobre el whorfianismo y sus secuelas he aportado evidencia que nos lleva a pensar que, por el contrario, ha habido una intensa comunión entre el relativismo (el lin- güístico al menos) y la extrema derecha, nazismo y fascismo incluidos (cf. Reynoso 2014b: cap. 2, en línea). La evidencia se extiende a lo largo de docenas de elementos de juicio que van desde el diseño de un apartheid para los semitas elaborado por Antoine de Rivarol has- ta el panfleto del archienemigo de Pinker, Geoffrey Sampson (2002), titulado “No hay nada malo con el racismo (excepto el nombre)”, pasando por el número de miembro del partido nazi de Walter Porzig (NSDAP n° 3397875), el saludo a Hitler de Georg Schmidt-Rohr y la asociación del Sonderführer Leo Weisgerber con la milicia celta Bezen Perrot. Siendo esta información tan pública y notoria, y habiendo respaldado Viveiros a un anti-marxista ra- bioso como Pierre Clastres y a un constructivista radical como Roy Wagner, soy de la idea de que antes de pretender correr a los universalistas por izquierda denigrando a la “derecha ontológica” nuestro autor debería administrar las descalificaciones ideológicas con más hondo conocimiento de la historia y mucha mayor circunspección (cf. Hutton 2002; 2005; D. Leach 2008). maldición 4 Sea cual fuere la explicación más apta de la retracción de nuestros autores frente al avance del extremismo neowhorfiano, urge decir lo que debe decirse en términos tan ásperos como la situación amerita: en un momento en que en uno de los documentos etnolingüísticos más discriminatorios de todos los tiempos una sociedad amazónica era puesta humana y cultu- ralmente en entredicho, los perspectivistas que eran ya entonces dueños del campo se de- sentendieron de los mandatos más básicos de la ética antropológica y mansamente se llama- ron a silencio, aunque los Pirahã no vivieran la mar de lejos de los Yawalapíti y los Ara- weté de Viveiros o de los Achuar de Philippe Descola. La excepción a este dictamen al que me veo empujado fue un breve y tímido comentario de Alexandre Surrallés (2005: 639-640) del Collège de France, quien (visiblemente delegado por alguno de sus jefes) optó por defender sin el más leve sentido de la relevancia no exac- tamente a los Pirahã sino a una insulsa definición perspectivista de ‘cultura’, sin hacer nada que fuera al grano, sopesara los hechos, articulara los insultos del caso, disparara la res- puesta e hiciera blanco en la cuestión principal. Viveiros, mientras tanto, cerró el expedien- te pregonando el carácter ilusorio del relativismo, otorgándole no obstante la razón, estam- pando un sello de fascismo a la mera idea de la unidad de la mente humana y regalándonos a todos sus colegas, con esta pirueta de baja estofa, una idea precisa de la calidad que cabe esperar de sus razonamientos. Con el perspectivismo en foco y en el escenario de una disciplina a la que resulta cada día más difícil justificar su costo social, es aquí exactamente donde cabe preguntarse cuáles po- drían ser los usos de esta teoría para el etnógrafo o el científico social contemporáneo. Lo que se ha visto hasta ahora es que en su variante clásica ha servido, claramente, para con- vertir a sus cultores en celebridades exitosas cuyas obras sirven para que otros las lean, re- tengan sus consignas principales y se consuelen con dedicar sus vidas académicas a su re- producción aplicándolas a las etnias que les toque en el reparto y a una cosmovisión que (dicen) se remonta al poblamiento paleolítico de América y no ha variado mucho desde entonces. En su variante pos-estructural, mientras tanto, el perspectivismo ha desencadenado el hábi- to de expresarse a través de una jerga deleuziana que encubre referencias de tercero o cuarto orden a criaturas técnicas que apenas se comprenden (multiplicidades, rizomas, frac- tales, atractores, hologramas, espacios lisos, ritornelli), cuyos usos ya han sido objeto de una parodia devastadora veinte años atrás y cuya utilidad hermenéutica para la antropología nadie ha logrado demostrar con el rigor y la profundidad que merecemos quienes conoce- mos las fuentes pos-estructuralistas tanto o mejor que ellos pero no las valoramos exacta- mente igual (cf. Sokal 1994, en línea; Reynoso 1986b, en línea; 1991, en línea; 2014a, en línea). Nada en el mundo está más lejos de una antropología de diagnosis e intervención que el perspectivismo, tal como lo admiten sus figuras principales sin mayores miramientos cuan- 5 do conceden reportajes y beben (tal parece) unas copas de más (cf. Viveiros 2013: 16, 40). El objetivo de los participantes en el movimiento es construir “un modelo simplificado” que no interesa a qué distancia se sitúa de las realidades etnográficas que lo inspiraron, ni de qué operaciones y sesgos de construcción resulta, ni qué novedades aporta, ni a qué tiempos idos nos retrotrae bajo la capa de un modelo de vanguardia que en sus momentos de incontinencia ha llegado a sostener –y lo dicen en serio– que sus añosos conceptos han tornado las ideas de “cultura” y “sociedad” “teóricamente obsoletas” (Strathern y otros 1996; Viveiros 2010: 104). A pesar de que recientemente han propuesto que la misión de la antropología futura es la de ser la teoría-práctica de la descolonización permanente del pensamiento y se han ensayado unas pocas pullas contra “el mundo de los Estados Unidos” y otros gestos de corrección política minimalista e inofensiva (Viveiros 2010: 14; 2013: 19, 33), para el perspectivismo el adversario no es el capitalismo depredador, la globalización o el etnocentrismo real de Everett y los evangelizadores compulsivos sino, como ha venido siendo para el común de las pos-antropologías (pos-modernas, pos-procesuales, pos-estructuralistas, pos-sociales, pos-socialistas, pos-marxistas) un estructuralismo mandarinesco y un positivismo dualista de corte laplaciano que nunca han existido en antropología como ellos los pintan y que na- die últimamente se ha molestado en defender. En la vida académica del nuevo milenio, regida por principios de pensamiento débil, des- movilización y fin de la historia, no hay mejor manera de garantizar el triunfo que conse- guir un enemigo imaginario o fácil de noquear y eso es exactamente lo que los perspectivis- tas han hecho. Viveiros, para mayor reaseguro, muy rara vez proporciona el apellido de al- gún adversario concreto cuando formula una crítica, como procurando atenuar la cifra de los que se darán por aludidos; ni siquiera llama a las teorías por su nombre, just in case. (cf. Viveiros 2012: 65). En caso extremo, las culpas se echan a Occidente, dando por sentado que en antropología nadie en sus cabales se identificaría con él. Aunque burda, la treta parece que funciona. Por algo es que el perspectivismo que está comenzando a afianzarse en este siglo no tiene –en lo que a América Latina respecta– rivales a la vista. La ideología abrazada por la corriente principal perspectivista dista sin embargo de tener raigambre latinoamericana, entroncándose dócilmente en las formas más convencionales del posmodernismo tal como se manifestó en la obra del mismo puñado de pos-estructura- listas franceses que están en moda menguante desde hace cincuenta años (Deleuze, Guatta- ri, Derrida, Foucault) y que se fueron tornando obligatorios cuando mis contemporáneos hoy perspectivistas y yo estudiábamos antropología: una sociedad de poetas muertos cuyos arranques de inspiración, primorosamente diseñados para el gusto intelectual de París, uno no esperaría encontrar hoy en estas latitudes: una pandilla de filósofos aparatosamente nar- cisistas de la rive gauche que hasta a mí me resultan brillantes cuando hablan de los asuntos que conocen, pero que nunca habrían imaginado que serían fervorosamente usados para lo 6 que se los usó en nuestra disciplina (cf. Descola 2005; 119-120, 306-7, 324, 478; Stolze Lima 2005: 30, 40; Viveiros 2010: passim; Viveiros 2013: 18, 21, 30, 52, 93, 99, 146, 149, 158, 172, 257; cf. Reynoso 1986b; 1991a). Notablemente, y a diferencia de lo que fue el caso con las corrientes teóricas latinoameri- canas de habla castellana, el perspectivismo no acogió con agrado ni el influjo de la antro- pología posmoderna norteamericana (inspirada en las mismas raíces) ni el de los estudios culturales posmodernizados, permaneciendo con muy pocas excepciones en la órbita de in- fluencia de escritores francoparlantes (cf. Reynoso 1991a; 2000). Hasta el día de hoy las tres o cuatro figuras principales del perspectivismo, en efecto, sin importar dónde hayan nacido, hablan en francés mucho más fluidamente de lo que escriben en lengua portuguesa. Es significativo que sea el propio Viveiros de Castro quien subraya la incomprensión entre la antropología francesa y el pos-estructuralismo galo y entre su propia antropología y el posmodernismo antropológico norteamericano, encontrando rivalidades, querellas y anti- patías parecidas a los que comentara en su tiempo el antropólogo Bruce Knauft (1996) de la Universidad Emory en Atlanta: El postestructuralismo filosófico, la French theory por excelencia, tuvo escaso efecto sobre la antropología que se hace en la propia Francia, mientras que por el contrario fue el principal responsable del acercamiento entre las dos disciplinas en los países de lengua inglesa (no sin provocar reacciones violentas, hay que señalarlo, de parte de los cardenales académicos loca- les). Es verdad que no faltan ejemplos de comicidad involuntaria en las apropiaciones de la French theory por los antropólogos y sus congéneres del mundo exterior al hexágono. Pero la indiferencia hastiada, cuando no la hostilidad abierta, que las ciencias humanas francesas en general demuestran frente a la constelación de problemas que designa esa etiqueta –doble- mente peyorativa, por cierto– es más que lamentable, porque ha creado una divergencia in- terna a la disciplina, desencadenando un proceso de extrema incomprensión recíproca, y al fin de cuentas reflexiva, entre sus principales tradiciones nacionales (Viveiros 2010: 87-88). Viveiros encuentra comicidad en las apropiaciones yanquis de exquisiteces intelectuales pa- risinas que están más allá del alcance de los antropólogos de Norteamérica y le acompaña en ello una robusta razón. Pero una pizca de autocrítica no habría estado de más. Dado que ha sido él mismo quien trajo a colación el tema de lo irrisorio, diré que no hace falta aso- marse a la refutación de las imposturas intelectuales elaborada por Alan Sokal y Jean Bric- mont para encontrar pifias de insuperable hilaridad tanto en el campo filosófico pos-estruc- turalista como en las derivaciones antropológicas que presumen haber hecho una lectura fiel de sus libros sagrados (cf. Sokal 2009; Sokal y Bricmont 1999: 157-169). Por el contrario, yo, antropólogo, he documentado a la par de otros críticos de América La- tina que la lectura de ideas trabajadas en otras disciplinas duras o blandas por parte del pos- estructuralismo primordial y sus vecindades (Deleuze, Guattari, Morin, Capra) así como por antropólogos inspirados por ellos (Viveiros, Descola, Latour) ha sido y sigue siendo ór- 7 denes de magnitud más desopilante que los infructuosos intentos de los antropólogos ame- ricanos de parecer intelectuales al estilo europeo (Reynoso 1986b, en línea; 2011a; 2014a, en línea; García 2005, en línea; Maldonado 2007; Bunge 2012, en línea). En el libro que aquí apenas comienza tendremos ocasión de revisar nuevos y sorprendentes materiales a este respecto. Como quiera que sea, en algo menos de veinte años el perspectivismo se ha convertido en la teoría antropológica brasilera por antonomasia, superando con mucho los alcances de la teoría de la fricción interétnica de Roberto Cardoso de Oliveira [1928-2006] de los años 60 y 70, acaso la única expresión original en la teoría antropológica sudamericana en aquellos tiempos. Sin afrontar casi resistencia y a caballo quizá de la ilusión de adoptar un pensa- miento patrióticamente próximo, o de la idea de que es mejor participar en una teoría de es- caso riesgo, implementación fácil y bajo vuelo que no disponer de ninguna, las monografías amazónicas escritas bajo el influjo perspectivista son hoy legión (Vilaça 1992; 2006; Tei- xeira-Pinto 1997; Bird-David 1999; Fausto 2001; Gonçalves 2001; Lasmar 2005; Stolze Li- ma 2005; Andrello 2006; Calavia Sáez 2006; Gordon 2006; Lagrou 2007; Niño Vargas 2007; Pissolato 2007; Cesarino 2011, etcétera).1 Una vez abroquelados en la jefatura del movimiento y puestos a la tarea de teorizar, sin em- bargo, ni Viveiros ni Descola han vuelto a sumergirse en la etnografía de inmersión de lar- go aliento como la que practicaron en su juventud, cuando se avenían a escribir libros casi sin marca teórica originados en sudorosas notas de campo garabateadas en el corazón de la selva y que estarán siempre entre lo mejor que entregaron a la prensa. Superado el sexenio y al filo de la jubilación, su espíritu de campaña, me temo, tiende a la convergencia con el que se auspicia en el manifiesto del Grupo AntropoCacos, los ladrones de guante blanco de la antropología del Cono Sur.2 El metamensaje parecería ser que hay una edad para todo: una vez consagrados como tales, ni una sola etnografía mayor de los maestros ha sido ela- borada conforme a los lineamientos del método perspectivista. Ahora ellos son teóricos y metateóricos de tiempo completo y las etnografías, sean las viejas y propias o las nuevas y ajenas, sólo operan como suministradoras de viñetas ilustrativas. Hasta en eso han copiado a Lévi-Strauss. A medida que el perspectivismo reciente va generalizando la idea de que los motivos, mite- mas y configuraciones de sentido que se encontraron en la mitología amazónica se remon- tan a la época del poblamiento americano (y que también puede que sean cuasi-universales sin dejar por ello de ser refractarios a la mirada de la ciencia Occidental), la corriente co- mienza a transgredir las fronteras, conquistando a los antropólogos latinoamericanos que 1 Viveiros mismo agrega los nombres de Peter Gow, Oscar Calavia, Philippe Erikson, Luisa Elvira Belaunde, Eduardo Kohn, Montserrat Ventura y Oller, Els Lagrou, Manuela Carneiro da Cunha, Michael Uzendoski, Elizabeth Ewart y Loreta Cormier (Viveiros 2013a: 90). 2 Véase http://www.antropocacos.com/. Visitado en junio de 2014. 8 estaban necesitando, además, que alguien les descifrara (a través de una alucinada paráfra- sis) qué es lo que pensaban Deleuze, Leibniz o Riemann, o que les recordara qué es lo que había querido decir Lévi-Strauss, autor a quien hasta la semana pasada no existían motivos para que los que hoy son los nuevos conversos del perspectivismo le prestaran atención. El retorno de las ideas a casa ha sido el siguiente paso. Al impulso de giros estilísticos cal- cados del binarismo lévistraussiano (al cual se impugna o se corrobora según sople el vien- to poniendo de cabeza argumentos que ya eran reversibles por definición) y dando prueba de la credulidad que la profesión ha prestado al despliegue de cinco o seis tópicos canóni- cos que brindan la ilusión de que se están abriendo ventanas, desfaciendo entuertos y ofre- ciendo un marco teórico, unos poquísimos pero selectos antropólogos e intelectuales fran- ceses (por ahora apenas unos tres) se han visto seducidos por la retórica que envuelve a la corriente, una de las más densas y pomposas que han poblado las ciencias sociales de Homi Bhabha y Stephen Tyler a esta parte (Surrallés 2004; 2005; Erikson 2008; Latour 2005; 2009). Por más que el movimiento (como lo llamaré desde ahora) parezca haber llegado para que- darse, honestamente creo que no todo está perdido. O me equivoco por mucho, o ha llegado el momento de recuperar para la antropología la mirada distante, la duda metódica y el mandato de poner siempre en crisis nuestros propios supuestos. Esta reflexión ha de tener su precio. Ni que decir tiene que lo que va desde el episodio Pirahã hasta lo que acabo de narrar me ha empujado a escribir una crítica que me hará perder más amigos que los que ya he perdido pero que ya no puedo seguir reprimiendo. La pregunta que abrí al principio co- mienza a responderse ahora: si el perspectivismo no ha ayudado al conjunto de la disciplina a rebatir con toda la imaginación científica y con toda la firmeza política al desafío funda- mentalista de Everett, a mí me interesa sobremanera, caiga quien caiga, averiguar por qué. Dado que lo que pondré aquí en tela de juicio será en primer lugar cierta constelación de tácticas de glosa, de hermenéutica y de dictamen, lo primero que urge minimizar en mi reseña es precisamente eso. Puesto que las referencias encapsuladas en pocos renglones a teorías que se despliegan en varios volúmenes y en ensayos dispersos se prestan al error y a la simpleza, procuraré desarrollar la crítica que aquí empieza prestando espacio a los dis- cursos originales y poniendo los textos mismos al alcance de los dedos y en contrapunto con lo que escribo toda vez que eso (Web mediante) sea remotamente legal. Las citas, a ve- ces prolongadas, ocuparán dialógicamente el lugar de la pura exégesis. Es cierto que al re- primir la paráfrasis y la tentación del resumen habrá que sacrificar contextos, romper el clima literario y brutalizar matices, pero por lo menos esta opción reduce la probabilidad de agregar todavía más malentendidos a los muchos que han posibilitado que –incluso care- ciendo de una heurística metodológica y de luces que alumbren nuevas técnicas– el pers- pectivismo se haya erigido en la teoría del momento. 9 MITOS DE ORIGEN Y FICCIONES PERSUASIVAS El perspectivismo amerindio sobrevino y evolucionó tan rápido que muchos de mis colegas sienten que apenas se distrajeron un instante y que al volver a mirar en torno percibieron que toda la antropología latinoamericana había cambiado y que todo el mundo estaba en guerra por variancias interpretativas tan grotescas, por tópicos de relevancia tan exigua y por relecturas enésimas de autores tan gastados por los años que toda la circunstancia se tornaba hasta difícil de creer. Algunos colaboradores míos en la investigación y en la do- cencia, a quienes quizá impulsé demasiado a que concentraran el foco en cuestiones meto- dológicas muy demandantes, apenas pueden entender que en tan poco tiempo (en menos de veinte años) haya llegado a coagular un máquina discursiva de semejante facundia, de fun- damentación tan precaria y de tan exorbitante poder de persuación. Desentrañar el origen exacto del perspectivismo, sintetizar sus lineamientos y evaluar su aporte es un trabajo enredado porque (como habrá de verse) los autores se citan recíproca- mente, copian y pegan, se realimentan, descontextualizan y filtran todo texto que tocan, en- mascaran sus voces propias tras de un canon de discursividad impersonal, reparten premios y castigos discordantes, glorifican fuentes de inspiración que difieren cada vez que histori- zan sus propias trayectorias, cultivan las más hondas contradicciones, adoptan niveles de abstracción tan altos que todo lo que miran deviene parecido, atribuyen etnocentrismo a quienes piensan distinto, invisibilizan todo lo que guarde relación con procesos de cambio, resucitan autores y conceptos en desuso que se han demostrado problemáticos (shamanis- mo, animismo, participación), vuelven a llamar o aceptan que se llame “primitivos”, “fósi- les” o “salvajes” a los pueblos originarios, desatienden todo aspecto de la vida y la sociedad que no implique el mentís de dicotomías más presuntas que reales, agrupan prácticas diver- sas en categorías uniformes, aguijonean a sus discípulos para que adopten repertorios con- ceptuales rebuscados que no están asociados a ninguna metodología, atribuyen a la ciencia, a occidente o a quien se ponga a tiro ideologías que nadie sustentó o que no han sido exac- tamente como se las describe, desconocen o desprecian campos enteros del trabajo científi- co, reducen la conciencia, la cognición y el pensamiento a la invención mitológica, triviali- zan o sobrevaloran los méritos que encuentran en los pocos antropólogos extrapartidarios de cuya imaginación y de cuyo respaldo dependen (Pierre Clastres, Tim Ingold, Roy Wag- ner, Marshall Sahlins, Anthony Seeger, Marilyn Strathern y por supuesto Claude Lévi- Strauss) y les atribuyen una y otra vez ideas que no están ahí cuando se lo corrobora o que mutan de sentido o cambian de acento cuando se las contempla en su contexto real. Lejos estamos de una teoría de excelencia; atribuyo al perspectivismo, como sus logros culminan- tes, la visión de conjunto más insustancial del estado de la teoría y el método en la discipli- 10

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