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Manifiestos Proclamas Y Polemicas De La Vanguardia Literaria Hispanoamericana PDF

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M A N IF IE S T O S , P R O C L A M A S “ * Y P O L E M IC A S DE LA V A N G U A R D IA LIT E R A R IA H ISP A N O A M E R IC A N A MANIFIESTOS, PROCLAMAS Y POLEMICAS DE LA VANGUARDIA LITERARIA HISPANOAMERICANA Edición, selección, prólogo, bibliografía y notas N elson Osorio T. BIBLIOTECA AYACUCHO © BIBLIOTECA AYACUCHO Apartado Postal 14413 Caracas - Venezuela Derechos reservados conforme a la ley Diseño / Juan FresAn ISBN 980276062-5 (rústica) Impreso en Venezuela ISBN 980-27WK)3-3 (tela) Printed in Venezuela PROLOGO I de Amold Hauser, que afirma que La ta n ta s veces citada frase el siglo xx comienza después de la Primera Guerra Mundial, apunta en realidad a un hecho que, pese a su reconocimiento formal, no ha tenido suficiente proyección en los estudios de nuestra historia cul­ tural. Lo que para la historia política y la historia económica se consi­ dera como un punto más o menos consensualmente establecido, es decir, que este acontecimiento sirve como punto de referencia para marcar el término de una época y el inicio de otra nueva en la historia de la humanidad, no parece, sin embargo haber sido suficiente­ mente asimilado por los historiadores de la vida cultural y literaria en América Latina. Esto es particularmente evidente en nuestra historiografía literaria (con las naturales excepciones, entre las que destaca la obra de Pedro Hcnríquez Ureña), donde los criterios inmanentistas siguen imperando, y donde se describen los cambios internos de la literatura casi como una simple mecánica de agotamiento y renovación de formas, escuelas y códigos, más o menos como lo proponían las tesis más exageradas de algunos de los Formalistas Rusos de comienzos de siglo\ Por eso es necesario insistir en la necesidad de tomar conciencia de que el proceso literario (sin dejar de considerar la autonomía relativa de los fenómenos que lo integran) no sigue un desarrollo independiente2 del conjunto de las otras formaciones que» se dan en la vida social y cultural, y que, por lo tanto, la historia literaria, al ser una (re) construcción de éste proceso, al establecer una ordenación diacrónica de los fenómenos empíricos, debe también relacionarlos con el marco histórico en que se encuentran. Porque para que sea historia literaria y no mera ordenación cronológica de textos, es necesario que ésta muestre los nexos de articulación de los hechos literarios con la evolución del conjunto del que forman parte, que es el que les da espesor y consistencia. 1 Schkiovski, por ejemplo. Ver sobre esto Víctor Erlich: Russian Formalism, History - Doctrine. The Haguc: Mouton, 3rd. ed., 1969; esp. pp. 251 y s$. 2 Pora la distinción entre los conceptos de “autonomía" e “independencia'’ véase Pierre Macherey: Pour une théorie de la production littéraire. Paris: Maspcro, 1966; pp. 65-68. IX En esta perspectiva, el determinar que un hito cronológico como el que fija la Primera Guerra Mundial (1914-1918) marca —y a esto está refiriéndose Hauser— el término de una época y el inicio (sí, el inicio, no la implantación) de otra, adquiere especial impor­ tancia para pcriodizar los cambios en la producción literaria. Es en función de esto que consideramos que para una adecuada comprensión del confuto y contradictorio período en que surgen las distintas manifestaciones polémicas y experimentales que englobamos con la denominación de "vanguardismo”, se hace necesario considerar que este momento se corresponde históricamente con el período que, situado en torno a la crisis mundial que desemboca en la llamada "guerra del 14”, marca el inicio de una época nueva en la historia de la humanidad: la que convencionalmente se designa como Epoca o Edad Contemporánea. Comprender el vanguardismo literario del siglo xx en esos tér­ minos significa también establecer un criterio que asienta bases distintas a las de la historiografía tradicional para ordenar y jerarquizar la producción literaria contemporánea. Un criterio bastante diferente del que surge de la consideración opuesta: la que sostiene que el van­ guardismo debe ser visto como la expresión final de la época Moderna, como la última expresión de esa época3. Dicho en otros términos, el historiador de la literatura, al enfrentar el problema del siglo xx tendrá que plantearse necesariamente el asunto de considerar el período del vanguardismo ya sea como el fin de una época (la Moderna) o como el inicio de otra (la Contemporánea). Como hemos sostenido en trabajos anteriores, según nuestro cri­ terio, la manera adecuada de darle funcionalidad comprensiva a los conceptos es entender la expresión "literatura contemporánea** en el sentido de "la literatura de la Epoca Contemporánea*’4. Y en términos de historia política y económica, la época Contemporánea se inicia con el conjunto de cambios estructurales y el rediseño de la fisonomía internacional que se sitúa en el decenio en que se desarrolla la Primera Guerra Mundial. Los hechos más significativos de ese momento pueden considerarse, por una parte, la guerra misma, que altera el eje del sistema económico mundial (se traslada de Europa Occidental a los Estados Unidos), y por otra, la revolución bolchevique de 1917, que 3 Esto es lo que sostiene, por ejemplo, Octavio Paz, para quien el sistema de la moderna poesía occidental llega a su culminación y término con las vanguardias: "Para ilustrar la unidad de la poesía moderna escogí los episodios más salientes, a mi entender de su historia: su nacimiento con los románticos ingleses y alemanes, sus metamorfosis con el sim­ bolismo francés elt modernismo hispanoamericano, su culminación y fin en las vanguardias del siglo XX" (Los hijos del limo. Del roman­ ticismo a la vanguardia. Barcelona: Seix Barral. 1974; p. 10). Para Octavio Paz, la poesía moderna se prolonga hasta mediados del presente siglo, y recién entonces comienza “el período contemporáneo" (p. 11), período que, según el mismo Paz, se inicia en Hispanoamérica con Lezama Lima r con... Octavio Paz (p. 192). * Cf. Nel8on Osorio T.: El Futurismo y la vanguardia literaria en América Latina. Caracas: CELARG, 1982; pp. 9-12. X inicia la experiencia de un nuevo sistema económico y político (el socialismo), que con el paso de los años y en sus diversas variantes, se ha ido implantando en la mitad del mundo. En América Latina, aparte de la natural repercusión de estos hechos (que se traducen, por ejemplo, en el proceso de sustitución de importaciones —con sus necesarias consecuencias económicas, sociales y políticas—, y en la consolidación de la conciencia política de los sectores populares, sobre todo urbanos), se desarrolla un vasto movimiento antioligárquico, cuyo inicial registro histórico está en la revolución mexicana (1910), y, en el plano de la institucionalidad cultural, se produce la eferves­ cencia juvenil de la Reforma Universitaria (iniciada en 1918). Pero para tratar de comprender más cabalmente lo que significa históricamente esta nueva época que entonces se inicia, conviene, aun­ que sea en breve y desprolijo panorama, considerar la época que termina. La Epoca Moderna, cuyos inicios presentan variables temporales en los distintos países del mundo occidental, está marcada por la transformación económica que se conoce como Revolución Industrial. Desde sus albores mercantiles y manufactureros hasta su afirmación como sociedad industrial capitalista, la Epoca Moderna constituye un período histórico cuya plenitud estructural se manifiesta en el siglo xix. Aunque América tiene desde su inicial contacto con Europa (fines del siglo xv) una importante función en el proceso de acumulación originaria que está en la base de la sociedad industrial capitalista5, no es sino hasta fines del siglo xix que América Latina se articula de modo orgánico a la llamada “civilización industria]’*. En efecto, el período que va desde 1880 a 1910 aproximadamente, corresponde a lo que la historiografía continental llama la etapa de la "modernización” 6, durante la cual América Latina acelera su pro­ ceso de incorporación al sistema económico mundial entonces domi­ nante, y en condiciones de dependencia pasa a formar parte del "mundo moderno”. 5 "La apertura de rutas comerciales por todo el planeta, en la primera mitad del siglo XVI, está en el origen del proceso acumulativo que había de conducir a la revolución industrial", señala Celso Furtado. Y agrega: “Las poblaciones nativas de América y los millones de afri­ canos trasplantados a tierras americanas pagaron el más elevado tributo en esta fase de la acumulación europea" (C. Furtado: Creatividad y Dependencia. México: Siglo XXI, 1979; pp. 34-35 y 36). Sobre esto puede verse además Volodia Teitelboim: El amanecer del capitalismo y la con­ quista de América. La Habana: Casa de las Américas, 1979: y Eduardo Galeano: Las venas abiertas de América Latina. México: Siglo XXI, lia. ed., 1975; esp. Cap. I. 6 Cf. Tulio Halperin Donghi: Histeria contemporánea de América Latina. Madrid: Alianza Editorial, 4a. ed., 1975; esp. pp. 280 y ss. También José Luis Romero: Latinoamérica: ías ciudades y las ideas. México: Siglo XXI, 1976; esp. pp. 247 y ss. Para el proceso cultura! y literario, Rafael Gutiérrez Girardot: “ Hispan ¡>amerikanische Literatur 1880- 1910" en Neucs Handbuch der Literaturwissenschaft (Wíesbaden), 19/2 (1976), pp. 156-170; también Angel Rama: “La modernización literaria latinoamericana (1870-1910)", en Hispaméríca (Maryland), XII, 36 (diciembre de 1983), pp. 3-19. XI Este proceso de ‘‘modernización*', que en el fondo no es otra cosa que el ingreso de América Latina a la civilización industrial en condiciones de una nueva dependencia (lo que Halperin Donghi llama el “pacto neocolonial”) , constituye el marco continental en el que surge y se desarrolla el movimiento literario que en el ámbito hispanoamericano se conoce como el Modernismo. El Modernismo, más allá de sus límites literarios, es el proceso de articulación de nuestra vida intelectual y cultural al mundo de la sociedad industrial europeo-occidental7. El marco histórico en que se desenvuelve la etapa más progresiva del Modernismo está signado por una acelerada transformación de las sociedades latinoamericanas, y corresponde precisamente a los últi­ mos decenios del xix y los primeros años del xx, con el desplazamiento de lo que José Luis Romero llama "el patriciado criollo'*, el creci­ miento de las ciudades capitales y el estancamiento de las provincias, el afianzamiento de una nueva burguesía que buscaba controlar tanto el mundo de los negocios como el de la política; etc. y en el fondo, para toda América Latina, un proceso que se diseña como “el ajuste de los lazos que la vinculaban q los grandes países industrializados**8. El Modernismo literario, por consiguiente, puede considerarse como propuesta estético-ideológica articulada al proceso de incorporación de América Latina al sistema económico de la civilización industrial de Occidente, al capitalismo9. La difusa conciencia de desajuste y desencanto que impregna la visión del mundo de nuestro Modernismo literario, hace de la Belleza —así, con mayúscula— la suprema si no la única finalidad del Arte —también con mayúscula— , y con­ vierte a éste en una especie de bastión de defensa, oponiendo sus logros y posibilidades a la inanidad de lo real y cotidiano. Lo artístico como asidero y refugio de valorea frente a una rea­ lidad en descomposición, poco a poco, sin embargo —y precisamente por este desligamiento de lo real, lo cotidiano—, devino en retórica y en proceso de autoalimentación preservativa: si la Belleza no estaba’ en lo real, era en el Arte donde había que buscarla. Y de este modo, lo que en un momento pudo ser y fue bastión de ataque para fustigar una realidad en proceso de degradación, se fue convirtiendo en reducto de defensa y bastión de aislamiento. Porque es necesario recordar que el Modernismo, en su momento de auge y desarrollo orgánico, representó un proyecto de rechazo 7 Para un examen de esta dimensión global del "modernismo” puede verse el estudio de Rafael Gutiérrez Girardot Modernismo. Barcelona: Mon­ tesinos, 1983. 8 José Luis Romero: Latinoamérica: las ciudades y las ideas, ed. cit, p. 250. 9 Como ha señalado Luis Alberto Sánchez —desde otra perspectiva—, “coincidiendo con el modernismo, se afirma més el capitalismo extran­ jero en nuestras tierras, [y con su robustecimiento] —es decir, con el imperialismo—, América ingresa a la corriente capitalista universal” (.Balance y liquidación del novecientos. 3a. ed. corr. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos. 1968; p. 35. La frase que va entre corchetes fue saltada por error en esta edición y la restituimos de la anterior para hacer inteligible el párrafo). XII crítico frente a la realidad, de denuncia directa de la degradación social. Cuando Darío declara: “más he aquí que veréis en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de países lejanos e impo­ sibles", lo explica inmediatamente por su personal actitud ante la realidad de su tiempo: “¡qué queréis!, yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer” (“Palabras Iiminares” de Prosas profanas, 1896). No está aquí simplemente eludiendo, negando la realidad: la está criticando, la está denunciando, la está mostrando como con­ traste negativo del ideal que encama el arte. El Modernismo en su momento más renovador y trascendente, si bien es cierto que surgió con un anverso explícito de princesas, reyes, palacios y jardines de ensueño, mantuvo siempre su reverso en el rechazo a los mercaderes zafios y enriquecidos y al pragmatismo de los sectores que moldeaban una sociedad degradada. En este sentido, la poética del Modernismo en su momento reno­ vador mantiene una vinculación con la realidad social a través de esta actitud de rechazo. La retorización vendrá cuando el “mundo del ensueño” deje de ser función de este contacto crítico. Como ha señalado Ricardo Gullón, en la época modernista la protesta contra el orden burgués aparece con frecuencia en formas escapistas. El artista rechaza la indeseable realidad (la realidad social: no la natural), a la que ni puede ni quiere integrarse, y busca caminos para la evasión 10. Es importante insistir en esta distinción que apunta Gullón res­ pecto al “rechazo de la realidad:” el rechazo se dirige hacia la realidad social, no a la natural. Porque será en esta última, en la realidad “natural”, en “lo natural” más bien, en el sentido de lo no contaminado por la civilización urbana e industrial n, donde se apoye la renovación interna que surge en la etapa final, crepuscular del mismo Modernismo, la que Max Henríquez Ureña llama “una se­ gunda etapa del Modernismo” 12. Dicho en otros términos, la “eva­ sión” en los Modernistas, más que una propuesta o postulación vital afirmativa, debe leerse como signo de un implícito rechazo a una realidad degradada; pero un rechazo que no engloba a la realidad en términos absolutos (no es una postura filosófica), sino sólo a la realidad social. La realidad natural, lo natural, no era negado; sim­ io Ricardo Gullón: "Indigenismo y Modernismo”, en W AA: Literatura Iberoamericana. Influios locales. (Memoria del X Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana) México: [UNAM], 1965; cit. p. 99. 11 Es decir, la "naturaleza” y “lo natural” no se refieren tanto a la naturaleza física y al paisaje, sino más bien a la idea de lo natural como un valor opuesto a lo artificial. Un examen más general de este problema puede verse en Cari Woodring: “Nature and Art in Nineteenth Century", PMLA, XCII, 2 (marzo 1977), pp. 193-202. 12 Breve historia del modernismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1954; p. 31. A esta etapa la denomina —aplicando el término usado por Francisco Contreras— mundonovismo Arturo Torres Rioseco en su libro La gran literatura iberoamericana (Buenos Aires: Emecé Edi­ tores, 1945; cap. pp. 35 y sa.). XIII plemente no entraba en el ámbito de sus preocupaciones o intereses centrales en cuanto artistas. En todo caso, en la base de la poética del primer momento orgá­ nico del Modernismo se encuentra esta postulación disociativa entre el mundo del arte, de la poesía, y el de la realidad, de lo cotidiano. Y esto llega a ser vivido —o vivenciado— casi como una escisión entre el hombre en cuanto ciudadano y el hombre en cuanto artista. En Darío, por lo menos, esto parece ser conscientemente asumido cuando declara: “Como hombre, he vivido en lo cotidiano; como poeta, no he claudicado nunca, pues siempre he tendido a la eter­ nidad" (“Dilucidaciones” de El canto errante, 1907). Aparte de la actitud que imprecisa y provisoriamente podemos denominar de “evasión” —manifestada sobre todo en aspectos y prefe­ rencias de carácter temático—, el modo más característico de regís- tiarse en la poética del Modernismo esta escisión y esta relación de rechazo a la realidad social, a “la vida y el tiempo en que les tocó nacer”, se manifiesta en lo que Angel Rama caracteriza como un proceso de transmutación de lo real en un código poético que busca articularse a los universales arquetípicos del arte13. Lo real podía tener presencia en el arte en la medida en que pudiera transmutarse y universalizarse mediante un código que permitía quintaesenciar y ennoblecer artísticamente cualquier referente. Un presidente puede ser cantado si es “con voz de la Biblia o verso de Walt Whitman”; una ciudad nativa se rescata al sentirla como equivalente a las que se consideran de prestigio cosmopolita; “Y León es hoy a mí como Roma o París”; y si se recuerda “allá en la casa familiar, dos enanos”, estos son “como los de Velásquez”. De este procedimiento —al que pudiera aplicársele, mutatis mutandi, aquello de “confianza en el anteojo, no «a el ojo”, que dijera Vallejo— puede decirse que derivan tanto los méritos y aportes del Modernismo como su propia caducidad. Si, por una parte, se logra construir una lengua verdaderamente literaria y explorar al máximo las potencialidades artísticas del idioma, por otra parte, como se dijo anteriormente, la acentuación unilateral del interés en el código poético (unida al desligamiento de la realidad como vivencia gene­ radora) devino progresivamente —en los satélites primero, y en los epígonos, claro está— en un proceso de retorización y de pérdida de contacto con la realidad. El proyecto estético-ideológico del Modernismo, al irse diluyendo, evidencia su raigambre romántica, pues romántica es la raíz de su 13 Ver Angel Rama: Rubén Darío y el Modernismo. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1970; esp. pp. 111 y ss. XIV altiva propuesta del arte como una ilusión compensadora de la rea­ lidad social14. Y es esta ilusión la que la realidad, la vida misma, se encarga de aventar: La vida es dura. Amarga y pesa. ¡Ya no hay princesa que cantar! escribe Darío en 1905. El mundo de la Belleza y el Arte que los modernistas habían buscado construir como bastión de superioridad crítica y de defensa, va revelando su inanidad frente al arrollador avance de un pragmatismo depredador. La “modernización” del mundo latinoamericano, es decir, su proceso de integración al sistema del capitalismo industrial, se revela como un nuevo proceso de dependencia, mediatizando con el ángulo metropolitano (Europa primero, luego EEUU) la relación entre producción y consumo; el París celeste del ensueño se cotidianiza al alcance de cualquier rastacuero enriquecido, y se hace evidente que el aparente cosmopolitismo no iguala la con­ dición de quienes transitan las mismas cañes del mundo. II Los escritores que nacen y se forman durante los años de plenitud del Modernismo, los que ingresan a la actividad literaria cuando la crisis de un proyecto social de “modernización’' empieza a ser evidente y se evidencia también, y por ende, el proceso de retorización de una propuesta estética que se desvincula cada vez más de lo real, estos escritores buscan definir en la práctica su ejercicio por la búsqueda de una salida desde el interior mismo del sistema poético hegemónico, desde sus propias premisas. Pero este intento de superación (por lo menos en su primera etapa, es dccir, en el segundo decenio del siglo xx), no logra cristalizar en una verdadera alternativa, en una propuesta poética de negación y ruptura, sino más bien en una readecua­ ción; en una “reforma” más que en una “revolución'* poética. Su propuesta, en líneas generales, corresponde al modo como es descrita y resumida por Monguió, cuando al referirse a estos escritores señala: Todo6, por esos mismos años, van a lo cotidiano, lo corriente, lo poco "poético", lo nacional lo provinciano, lo exquisito, lo raro, lo coamopolita, lo exótico del modernismo, lejos de las islas griegas y de los pabellones de Venal!es, de las pagodas orientales, de 14 Cfr. Amold Hauser: Teorías del arte [Philosophie der Kunstges- chichte]. Madrid: Guadarrama, 1975; esp. Cap. III. Para la relación del Modernismo con el Romanticismo, Max Henríquez Ureña, op. cit., cap. I; también Mario Rodríguez Fernández, El Modernismo en Chile y en Hispanoamérica. Santiago: Instituto de Literatura Chilena, 1967, obra en Ja que se aplican Tas tesis de Mario Praz sobre el Roman­ ticismo a la poética modernista. XV

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