ebook img

Mahler: Una fisiognómica musical PDF

215 Pages·2018·2.358 MB·Spanish
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview Mahler: Una fisiognómica musical

THEODOR W. ADORNO MAHLER UNA FISIOGNÓMICA MUSICAL TRADUCCIÓN DE ANDRÉS SÁNCHEZ PASCUAL PRÓLOGO DE JOSEP SOLER Ediciones Península Barcelona La edición original alemana de esta obra fue publicada en 1963 por Suhrkamp Verlag con el título Mabler: Eine musikalische Physiognomik. © Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1960. Diseño de la cubierta: Albert i Jordi Romero. Primera edición: abril de 1987. Segunda edición: junio de 1999. © de esta edición: Ediciones Península s.a., Peu de la Creu 4, o8ooi-Barcelona. e-mail: [email protected] internet: http://www.peninsulaedi.com Impreso en Romanya/Valls s.a., Plaga Verdaguer, 1, Capellades. depósito legal: b. 28.788-1999. isbn: 84-8307-211-4. Prólogo Leb’ wol mein Saitenspiel! Tod! VerklündigungV 1 Erbarmen! O Gott! O Gott! Warum hast du mich verlassen? Esto escribía Mahler en el manuscrito de su Décima sin- fonia,2 en las páginas del segundo y tercer movimientos (y el tercero lleva el título de Purgatorio oder Inferno; aunque la palabra Inferno esté tachada, no es la única alusión al lado oscuro de lo trascendente: Der Teufel tanzt es mit mir); pero no por ello parece que la figura del Príncipe de este Mundo sea determinante en la obra y en la personalidad de Gustav Mahler. El Príncipe es el símbolo de aquello que no puede nombrarse, porque no es; mas su presencia parece desvane­ cerse ante la a^firmación única, cada vez más insoportable a medida que avanzan los años: la afirmación de que el trans­ currir de la vida quiere decir tan sólo que el final se acerca y que la muerte, que ya en la Revelación se asimilaba de una manera más o menos esencial al Príncipe de las Tinieblas, del no ser, es el único lugar a donde puede acceder el artista, el poeta; pues éste, por la misma razón de su ser, obliga al no ser a venir a ser. Pero la muerte no es; la pérdida de mi ser sólo la puedo experimentar yo (y al perderlo dejo de experi­ mentarlo): la muerte sólo es experiencia para los demás, para los supervivientes.3 Así, el poeta, el artista, abre paso a la apertura de la conciencia de los demás con su obra, pero la esencia del morir de ésta le está vedada, y su comprensión del ser de su morir se le escapa asimismo por su esencial imposibilidad. Con ello se le hace inasequible la esencia de su obra; sólo puede entregarla a los demás, y su obra sólo en 1. Henry-Louis de La Grance, Gwtav Mahler (3 vols., París, 1979, 1983, 1984). Véase, en el vol. 3, p. 758, y muy en especial la p. 1238; probable­ mente Mahler queda escribir Todes Verkündigung (Anuncio de la Muer­ te), alusión a la conocida escena del segundo acto de La Walkiria. 2. G. MAHLER, X. Symphonie, Faksimile nach der Handschrift (edit. por Erwin Ratz, Munich, 1967). Y G. MAHLER, A performing versión of the draft for the Tenth Symphony. Preparado por ^Deryck Cooke (Londres, 1976). 3. M. HEIDEOOER, Ser y tiempo (México, 1951, 1^9621, pp. 260 y ss. Véase, asimismo, L. W^^ITTGENratN, Tractatus logico-philosophicus (Ma­ drid, 1973), p. 199; y en la p. 197: «¡Ética y estética son lo m^ismot» ellos se consuma: aqui radica la profunda tristeza del artista y su angustia insoportable, a la cual siempre se halla asido por la imposibilidad de asir el «otro lado», el más allá del final de su tiempo. Y pocos artistas han soportado y experimentado, en su vida y a través de su obra, el ser para la muerte, el ser «cami­ no hacia», sin que el sentimiento de la afirmación intemporal, carente de devenir, pueda hallarse en su producción; las gi­ gantescas sinfonías y los Lieder de Gustav Mahler se nos apa­ recen, ahora, cuando su materia estrictamente musical es ya indiscutible —para el músico auténtico—, como un algo más (o un algo menos) que únicamente música: la violenta explo­ sión de energía creadora, enorme y renacentista, que le llevó a crear diez inmensas sinfonías y las series complementarias de Lieder, podemos ahora aceptarla como oscuro cántico al horror del no ser, como vano e inútil —consciente de ello es Mahler, pero no por ello deja de intentar el rito único de todo artista, la liturgia de Sísifo, imagen de todo arte— esfuerzo para detener el tiempo e inmortalizar lo único que él —como artista auténtico y verdadero— sabe que es imposible conse­ guir: • la eternidad de vivir y comprender más allá de la vida. Por dos veces, en su Segunda y en su Octava sinfonía, Mahler tratará de afirmar el impulso motor, la necesidad ini­ cial, que, fuera del tiempo, llevó al espíritu creador —a Dios— a salir de Sí mismo, a devenir tiempo y afirmación: pero el Urlicht está expresado en condicional: «... soy de Dios y retornaré a Dios; :e.1 me dará un rayo de luz y me guiará hacia la vida y la paz eternas... »; y el texto de Klopstock/ Mahler que concluye la sinfonía anuncia que lo creado debe perecer y lo que ha perecido debe renacer, y afirma: « ¡Pre­ párate! ¡Prepárate a vivir!»; y el esplendor del órgano, las campanas y los tam-tams parecen así anunciarlo, o mejor, desearlo. Pero ya en la Tercera sinfonía la contralto avisa de la ambigüedad de todo deseo, y las palabras de Nietzsche ya no hablan de Dios ni de su gloria: « ¡Oh hombre, escucha!... profundo es el dolor y profunda es la alegría. .. pero la alegría desea eternidad, desea una profunda, una profunda eterni­ dad ... » «Doch alle Lust will Ewigkeib / Will tiefe, tiefe Ewig- keit!» Y en las páginas que concluyen La canción de la tierra re­ petirá Mahler por nueve veces la palabra ewig, insoportable deseo de aquello que no es porque pertenece —si de alguna forma es ello posible— al reino del no ser, porque no es de los vivos ni de la vida (también la condesa Geschwitz, en el atroz final de Lulu, que Berg escribirá años más tarde, aca­ bará su vida con esta palabra, penúltima que pronuncia antes de que su maldición y su desesperación [Verflucht] 4 confi­ guren esta escena como la más terrible que pueda imagi­ narse). Esta búsqueda de lo inasequible proseguirá a través de toda la obra de Mahler: la Octava sinfonía será el último es­ pasmo de energía, grandioso como todo aquello que no puede ser dicho y que no puede ser definido; pero a la inmensa in­ vocación al Pneuma Divino seguirá una extraña segunda parte en la que los conflictos edípicos del compositor, trágicos en su imposibilidad de ser solucionados, se verán sublimados —por el momento— a través de la invocación a la figura de María que lo llama: «Ven, elévate hacia lo alto... »; y el Coro Místico le asegura la consumación del deseo: «Hier ist's ge- tan»: «Aquí todo se realiza y todo encuentra su medida...», y de nuevo será el resplandente fulgor de la inmensa orques­ ta el que así lo certifique. Pero la tensión de la búsqueda implica que ésta jamás se alcance; la Octava sinfonía sólo podía haberla escrito un muer­ to, y ahora, después del autoengaño de querer asegurarse la presencia del Espíritu y la sublimación materna, el composi­ tor cae en el abismo, un abismo nunca antes expresado (y difícilmente repetible), de sus dos últimas sinfonías y de La canción de la tierra. Estas tres obras, nunca oídas por su autor, vivas sólo después de su muerte, son el monumento funerario más extraordinario que el mundo de la música —la más sutil y profunda de todas las artes— haya jamás cono­ cido. La Octava sinfonía posee la ambigüedad que tienen todas las imágenes religiosas cuando vienen expresadas bajo figura humana; y si la primera parte de la obra es una invocación al teriomorfo Pneuma —el aspecto más abstracto y profundo del «pensarse» de la Divinidad, aunque se represente bajo la 4. Tanto en la partitura de canto y piano como en la de orquesta Berg escribe dos notas para que la cantante —en Sprechgesang- pro­ nuncie esta palabra, aunque no escribe el texto, que en ambas partitu­ ras aparece en blanco. En la Sinfonía de Lulu es el corno inglés, con un ritmo ligeramente cambiado, el que las inte^reta. Ignoraos si en el manuscrito original aparece esta circunstmcia, pero, de ser así, nos pre^ntamos por qué Berg no se atrevió a escribir la palabra última de condenación, pero si la música. figura, asimismo muy ambigua, de la paloma—, la segunda parte, con un decorado de « ...bosque, roca, soledad... leones mansos y callados ... », que sirve de fondo a las místicas apa­ riciones de ángeles, niños bienaventurados y anacoretas, in­ troduce finalmente la personificación de lo Bwig-Weibliche, de lo Eterno Femenino —el reposo, la consumación, por con­ traste con el deseo, con el esfuerzo, con la lucha de lo Eterno Masculino (en palabras del mismo Mahler a Alma, en 1909)—, en la figura de la Mater Gloriosa —cerniéndose en los aires— que lo atrae (a través del ruego de Margarita/Alma), arras­ trándolo por este irresistible impulso hacia la madre que lo acoge definitivamente y lo libera así del terrible miedo del abandono de Alma, imagen en la vida real de su madre, y abandono más que posible dadas las veleidades eróticas de Alma. Mahler sabe describir con certero impulso creador la apoteosis de la Madre Gloriosa, en la que «se realiza lo indes­ criptible»: pero después de que el coro místico haya anun­ ciado esta «realización», la obra ya no puede progresar más; las tres sinfonías posteriores carecen de textos «religiosos», aunque en la última de ellas el compositor haya escrito frases como las que antes hemos reproducido. Después de la exaltación maternal y la desesperada invo­ cación a la sabiduría de la Octava sinfonía, el desaliento sin esperanza parece estar omnipresente en estas obras —únicas en toda la música de Occidente por su profundidad y por el agudo dolor con que este abismal descenso está expresado. Dunkel ist das Leben, ist der Tod, sombría es la vida, som­ bría es la muerte, dice en el primer canto de La canción de la tierra: el «canto del dolor de la tierra». Y en las dos pági­ nas finales de la Novena sinfonía prescribirá por cinco veces, para los instrumentos de cuerda con que concluye esa sinfo­ nía, la indicación ersterbend: «muriéndose». Esta exaltación romántica, en la que la vida es sólo camino hacia la muerte, y ésta, por carecer de ser y precisamente por esa carencia, viene a ser determinante de todos los actos y sentimientos del artista, es única entre los compositores de Occidente. En la obra de Liszt, en Berg, en Mozart, lo oscuro y soterrado del dolor último se halla más o menos presente, más o menos directamente expresado; para el músico del si­ glo xix, a través de la «forma» Requiem, la avasalladora irrup­ ción del no ser encuentra una admirable manera de ser dicha en música: Mozart, Brahms, Dvorak, Verdi, Berlioz y tantos otros, a través de bien diversos ángulos y diversos textos, convertirán su íntimo temor en estructura sonora. Pero na­ die, hasta ahora, ha llegado tan lejos en el estremecerse ante el numinoso horror del abandono, ante la presencia de una trascendencia negativa y oscura y la caída final en el no ser, y ante la terrible misión del artista como medio a través del cual fluye la poesía y la apertura de la conciencia de los de­ más y al que muy a menudo le está vedada aun la mera es­ cucha de estas obras «pórtico», en las que él ha dejado pe­ netrar la posibilidad del «susurro» helado y trascendente; el artista es el agente pasivo, neutro pero doliente, de esta voz que secretamente acecha e impulsa a crear para los otros: « ...he aquí que una palabra me fue dicha furtivamente... en las angustias de mis visiones nocturnas, cuando sobre el dur­ miente desciende el torpor nocturno: un estremecimiento —y un escalofrío— que han hecho temblar todos mis huesos: y un aliento huidizo se desliza sobre mi rostro, erizando el pelo de mi carne. Alguien está de pie, frente a mí... una imagen, y oigo una voz ligera ...» 5 «Alguien» comunica un mensaje al ambiguo amigo de Job, y éste —el poeta que «habla»— lo transmite amargamente al espectador, al oyente, al habitante «en casas de barro cuyos fundamentos se asientan en el polvo, a aquel que vive en el país de la angustia»: Mahler es el poeta que afirma la angus­ tia y la expresa como algo de lo que no puede evadirse, ni él como «poeta» ni el espectador como lector de esas músicas «que abren paso» y que el compositor le entrega. A principios de siglo, cuando el choque wagneriano estaba actuando —tremenda y fructífera llaga, de la que aún no vis­ lumbramos ni tan sólo la posibilidad de que pueda llegar a cerrarse—, y actuando con extrema fuerza a través de las fi­ guras de Scriabin, Debussy, Strauss (Salomé, 1906) o de las primeras obras de Schonberg, de las que ya tantas veces se ha dicho que eran músicas en las que podía oírse el sonido de otros planetas, la obra de Gustav Mahler, a pesar de su gigantesca proporción y de lo inmenso de los medios puestos en movimiento —energía que no puede detenerse—, podría también verse desde otro punto de vista, y en él quisiéramos insistir: entre el legado dramático que se inicia en Montever- di y pasa por Bach, Mozart, Beethoven y Wagner y el «volver la esquina peligrosa» del final de siglo de Debussy y Schon­ berg, la figura de Mahler (junto con las dos tragedias de 5. Job, 4, 12-16. Strauss) viene a ser figura de un punto, de un momento «sa­ grado»: la cesura. En Holderlin la cesura expresa un viraje, un momento crucial, que hace irrumpir —o en el que se epifaniza— «lo Divino»: un «momento infinito». En sus Comentarios a las traducciones de Sófocles señala Holderlin que « ...en las dos obras (Oedipus der Tyrann y Antigonae) la cesura viene se­ ñalada por las palabras de Tiresias en cada una de ellas ...; el potencial, el poder pánico de la naturaleza y del "subsuelo”, el fondo del abismo humano, vienen a ser Uno en su furor trágico ... »: como un punto en que el equilibrio se apoya en la irrupción de lo «divino», el antes y el después oscilan en una órbita «excéntrica» siempre amenazada por la ruptura del equilibrio entre las dos atracciones: es un movimiento «que se arranca», como una garra emanada del movimien­ to de la tragedia.6 Y Bettina von Arnim, en sus comentarios a las traduccio­ nes de Sófocles hechas por Holderlin, escribe: « ...toda obra de arte está formada por un único ritmo en el que la cesura designa el momento de la reflexión, de la resistencia del espí­ ritu, para, arrebatada por lo divino, precipitarse hacia su fin. Así se manifiesta el dios del poeta. La cesura es, precisamen­ te, esa suspensión viviente —ese detenerse— del espíritu hu­ mano, sobre la que reposa el rayo divino ...» 6 En el riquísimo arco que se extiende desde el siglo xiii, de Notre Dame hasta nuestros días, aunque relativamente breve en el tiempo (ya que el arte de la música escrita y estructu­ rada como tal es aún muy joven en comparación con las otras artes), la música ha experimentado en su apariencia organiza­ dora y en su intención como obra de arte una evolución muy diversa en la superficie, aunque el fondo —la emoción del poeta que extrae de su abismo el ser de la obra, objetiván­ dola como máquina que sigue y prosigue expresando emo­ ción— sea siempre el mismo, y el artista —artesano o trans­ figurado medio— realice siempre la misma función poética y trascendente. Pero en el siglo xix lo subjetivo, organizado como estructura musical, se impone a cualquier otro dato: Bruckner da gloria a Dios con la «intención», no con los tex­ tos que pueda incluir en sus sinfonías y que no necesita. Su Novena sinfonía, como música, es sólo música y no expresión de una vivencia personal y comunicable. Y en la obra de Wag- 6. HliLDERLIN, Oeuvres (París, 1967), pp. 953, 1106 y ss. ner nos hallamos ante un universo cerrado, entregado a la muerte, como el de Mahler, pero sin ninguna pasión trascen­ dente: en Tristán jamás se pronuncia el nombre de Dios ni nunca se lo siente como principio y fin; todo transcurre en un espacio en el que el camino es sólo camino hacia la últi­ ma y final destrucción en un nirvana vacío de la nada esen­ cial del Ser divino. Pero en Mahler, en la Segunda Escuela de Viena y, en menor grado, en Scriabin surge con enorme fuerza el empuje del deseo trascendente: el morir, pero el morir a la vida «te­ rrestre» para renacer en el Urlicht básico, fondo del que todo procede: y en las sinfonías y Lieder de Mahler este deseo de­ sesperado —esperanza sin seguridad— se expresa con fuerza sin igual. En el segundo Scherzo de la Décima sinfonia, Mahler, des­ pués de haber tachado los diversos títulos de 1 Satz, 2 Satz, con trazos azules de un furor casi infantil en su diseño, escri­ be debajo, con tinta negra, la alusión al costado tenebroso de la trascendencia a la que antes nos referíamos: «Der Teufel tanzt es mit mir.» La escritura es irregular y la palabra Der Teufel está escrita en un nivel distinto que el resto de la frase, como si en un principio se hubiera escrito únicamente el nombre del Maligno. Pero debajo, y con letras que poco a poco van decreciendo de tamaño, como indicando un agota­ miento en la desesperación que le llevaba a escribir —y des­ cribir— la esencia de su música, aparece otro texto: «Wahn- sinn, fass mich an, Verflüchten!» (esta palabra —la última que pronuncia la condesa Geschwitz en Lulu— es de mayor tamaño, en especial el signo de admiración) «Vernichte mich, dass ich vergesse dass ich bin! dass ich aufhore, zu sein, dass ich ver[schwinden].» ¡Oh locura, arrebátame! ¡que pueda olvidar mi existencia! que deje de ser y que desapa­ rezca]. El Scherzo termina, tal como se inicia asimismo la Einlei- tung del finale, con un fortísimo golpe en el Vollstandige ge- dampfte Trommel, en el tambor militar completamente tapa­ do: 7 a mitad de la página el compositor escribe el texto más delirante y más «expresionista» que pueda imaginarse: «Du allein weisst was es bedeutet.» [Sólo tú sabes lo que esto signi­ fica.] «Ach! Ach! Ach! Leb'wol mein Saitenspiel! Leb wol Leb wol Leb wol Ach wol Ach Ach» (respetamos la ortografía ori­ 7. Db LA GRANGB, obra citada, vol. 3, p. 759.

See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.