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Manco Inca [incompleto] PDF

60 Pages·1995·0.699 MB·Spanish
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Manco Inca / Juan José Vega COLECCION FORJADORES DEL PERU MANCO INCA Juan José Vega VOLUMENl ~ EDITORIAL BRASA S.A. COLECCION FORJADORES DEL PERU Volumen 1: Manco Inca Director de la colección: Dr. José Antonio del Busto Duihurburu Carátula: Osear López Aliaga I.S.B.N. 84-8389-600-1 (Obra completa) I.S.B.N. 84-8389-601-X (Este volumen) © Derechos de autor reservados JUAN JOSE VEGA © Derechos de arte gráfico reservados BORIS ROMERO ACCINELLI © Derechos de edición reservados (;a EDITORIAL BRASA S.A. - 1995 Av. Aviación 2760 San Borja - Lima Telfs. 475-7888 y 475-7062 Telefax 475-7011 Casilla Postal 18-1276, Lima - Perú IMPRESO EN EL PERU / PRINTED IN PERU Fue en unos "aposentos de los reyes Incas", ubicados cerca de los soberbios templos y palacios de Tiahuanacu, donde nació Manco Inca, quien con el correr de los años habría de convertirse, gracias a sus hazañas, en el americano más importante de su época, al lograr con- tener por un tiempo el proceso de expansión europea sobre el continen- te, cual ninguno de los demás caudillos indígenas americanos. El nacimiento deManco debió de suceder hacia 1515, si nos atene- mos a diversos testimonios. Por aquel entonces, su padre, el Inca Emperador Huaina Cápac acampaba en Tiahuanacu encaminándose hacia el sur, a fin de culminar la conquista de Chile. El feliz aconteci- miento dinástico bien pudo ocurrir en abril, puesto que en el Cuzco se habría tenido que aguardar el término de la temporada de lluvias para la salida del numeroso ejército incaico y de su cortejo imperial. Este, como era costumbre en aquellos tiempos, comprendía un vasto séquito dentro del cual figuraban las mujeres escogidas del Inca y de sus capitanes. Una de las damas cuzqueñas era "Mama Runtu"; y fue ella la que alumbró a Manco algo más allá de la ribera sur del Titijaja, cuna remota de la nación de los cuzcos según ciertas leyendas, parajes donde se yergue -en medio del lago- la Isla del Sol. Imperio en marcha, la capital prácticamente tenía sede donde el Inca Emperador hacía tender en cada jamada su vistosa carpa de banderas y plumas multicolores. Desde allí, en cualquier sitio que se hallare, go- bernaba "las cuatro partes del mundo": el Tahuantinsuyu. Un trono iti- nerante y diversas sedes del poder constituían usos necesarios en una sociedad en veloz expansión política'ymilitar, fruto del impulso de los 6 JUAN JOSE VEGA cuzcos, que sentíanse llamados a sojuzgar el mundo por designio del dios supremo Viracocha. Por todas partes esta nación se expandía fun- dando ciudades y con mitimaes de paz y de guarnición. Por eso, tras saber del parto, el propio Huaina Cápac al estrechar al crío tal vez meditó, una vez más, en la vastedad del Imperio, recordando que él mismo había nacido en la lejana Tumebamba, en el norte, lugar muy distante del Cuzco; aunque en circunstancias similares, esto es, dentro del más puro linaje imperial, al igual que aquel niño que venía al mundo con su abolengo Hanancuzco en las punas aimaras de la nación de los pacajes. Todos conocían en la sociedad incaica que el ancestro y la sangre eran los factores que determinaban la patria: no el suelo. Y la venida al mundo de un príncipe real, allí donde naciese, constituía todo un suceso. Por ello habría festejos. Pero únicamente las pallas cuzqueñas, entre ellas las demás mujeres de Huaina Cápac, habrían podido ingre- sar al recinto donde había dado a luz Mama Runtu, afin de participar en los ritos festivos; porque las demás esposas y concubinas, las "extranjeras", tuvieron que conformarse con conocer desde fuera el acontecimiento, con excepción -tal vez- de alguna dama de honor. Entre ceremonias propiciatorias se le perforarían entonces al recién nacido los lóbulos de las orejas con fina aguja, como a todos los críos de la aristocracia imperial. Luego, en el regazo de su madre, muy arro- pado, cual era la costumbre, iría en litera hasta Cochabamba, donde se quedarían miles de mitimaes cuzcos. Después, todos los demás del ejército y del cortejo seguirían la marcha hacia el Maule; y quizá, por las sendas de las cumbres nevadas, tocarían Biobío,acompañando Mama Runtu al Inca, su esposo, rey y señor. De la madre de Manco no se sabe mucho, aunque sí que era "her- mosísima" y más blanca de lo común, de donde vino aquello de llamarla Mama Runtu (runtu es huevo), porque su verdadero nombre era Shihui Chimpu. Pertenecía a un encumbrado linaje de los cuzcos, al de Anta, lugar de donde fue también oriunda la madre de Ninan Cuichi, joven designado más tarde por Huaina Cápac para la sucesión en el trono (tiana). En suma, era magna la prosapia del recién nacido. Por algo lo llamarían Manco, nombre del fundador del Cuzco, rarísi- mamente usado, lo cual nos induce a suponer que las calpas (augurios) debieron serle en extremo favorables en su cuna y tales vaticinios se reiterarían durante las jornadas en el Collasuyu. Ninguno de sus hermanos (y tendría ya más de cien para entonces) había alcanzado semejante privilegio. De regreso de la triunfal expedición al sur de Chile, Huaina Cápac y Mama Runtu retornaron a tierras cuzqueñas, región de la cual su vás- tago nunca saldría. Algún tiempo después el Emperador partió a Tumebamba llevándo- se a varios de sus hijos, entre ellos a Atao Huallpa, a la sazón ya de unos veinte años. La formación de Manco la dejó confiada a poderosos deudos maternos de su retoño, así como a sabios (amautas), a maestros (yachachic) y a expertos servidores, yanas de variados oficios impor- tantes. Desde niño Manco tendría que concurrir a ceremonias religiosas, reverenciando a numerosos dioses, pues eran cerca de dos mil. Esta infancia fue inquietada por cierto desasosiego de los suyos. Debió percibir preocupación en sus mayores. Oiría hablar de que lejos, muy lejos y desde poco antes de que naciese, habían aparecido unos seres misteriosos, como salidos del mar. Lo afirmaban balseros que venían de remotas comarcas litorales de más allá de la frontera imperial. Ellos los consideraban dioses. En el Cuzco se preguntaban si los extra- ños personajes no serían los del cortejo de Viracocha, el máximo dios, o el mismo dios con sus hijos, que muchos tuvo. Todos ellos se ha- bían ido por las· aguas, justo hacia esos parajes, cuando la creación del mundo. Estos rumores se fueron acentuando conforme crecía. Cuando llegó a los diez años las versiones se habían vuelto insistentes. No eran -claro está- sino exploradores y descubridores españoles en pos de nuevos reinos: Vasco Núñez de Balboa, Pascual de Andagoya, Francisco Piza- rra y Diego de Almagro merodeando por costas distantes del océano Pacífico. Pero en el Incario, donde se desconocía Europa y el resto del mundo, nadie, obviamente, podía entender lo que ocurría. Aun más, en las diversas naciones del Imperio de los Incas, imbuidas de religiosidad y de magia, entre mitos y leyendas, a todo se tendía a dar una expli- cación divina. Precisamente, los primeros maestros de Manco fueron sin duda umos (sacerdotes), pero éstos nada pudieron esclarecer sobre un posible retomo de Viracochay de sus hijos; aunque sí, le enseñarían las com- plejidades de los dogmas y de los ritos del Incario, destacando siempre la diferencia entre los dioses tutelares del Cuzco y los de las demás naciones del Imperio, de nivel inferior y, en ocasiones, enemigos. Pronto acudirían ante el principito otros personajes de la Corte para darle mayores enseñanzas, las que correspondían a un niño de pura sangre cuzco, respecto a los roles que podría desempeñar en el futuro como hijo de Huaina Cápac, habido en palla de panaca, esto es, en dama de linaje cuzco. LA JUVENTUD El niño llegó a la adolescencia escuchando a diario las proezas de su padre en el extremo norte del Imperio. Alcanzada la virilidad partici- paría, con otros jóvenes de la nobleza cuzco, en la ceremonia del Hua- rachicu; ese día ancianos de abolengo, tras cortarle sus muchas trenci- llas, le dieron las huaras (bragas) y le colocaron en las orejas los discos de oro que eran la mayor prueba de su linaje. Durante aquella misma celebración le raparían el cabello; lo cual era otro símbolo, esta vez de la rama incaica de los Hanancuzco, la más señalada y mayoritaria. Actos todos cumplidos entre admoniciones de sus mayores y un complicado ritual. Al final, él con los demás jóvenes -conforme a la costumbre de la festividad-, partirían en veloz carrera hacia el Huanacaure, la más elevada de las cumbres en el camino del Collasuyu, montaña que re- presentaba al dios Ayar Cachi, uno de los fundadores míticos del Cuzco. Desde entonces, en los santuarios de Anta y en los palacios del Cuzco, recibió Manco una instrucción más intensa, la que le permitiera entender poco a poco ese enorme Estado Imperial de tantísimas nacio- nes; porque dada su prosapia -comentarían sus maestros- hasta parecía destinado a gobernar algún día cualquiera de las comarcas del Imperio. Al joven Manco le sorprendería saber cuán numerosos eran sus her- manos; centenares, quizá quinientos, como lo aseveraría el cronista quechua Guarnan Poma; pero de diversos estratos. La Coya Imperial solamente había alumbrado dos hijas y carecían, por tanto, de acceso al trono (tiana). Decenas eran, como él, hijos de damas cuzqueñas (pallas). Los demás hermanos venían a ser semicuzcos, hijos de su padre MANCO INCA Huaina Cápac en infinidad de princesas provincianas, esto es, "extran- jeras", como la caranqui, madre de Atao Huallpa. Notaría que los hermanos todavía no se diferenciaban mucho entre sí, pero que los mayores, de la vieja aristocracia de los cuzcos, sí eran celosos de los rangos, fueros y privilegios. Aun más, despreciaban a los semicuzcos en su fuero íntimo, como toda casta que al pregonar su origen divino remarca insalvables distancias sociales. Por entonces se iría compenetrando más con la capital imperial: el Cuzco, en la cual había crecido; sólo entonces se daría cuenta cabal de que era una ciudad de templos y palacios, asiento de los linajes incaicos de más abolengo. Pero era una urbe donde las momias de los antiguos reyes constituían el eje del poder político y económico, a través de su cuantiosa descendencia (panacas), en medio de complejas ceremonias. Asimismo, Manco se hallaba ya en condiciones de observar que la mayor parte de los residentes del Cuzco era11 "extranjeros", vale decir hombres de las más distintas partes del Imperio fijados allí para siempre como mitimaes. Otros desempeñaban servicios temporales como mita- yos (trabajadores rotativos). Y no faltaban los adscritos de por vida a un gran señor, en cuyo caso se les conocía como yanas. La familia de Mama Runtu, su madre, contaba por cierto de unos y de otros, a quienes se encomendaba las labores manuales y los trabajos físicos en general. Tales servidores, yanas, que eran muchos miles en el Cuzco, proce- dían esencialmente de las provincias, aunque también los había de la nación cuzco. Los de guarnición eran esencialmente yana-guerreros cañaris y chachapoyas. Vería que en su entorno había también yanas de alto nivel, con servicios calificados, maestros inclusive; estos últimos eran, en lo esencial, hijos de grandes caciques de naciones rivales del Cuzco. Repararía también en que todos los nobles de jerarquía contaban con yanas y mitayos. A causa de su línea materna, que no era de la más elevada nobleza cuzqueña, Manco carecía por entonces de toda opción para ocupar el trono imperial. No se hallaba, pues, en la línea inmediata de sucesión, pero los sabios amautas que rodeaban a los príncipes debieron notar en él las condiciones que más tarde mostraría a plenitud. Se esmerarían entonces en adiestrarlo en la administración y en el conocimiento del manejo del Estado. Si así fue, no le ocultarían, por tanto, las graves dificultades que enfrentaba el Imperio: dificultades propias de la expan- 10 JUAN JOSE VEGA sión, cierto, pero no por ello menos agudas. La más delicada de las situaciones, que probablemente le mencionaron, bien pudo haber sido JI que la nación del Cuzco estaba derramada por todas las provincias en la administración", como señalaría Miguel de Estete; dispersión que cubría de Pasto al Maule y desde el mar hasta las selvas altas. El eje, que era el Cuzco, se había debilitado. Una treintena de ciudades habían nacido por obra de los cuzcos en las más distintas comarcas, .pero ello no remediaba el mal principal, el debilitamiento demográfico de la me- trópoli imperial y de su región base y matriz. Manco entendería que una periferia más vigorosa no había redun- dado siempre en beneficio de la sede central del poder. Aun más, Tu- mebamba, la metrópoli del norte, fundada por Túpac Inca Yupanqui, su abuelo, y Cochabamba en el sur, mostraban -según le contaban- sín- tomas de creciente autonomía. Tumebamba, además, poseía una mayor modernidad, a la par que notable riqueza, como asiento de represen- tantes de todas las panacas y congregación de mitimaes cuzcos. Parecía urgente, a raíz de estas presiones, reforzar al Cuzco mismo, ciudad que, sin embargo, mantenía su prestancia, sobre todo en lo re- ligioso. Así era todavía, a pesar que los dos últimos Incas, su padre y su abuelo, habían preferido residir en la espléndida Tumebamba. Y Huaina Cápac no daba muestras de querer retornar al Cuzco. Se le explicaría a Manco que la dispersión de los cuzcos era fruto de la política expansiva de la aristocracia. Y que tantas guarniciones y tantos mitimaes se habían tornado imprescindibles a causa del tamaño adquirido por el Imperio. Era necesario controlar -le argüirían- a unas trescientas noblezas provincianas vencidas. Estas, en numerosos casos guardaban rencores al Cuzco Imperial; aliadas a la fuerza, no eran de confiar plenamente. De todas maneras, si semejante expansión antes había resultado factible gracias a la alta densidad demótica de las po- blaciones ubicadas entre los ríos Urubamba y Paucartambo, asiento de los clanes cuzqueños en general, el Cuzco ya se hallaba agotado demo- gráficamente. Los más calificados de los sabios orejones y de los yanas fieles que rodeaban a Manco, le advertirían también que existían otros peligros sociales. Uno de ellos era el ascenso en fuerza de los semicuzcos, esos mestizos hijos de cuzqueños en mujeres extranjeras". Si bien la poli- JI . gamia había sido inicialmente positiva, al cimentar el poder en las pro-

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