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Manuel Pimentel Siles El Librero de La Atlantida PDF

318 Pages·2013·3.55 MB·Spanish
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EL LIBRERO DE LA ATLANTIDA MANUEL PIMENTEL SILES Título: El librero de la Atlantida © 2006, Manuel Pimentel Siles Editorial: Almuzara ISBN: 9788496710023 Maquetación ePub: teref Agradecimientos: a Lerele y Chapu por el despioje y corrección del doc base Reseña: Con el hallazgo de unos restos arqueológicos durante la construcción de una urbanización de lujo en Sanlúcar de Barrameda, arranca esta fascinante novela que le seducirá desde sus primeras líneas. Alejandro, un tímido librero de Cádiz, sólo tiene por amigo a un viejo marinero, el Corcho, que cuenta leyendas de antiguas ciudades sumergidas mientras bebe en las tabernas de la Caleta gaditana. Un estudio científico, que asegura que se avecina una nueva glaciación y que desmonta la común creencia del calentamiento global, modifica los planes de expansión de una importante empresa constructora, desatando una guerra por acumular suelo. Mientras, la naturaleza parece encolerizada con los hombres que la golpean. Y, como telón de fondo, el mito de la más grande, poderosa y mágica de todas las civilizaciones. El librero de la Atlántida es una novela sorprendente, ágil y hermosa, que removerá sus más profundas inquietudes y reavivará sus intuiciones más primitivas y atávicas. Este fichero ePub cumple y supera las pruebas epubcheck 3.0b4 y FlightCrew v0.7.2. Si deseas validar un ePub On Line antes de cargarlo en tu lector puedes hacerlo en http://threepress.org/document/epub-validate ADVERTENCIA Este archivo es una corrección, a partir de otro encontrado en la red, para compartirlo con un grupo reducido de amigos, por medios privados. Si llega a tus manos DEBES SABER que NO DEBERÁS COLGARLO EN WEBS O REDES PÚBLICAS, NI HACER USO COMERCIAL DEL MISMO. Que una vez leído se considera caducado el préstamo del mismo y deberá ser destruido. En caso de incumplimiento de dicha advertencia, derivamos cualquier responsabilidad o acción legal a quienes la incumplieran. Queremos dejar bien claro que nuestra intención es favorecer a aquellas personas, de entre nuestros compañeros, que por diversos motivos: económicos, de situación geográfica o discapacidades físicas, no tienen acceso a la literatura, o a bibliotecas públicas. Pagamos religiosamente todos los cánones impuestos por derechos de autor de diferentes soportes. No obtenemos ningún beneficio económico ni directa ni indirectamente (a través de publicidad). Por ello, no consideramos que nuestro acto sea de piratería, ni la apoyamos en ningún caso. Además, realizamos la siguiente... RECOMENDACIÓN Si te ha gustado esta lectura, recuerda que un libro es siempre el mejor de los regalos. Recomiéndalo para su compra y recuérdalo cuando tengas que adquirir un obsequio. Usando este buscador: http://books.google.es/ encontrarás enlaces para comprar libros por internet, y podrás localizar las librerías más cercanas a tu domicilio. Puedes buscar también este libro aquí, y localizarlo en la biblioteca pública más cercana a tu casa: http://lix.in/-a1ff6f AGRADECIMIENTO A ESCRITORES Sin escritores no hay literatura. Recuerden que el mayor agradecimiento sobre esta lectura la debemos a los autores de los libros. PETICIÓN Libros digitales a precios razonables. AGRADECIMIENTOS Paco Casero, Salvador Távora y Diego Cañamero, andaluces de corazón A atlante. A mi hermano Rodrigo Pimentel, escudriñador de quimeras, primer lector de esta obra. Con respeto, a los que ya saben que sabemos. Gaviotas posadas sobre tapices verdes... Pedazos que la Atlántida se dejó sobre el mar. Los puertos. Fernando Villalón I oy Sorbas, y pronto dejaré de ser. Me arrastro exhausto por el barro, S hambriento y enfermo, con la esperanza de poder encontrar a quién entregar el mensaje. Por cuatro veces la luna ha iluminado los cielos y todo sigue bajo el agua y el fango. Cada vez que recuerdo lo ocurrido rompo a llorar. Los dioses conjuraron cielos, tierra y mar para castigar la soberbia de los hombres. Nuestros marineros, pilotando sus trirremes, descubrían costas y pueblos, y nuestros exploradores bautizaban montañas, ríos y tribus. Hasta hace cuatro lunas fuimos los más grandes. Hoy no somos nada. Primero fue la lluvia. Llovió y llovió durante días, anegando caminos y valles. Lo peor llegaría después. Un temblor de tierra, heraldo de la cólera divina, anunció la catástrofe por venir. Sacerdotes y augures se rasgaron las vestiduras, brujas y plañideras chillaron su desesperanza, pitonisas y oráculos vaticinaron el cataclismo. Nadie les hizo caso y la fiesta continuó para los nobles y el pueblo. Ningún humano quiso leer los signos de la premonición. Yo tampoco los creí, cegado en las mieles de mi amor por Antas. Un amor prohibido, pero por eso más dulce. La destrucción llamaba a nuestra puerta y la ignoramos. Todas las profecías cantaban nuestro fin, pero nos creímos todopoderosos y eternos. ¿Quién atiende a negros auspicios cuando la vida sonríe, llenos están los graneros y lejos los enemigos? Los ricos comerciantes y los poderosos monarcas prefirieron ignorar los vaticinios de los astros y los meteoros. Mercadearon con sus buques y horadaron montañas y montes en busca del metal que nos hacía ricos. Pensaron que bastaría con sacrificar algunos toros sagrados para aplacar la cólera divina. Nuestras diosas, antes de las Nuevas Leyes, eran comprensivas y maternales, los dioses que las sustituyeron, fieros y vengadores. El castigo fue sentenciado, y la naturaleza lo ejecutó con toda su colosal fuerza destructora. Aquel azul mar que siempre consideramos como nuestro amigo fue subiendo hasta convertirse en nuestro peor enemigo. La lengua de las olas lamió tierras dulces, más allá de las sabinas y almajos. Las antiguas playas de arena dorada se perdieron, y las aguas saladas abortaron la vida de las tierras de cultivo y profanaron las ciudades que antes dormitaban junto al mar. Los viejos alertaban a todo aquel que quisiera oírlos, pero los jóvenes consideraron cosa normal esa subida de las mareas, que cada cinco lustros sucedía. Pensaron que pronto volverían a su amor habitual. Nadie quería que la fiesta se le estropease, ¿para qué atender a los vaticinios que la ensombrecían? Estúpidos, despreciamos las señales. Una tarde del demonio, la tierra tembló con una colosal fuerza. Nunca nadie, jamás, había conocido algo parecido. Llovió y llovió, y las casas se derrumbaron sobre el barro. Los niños y sus madres lloraban y gritaban, mientras que los hombres desenvainaron sus espadas sabedores de su impotencia frente al destino que los destruiría. Y entonces, grande como una colosal montaña, surgió la ola del mar. Todo lo destruyó a su paso, adentrándose muchos estadios valle arriba. De aquella orgullosa ciudad que bautizamos como Atlántida, nada quedó. Sólo barro y desolación, bajo las aguas del lago recién formado. Para mi desgracia he podido sobrevivir a la tragedia. Y ahora me arrastro moribundo suplicando a los dioses que me permitan concluir lo que Tíscar, el sacerdote, me pidió. He consumido toda la energía y salud que gané durante mi convalecencia en el Santuario de la Luna, donde sané mis heridas y del que salí hace dos días. Estoy sin fuerzas, pero debo seguir. Tras aquellas colinas se encuentra la pequeña aldea que busco. Espero que sus habitantes no hayan muerto víctimas de las epidemias que infectan el país, o que no hayan tenido que huir de los bandidos que pululan sobre este territorio sin ley. Hacia allá me dirijo, esperanzado en que no hayan iniciado aún el retorno a su lejano país. Que los dioses me sean propicios. Temo que no volveré a ver el nuevo día. Mi hora, como la de mi querida ciudad, ha pasado. A otros les tocará despertar al fresco de la alborada. ¿Y mi Antas? ¿Estará viva? ¿Volveré a verla? ¿Sabrá su marido protegerla como yo lo hubiera hecho?

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Queremos dejar bien claro que nuestra intención es favorecer a aquellas personas, de entre .. —Corcho, ¿por qué hablas tanto de la Atlántida? Parece que la .. Ahora era rico y poderoso, y parecía haberse olvidado de sus orígenes y sus amigos. Julián No seas inocente, por favor. Van más d
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